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En el sueño que no duerme. Pesadillar* /Cynthia Eva Szewach

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 31 minutos
  • 4 Min. de lectura

Con tal de que no sea una nueva noche…

                                                                                                                      Juan Rulfo

 

Cuchi Leguizamón una vez, al interpretar “Maturana” cantó: “...en el sueño que no duerme/dormido llora su pago”, en lugar de la letra original de Castilla, que dice: “en el vino que lo duerme… /dormido llora su pago”. De ese equívoco, el título.

 


Aguafuertes oníricas                        

                           Aseguraba que no sospechaba siquiera

contra quién había levantado la mano

                                                                                                                   Marina Tsvietáieva

 

“Prefiero no dormir... porque sé lo que me espera”. Eso decía Lina una joven de quince años. Su sueño se veía perturbado por una insistente pesadilla. Se despertaba de forma brusca con una inquietud que la mantenía insomne. Insomnio como esfuerzo fallido de sustituir o de anticipar la función quebrada de la censura. Intentaba mantener los ojos abiertos durante la vigilia, no sin intensa angustia. No conseguía, como le hubiese gustado, dormir sin soñar.  


Hay momentos, épocas, que sin duda pueden ser definidas como una pesadilla que nos anonada, desespera. Pero al escuchar un relato singular intentamos aguzar el oído a lo no dicho que yace en los abismos del lenguaje silencioso. Que las pesadillas se escuchen, para apostar- en especial en las infancias y pubertades- a que los demonios se transformen en personajes del juego, en monstruos lúdicos y ficciones noveladas. La pesadilla y a veces el pavor nocturno, son una expresión de cierta captura del lenguaje donde habita un sufrimiento que intenta fundarse en un grito que llama o que señala alguna amenaza cercana. Es allí donde anida la presencia de imágenes de la nigthmare, caballo de noche, con brujas y con lo que pesa en las sombras que pueblan esas noches.


“Ahí viendo, inmóvil en la mano tengo un cuchillo o un revólver, me despierto, y sigo pensando con temor: ¿qué hice? ¿qué hice?” se preguntaba Lina. Una especie de “mujer sin cabeza”, aludiendo a la película de Lucrecia Martel, un personaje sumido en su permanente extrañeza diurna. Cuestiones de la historización, de sucesos no dichos, de ocultamientos identitarios, formaron parte de lo que fue distinguiéndose de a poco, pero merecerían dedicarles otro desarrollo. 


 “El disfraz del sueño mal-viste al objeto de la censura” plantea Elena Gómez. En este caso, lo “mal visto” era aquello que le daba el carácter de intensa desesperación. Era la consecuencia de lo que creía ya realizado por sus manos, quedando así, presa de esa impresión durante un lapso del día. Los vestigios de un despertar que no termina de producirse y se diferencia de aquello que ocurre en un sueño de angustia, donde al abrirse los ojos aparece el pensamiento que alivia: ¡ah!... no es más que un sueño.


Podemos preguntarnos: ¿Las pesadillas son la vía regia hacia dónde?


Proponer la palabra “pesadillante” es una opción (sólo existe en cada lengua en su forma adjetivada, pesadillezco, pero no como verbo pesadillar, ni como sujeto: la/el pesadillante). También es un recurso que intenta destronar a la pesadilla como vivencia o experiencia que destotaliza la idea que suscribe que se suele quedar exclusivamente como objeto, a merced absoluto del goce del Otro, tal como lo bosqueja en especial Lacan. Por otro lado, un segundo tiempo, el del relato aun arañado, aullado o vociferado, es un modo de instituir un retazo de censura faltante “¿es más que una pesadilla?”


En tanto construcción ficcional, asoma alguna punta de interés, aunque supone un desborde que inunda una frontera. Quizá transforma a esa nueva extensión anegada en un límite estallado. En términos de Koop, se trata del “estallido de la Otra escena”. Inventando lo imposible, el desborde dibuja quizás algún boceto de “ombligo de la pesadilla” en los resquicios donde se ubica un mínimo dique del decir. Como el balbuceo de una sintaxis que da cuerpo a una escena.


En la pesadilla falla el guardián del dormir o éste se queda dormido.  Guardián, quizá como un nombre, un significante, que vela nuestro sueño.


Luis Gusmán, en su texto “Demonios de la pesadilla” incluye la voz del imperativo. Señala el salto entre la figura silenciosa del íncubo y el súcubo a la de la esfinge que permite que aquello que es del orden del enmudecimiento pueda tomar la palabra como enigma.


¿Cómo se logra dormir frente a la exigencia que se ve sustituida por una complejidad paradojal como la realización de deseo? J. Jinkis en “Extremos del sueño” escribe que es preciso cierto valor para disponerse a dormir... pero que disponerse a ello es instalarse en la espera, vestíbulo de la angustia. Lina, en los inicios, tiene la certidumbre que “disponerse a ello” (o al Ello), en la espera del dormir, no conviene. Mejor no ingresar allí. Supone sin dar lugar a dudas, que sabe qué es lo que vendrá. Entonces ¿esa cierta valentía que da fuerza para dormir, abreva acaso en lo que no se sabe, siendo justamente lo no sabido un nombre de lo inconsciente?


“Hoy soñé un sueño distinto, tenía en la mano un revólver, pero al darme vuelta se convertía en una muñeca”, dijo la joven un día. El camino del sueño. Un arma transformada en un juguete no rabioso. Desde ya, no sin, se pueda continuar con las preguntas por los mundos que impregnan lo que se descubre inesperado de los anhelos más recónditos.



*Fragmento revisado para esta ocasión, de un texto publicado en Revista Principio número 12, Hospital Argerich año 2000 y reescrito en “Hojas encontradas” Ediciones Del Dock año 2013.


Saner - "Entre penumbra" - 2013 - Acrílico sobre tela - 80 × 70 cm
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Comentarios


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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