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La fantasía y la necesidad de la solidaridad / Entrevista a Sarah Schulman (1° parte)

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 8 minutos
  • 20 Min. de lectura

 

Charis Books & More presenta a Sarah Schulman en conversación con la Dra. Moon Charania

 

Buenas noches a todas y todos.

Mi nombre es E. R. Anderson. Soy la Directora Ejecutiva de Charis Circle. Charis Circle es la organización sin fines de lucro que sostiene la programación de Charis Books. Y Charis Books es la librería feminista independiente más antigua del Sur.

 

Estamos muy felices de tener de vuelta en este espacio de Charis a nuestra amiga y heroína, Sarah Schulman (S. Sch). Sí. Sarah es realmente alguien a quien admiramos sin cesar. Incluso quienes somos coetáneos de Sarah la venimos admirando desde hace ya muchas décadas. Es raro encontrarse con una autora que encarne con tanta coherencia lo que dice y lo que hace, y que lo haga de manera tan bella y visionaria como Sarah lo viene haciendo desde hace tanto tiempo.


Tenemos el gran honor de contar esta noche con la Dra. Moon Charania (M.Ch.). Moon es una activista y autora increíble. También es profesora en Spelman College, una académica feminista cuya investigación explora las dimensiones psicosociales de las vidas de mujeres de color. Indaga en cuestiones sociales, políticas e íntimas en relación al género y la sexualidad, la violencia y el cuidado, el racismo y la experiencia diaspórica. Es Profesora Asociada de Estudios Internacionales en Spelman College y, para el período 2024-25, Anschutz Distinguished Fellow en Estudios Americanos en la Universidad de Princeton.

Es autora de dos libros que Charis tuvo el honor de celebrar: Archive of Tongues y Intimate History of Brownness, además de Will the Real Pakistani Women Please Stand Up? Empire, Visual Culture, and the Brown Female Body. Nos entusiasma muchísimo que Moon esté acá para acompañar esta conversación, porque ella es una pensadora profundamente interseccional, y el libro que celebramos esta noche también es un libro profundamente interseccional. Sabemos que va a ser un diálogo hermoso.

Pero antes, por si alguien llegó de casualidad y no sabe quién es Sarah Schulman: Sarah es novelista, dramaturga, guionista, narradora de no ficción e historiadora del sida. Entre sus libros están Gentrification of the MindConflict Is Not Abuse y Let the Record Show: A Political History of ACT UP, New York, 1987-1993, además de novelas como The Cosmopolitans y Maggie Terry, entre muchas otras. Sus reconocimientos incluyen una Fulbright en Estudios Judaicos, una Guggenheim en Dramaturgia y premios de Lambda Literary, Publishing Triangle, NLGJA, la American Library Association y otros. Sus textos han aparecido en The New Yorker, New York Magazine, Harper’s, The Atlantic, The Nation, The New Republic, The New York Times y The Guardian. Actualmente ocupa una cátedra en escritura creativa en Northwestern University y forma parte del consejo asesor de Jewish Voice for Peace.


Así que bienvenidas y bienvenidos a ambas, y a todas las personas presentes en esta sala y también a quienes nos acompañan en línea. Nos alegra muchísimo tenerles acá. Habrá oportunidad de hacer preguntas: lo único que les pido es que levanten la mano para que pueda acercarles un micrófono y así su voz se escuche en toda la sala. Y si están en línea, simplemente escriban su pregunta en el chat y la leeremos en voz alta. Pero ahora, por favor, un aplauso para dar la bienvenida a Sarah Schulman.


—¿Funciona esto? Gracias, profesora. Gracias a todas y todos.

Saben, en una encarnación anterior de esta librería, fundamos el capítulo de Lesbian Avengers en Atlanta, hace como 36 años. Así que miren dónde estamos ahora.


Hola, gente. Acá adelante hay un espacio libre, y si quieren pueden sentarse en el piso, especialmente en la parte de adelante. ¿Se animan? ¿Están bien con eso? Buenísimo, gracias.


Bueno, voy a leer un pequeño fragmento de este libro, The Zone of Interest. Estoy leyendo mi Twitter —ahora X. Tengo dos hilos frenéticos, que no saben el uno de la existencia del otro. Uno es una multitud devota de posteos sobre los Premios Tony de 2024, que se estaban transmitiendo esa noche por televisión. En contraste, en ese mismo momento, mi ex [feed] está tomado por una conversación internacional, multilingüe, devastada, enojada, desesperada, sobre la continua destrucción de vidas y futuros en Gaza.

Estas dos conversaciones nunca parecen encontrarse. Sigo revisando los posteos sobre los Tony para ver si alguien dice algo sobre el mundo.

Incluso en nuestro propio país, finalmente un ganador pide más financiamiento para las artes. Dice que es un requisito para una sociedad civilizada. Pero unos meses antes de los Oscars, la situación había sido un poco diferente.

La película ganadora en la categoría de mejor largometraje internacional fue The Zone of Interest, una coproducción del Reino Unido, Polonia y Estados Unidos. En la superficie, The Zone of Interest es un film sobre el Holocausto: cuenta la historia del comandante nazi de Auschwitz cuya casa familiar —donde criaba a sus hijos— compartía una pared con el campo de exterminio que él mismo supervisaba. La película nunca entra en el campo. Vemos el humo, escuchamos algunos sonidos, pero el punto de vista se mantiene estrictamente en la familia nazi, de este lado del muro.

De este lado del muro tienen pileta, mientras que las personas invisibles del otro lado no tienen comida. De este lado disfrutan de objetos de lujo. Les regalan a sus hijos presentes caros. Nunca vemos a las otras personas, pero sabemos que están siendo exterminadas.

Si The Zone of Interest funcionara únicamente en el nivel de la historia que acabo de describir, habría sido una reelaboración ejecutada con maestría de información que ya conocemos y con la cual, de algún modo, estamos cómodamente familiarizados. Pero hay algo único en la experiencia de ver esta película: ese muro. Con el correr del tiempo, mientras miramos, el pasado y el presente empiezan a resonar, y luego comienzan a fundirse. Pero toda la transformación ocurre dentro nuestro, las y los espectadores. La narrativa del film permanece en el pasado, pero su sentido nos arrastra al presente.


Ese muro se convierte en el muro de separación israelí, donde de un lado se llenan piletas, mientras que del otro lado, las y los palestinos no tienen agua. Un lado controla al otro, al mismo tiempo que arropa a sus hijos en camas confortables; y ahora ese mismo lado está eliminando al otro.


El director y guionista ganador, Jonathan Glaser, toma entonces ese momento de reconocimiento personal y, casi temblando —no de felicidad, sino de miedo—, pronuncia la siguiente declaración:

 

“Todas nuestras decisiones fueron tomadas para reflejarnos y confrontarnos en el presente. No para decir: miren lo que hicieron entonces. Sino para decir: miren lo que hacemos ahora. Nuestra película muestra a dónde conduce la deshumanización en su peor expresión. Ha moldeado todo nuestro pasado y presente. Hoy estamos acá como hombres que rechazan que su judaísmo y el Holocausto sean secuestrados por una ocupación que ha llevado al sufrimiento de tanta gente inocente. Ya sea las víctimas del 7 de octubre en Israel, o el ataque en curso sobre Gaza, todas las víctimas de esta deshumanización: ¿cómo resistimos?”

 

En muchos sentidos, esta es una afirmación modesta. La idea de que la violencia intensa, el asesinato y la destrucción cultural que los judíos sufrieron históricamente a manos de los nazis produjo la violencia contra los palestinos que Israel está cometiendo hoy, es una interpretación conocida del ciclo de violencia. Una explicación frecuente de la catástrofe actual que equipara el sufrimiento israelí y palestino.


Y el propio trabajo de Glaser ya había hecho esta afirmación. No llegó al escenario como tantos predecesores, ganando por contenidos repetitivos y familiares, para luego encajar a la fuerza algún comentario político sin relación, después de agradecerle a sus agentes. Pero me pregunté si la gente de la industria del cine que votó por él había comprendido plenamente de qué trataba realmente la película. Qué tan intencional era ese doble sentido.

Por supuesto, tenía que ser castigado por ser una de las pocas figuras públicas que se atrevió a decir la simple verdad en la televisión estadounidense. Una verdad que la industria del entretenimiento y los medios habían evitado tan cuidadosamente que sonaba extraña.


Eso fue el 10 de marzo de 2024. Para el 18 de marzo, más de mil creativas, creativos y profesionales judíos firmaron una denuncia pública contra las palabras de Jonathan Glaser, que no habían hecho más que reiterar el sentido de su película. Escribieron:

“El uso de palabras como ‘ocupación’ para describir a un pueblo judío indígena defendiendo una patria que se remonta a miles de años y que ha sido reconocida como un Estado” 

 

Las Naciones Unidas sí reconocen al Estado de Israel, y también reconocen que Israel ha ocupado tierra palestina. Para citar un documento oficial de la ONU, La cuestión de Palestina: en la guerra de 1967, Israel ocupó la Franja de GazaCisjordania y Jerusalén Este.

Me sorprendió que la primera objeción de tantas personas poderosas e inteligentes fuera a que Glazer dijera un hecho simple y reconocido globalmente: que Israel ocupa militarmente tierras donde actualmente viven o vivieron palestinos. Es irrefutable que las vidas palestinas están controladas por Israel y que están ocupadas. Yo habría esperado que las y los firmantes justificaran esa ocupación, no que afirmaran que no existe.

 

Igualmente llamativo es que tantas personas cosmopolitas y, en muchos casos, seculares, usaran justificaciones bíblicas para sostener la dominación judía sobre una tierra habitada por más de un pueblo. Sí, es cierto que ha habido judíos árabes que coexistieron con musulmanes árabes, cristianos árabes y drusos, a lo largo de distintos imperios e historias colectivas. Los judíos eran parte integrada del mundo árabe antes de la construcción contemporánea de la falsa dicotomía entre “judíos” y “árabes”.

El 40 a 50% de los judíos en Israel son de origen árabe, provenientes de países como Irak, Yemen, Egipto, Marruecos y Palestina. Por lo tanto, los judíos árabes estaban entre la diversidad de pueblos originarios de la región. Pero que más de mil personas con roles de peso en la producción corporativa de las artes y el entretenimiento en Estados Unidos piensen que los judíos son el único pueblo originario de esa zona, o que los judíos europeos son originarios de Medio Oriente, simplemente no tiene sentido.

La carta afirmaba además que esos mil judíos creen que la declaración de Glazer, cito, “da crédito al moderno libelo de sangre que alimenta un creciente odio antijudío en todo el mundo”.


El libelo de sangre es una acusación antisemita originada en la Edad Media, que falsamente culpaba a los judíos de usar vampíricamente la sangre de niños cristianos para hacer matzá de Pascua. Es bastante delirante que tantas personas estén dispuestas a firmar una carta que interpreta el llamado de Glazer a dejar de usar el Holocausto para justificar el asesinato de palestinos como equivalente a decir que los judíos matan niños cristianos para hacer matzá.


Los buenos, los malos judíos, un pueblo vulnerable y a menudo culpado injustamente, no mataban niños cristianos. Pero los mil firmantes traicionan una asociación inconsciente, porque hoy israelíes, con dinero estadounidense, están matando niños diariamente y en gran número.


Estoy en Los Ángeles, sentada frente a una vieja amiga. Es inteligente, amable, trabajadora, de un origen judío modesto. Ha ganado millones de dólares trabajando en la televisión corporativa. Está destrozada por la violencia de Israel en Gaza. Devastada. Mira alrededor para asegurarse de que nadie en el restaurante la escuche criticar a Israel. No va a firmar nada. No va a decir nada en público. Podría perjudicarla profesionalmente.

Y esta es una reacción común que escucho de muchas personas a quienes considero amigas. Tienen miedo de decir lo que creen que es verdad por culpa de los mil que firmaron y otros mil que no firmaron, pero que piensan igual.

Mi sensación es que sí, algunas puertas se van a cerrar. Pero esas personas no controlan todo. Otras puertas se abrirán. De algún modo extraño, mis amigas y amigos silenciosos creen el mito de que los judíos sionistas controlan toda la industria del entretenimiento. Yo, en cambio, no creo eso.

Seamos claros: si mis amigas y amigos tuvieran razón, ustedes no estarían leyendo este libro ahora mismo y no habría sido publicado por Penguin Random House.

Recién el 5 de abril se logra reunir 500 firmas en un nuevo documento, cuidadosamente titulado “Creativos judíos en apoyo al discurso de Jonathan Glazer en los Oscars”.

Allí se afirma: “Honramos el Holocausto diciendo nunca más, para nadie. Deberíamos poder nombrar el apartheid y la ocupación de Israel sin ser acusados de reescribir la historia.”

Y entre los firmantes figuran Deborah Winger, Todd Haynes, Chloe Fineman, Elliot Gould, Joaquin Phoenix, Mike Leigh, Wallace Shawn, Emma Seligman, Nan Goldin, Nicole Eisenman, Miranda July, Naomi Klein, Jonathan Lethem, Jacqueline Rose, Amy Silliman y yo.


M. Ch.: Gracias por invitarme y por organizar este evento, y muchas gracias, Sarah, por escribir este libro. Me honra profundamente ser tu interlocutora esta noche. Hay tantas cosas que amé de tu libro. Es oportuno, es urgente y, lo más importante, es un libro escrito para todas y todos.

 

Leí tu libro y me acerco a tu obra como una lesbiana marrón, feminista, de ascendencia pakistaní y musulmana, que escribe sobre los residuos psíquicos de la violencia y lo que significa para las mujeres de color desarrollar modalidades de cuidado y solidaridad en medio de un mundo entero que se sostiene en estructuras de decadencia y muerte.

Y al escucharte leer, especialmente este pasaje, pienso en cómo estamos ahora en el día 600 de este genocidio en curso y sabemos —si de verdad pensamos en las condiciones materiales en las que estamos hoy— que los palestinos se están quedando sin tierra para enterrar a sus muertos. Somos testigos todos los días de cómo los niños palestinos son desmembrados, algo de lo que vos misma hablás en tu libro, desmembrados hasta ser solo carne.


Pienso en un video que se mostró donde un padre sostenía dos bolsas de basura en sus manos, gritando que en esas bolsas estaban sus hijos, básicamente miembros amputados.

Somos testigos del hambre sistemática que se está imponiendo en Gaza, lo que podríamos llamar hambruna diseñada. Somos testigos de la burla de esa violencia que podemos ver en nuestras propias pantallas, transmitida por soldados israelíes. Una violencia que ocurre, pero que también es ridiculizada todos los días por esos soldados.

Leemos sobre soldados israelíes pro-violadores, lo que tiene efectos geopolíticos más amplios, que cruzan fronteras. Por ejemplo, en Alemania, a los refugiados musulmanes se los nombra con la misma palabra que se usó para criminalizarlos como violadores.


Mi querida amiga en Palestina, la reconocida académica Nadera Shalhoub-Kevorkian, que fue exiliada de la Universidad Hebrea y que es profesora de derecho, por hablar contra el genocidio el abril pasado, me escribió sobre una mujer que llevó un embarazo a término, solo para dar a luz a una beba nacida con el cráneo vacío, sin cerebro. Y los médicos están pronosticando que casi 200.000 bebés nacerán con trastornos genéticos.

Estas son las condiciones en las que el pueblo palestino sigue viviendo, actuando, organizándose y abriendo espacios de esperanza, amor y poder comunitario.

 

Mientras tanto, en Estados Unidos, todos los días vemos cómo las personas de color están en riesgo de vigilancia, arresto, deportación, agresión y desaparición.

Así que estamos en un momento, Sarah, en el que tenemos que movernos muy rápido del shock al análisis, y del análisis a la acción.

Y mientras leía tu libro, vos contás que llegaste a la solidaridad con Palestina en 2007, y que fue un momento transformador para vos. Creo que sería muy importante para el público aquí presente, y para tus lectores, que hables de ese camino íntimo hacia la solidaridad palestina, en su entrecruce con tus otras identificaciones: como lesbiana, como judía, como secular, como feminista, y como escritora antirracista de justicia social.

 

S. Sch.: Bueno, te voy a contar la historia.

Yo nací en 1958, trece años después del final del Holocausto, que no es tanto tiempo. Vengo de una familia marcada por el Holocausto. Crecí con ciertas ideas sobre la victimización judía. En 1945, los judíos estábamos entre los pueblos más oprimidos del mundo. Y tres años después, teníamos un Estado nación donde dominábamos sobre otro pueblo. Es una transición muy rápida.

Mis padres, creo yo, pensaban que la guerra árabe-israelí era una extensión de la opresión europea contra los judíos.

Así que esperé mucho tiempo antes de intentar confrontar realmente la realidad de Israel y Palestina. Me da vergüenza y me apena que me haya tomado tanto.

Lo que pasó fue que yo había escrito un libro sobre homofobia en la familia, y en 2009 —creo que fue ese año— me invitaron a dar una charla sobre ese tema en la Universidad de Tel Aviv. Yo venía de una familia judía muy homofóbica, y quería hablar de eso. Pero una colega mía, una mujer judía turca, me dijo: “No podés ir, hay un boicot.”

Yo le dije: “¿Qué boicot?”

Resulta que en 2005 la sociedad civil palestina había llamado a un boicot internacional, y en 2009 esa noticia todavía no me había llegado. Mi colega me dijo: “Bueno, deberías informarte.”

Entonces le mandé un mail a Judith Butler, nada menos, que me respondió en tres horas: “Leé esto, leé esto, leé esto, leé esto.” Leí todo y entendí que no podía ir. Había un boicot.

Así que escribí una carta pública explicando que no podía asistir porque los palestinos estaban pidiendo —y aún hoy piden— a las y los internacionales que boicoteemos las instituciones patrocinadas por el Estado de Israel, incluidas las universidades.

Entonces recibí un mail de alguien llamado Omar Barghouti, en Ramala, Cisjordania, uno de los líderes del movimiento BDS. Él había sido estudiante de posgrado en Columbia durante el movimiento anti-apartheid, y basó el movimiento BDS en ese modelo exitoso, el que logró que Columbia desinvirtiera en Sudáfrica.

Y me escribió: “Profesora Schulman, gracias por asumir esta postura de principios.”

Y yo pensé: “Uh-oh, no sé qué pensará él de la gente queer.” Porque me acordaba de la izquierda estadounidense en relación con Cuba: mucha gente había apoyado a Cuba sin saber lo oprimidas que estaban las personas gay allí. Así que estaba un poco preocupada, porque estaba entrando en un terreno que no entendía ni conocía.

A través de distintas personas me contactaron con dos organizaciones queer palestinas: Al-Qaws, que incluía varones, mujeres y personas trans en Cisjordania, y Aswat, que eran mujeres queer con base en Israel.

Ellas me dijeron: “Venite por tu cuenta, hablá en espacios anti-ocupación, y después venite a Cisjordania a conocernos a nosotras, a Omar, y a toda esta gente.”

Entonces fui a Israel. Di una charla en un café vegano anarquista. Un grupo de anarquistas me llevó a un pueblo llamado Bil’in. Era la época en que estaban construyendo el muro de separación. Y la gente del pueblo hacía una manifestación todos los viernes contra el muro.

Fui a la manifestación, estábamos marchando, y de pronto llegaron los soldados israelíes. Los miré, y yo me veía exactamente como ellos. Porque si mis abuelos no hubieran conseguido una visa, yo habría sido uno de ellos, ¿no?

Y los estaba mirando cuando de repente empezaron a tirarnos gases lacrimógenos. No estábamos haciendo nada. Y los palestinos sacaron cebollas cortadas de sus bolsillos y se las pusieron sobre la nariz para defenderse del gas.

Y de golpe tuve un momento como en El exorcista, cuando la cabeza gira de golpe: mi sensación de quién era “nosotros” cambió por completo. Yo ya no era “nosotros” con esos soldados, me volví “nosotros” con las y los manifestantes.

En Ramala me reuní con Omar, con la gente queer. Y cometí mi primer error. Y una de las cosas que digo en mi libro es que la solidaridad es cometer errores todo el tiempo. Mi primer error fue decirle a Omar: “¿Qué puedo hacer?”  Yo quería que me lo dijera.

Y él me respondió: “Sos creativa, ya vas a pensar en algo.”

La gente queer me dijo: “Traenos a Estados Unidos, porque el movimiento gay estadounidense necesita conocernos.”

 

Así que pasé un año juntando plata. Recaudé 40.000 dólares, incluso de George Soros. Y llevé a tres líderes del movimiento queer palestino. Organicé una gira por siete ciudades de EE. UU. Se reunieron, por ejemplo, con la comunidad gay negra de Chicago, con la comunidad gay árabe de la Bahía, con universidades públicas y privadas, y un montón de espacios.

Era la época en que Facebook recién empezaba a explotar. La gente posteaba sobre ellxs, y crecía, crecía, crecía. Y tuvimos públicos enormes.

Y fue increíble cuánta gente lxs conoció, escuchó sobre ellxs, leyó sobre ellxs. Y después nos contactó Rashid Khalidi en el entonces Programa de Estudios Palestinos de Columbia University —que ahora ya fue desmantelado—. Nos reunimos con él, y me contó que muchos palestinos heterosexuales le preguntaban: “¿Quiénes son estas personas?” Porque se estaban enterando de su existencia a través de las redes sociales.

En esa reunión me dijo: “Bueno, deberías organizar una delegación LGBT a Palestina.” Y yo pensé: “OK.”  Y eso fue lo siguiente que hice: la primera delegación LGBT a Palestina, etcétera. Y desde entonces se volvió un modo de vida. Esa es, básicamente, la historia.


M. Ch.: Es maravilloso, sí. Eso fue en 2013, si no me equivoco, también con la conferencia en CUNY, ¿no?


S. Sch.: Sí. Hicimos una conferencia en CUNY sobre homonacionalismo y pinkwashing.


M. Ch.: Quería retomar a partir de ahí. Vos mencionás ese momento tan interesante en el que pasás de pensar en la díada nosotros/ellos. Y si podés hablar un poco de eso, viniendo además de una familia judía homofóbica, que al mismo tiempo —como contás en el libro— estaba profundamente enraizada en luchas antirracistas.


S. Sch.: Ah, mi madre. Mi madre era levemente “rosa”.


M. Ch.: Y creciste yendo a protestas, ¿verdad?


S. Sch.: Sí.


M. Ch.: Pero al mismo tiempo había una homofobia muy fuerte en tu familia. Me interesa que hables de esa tensión entre lealtad y solidaridad, porque creo que este es un matiz que mucha gente no distingue cuando pensamos en solidaridad. ¿Es lo mismo la solidaridad que la lealtad? Y en realidad no.


S. Sch.: Bueno, quizás debería empezar por decir qué es la solidaridad y después ir a eso.

El objetivo de este libro es hacer que la solidaridad sea más practicable. Y mi idea es que la manera de lograrlo es quitándole toda ilusión de heroísmo, perfeccionismo o motivación pura. Porque, en primer lugar, esas cosas son imposibles, no existen, y en realidad son obstáculos para avanzar.

La solidaridad, en verdad, es un proceso de cometer errores constantemente y de tener que reconceptualizarte todo el tiempo. Y por eso un entorno de microcrítica no facilita la solidaridad.

 ¿Dónde aprendí esto? En ACT UP. ACT UP es la AIDS Coalition to Unleash Power, la rama de acción directa del movimiento activista del sida. Escribí un libro de 600 páginas sobre eso, si tienen curiosidad. Pero ACT UP fue uno de los movimientos sociales más exitosos de nuestro tiempo.

Y una de las razones es que no tenían un modelo basado en el consenso. Se permitía el desacuerdo. Tenían una sola línea de unidad: acción directa para terminar con la crisis del sida. Si tu idea iba en esa línea, básicamente podías hacerla.

Entonces, supongamos que Doug tenía una idea y a mí me parecía terrible. Yo le gritaba, porque bueno, Nueva York, ¿no? Pero al final, no intentaba impedir que la llevara a cabo. Simplemente no lo hacía, si me parecía mala idea. En cambio, juntaba a mis cinco personas y hacíamos mi idea.

Y esa democracia radical —radical en el sentido de aceptar la diferencia como base— permitió una simultaneidad de respuestas: tanta gente haciendo distintos tipos de acciones al mismo tiempo, siguiendo estrategias diferentes, y todo eso.

Y eso es lo que creó el cambio de paradigma. Porque los movimientos que intentan que todos tengan un único análisis o una única estrategia, han fracasado. Sin excepción. Porque la gente es diferente.

Y sé que es algo difícil de aceptar. Yo misma llevo 40 años de terapia tratando de aceptar que la gente es diferente. Pero es así. La gente solo puede estar donde está. Y el verdadero liderazgo se trata de ayudar a que la gente sea eficaz allí donde se encuentra.

Por eso la política de la pureza es el mayor obstáculo para la solidaridad. Y en el momento en el que estamos ahora, donde cada comunidad está bajo ataque, ¿cómo se supone que vamos a trabajar juntxs si exigimos que lxs demás sean exactamente como nosotrxs?

 

Si nos vamos a quedar en la microcrítica, dependiendo de la pureza… Porque si sos de El Salvador, no querés que te secuestren. Y si sos profesor de Harvard, no querés que arresten a tus estudiantes. Quizás haya un pequeño punto de superposición entre esos dos grupos, pero no mucho. Experiencialmente no tienen tanto en común. Pero comparten las mismas fuerzas que lxs oprimen.

Así que tenemos que entrar en esta lógica: equivocarse está bien, cambiar está bien, decir algo que a otrx no le gusta está bien, porque es la única manera de avanzar.

Y el otro lado de eso —perdón, sé que me estoy yendo un poco— es que la solidaridad tiene un costo. Podés perder acceso, podés perder estatus, podés perder relaciones. Incluso podés perder tu trabajo. Cada vez más gente está perdiendo su trabajo por lo que postean en redes sociales.

¿Se acuerdan cuando la gente se quejaba de que las redes eran performativas? Ahora podés perder el trabajo y ser arrestado por lo que decís en redes.

Pero si no hacemos nada, todas esas cosas van a pasar igual.


M. Ch.: Sabemos que esto ya pasó. Podemos usar el ejemplo de Steven Salaita, que perdió su trabajo en 2013 o 2014. Ya había un antecedente. Hoy está amplificado, los riesgos son mayores. En ese momento pareció un caso aislado. Él era palestino, era un académico indígena, y se sintió como esa combinación “mágica”. Pero era ciudadano estadounidense, así que parecía que no podía suceder… y sin embargo sucedió. Ya existe una genealogía de precariedad para lxs académicxs palestinxs.


S. Sch.: Eso es cierto. Y, al mismo tiempo, también existe una historia del movimiento de solidaridad con Palestina, con organizaciones como Students for Justice in Palestine o Jewish Voice for Peace. Esos grupos tienen 30 años. Durante tres décadas, la gente viene construyendo organizaciones, escribiendo libros, elaborando estrategias, boicot, desinversión y sanciones, creando conceptos como el pinkwashing. Han construido la infraestructura de un movimiento, de manera que cuando hoy lxs estudiantes —que para mí son el sector más ético y moral de nuestra cultura— salen a hablar contra el financiamiento de EE. UU. a Israel y contra las masacres en Gaza, tienen un movimiento ya construido.

Aunque estemos en medio de un cataclismo fascista que no podemos arreglar “así nomás” —porque pensar que podés entrar y resolver algo de golpe es una fantasía de supremacía—, lo que sí sabemos por la historia es que podemos seguir construyendo infraestructura de movimientos políticos, de relaciones, de entramados comunitarios. Eso es lo único que podemos hacer.


M. Ch.: Y pensaba en ese sentido, respecto al título de tu libro, en esa doble vía: la fantasía y la necesidad. Quisiera que nos detengamos un poco en la fantasía, porque sabemos que la fantasía es en realidad un aspecto muy importante de la solidaridad.

La fantasía ha sostenido muchos movimientos de justicia social: en los 60, el movimiento de las Panteras Negras, o en el sur de Asia, la lucha India-Pakistán contra el colonialismo británico. Esa fantasía del nosotrxs, ¿quiénes somos “nosotrxs”?, que une al colonizado contra el colonizador. Es una parte fundamental de cómo se mantienen unidos los movimientos de justicia social. Pero también tiene límites.

Y algo que me resultó muy interesante de tu libro es que vos describís distintos aspectos —yo los llamo distorsiones psíquicas o elementos fantásticos de la solidaridad. Te menciono algunos que pude identificar:

· “Lxs afligidxs nos van a amar.”

· “Los esfuerzos de solidaridad no son laboriosos, o al menos no demasiado laboriosos.”

· “No renunciamos a nada, nada se pierde.”

· “La solidaridad es limpia, no pegajosa.”

· “Las condiciones materiales de desigualdad son manejables.”

Lo que veo es que estas distorsiones psíquicas nos exigen creer en una cierta inocencia de ese nosotrxs.

 

Entonces, Sarah, me gustaría que hables de cómo llegaste a reconocer estas fantasías en tu trabajo militante: su utilidad, sus límites, cómo lograste liberarte o negociar con ellas a lo largo de los años mientras asumías riesgos, y qué significa todo esto hoy para vos como escritora, como docente, en particular dentro y fuera de una universidad que se está derrumbando —o, al menos, mostrándose como la farsa que siempre fue—, especialmente para quienes estamos en la universidad.


S. Sch.: Estás planteando tantas cosas… Déjame empezar por la dicotomía fantasía-necesidad.

A lo largo del libro doy ejemplos de personas raras, iconoclastas, y de movimientos políticos fascinantes pero completamente sub-historizados, que intentaron enfoques muy creativos. Porque me parece interesante ver qué cosas hicieron las personas que lograron mover aunque sea un poco las cosas.

Un ejemplo: en España, Franco fue el dictador fascista. Cuando murió, a fines de los 70, el aborto era ilegal en España. Y también era ilegal que las mujeres españolas salieran del país para abortar, algo parecido a lo que varios estados de EE. UU. están intentando imponer hoy.

En cambio, en Francia se estaba viviendo el gran festival feminista, con muchísima efervescencia. Entonces, unas mujeres del sur de Francia decidieron ayudar a las mujeres españolas a cruzar la frontera para abortar. A cada una le daban una tarea que cumplir al volver: responder un llamado de alguien interesada en viajar, llevar una caja de diafragmas, lo que fuera. Y nadie lo hacía.

Finalmente, las francesas se dieron cuenta de que esas mujeres españolas habían vivido toda su vida bajo el fascismo. Estaban completamente aculturadas a esa mentalidad.

Entonces tuvieron que preguntarse: ¿fue un fracaso este proyecto? Y decidieron que no. Porque esas mujeres sí pudieron abortar, que era la necesidad. Y la fantasía había sido creer que eso las haría ser “como nosotras”.

Ese fue el modelo para mí de esta dicotomía.

Y como te conté, cuando le pregunté a Omar qué debía hacer, ese fue un error que repetí muchas veces. Una vez le dije a Haneen Maikey, directora de Al-Qaws, el grupo queer palestino: “¿Qué querés que haga? ¿Qué debería hacer?”  Y ella me dijo: “No puedo pensar tu estrategia por vos.”

Esa idea de no asumir la responsabilidad de pensar un camino hacia adelante es algo con lo que siempre luché. Y sigo equivocándome todos los días. No voy a enumerar todos los errores que cometí hoy mismo, pero es así.

Porque se trata de una relación de desigualdad. Antes, la idea clásica de solidaridad era horizontal: tenías a lxs trabajadorxs en la fábrica, tenías al patrón, y lxs trabajadorxs se unían y podían conquistar mejores condiciones laborales.

Pero hoy el patrón es un conglomerado global. Y a veces la solidaridad horizontal no alcanza. Tenés que involucrar a otros grupos, como lxs espectadorxs, la gente que sabe que hay una injusticia


S. Sch.: …Pero ellxs no están implicadxs. O lxs perpetradores conflictuadxs, como yo misma y la gente de Jewish Voice for Peace. Todas estas matanzas se hacen en nuestro nombre y tenemos la obligación ética y moral de oponernos. Pero eso crea relaciones de desigualdad, y aprender a manejarlas es una experiencia vital en permanente evolución.


M. Ch.: Sí, valoro mucho este énfasis en la solidaridad en plural, pasar de lo singular a las solidaridades, en plural. Y lo que vos decís en tu libro de liberar a la solidaridad de su grandeza o de su carácter “santo” —cito tus palabras—, y abrirla en cambio como una ofrenda, como un habitus cotidiano. Eso me pareció muy valioso.

Y creo que hacés algo en tu libro: ofrecés momentos en los que, ya sea con amigxs o colegas que pensabas que estaban en solidaridad con vos, en medio de la práctica, te abandonaron.


S. Sch.: Bueno, porque también hubo veces en las que yo necesité solidaridad. Vengo de una familia totalmente homofóbica. He hecho trabajo abiertamente lesbiano en industrias culturales muy hostiles durante toda mi vida. Y pedí solidaridad repetidas veces. Así que tengo cierta experiencia de esa dinámica.


Joan Hernández Pijuan - 1993 - Lithografía - 76 × 56 cm
Joan Hernández Pijuan - 1993 - Lithografía - 76 × 56 cm

Comentarios


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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