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A propósito de “Personas trabajando” de Rosa Nolly / Tomi Baquero Cano

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 24 minutos
  • 6 Min. de lectura

Personas trabajando” es una obra mutante, una performance donde el saxofón barítono se convierte en una escultura electrónica de luces y sonidos entrelazados, invitándonos a transitar hacia lo más profundo de nuestra escucha.



Se enciende una linterna de cabeza en medio del cuarto oscuro y un cuerpo atraviesa la habitación hasta llegar al puesto de comando. Ahora es roja, pero más tarde será también blanca. Mientras la luz recorre el espacio, a veces lento y a veces rápido, vemos un saxo barítono en un soporte que lo mantiene en diagonal a cierta distancia del piso. Una mesa, una computadora, un amplificador, cables, perillas.


Empiezan a sonar pequeñísimos tambores, como si una población de seres diminutos hubiera empezado a lanzar sus ritmos. La distribución en el tiempo es irregular y nos es tan extraña como esos posibles seres imaginarios: si acaso están queriendo decir algo, no tenemos idea qué. Dentro del saxo hay un micrófono y el pequeñísimo golpe de las llaves cerrándose, amplificado, hace ese pequeño tamborileo. El aire soplado llegará recién después y no directamente, sino a través de un tubo de plástico retorcido que mantiene la boca más lejos del instrumento de lo que se esperaría. Como si a los tambores se sumara la invención de las flautas.


A la extrañeza de lo que escuchamos se suma la extrañeza de lo que vemos. Se apaga la linterna y descubrimos que el saxo tiene pequeñas lucecitas instaladas que se encienden y se apagan junto con los golpes. Perdemos de vista la totalidad del instrumento y solamente lo vemos por porciones. No es un recorrido por su cuerpo, son golpes de visión, fotografías que aparecen y desaparecen dando saltos: una parte de esos extraños caños de bronce retorcidos brilla y muestra una pequeña cueva, después otra. Más que un saxo parece un laberinto de tuberías que podría tener cualquier dimensión. ¿Era una advertencia? Quizás es mejor no tener tanta certeza de qué es eso que estamos escuchando. Dependiendo de qué se haga con él, un saxo puede ser una población de tambores y flautistas marchando por un extensísimo laberinto de caños. El clima crece, se disparan sonidos procesados digitalmente. Dan la impresión de ser chirridos, algo metálico, como una pequeña sierra automática. La atmósfera acaba de estar compuesta por muchos elementos: tambores, soplidos suspendidos, sonidos metálicos procesados, luces en distintas direcciones.


Como si el propio intérprete se sorprendiera de lo que pasa, suelta el instrumento y le da un rodeo. No está encapuchado, pero podría estarlo: completamente de negro es simplemente una silueta, ningún indicio nos dice nada de quién o qué es. Da la vuelta mostrándonos su espalda y se pone entre el saxo y el público. Agachadx, empieza a inspeccionarlo. Parece unx arqueólogx descubriendo algo que encontró sepultado. Sigue tocando, pero ahora desde esta posición algo incómoda. Segunda sensación de advertencia: quizás ni siquiera quien lo ejecuta sabe exactamente lo que estamos escuchando, lo que podríamos escuchar en eso, no creamos que entendemos.


* * *


Cuando hablé con Rosa Nolly después del concierto, dos cosas me sorprendieron mucho. Le dije que me había interesado el recorrido de la linterna de la cabeza. Resulta que a veces miraba una parte del instrumento, a veces otra y, en algunos casos, algo que me parecía fascinante: miraba por un instante al techo. Como espectadora, me hacía mirar también hacia ahí, como si lo sonoro se acompañara con un recorrido visual. Me llamaba la atención porque, de otro modo, me hubiera quedado fijada al saxo: “no centren toda su atención acá”, “otras cosas están pasando”, “hay todo un espacio, un recorrido”. Lo más gracioso fue su respuesta: ella miraba a veces al techo porque en el piso de arriba cada tanto se escuchaban algunos golpes que la distraían, no era ningún tipo de mensaje encriptado. Tan obediente, yo dirigía la atención a donde me decían y creía estar siguiendo la propuesta que se me hacía. Es decir, creía estar escuchando. En realidad, si ella fuera capaz de ver en la oscuridad tal vez en primer lugar la linterna nunca hubiera estado.


La segunda cuestión que me sorprendió fue un dato sobre cómo habían fabricado lo que escuchamos: esos sonidos metálicos –que yo creía que eran pequeñas sierras o algo parecido– eran, en verdad, voces. Y no unas voces cualesquiera, era el sonido de las palabras que se habían pronunciado durante la transmisión de CONICET en su exploración del fondo marino. Tal vez por tener a las palabras como la llave de acceso para todas las cosas, siento que una especie de plot twist resignifica todo lo que había pasado. Esos sonidos que crecían y se apagaban, que circulaban por la tubería del saxo, que se disparaban con luces que saltaban de acá para allá, eran voces diciendo cosas. Veinticinco personas son capaces de pasar media hora sentadas escuchando un grupo de voces no solamente sin atender a lo que se dice, sin prestar atención, sino incluso sin ser capaces de reconocer la voz humana cuando llega.


Haber atravesado esa experiencia, con este nuevo dato, hace que se me disparen toda una serie de preguntas. Está bien, en absoluto era posible reconocer esos sonidos, estaban totalmente transformados, pero ¿hace eso que dejen de ser voces humanas? Sin volver esto una cuestión abstracta, creo que es importante escuchar lo que dice la intérprete: en todo momento las entiende como voces, las escucha como voces, trabaja con ella sabiendo que son voces y porque son voces. Después del procesamiento digital del sonido no somos capaces de reconocerlas como tales. Pero, aun así, por ejemplo, la intérprete nos dice que no tendría sentido para ella hacer eso mismo partiendo de la grabación de una voz que habla un idioma que no comprende. Es decir, eso que hizo –el procesamiento, los sonidos que se disparan, el trabajo con el saxo, el movimiento de las perillas, la escucha de lo que aconteció en ese pequeño salón donde el concierto tuvo lugar– no tendría sentido sin lo que dicen esas voces. O, al menos, habría sido otra cosa si las palabras fueran distintas.


Quizás de lo que estamos hablando, entonces, es de la pregunta por la escucha en la vida en común. Es decir, de política. Varias veces me crucé a Rosa Nolly en distintas marchas en una situación bastante particular: micrófono en mano, auriculares de estudio puestos, cables que se iban hacia algún aparato en la mochila. Sonríe, saluda con la mano sin hacer ningún ruido para no interferir con el proyecto y, como una especie de antena humana, recorre la multitud en busca de pequeñas voces, de sonidos que digan algo de lo que pasa. Un hilo rojo conecta ese recorrido por las calles en silencio, escuchando, con las voces irreconocibles de organismos científicos desfinanciados en nuestro país que nos llegan en su performance. ¿Podría decirse que es una especie de periodismo?


¿No somos nosotres muchas veces quienes somos incapaces de escuchar eso que está pasando? Distrayéndome con las luces que iban al techo, queriendo escuchar lo que creía que había que escuchar, pasé de largo frente a un murmullo de voces. Pero no por eso esas voces estaban menos presentes, no por eso esas voces dejaban de ser lo que estructuraba la realidad de esa situación sonora en la que estábamos. ¿No sucede todo el tiempo que nos llegan voces transformadas en otro tipo de relaciones de fuerza? La voz de un reclamo de justicia, ¿no se traduce en otras palabras contagiando el impulso, cambiando de forma, pero conservando la electricidad, la fuerza de algo que fue dicho y produce resonancias?, ¿no abandona también su forma sonora y continua como impulsos a través de los cuerpos, como fuerza que sostiene piernas que temblaban?, ¿no se traducen las voces en afectos, a veces protegiendo algún corazón que se hubiera desarmado de angustia?


¿Cómo es que a veces llegamos a recibir como ruido eso que son voces con cosas para decirnos? Como en un cuadro de Magritte, a pesar de que no seamos capaces de comprender nada, al menos un título señala una dirección: Personas trabajando. ¿Las voces?, ¿quien construyó todo un dispositivo para anoticiarnos de que hace rato que perdimos la capacidad de escuchar?, ¿el auditorio de quienes, desconcertades por eso que pasa, tenemos que elegir entre desafectarnos o esforzarnos por sumergirnos en eso que pasa?


En medio de la simultánea sobreinformación y desafectación, del auge de la crueldad cotidiana, del asesinato de Brenda, Morena y Lara, del genocidio del pueblo palestino, sin decir explícitamente nada, Rosa Nolly nos hace preguntarnos acerca de qué somos capaces de escuchar. Me pregunto qué hubiera sentido estando allí si la performance se llamaba “Experimento sobre la indolencia”.


sin título (2025) Tomi Baquero Cano.
sin título (2025) Tomi Baquero Cano.

Comentarios


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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