top of page
  • Foto del escritorRevista Adynata

La palabra mientras / Helga Fernández, Victoria Larrosa, Macarena Trigo

Actualizado: 4 oct 2022

Comienza otra semana. Me obligo a mirar la agenda para entender. Un mes desde mi último regreso. Ese puñado de días parece ser suficiente para ceder a la costumbre. Ya incorporamos el silencio que irrumpió como una novedad, las sesiones online, las nuevas claves y contraseñas, las rutinas mínimas. Ya localizamos el mejor horario para algunas cosas y comenzamos a aceptar que esto dure indefinidamente aunque no podamos imaginarlo ni entenderlo. Ya entendí que saber, esta vez, no aliviará gran cosa.


Cuánto puede prolongarse un MIENTRAS.


Siguen celebrándose cumpleaños y llegan nuevas criaturas a este mundo. Ante cada foto de madre con bebé en brazos me espeluzno. No puedo concebir esa instancia, esa situación ya de por sí insólita, salvaje, desmedida, en estas coordenadas. Qué será de esos bebés, en qué adultos singulares se convertirán viviendo sus primeros meses auspiciados por un miedo celular que desconoce su mañana. ¿Tienen tiempo esos bebés? ¿Lo tenemos nosotros?


Atiendo los mensajes más absurdos. Defendemos nuestro limitado quehacer con la torpeza que genera lo urgente. Lo urgente fue ayer y no estábamos preparados. No hubo silencio, ni tiempo para celebrar la pérdida de cuanto ya no está. O sí, sigue afuera pero inalcanzable. Inhabilitado. También los otros. Familiares, amigos, alumnos, amantes. Son, pero no están. Desconocemos cuándo o cómo volveremos a encontrarnos. Evitamos pensarlos porque si abrimos esa puerta no hay modo de salir.


Evitamos pensar, sentir, observar demasiado fijo cualquier cosa.


Seguimos.


Duermo de día, vivo de noche. Siempre fue así. Hoy más. Cuando baja el sol llega la alegría, me despabilo, salgo a la vida. Se acerca la media noche y sufro de lucidez. Me atenaza un horror que no pasa, se lleva adentro. Aguanto todo lo que un cuerpo puede, y con las últimas fuerzas que quedan me pongo a escribir, me arranco cachos adherido. Otras veces sale solo y se expande sin locación ni mesura. Sé que lo único que me va a dejar descansar es que esto se diga.


Animalitos domésticos. Enjaulados desde antes, desde siempre, desde que nació la humanidad. Bichos que a veces tiritan vida pero otras se apapachan en el miedo. Porque el miedo cobija, no te creas, eh, el miedo te depende de cualquier cosa, es capaz de atarte dulcemente a la mierda más grande. Y mientras permanecemos encerrados, cuidando y cuidándonos y bla bla bla, otros, los que se quieren comer el mundo a como dé lugar, siguen jugando a los poderosos. Quisiera tener la mitad de la decisión que los acompaña.


Quisiera escribir oraciones que acierten como aguijón de abeja reina, pero con esta saña de hojita en blanco no llego ni a la esquina. Quisiera escribir con la meticulosidad de un degollador serial. Quisiera cambiar esta nada que nos muere por una venganza que nos viva.


Cada tanto llega una lucidez y se instala. Si no la anoto, desaparecerá. Las uso, las dejo caer, las suelto en una charla, las mando al frente en un versito, en otro párrafo efímero que.


§ La gente con la que no te comunicaste en la pandemia, ya está muerta.


§ No solo no hay estructura, tampoco hay límite, cómo no enloquecer.


§ Hay que lograr que el remedio no sea peor que la enfermedad.


Rumio esa luz y espero una diferencia, una señal, un operativo. Fantaseo con salir de acá con algo nuevo entre ceja y ceja. Una decisión. Eso quiero. La decisión que implique un cambio, un hasta acá, un ya entendí. Usaré el resto de mis días de otro modo, este. Pero no. Por ahora nada. Por ahora repito que estoy bien.


Estoy bien. Me salvan la disciplina monacal y que no extraño a nadie, escribí ayer.


Mentí.


Extraño a los de siempre. No puedo culpar a la pandemia por todo.


Siempre echo de menos a quien nunca estuvo y lo que no fue. En la incógnita de esa ausencia descansa la posibilidad de un camino distinto. No necesariamente mejor. Otro.


Hace un mes aterrizaba en Madrid, bajaba del avión y tomaba un tren a Oviedo. Hace un mes cruzaba el mapa sin idea y con todo el deseo del que soy capaz encima. Hace un mes era la misma y otra. Caminaba sin saberlo hacia esta despedida.


Hoy el día se pasó volando y el canario que ahora soy llegó apenas a cumplir su rutina de jaulita disponible. Eso ya significa demasiado. Significa que aunque nada esté bien, todo es posible. Que la costumbre se hace sola, sin permiso. Significa que verdaderamente podemos cualquier cosa. Significa que la vida, caprichosa y testaruda, se prende a cualquier tierrita, también a la que un día nos va a sepultar.


Cada palabra se hace escuchar en su indómita materia. La palabra mientras es una ninja, quiere no matar y quiere no morir, corre antes de semejantes opciones. La criatura se muestra rehén indócil, más bien rehén loca. Hace movimientos incalculados y no entendemos si es o se hace. Mientras tanto suena de otra manera porque es otra cosa. Al fin no podemos esperar de ella ninguna calma. Mientras no quiere ser más ese pedacito de mundo donde la espera se siente a salvo hasta que todo pase.

Todo está pasando y eso no nos aloja en esperanza. Al fin utopía y distopía como formas huecas, funerarias, caen por su agobio. Mientras es entre que no espera que pase lo peor. Mientras es tiempo espeso de mutación de eso que llamamos Mundo. El naufragio nos agarró en casa a quienes tenemos una y a la intemperie a los que llamamos encima Refugiados. Mientras no quiere ser una manera de ser símil. Símil clases, símil sesiones, símil cuero. Mientras loca se ríe del símil, está loca de simulacros, las copias tan denigradas del platonismo invaden en pedacitos esquirlas de lo que ya no y aún tampoco.


No entiendo de qué hablan mis colegas ni lo que escriben ni lo que repiten. Ya me pasaba antes. No puedo culpar de todo a la pandemia.


Mi hijo me pregunta si los dientes también se los tiene que lavar con agua y jabón cantando el feliz cumpleaños a Alberto.


Mientras ¿puede ser una afección, nueva y atávica?


Los sentimientos hacen las coreos de los 80, mientras juega a la nostalgia con la caja de fotos, aquella vez que la felicidad se envalentonó, los gestos que sabemos que nos filian querramos o no.


Nos encantaba pensar que la libertad era decidir.


Nos encantó desencantar al pulso de su disparate.


Hoy quiero una causa. Una. Una mínima para atar la nave loca que me nombra en un Mi VIda. No hay en casa, no tengo, ya ordené los cajones y traté de armar una casa porque con el mundo apestado en la cocina, en los cuartos, en la repisita, la casa se fue.


A la vez mientras conserva su matiz de simultaneidad. Pobre, creo que nos quiere hacer una gauchada. ¿O nos pone de nuevo en tantas a la vez porque el sistema se cayó pero habla desde el piso? ¿O pobres nosotros?


Mientras tanto me ahoga el igual y me tira una mini jangada lo sin precedentes. No es de cero, jamás. Es de nuevo.


Mezclamos cualquiera con cualquiera y de tanto lo llamamos coherencia o relación o buen gusto o persona.


Rendirse no es darse por perdido, que no estaría mal. Es bancar la inmensa responsabilidad de garpar el vidrio de los pelotazos que no dimos, salir de la moralidad de la guerrita, de las ideas férreas. ¡Por favor! ¿Qué sabemos del MUNDO? Sabemos que estamos adentro y que el afuera teje en casa un crochet ya no a partir de un vacío central sino con pedacitos de amores, pedacitos de dolor, pedacitos de inaudibles, un poco de vino, los hijos que no queremos ser, los que nos nombran en un sinfín de disparate, los amigos que están tan cerca que da terror verles la angustia resolver a como venga, los amores que pelan versiones acústicas y eso suena más mientras que nada.


La causa no la encontré, ya dije, ahora replicas de efectos de efectos de efectos y hay que ser muy boludos para seguir hablando de Textos/contextos, Formas/contenidos. Perdón, ¿dónde se consiguieron esas percepciones? Origami, pliegues y el papel hecho un bollo. Mismo calcio en el fémur que te quebraste y en polvo de estrellas. ¿Nos autopercibimos qué?


Por favor, lo único que le pido al bicho es que no nos lleve de vuelta a ANTES.


Qué inventar para que el mientras nos mientra.


Leo y escribo y escucho como si de estos verbos dependiera el futuro de la humanidad.


Si alguien me hubiera elegido un castigo sería éste. No quiere ser indolente y pensar en mí y escribir de mí y llorar de mí pero también soy un mi, chiquito, gastado. Lo que queda de mí sigue llorando o más bien aullando porque esto no se parece a llorar se parece a aullar mudo aullar sordo aullar a tientas aullar a tontas y a locas.


Aullar porque no hay siquiera una palabra una mísera sílaba un puto fonema que dé sentido a la pesadilla colectiva. Debería inventarse el término pesadilla colectiva porque esto no cabe en delirio colectivo ni en alucinación colectiva. Esto no cabe en nada.


No sé, no sé estar mucho en un lugar. Me gusta la calle, los paisajes que pasan y no se detienen.

Lo cotidiano es un sueño letárgico del que no me puedo despertar, me digo despertaté y está pero no, no hay forma. A veces escucho ruidos que vienen de afuera, pienso que son tiros de 22, pin, pin, pin, imagino que por fin uno se animó a salir y que en cuestión de segundos saldrán los otros desde sus balcones a terminar con esta historia. No es una escena de miedo. Es una escena de salvación.


Esto se está pareciendo cada vez más a una parodia de escena. Un telón rasgado. El público lejos. La tramoya averiada y los actores y actrices manchados de rimel, sobreactuando con la desesperación de la ausencia.


Llamémonos a la dignidad: escribamos cartas.


Tanto desparpajo tanto clon, tanto in vitro, tan todo supersónico para que un bichito nos tenga al tiro. Ni alienígenas ni tercera guerra mundial ni meteorito ni terremotos ni tsunamis, implosión por detentar opulencia. Porque el bicho existe y mata pero nos creíamos infalibles de otra muerte que la natural.


Intento dormir. Cierro los ojos. Me siento en la casa en la que viví hasta los 13 años. El miedo me lleva ahí o a lo mejor nunca salí.


Palabras puerta del tiempo.


Pandemia, amenaza.


Amenaza, peligro.


Peligro, miedo.


Miedo, bomba.


Bomba, abajo de la cama.


Abajo de la cama, terror.


Terror, objeto no localizado.


Objeto no localizado, necesidad de precisión.


Era una casa de barrio, larga y finita, tipo chorizo. Un chorizo que atravesaba la manzana.

El jardín, el punto débil de la seguridad, estaba separado del vivero del barrio por una medianera. Los canteros, demarcados con palitos pintados de rojo y blanco, guardaban una distancia exacta entre sí. Sólo estaba permitido caminar por los pasillos, no se podía pisar por nada del mundo el pasto. Justo en el centro, se erguía un farol. Su luz nunca alcanzó a iluminar la oscuridad de algunas noches.


Mi lugar favorito era el cuartito al que iban a parar la ropa vieja y los libros que traían los muchachos de la custodia. Él decía que había que leerlos para conocer la ideología de los otros y también los argumentos con los que convencían a los pibes.


El perímetro de la casa estaba rodeado con una alarma. Minutos después de que se activaba retumbaban las corridas justo arriba de mi cabeza. El techo de mi habitación era el piso de la terraza en la que de día buscaba pasos para mi canción favorita de la negra Coco de Fama pero a la noche se convertía en una torre de tiro y vigilancia.


Pegado al living, abajo de una escalera, estaba La Baticueva, ahí paraban los que cuidaban la casa y de nosotros cuando salíamos a la calle.


En la pared más grande del comedor colgaba el retrato de un hombre de bigotes finos, ceño fruncido, venas marcadas en la sien, nariz aguileña y una ceja más alta que la otra. Te sentaras donde te sentaras, no te sacaba los ojos de encima. Lo peor no era su foto. Cuando estaba en la casa no se podía hacer ruido, un paso en falso podía ser la excusa que desatara su furia.


En otra pared colgaba un escudo atravesado por dos espadas, una vez escuché que había sido de una de las familias de las casas reventadas. Él, cuando alguien preguntaba de dónde había salido, respondía que era una heráldica de familia. Cada vez que lo veía no podía dejar de pensar: ¿De quién habrá sido?


En la pared izquierda, adentro de una vitrina rectangular de madera y vidrio, se exhibía una bazuca. Era un regalo de un General para Él, el hombre del retrato, mi abuelo.


Él nos entrenaba.


Tenés que cerrar un ojo y dejar el otro abierto, enmarcar en el centro de la V el blanco, respirar hondo, contener el aliento y disparar, explicaba.


Las clases eran impartidas con un rifle de aire comprimido que había sido de Él cuando era chico y después de mi papá. Un legado de familia.


Párense derechitos, en posición de atención. Los talones juntos y los pies separados, formando un ángulo de 45 grados. Erguidos, mirando hacia el frente. Las manos con el puño cerrado, repetía. Después gritaba: Mar.


Mar no era el mar de Mar del Plata. Mar era la orden de marche, el comando de ejecución. Inmediatamente había que iniciar el paso con el pie izquierdo. Formábamos una fila de dos. Mi hermano marchaba adelante, yo atrás.


Alinear. Atención. Abran filas, MAR. Cierren filas, MAR. Alinear a la derecha, alinear. Atención, DE FRENTE. Descansen. De frente, MAR. Compañía.


Cada tanto cambiábamos la cadencia de la marcha. Habíamos ideado un código secreto. Cuando, aprovechando el desplazamiento de los brazos uno le rozaba al otro la espalda con un dedo, marchábamos al ritmo de Suena tremendo. Si nos tocábamos con dos, marchábamos al ritmo de Yo no quiero volverme tan loco. Y si nos tocábamos con tres dedos lo hacíamos al ritmo de Alicia en el país. Él gritaba: ¿Me están cargando? Vamos, afirmen el paso. Así no infunden respeto. ¿Respeto a quién?, le pregunté un día. A los enemigos, contestó.


El horror no pasa, se despierta cada vez que llega otro.


Eso de la guerra contra un enemigo invisible…


Eso de la guerra contra un enemigo invisible, no va. El enemigo es otra cosa, reminiscencia de otras heridas.


Entro al pánico de a segundos y salgo en alguna carcajada. Alguien me dice: si te infectas te llevan a Tecnópolis. Pienso en el dinosaurio que dejaron. Me río. Y lloro también, en ese llanto nuevo que es como una especie de casa de un cuerpo al que no llegue.


Estamos tan podridos de los diarios íntimos. Pero ¿por qué? ¿Por eso de decirle querido a un diario? ¿Por el ideal de escribirlo todos los días? Justo antes de quedar adentro estaba por viajar a Rosario a tomar un seminario con una psicoanalista francesa. Ella es escaladora. Y tiene cerca de ochenta años. Avisaron que no, que no vendría por el tema del coronavirus. Pensé que qué pena, que me perdería del río y de esos días de amigos y no habitualidad que le robo al cotidiano. Me pido unos días. Me pido, me doy. ¿Cuándo empezó lampandemia? No había entendido cuando me enteré que se suspendía Ahora tampoco pero en aquellas semanas, menos.


Tantos pliegues. Tantas capas. Un mismo tejido. Es alucinante. Hasta pensé: todo lo que estará escribiendo Davoine. ¿Lo leerá también como una guerra? Ella cree que todo loco es un loco de la guerra. Un cuerpo ocupado por esquirlas desanudadas de un lazo que la guerra rompe. Que los locos hacen la quijotada de intentar reparar tejido de mundo, que el trauma no es propiedad privada de nadie sino herida de mundo que acampa en un quién que delira la historia y en una escucha posible el lazo hará texto que acaricie y acoja. Una genialidad clínica, política, estética.


Como sea, hoy pensé qué tal vez tenga que ser así por mucho tiempo, el trabajo en casa, la repetición de los gestos. La casa tendrá que inventarse. Extraño mi casa. Estar en casa incluía llegar y salir. Los amigos los amores los desconocidos. Qué disparate.


Corté una remera blanca. Espero los barbijos que encargué recomendados de una amiga. Los encargué en una página que se llama De niña a mujer.


En mi mini mí puedo decir que la llegada de la pandemia es contemporánea a la llegada de un amor, esta casa sin mundo y mundo sin tanto, en esta casa edmodo, casa trabajo, casa cuna.


El azar.


Hay una agrimensura. Un trazado de mapa. Una topología. Otra vez marcando la cancha con el pie. La ola volverá. Todavía no estamos tan post para creer en un mundo mejor. Amé a Britney con sus declaraciones marxistas. Pero nuestra coreo está lejos de que la injusticia aplique como problema.


En aguas tan claras no nadan peces.


Odio los refranes. Son la lacra de la razón. El goce del acierto. ¿Qué es esa forma de afirmar lo que construimos como si fuera verdad? ¿Qué es una imagen transportada?


Mi hijo menor dice que disculpas, que el domingo estuvo imbancable porque la pandemia nos está dejando en una desvanguardia.


Todo se parece en parte a algo. Se parece un poco a hambre, a sueño, a dolor. Pero no es lo mismo. Como la comida de los aviones que parece pero no, como el alivio del desamor.


Se trata de un bicho en definitiva. ¿Qué diferencia hay entre llorar y reír en masa en el consumo de bienes culturales, cuerpos hechos vuelta y vuelta, y las emociones que despiertan las imágenes de los delfines en Venecia? Ninguna creo.


Pero la de los monos saqueadores en Tailandia me mató de otra muerte, creo. Ya me había pasado algo parecido con las imágenes de los jabalíes o chanchos en los sillones y viendo la tele. En las casas llenas de radioactividad en Fukushima. Estaban los tipos tomando cerveza y viendo el partido! Y no es fácil matarlos por el tema que ellos mismos también estaban radioactivos y radiactivos por sagrados. ¿Qué habrá pasado con ellos? ¿Y con las mutilaciones? ¿Con los rugbiers? ¿Con la nueva vida de los príncipes que escaparon a no sé dónde?


Él sale a trabajar y me enojo, no quiero que se vaya, no me importa que salga a salvar vidas o que lo aplaudan a las nueve cada noche. Quiero que se quede en casa, que cocine sus delicias, que se reía de mí, que juegue con nuestro hijo como si tuvieran cinco. Deseo que sufra de arrebato vocacional de cualquier cosa o que su vida toda para el frenchi esta vez prefiera sentarse a verla pasar. Pero dice que si eligiera quedarse elegiría lo que no es y que entonces me enojaría todavía más con él.


Materia anquilosada, eso somos -si es que somos algo-.


Es asombroso el estruendo seco, como una especie de réplica. Las placas se deben estar moviendo desde siempre. En un intervalo se sedimenta una versión equivalencial: vida símil acción símil movimiento percibido implica mirada como percepción privilegiada. Los ojos no se tapan. Es raro pensar en los ojos como vacío. Las orejas más parecidas a un hueco laberinto con los obreros de la construcción ahí, dale que te dale martillo yunque rebenque. En cambio: llanto pánico dolor símil no vida no pulsación, no agarre, defensa baja. Peligroso para sí y para terceros.


Quiero creer que puedo ponerme en el lugar de otro. La escucha, la lectura, la escritura, el teatro, el arte todo no son otra cosa que un entrar y salir de otra forma del ser. Quiero creer que llegamos hasta acá pese a nosotros mismos, empujados, abrazados por los otros. Esos que nos odian y aman sin darse mucha cuenta de que más o menos es lo mismo. No sé si ese pensarse en zapato ajeno es una estupidez del intelecto o si es realmente posible empatizar desde un lugar útil, es decir, un lugar donde la (con)moción genere un cambio.


Cuando el cuerpo se mueve la emoción se mueve.


Duele la restricción del espacio y el movimiento. La quietud paraliza. Alguien debería decir que también es al revés, que tanto dolor petrifica, que vamos deviniendo mueca.


En mi barrio cada tanto uno sale por la ventana a gritar. Nadie se asusta, quién no sabe que a veces un grito es lo único que hacer.


Primero fue el grito, (el final también).


Quién sabe qué y cuánto nos estamos negando en este instante en el que tantos, los que aún podemos, insistimos en que estamos bien. Porque sí, lo estamos. No nos duele nada. No hay síntomas. Aún. ¿Nos duelen los demás? Quiero creer que sí.


La ausencia es una forma ingobernable de los cuerpos. Nadie está más que ese que no llega nunca, ese que falta, quien se hace desear. A veces el ausente ni siquiera sospecha de su condición de ausente porque se desconoce omnipresente para alguien, necesario. A veces eso tiene que ver con el amor. Otras con el odio. Son tan la misma cosa que.


Ahora estamos solos. Ausentes. Faltamos en lugares donde supimos ser precisos, necesarios, felices. No sabemos cuándo volveremos, para qué. Quizá terminemos descubriendo que no queremos regresar ahí, que ya no pertenecemos a todos esos espacios que antes daban sentido. No termino de saber si esa posibilidad me disgusta.


Nunca es fácil ser una, así que quién sabe por qué creemos que podemos o necesitamos ser alguien más, ser otros, ser distintos. Ya tuvimos más vidas de las que podemos considerar ciertas, ya nos olvidamos de lo que entonces parecía indiscutible, cierto, eterno. Tantas veces creí que no iba a poder seguir respirando sin. Se sigue. El cuerpo es un artefacto complejísimo, un lugar donde vivimos y del que sabemos nada o poquísimo.


No sé cómo funciona mi cuerpo. Una abstracción general de nena de primaria manejo sobre el tema. En estos días agradezco mi infinita ignorancia, mi analfabetismo funcional sobre todas las cosas que en este momento importan y están rotas. No sé. Y no quiero saber. Porque cuánto más me explican lo que pasa, lo que viene, lo que se ha perdido, menos entiendo para qué nos esforzamos tanto en mantener la calma, la vida.


¿No será que también hay que redefinir la vida?

¿No será que la vida nunca fue lo mismo para todos y ahora tampoco? ¿Quedarse así, en este estar perplejo será la vida de acá en más? ¿O solo es vida hacia? ¿Mientras?


No podemos elegir apenas nada de la vida. ¿Y de la muerte? Tampoco. Menos todavía. Esa es otra pared contra la que me rompo la cabeza seguido. Quiero elegir mi muerte. Entenderla. Organizarla. No romper las pelotas con los documentos, la casa que otros vaciarán y etc. Quiero hacerme cargo de mi cuerpo mientras sea mío. Ir caminando a algún sitio donde me reciban bien, me den una buena cena, un gran vino, una cama limpia y quizá una última película para conciliar el último sueño. Y que eso sea todo. Que después me abran como a una caja de herramientas, aprovechen lo que sirva, incineren el resto y no quede nada. No me parece ningún disparate. Creo que es lo mínimo que debería garantizar el Estado. Una salida digna de una vida de mierda.


Entro al tejido y veo las letras escribirse en vivo.

Mueren, viven, van, agregan, sacan avanzan, retroceden y me emboca lo de la película final. Me siento una espía. Me voy.


Lloré por primera vez en el baño. Del boliche que también pasa en mi casa, en mi casa de exilio en mi país.


El secarropas hace un ruido que ilusiona con que algo está andando. Vuelvo al mar. Leo la muerte. Pienso mi deseo. Yo preferiría que no tenga previa. Que me encuentre cualquiera menos mis hijos. Que sea sin darme cuenta. No quiero saber nada de su llegada y también que se lleven lo que sirva, obvio. Hice lo mismo en cuanto pude. Eso de la guerra no va, tan demasiado humanos y tanto zombiland. Matar y rematar. El tema de las escalas: una mesura que no tenga unidad de medida. ¿Cómo es un conjunto sin universal? ¿Eso existe matemáticamente hablando? X el tema de la unidad de medida: toda escala está sobre el cuerpo promedio, el peso de una taza, la altura de una ventana, las palabras que dañan, una sospecha, todo. Ahora bien: si el cuerpo está sin…medida mientras no tiene unidad y sin embargo debe existir. Una vez en no sé qué lugar, un cura se subió a un globo aerostático y nunca más se supo de él. Voy a buscar que pasó. Cómo sea a veces me parece que todo es una gran mentira, ni creo en nada de este plan.


Fue en Brasil. Ya encontraron eso del cuerpo.

Atado a globos de cumpleaños. La verdad es que lo entiendo.


Un remolcador ha encontrado en alta mar el cuerpo del sacerdote católico brasileño que desapareció el pasado mes de abril cuando trataba de batir un récord de vuelo con globos de fiesta, según ha anunciado este viernes la petrolera estatal de Brasil, Petrobras.


Lo anuncia Petrobras. Cualquier cosa con cualquier cosa. Vida Frankenstein. Anda, así funciona.


Los números ya fueron, las cifras. La pandemia se dice de muchas maneras. Ahora la imagen: fosas comunes en Nueva York. Yo no las vi pero igual, ella me insuflaron ya su ruido de mundo infecto y estoy también hecha de eso. Y el horror. Una fosa común en Nueva York. Nos da pánico. ¿Eso es una imagen acústica o qué? Los ideales, de la revolución a la idea al afecto a las prácticas y de ahí y de una y de un plumazo a casa queriendo haber ya estado contagiada y testeada para salir corriendo a hacer no sé qué. Este afuera ya fue. Las ventanas las abro, lo que no está andando es un afuera aunque estamos desaforados. Desaforados adentro. Nuestro veneno. Tanto joder con el mundo interior. Idiotas. Al final terminemos con que el enemigo invisible es el bicho. Es un todos contra todos/as/es, de repente somos sospechosos de ya no portación de rostro. Portación de bicho y nos cuidamos en distancia. Es raro cuando todo cierra. La paranoia de fiesta. Razones a lo loco.

Se dice se estarían avistando flotillas de ovnis a lo loco. Otros aclaran que es una nueva tecnología que usa Trump en alianza con los Illuminati, dueños del espacio. Perdón que sea una aguafiestas, pero Trump no es dueño ni de su cabeza.


El sueño de la razón genera alienígenas.


Tanto.


En el súper el reflejo de una mujer en el acero inoxidable de arriba de los panificados. Soy yo! Acá! Me espanto. Tapiada. Tapa boca confinamiento aislamiento…la paleta semiótica. Tanto amor por las perfo, hoy muero por una metáfora que represente algo…el rizoma trae lo mejor y lo peor, llegamos a la parte de Y lo peor.


A veces pienso que estamos viviendo en un Gran Gran Hermano: ¿cómo reaccionamos ante el miedo?, ¿cómo convivimos con otros y con nosotros mismos encerrados?, ¿cuánto tiempo aguantamos sin salir a la calle y sin tocar a los seres queridos?, ¿qué cambios somos capaces de hacer sin unirnos cuerpo a cuerpo?, ¿en qué medida podemos mutar?, ¿qué clase de dolor es el mundo?, ¿en qué momento saldremos a matar a los que nos revientan?


Nos miramos mirar las ruinas y seguimos sin poder creerlo.


Mientras desde el Estado un sexólogo sugiere tener sexo a través de aplicaciones virtuales, dice que una vez que se llevó a cabo la masturbación hay que lavarse las manos y desinfectar los juguetes sexuales.


Si queremos coger cojamos como se pueda y como nos venga en ganas, pero nunca jamás renunciemos a coger a pelo.


A veces imagino que se inició un proceso de transformación: los seres humanos debemos mutar a cyborg; conectarnos a la interfase digital; olvidar rápido, sin duelo ni objeción, el compromiso de los cuerpos, y, mancomunarnos con el sistema nervioso digital o, como dice, Bill Gate, con la linfa vital.


Hay un llamado a la inmaterialización, a desaparecer en la inteligencia conectiva, a semiotizarnos al algoritmo.


Crece el número de cajas de Ritalin, Prozac, Zoloft. Crecen la disociación, el sufrimiento, la desesperación.


Mientras estamos ocupados en sobrevivir quieren insertarnos el ciberpanóptico en la carne.


El discurso amo es un ventrílocuo, con un ejército de marionetas.


Hay que amar lo que no anda, lo que descarrila.


Hay que amar lo indómito.


Hay que amar el síntoma.


Hay que amar a los inadaptados, a los marginales, a los incomprendidos.


Hay que amar a los sobrevivientes.


Hay que amar a los hijos de la noche, ellos hacen la diferencia.


Cómo ser otra, cómo ser alguien más, sin dar todas esas vueltas.


Ahora que los cuerpos son incómodos y hay que alejarlos, esterilizarlos, protegerlos, ahora nos venimos a dar cuenta de para qué servían. Me río mientras vuelvo a prometerme viajar más y pienso en mi soledad inabarcable de la última década. En mi fobia a recibir en casa, en mi ausencia de deseo físico, en cómo eso se convirtió en una sublimación poderosa que se hace poema, obra, clase…


Recuerdo que un cantaor flamenco católico, creyente, no cogía para no perder fuerza en la voz. Dicen que a los deportistas de élite tampoco les conviene descargarse en la previa.

Qué misteriosa la abstinencia y nuestro poco control sobre esta jaula de la que nos pensamos dueños.


No escribí la lista de lo que me prometo para después.


Todavía no creo en el después.


Hoy leí en portugués un texto que encontré como un regalo, me hizo entender lo que ya sabía por tracción a sangre. La tierra en la que vivimos no es centro del universo. No descendemos de un dios que nos hizo a imagen semejanza, antes del antes fuimos monos. Ese invento loco y necesario llamado yo no es dueño en su propia casa. Y como si no bastara con tanta herida al narcisismo, el virus nos enrostra que no somos Uno, que nuestro cuerpo está hecho de varias formas de vida, que somos el Mercado chino en Wuhan donde nació el covid. La idea del Uno, un recipiente que ya no cierra con el que jugamos a contener los fragmentos de una inmensidad que se dispersa por todos lados.


El cuerpo aparece o se sustrae, se camufla, encuentra sus dobles de riesgo. Cuerpo y razón jamás serán Uno. Lamento por la ilusión esa de unir cuerpo y mente. La mente es mente y demente, razón instrumental y prepara territorio con lógica del sistema de producción: consumo productividad distribución y a cada quien lo suyo. Con razón aceptamos entendemos acordamos o no. Me alivia tanto cuando adviene una semiótica del cuerpo a frenar esa impregnación y deja abierta la ventana un pedacito a fuerza de tendón y mandíbula. Un cuerpo es eso que no entra en razones. Nada que ver con hacer cualquier cosa. Igual no sabemos qué es eso ya. Digo que qué alivio que no todo encaje. El texto del mundo propone otras imágenes y sonidos. Otro archivo. La vida aparece a veces como un making-of.


La ciencia ficción es la verdad que la ciencia no acepta. Lo se expulsa por la puerta entra por la ventana.


Necesité un tiempo para pensar en las palabras como espacios. Una ilustración científica, en cortes las palabras como las montañas y sus eras, sus tiempos, accidentes y complicidades entre materia. Una palabra ilustrada en ciencia ficción que nos saque el demasiado de lo humano.


Una resonancia magnética le quiero hacer a algunas palabras. Las voy a llamar de a una con un micrófono pegado a la boca como lo usaban en pumper nik para pedir dos frenish. Voy a llama de a una y lentamente a :


d e s a z ò n

e n c i m a

s i l e n c i o

r e a l

e m p e i n e


Quiero darles el cosito para que pasen a retirar el resultado. Quiero saber quién de ellas lo pierde.


Una resonancia magnética le quiero hacer a algunas palabras.


Una resonancia magnética le quiero hacer a algunas palabras.


Una resonancia magnética le quiero hacer a algunas palabras.


Una resonancia magnética le quiero hacer a algunas palabras.


Una resonancia magnética le quiero hacer a algunas palabras.


Una resonancia magnética le quiero hacer a algunas palabras.


Entré para pensar:

hay que escribir la herida.


Pensar puede ser un disparate, una fiesta, que no haya que probar nada. Que pensar sea ese momento en el que la palabra entra en el resonador. Toda. Los tobillos.


Como

Por

Un

Tubo


¿A ver qué hay? Y quiero ver esa grafía. ¡Sin Geo! ¿Habrá grafía de esa materia?


A ver qué pueblos hay. Eso de la etimología es una mierda. De dónde vienen las palabras? Es la pregunta más miserable qué hay!! Vienen de un afecto de unas esperas de un grito de una malaria de unas manos de los perros de la vecina de los muertos de ayer de los que no tienen tumba nombre silencio canción de cuna brazos mutilados de lo que abre el cielo de la tarde sola del té que se enfrió de tu padre en el cajón de lo que no es tuye de la astucia de la alegría del spam. De ahí. Ponele.


Del vacío del vértigo de la punta de la lengua de la piel de gallina del azoro de lo nunca visto del golpe en la cabeza de la caída del caballo del tartamudeo vienen de tu papá un día antes de morir mirando los fuegos artificiales por la ventana del dolor de hueso partido de una mujer con el cáncer en todo el cuerpo vienen del dolor de limpiar con un tubito los mocos de tu hijo en la traqueostomía abierta. Brotan o salen de ahí y se acomodan con el tiempo.


No sé cuándo comenzamos a entender que somos (también) ese vertedero de palabras. Propias, ajenas. En este tiempo donde el recuerdo está tanto más vivo que nunca y que el futuro todo, cada tanto tropiezo con una situación donde, sin entenderlo, sabía que en la palabra comenzaba a ser yo, otra, a distanciarme. Me salvaba.


Me salvaba con cada extraño que aceptaba escucharme cuando era demasiado chica para tener tanto que contar. Me salvé cuando escuché por primera vez un cuento en voz alta y en el cuento, de repente, algo rimaba y la rima, iba, volvía, porque era una gracia para niños y sí, mi cuerpo la esperaba, celebraba su regreso y… Nunca olvidé esa mañana, esa enormidad de que una voz diera forma a otro mundo solo con pronunciarlo y yo pudiera verlo.


No usamos la palabra, no la pronunciamos, ella nos pronuncia, nos anima.


Anoche soñé que el afuera estaba clausurado. El adentro no era casa, hogar, era un refugio al que podía entrar cualquiera. No teníamos forma humana, cambiábamos, mutábamos, cada vez que alguien ingresaba. Estábamos hechos a la medida de las sombras, mientras la claridad resplandecía.


Los días eran tan blancos como confusas las sensaciones.


Vivir se está pareciendo cada vez más a correr en la bicicleta fija.


El tiempo es esa luz que pasa por la ventana mientras nosotros seguimos clavados adentro.

Si en el mismo lugar trabajamos, comemos y dormimos somos esclavos.

Helga Fernández. Psicoanalista. A.M.E. de la Escuela Freudiana de la Argentina. Próximo libro a publicar: Para un psicoanálisis profano, Ed. Archivida.

Victoria Larrosa. Psicoanalista. Autora de Curandería. Ed Hekht. Cartas de Navegación, Ed. Archivida y Diapasón, orfandad de lo inconsciente, de próxima publicación. Docente UBA.

Macarena Trigo. Es poeta, actriz y directora de teatro. Pretende seguir siéndolo sobre y contra el mundo que quede disponible. Aún no sabe cómo.




COVID. The Rebel Bear. 2020

Comments


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

bottom of page