La Carta Robada -el cuento de E.A. Poe- al que Lacan dedicó un Seminario es un cuento entre citas. Comienza con una cita de Séneca: “Nada es más odioso para la sabiduría que una excesiva agudeza” y cierra con una de Crebillón: “Un destino tan funesto, si no es digno de Atreo es digno de Tieste.
De la primera me interesa señalar que parece ser de dudosa autoría, ya que simplemente pone Séneca y no da la referencia bibliográfica que sí lo hace con la última cita.
A decir verdad, se sabe que la frase no es de Séneca ya que no se ha encontrado en la bibliografía del filósofo la respectiva cita. Se sabe también que Séneca, y esto no es menor, es autor de una obra llamada (Tiestes) en la que desarrolla un pasaje del mito de Atreo y Tiestes. Posiblemente sea esa la intención de Poe en poner a Séneca dejándonos una impronta con la que luego cerrará.
¿Pero entonces de quién es la cita? Se presume que es del mismo Poe por sus grandes conocimientos del latín y la recurrencia en sus obras de autores latinos.
Citar viene de impulsar, poner en movimiento. La cita en el lugar de un epígrafe motoriza la narración llevando consigo un sentido. La cita final lo impulsa retroactivamente, dándole al cuento un cambio de vía, cambiando su sentido o inaugurando otro. Los versos finales, dan cuenta de otro cuento dentro del cuento.
Citar también es hacer hablar a otro; y en este sentido La Carta Robada es un cuento que es hablado entre citas. Esa es su condición. Algo de esto resuena en el sujeto lacaniano: “el sujeto que habla, sólo habla a condición de ser hablado: no emite mensajes, recibe los mensajes que emite. El emisor del mensaje recibe del receptor el mensaje en forma invertida”.
La cita inicial va recorriendo el relato llevado por casi todos los personajes. Y digo “llevado” porque cada uno de ellos lleva, carga, porta y soporta algo de ésta en sí mismo y consigo mismo. Se trata del saber y la agudeza.
El saber y la agudeza enhebran a los personajes: El saber del prefecto es una carga, su saber no alcanza y, derrotado, consultará a Dupin. El saber de la Reina la atemoriza, la inhibe. Sabe y su saber la amordaza. La agudeza queda por fuera de ambos ya que el saber de la Reina como así también el del prefecto quedan barrados por la agudeza del ministro y de Dupin, los verdaderos protagonistas del cuento.
Dirá Lacan “…es el orden simbólico el que es, para el sujeto, constituyente, demostrándoles en una historia la determinación principal que el sujeto recibe del recorrido de un significante”. El significante, entonces representa y determina al sujeto en su recorrido. Y luego dirá que “es el desplazamiento del significante lo que determina a los sujetos en sus actos, en su destino…”.
En este sentido Baudelaire comienza su ensayo sobre Poe de esta manera:
“Existen destinos fatales. En la literatura de todos los países hay hombres que llevan escrito la negra, con caracteres misteriosos, en los pliegues sinuosos de la frente. Hace algún tiempo compareció en juicio un desgraciado que tenía en la frente un tatuaje singular: mala suerte. Llevaba así con él a todas partes el emblema de su vida, como un libro su título, y el interrogatorio confirmó que su existencia se había ajustado a esa inscripción”.
Estos destinos fatales o funestos también parecen estar escritos en los versos de Crebillón -la cita final-siendo estos una referencia directa del mito de Atreo y Tiestes.
Este mito se lo puede dividir en varias escenas, y en esa variedad están las razones por las que Dupin elige dejarle esos versos al ministro.
Sabemos que a Dupín no le alcanza robarle la carta al ministro. Escribir los versos finales en la carta falsa, no sólo destaca el saber y la agudeza, sino que los enhebra con la ruina política del ministro y su consecuente caída de la que Dupín será un factor determinante con ese paso de prestidigitador.
Atreo y Tiestes son hermanos, hijos de Pélope e Hipodamia. Llegan a Micenas luego de un confuso episodio en el que se sospecha de haber asesinado a un hermanastro de ellos: Crísipo, al que Pélope (el padre) parecía haber elegido como sucesor de Olimpia. Pero Hipodamia no quería que el trono lo invistiera él por ser hijo bastardo de Pélope.
Se refugian en Micenas llamados por Euristeo que va a la guerra y en su ausencia los designa regentes. Euristeo muere en la guerra y un oráculo aconsejó que eligieran entre uno de ellos a ocupar el lugar para que gobernara Micenas.
Mientras tanto, y aquí nace una de las escenas referentes, Atreo promete sacrificar un cordero dorado (símbolo de autoridad y realeza) a Artemisa, Al descubrir uno, en lugar de cumplir su promesa se lo regala a su esposa Aérope con el fin de esconderlo de la diosa, Pero Aérope se lo termina dando a su amante, que era Tiestes, el hermano de Atreo.
Entre tanto, cuando se decide quién gobernará Micenas parece ser Atreo por primogénito y por poseer el cordero de oro, a lo que Tiestes le preguntó que si quien sea el poseedor del cordero de oro sea declarado rey. Atreo acepta y en ese momento Tiestes muestra el cordero de oro como de su propiedad y queda declarado rey de Micenas.
Esta escena, así como la escena final del cuento, ilumina también lo que podría ser la ruina política y caída de Atreo por manos de Tiestes, y el similar destino con el que cargará el ministro. Atreo cree tener el cordero de oro como el ministro la carta. Al momento de tener que mostrar la carta/cordero tanto Atreo como el ministro caen de lo sublime a lo ridículo, del poder a la ruina.
Tal los acontecimientos acerca de las felonías entre los hermanos, encontramos otra escena que no fue indiferente para la dramaturgia, -destaquemos que el Tiestes de Séneca que señalábamos más arriba está basado en esta escena que ahora veremos-; ni tampoco para Lacan.
Luego de que Tiestes ocupa el poder, Zeus interviene para que Atreo lo recupere y así lo hace. En consecuencia, Tiestes es desterrado.
Cuando Atreo descubre que Tiestes había cometido adulterio con Aérope manda a matar al hijo que tuvieron entre ambos. Luego envía un heraldo para que indujese a Tiestes a que regresara a Micenas y compartir el reino. Pero tan pronto como Tiestes aceptó el ofrecimiento, inmediatamente asesinó a los tres hijos de Tiestes que había tenido con una de las Náyades. Los despedazó, hirvió trozos escogidos de su carne en una caldera y se los sirvió a Tiestes para darle la bienvenida por su regreso. Cuando Tiestes hubo comido de buena gana, Atreo hizo que le presentaran sus cabezas, pies y manos ensangrentados en otra fuente para hacerle ver lo que tenía dentro del estómago. Tiestes cayó hacia atrás, vomitando, y lanzó una maldición inevitable a la simiente de Atreo.
Esta escena pareciera dar cuenta nuevamente de la ruina y consecuente caída, pero en el caso del mito dirigida a la descendencia de Tiestes. Atreo elimina toda la descendencia de Tiestes. Lo hace comerse su descendencia. “Cómete tu Dasein”, dirá Lacan. Aquí, como en la escena del cordero de oro, lo mismo es otra cosa. ¿A qué me refiero? El cordero era el cordero pero lo que cambiaba era que en lugar de tenerlo Atreo lo poseía Tiestes. En esta escena lo comido por Tiestes de buena gana eran sus hijos asesinados. Otro momento de traición, de engaño y venganza.
En el caso del cuento, el ministro, insuflado del poder que la carta le otorga caerá quizás tan horrorizado como Tiestes al darse cuenta que su carta no es su carta.
Lacan se pregunta ¿Qué queda ahora del significante cuando, aligerado ya de su mensaje para la reina, lo tenemos ahora invalidado en su texto desde su salida de las manos del ministro? ¿Qué es lo que queda de un significante cuando ya no tiene significación?
Un significante invalidado no valida su significación, no tiene carácter de articulación, siendo la articulación consustancial del significante.
Masotta nos dice: “Si el sujeto es por definición una relación excéntrica en el significante, definición intersticial, por donde debemos definir al significante como siendo lo que representa al sujeto para otro significante se desprende… que el sujeto no interroga sino a ese cuerpo extraño, al significante del Otro en él”. Es decir que el ministro sin la carta o Atreo sin el cordero ya no tiene el peso sobre el sujeto, ya no tiene la significación. Es un significante desinflado, un significante que no se articula, no representa. Y esto, de alguna manera, es lo que le sucede al significante, para parafrasear a Barthes.
Otra escena del mito que da cuenta de qué están hechos los versos de Crebillón nos dice que Tiestes, luego de la fatídica comida es desterrado una vez más. Se dice que llega a Sición, al palacio del rey Tesproto donde su hija Pelopia, quizás la única que le quedaba, era sacerdotisa. Pues, deseando vengarse a cualquier costo, había consultado con el oráculo de Delfos, que le aconsejó que engendrara un hijo en su propia hija. Tiestes, llevando una máscara para no ser descubierto, la encontró, la siguió y la violó. Ella logra robarle la espada, por lo que Tiestes al darse cuenta que su vaina estaba vacía huye a Lidia, la tierra de sus antepasados.
Entre tanto Atreo consulta al oráculo de Delfos quien le aconseja que busque a Tiestes en Sición, pero al llegar Tiestes ya había huido. En Sición Atreo se enamora de Pelopia, a la que suponía hija del rey Tesproto. Este, sin desengañarlo le permite casarse. A su debido tiempo ella dio a luz el hijo engendrado por Tiestes, al que dejó abandonado en una montaña, pero unos pastores de cabras lo recogieron. Atreo creyó que el hijo de Pelopia era suyo, por lo tanto, recupera a Egisto (significa fuerza de cabra) de los pastores de cabras y lo crió como su heredero.
Atreo envió a otros dos hijos suyos a Delfos para que averiguaran el paradero de Tiestes, a quien encontraron, lo llevaron a Micenas y lo encerraron.
Atreo lo manda a Egisto a que lo matara, mientras Tiestes dormía. Tiestes despertó de pronto y encontró a Egisto inclinado sobre él con la espada en la mano. Luego se levantó, desarmó al niño y se apoderó de la espada y vio que era la suya perdida en Sición. Lo inquiere para saber cómo llegó la espada a su poder. Egisto le dice: “me la dio mi madre”. Luego Tiestes le da tres órdenes: “La primera es que traigas a tu madre”. Al llegar ésta Tiestes le pregunta dónde obtuvo esa espada. A lo que Pelopia le dice: «La saqué de la vaina de un desconocido que me violó una noche en Sición», contestó ella. «Es mía», declaró Tiestes. Pelopia, horrorizada, tomó la espada y se la hundió en el pecho. «Ahora lleva esta espada a Atreo —fue la segunda orden de Tiestes— y dile que has cumplido su encargo. Y luego vuelve.» Sin decir una palabra, Egisto llevó la espada ensangrentada a Atreo, y éste ofreció un sacrificio a Zeus por haberse librado de Tiestes. Cuando Egisto volvió al calabozo, Tiestes le reveló que era su padre y le dio la tercera orden: «Mata a Atreo» Egisto hizo lo que se le ordenaba y Tiestes volvió a reinar en Micenas.
Esta última escena también nos permite apreciar cómo lo mismo es lo otro.
En esta escena Atreo, como el ministro en el cuento, cree tener la carta en su poder, pero tiene la carta falsa. Atreo cree tener a Tiestes encerrado, acorralado, pero el encerrado y acorralado es el mismo Atreo.
Atreo cree que la sangre en la espada es de Tiestes, pero es de Pelopia.
Egisto llega al calabozo como hijo de Atreo para matar a Tiestes y se va del calabozo siendo hijo de Tiestes a matar a Atreo.
Pelopia llega como esposa de Atreo y muere sabiéndose hija de Tiestes.
Masotta nos dice: “Si debemos pensar en el uso que hacemos del cuento de Poe en términos de alegoría… no lo es más que de las estructuras materiales del inconsciente como lenguaje. Pero esa materialidad exige definir al Otro no como aquél que sabe sino como aquél que habla en el sujeto. Se trata de las palabras y del lenguaje. O mejor, se trata, como dice Lacan, de que el síntoma es un lenguaje del que la palabra debe ser liberada”.
Por lo tanto, hacer de la carta robada la carta recobrada.
Disolver el cuento entre citas, disolver el “entre” y decir
Un destino tan funesto si no es digno del saber es digno de la agudeza.
Masotta, O. Introducción a la lectura de Lacan; Pags, 73; 96.
Lacan, J Escritos 1; Pags. 6; 24.
Baudelaire, Ch. Edgar Allan Poe; Pag. 19.
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