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Los que escuchando se van orientando en su caminar / Daniel Korinfeld

Foto del escritor: Revista AdynataRevista Adynata

En la lengua de los hombres murciélagos, los que hablando se van orientando en su caminar, los tzotziles, “hablar con la verdad” se dice "YALEL TA MELEI". (A nuestros niños) Les enseñamos a hablar y también a escuchar. Porque aquel que sólo habla y no escucha, termina por creer que lo que dice es lo único que vale. En la lengua de los tzotziles, los que escuchando se van orientando en su caminar, escuchar con el corazón se dice "YATEL TAJLOK 'EL COONTIC". Hablando y escuchando palabras es como sabemos quiénes somos, de dónde venimos, y a dónde va nuestro paso. También es como sabemos del otro, de su paso y de su mundo. Hablando y escuchando palabras es como escuchamos la vida.


Carta del sub comandante Marcos - Respuesta del EZLN a ETA



En un particular intercambio epistolar público, particular debido al tema, al contexto y a sus protagonistas el llamado sub comandante Marcos daba cuenta en éste fragmento de un modo de actuar, sentir, pensar la transmisión de los adultos a los niños en la comunidad de los hombres murciélagos.


Claro que “hablar con la verdad” no es tan sencillo, sabemos que la verdad busca escabullirse, que suele esconderse, conoce mil maneras para no dejarse atrapar fácilmente, sin embargo algo nos orienta, como a los Hombres Murciélagos en la oscuridad, tenemos una convicción, creemos saber como nos recuerda Agamben, entre otros, que “la verdad tiene su morada en las palabras...”.


Y la oscuridad por muy transitada que sea como metáfora sigue dando cuenta de aquello que no podemos comprender, percibir definidamente, asociada con frecuencia al peligro, al misterio, tal vez al mal, a todo aquello que nos pierde (o nos deja perdidos..), inseguridades y temores no le son extraños.


Recientemente Agamben nos recordaba que ser contemporáneo es responder a un llamamiento que la época nos lanza por medio de su oscuridad. Algo que ya había expresado en una conferencia hace unos años pero esta vez insiste en la idea a través de una exquisita metáfora para situar esa distancia, esa diferencia, nos dice que en el universo en expansión, el espacio que nos separa de las galaxias más lejanas se acrecienta a una velocidad tan grande que la luz de sus estrellas no puede alcanzarnos. Entonces, percibir en la oscuridad del cielo esa luz que busca alcanzarnos y no lo puede, eso es ser contemporáneo. Y agrega para nuestra zozobra o para nuestra tranquilidad que el presente es la cosa más difícil de vivir. Porque el origen no está confinado en el pasado: es un torbellino, es un abismo en el presente siguiendo la muy bella imagen de Walter Benjamin. Y estamos tomados en este abismo. Es por eso que el presente es por excelencia lo que permanece no vivido. Y no contento con eso reúne dos citas más que quiero a su vez compartir, refiere que Debord citaba a menudo una carta de Marx: “Las condiciones desesperadas de la sociedad en la que vivo me llenan de esperanza”. Un pensamiento radical siempre se coloca en la posición extrema de la desesperación. Y aquello que decía Simone Weil: “No me agrada la gente que entra en calor con esperanzas huecas”. Este itinerario de citas para afirmar que para él el pensamiento es el coraje de la desesperanza.


Pensar es entonces el coraje de-en la desesperanza… éste es un tiempo para hombres murciélagos, en el campo social, en sus instituciones… las instituciones en las que ejercemos los oficios del lazo afectadas de oscuridad por su propia condición de institución y tal vez porque esa disparidad que todo tiempo presente plantea y que nos obliga a distinguir y a discernir entre sus luces y sus sombras se intensifica aún más en estas épocas tan oscuras en muchos de sus aspectos. Marchar por las instituciones requiere saber orientarse en sus oscuridades, no arredrarse en su torbellino, ni intimidarse ante el abismo de su presente y quizás, algo aún más difícil, no contribuir a consolidar la idea de la inevitabilidad de su presente ni el sello de su destino.


Ya veníamos hablando del baqueano y sus saberes-experiencia construidas en su andar por cada territorio, recuperando la potente figura propuesta por Fernando Ulloa (Korinfeld, 2017) y de los pilotos y los marineros, del mar y sus tormentas, a partir de las investigaciones de Laurence Cornu explorando en las novelas de Conrad (Cornu, 2017) y con esas figuras y esas metáforas seguimos pensando-actuando, buscando y de alguna manera nos vamos dando coraje.[i]


Y los tzotziles, los hombres murciélagos, según el texto, los que escuchando y hablando se van orientando en su caminar expresa para nosotros un modo de estar y hacer una clínica, constituye una figura que da cuenta de una posición para sostener una clínica, una hacer clínico en otros territorios, en espacios y tiempos que no son con los que tradicionalmente se la asocia. No es mi intención hacer un inventario de las múltiples tentativas por fundamentar una clínica referenciada en el psicoanálisis, solo vamos a elegir, digámoslo así, algunas de esas cuerdas para componer estas notas… (como anticipamos en la introducción a este libro las referencias a la música impregnaron aquellas ponencias y estos textos). Podríamos decir, en general, que se trata de usar la enseñanza del psicoanálisis sin aplicar el dispositivo analítico propiamente dicho, o mejor dicho el dispositivo que dio origen al psicoanálisis. En todo caso creemos que podría ser de interés para aquellos “para quienes el psicoanálisis existe (o pueda existir) como instancia de interrogación acerca de su práctica y de sus presupuestos” (Canguilhem, 2004, 73) o sencillamente para todos aquellos dispuestos a interrogarse acerca de su práctica y de sus presupuestos”.


Los que escuchando y hablando se van orientando en su caminar, como figura de la clínica podemos pensarla para diferentes inserciones y posiciones en las instituciones, de modo que una perspectiva clínica, un enfoque clínico podrá ser, habrá sido desde el lugar y función que cada quien tenga allí. Se trata de un modo de pensar y actuar en la vida institucional ante diferentes situaciones-problema, desde el exterior de una institución o desde los distintos lugares que cada quien ocupa. Con todas las diferencias que hacen a la posición y a la función de un director de escuela, de un profesional que ejerce su oficio en una institución que atiende a niños, niñas y adolescentes, un servicio de protección de derechos, un abogado del niño, un analista institucional, una asesora, una médica de una sala comunitaria, un psicólogo en una escuela, un maestro integrador, un preceptor o auxiliar docente o tutor, una educadora social, un maestro de educación especial, un trabajador social, una profesora.[ii] Cada uno de los lugares, posiciones y funciones plantean diferencias y particularidades, sin embargo, consideramos interesante pensarlas en relación a una posición clínica. En esta presentación no vamos a diferenciar esas posiciones aunque es evidente que a la hora de intervenir esas diferencias adquieren otra relevancia.


La relevancia del desafío de seguir pensando una perspectiva clínica para los oficios del lazo, el esfuerzo por dar cuenta de esta perspectiva apunta a construir un marco de referencias que permita tomar posición respecto las nuevas demandas y urgencias que plantean las transformaciones subjetivas en estos tiempos. Quienes desarrollan sus prácticas en instituciones de educación, de salud, en tareas vinculadas con la protección de derechos de niños, niñas y adolescentes, realizan actividades de trabajo social constatan las dificultades que muy frecuentemente se encuentran en el trabajo articulado entre disciplinas, instituciones, sectores éstas notas, con sus criterios y coordenadas, puede aportar a la configuración de unos puntos de partida, una posición y una mirada en común.


Pero es importante ahora planteamos una primera objeción: ¿Proponemos una perspectiva clínica, cuando hemos criticado la impregnación que la clínica médico-psicológica ha tenido en diversas instituciones sociales en su función de normalización y control? Para decirlo mejor, cuando ha sido constitutiva y ha conformado en parte sus presupuestos básicos positivistas y liberales. Quizás el campo de la educación sea aquí paradigmático de lo que estamos señalando, desde su origen y a lo largo de su historia una lógica médico-psicológica lo nutrió e intervino orientando sus lineamientos y operando en los procesos de clasificación, selección e individuación. Y precisamente hoy observamos una intensificación de los efectos de psicologización y patologización (de la mano de recicladas teorías biologicistas - reduccionistas), algo que es posible constatar en innumerables experiencias y prácticas pedagógicas.


Venimos interpelando la presencia más o menos subterránea del modelo médico hegemónico en sus relaciones con las prácticas sociales, la invasión, la colonización y asimilación de un discurso médico psicológico que persiste y encuentra ecos en los prestigios que tiene el saber y la eficiencia de la Medicina y la promesa de las Psicologías, en las prácticas de educación en particular -pero que alcanzan a un amplio espectro de prácticas institucionales- y funcionan al servicio de la normalización y diversos modos de segregación.[iii] Una suerte de colonización de la vida cotidiana y de la propia escena pedagógica cuyos efectos apuntan a la individualización de los sujetos. [iv]


Sabemos del lugar y de los efectos que el Discurso Médico ha tenido y tiene en los modos de pensar y actuar en las instituciones, en su incidencia en la vida cotidiana de las personas; en la actualidad bajo nuevas formas hegemónicas en el campo profesional, con sustento en el campo del poder político y económico, importante difusión en el sistema de los medios de comunicación y alta pregnancia en la sociedad, constatamos cómo se incrementa la tendencia a psicologizar las problemáticas sociales, se incrementa la medicalización de la vida cotidiana cuando se instala en el centro de la escena social, mediática y se propicia en la formación de agentes de educación y de salud a las neurociencias, cuyo fetiche el cerebro como la explicación y la solución de todos los problemas y los males lo explica todo, es un buen ejemplo de que nos afectan. [v]


Entonces cuando decimos perspectiva, mirada, enfoque clínico, una sensibilidad clínica- y presentamos estas variantes para su discusión-, incluso cuando proponemos pensar por caso, cuando queremos deconstruir una demanda institucional a partir de los casos que nos presentan ¿entramos en contradicción con lo que venimos sosteniendo?


En principio insistir con el concepto de clínica como un modalidad para pensar e intervenir en las instituciones no es sin dar cuenta de sus tensiones y los riesgos que presenta - algo que vale para la mayoría de las nociones y conceptos que utilizamos para pensar e intervenir-.


La clínica a la que nos referimos se orienta de otra manera, se fundamenta y se orienta de una manera muy diferente. Advertidos acerca de la eficacia del linaje médico de toda clínica vamos a avanzar asumiendo estas tensiones y riesgos.


Foucault planteó el lugar fundamental de la medicina (y la clínica) en la arquitectura del conjunto de las ciencias humanas: ¨más que otra, está ella cerca de la estructura antropológica que sostiene a todas¨ (1999: 277) afirmaba. Antes de formular las bases de lo que será la Biopolítica, escribía que el pensamiento médico está comprometido por derecho propio en el estatuto filosófico del hombre (1999: 288) y allí incluía desde Bichat hasta Freud. Registrando ese origen común de las antiguamente llamadas ciencias del hombre, cuando decimos una clínica, una clínica en las instituciones lo decimos recuperando y a su vez transformando su sentido original. Retomando los sentidos originales de la palabra, recordando su etimología: aquello que se aprende y se conoce al pie del lecho (cama-kline) del que padece. Es decir, el itinerario de una experiencia, la producción de un saber sostenido en un compromiso con el sufrimiento del otro. Con Ulloa decimos que se trata de una clínica desmedicalizada, despsicologizada, que también se desmarca en ciertos aspectos de los términos en el que opera en el dispositivo de la clínica psicoanalítica individual.


Una perspectiva clínica es convocada cuando lo que está en juego, es una experiencia de insuficiencia. Aquello que no hemos podido dominar, ni determinar; vivencia singular e intraducible, y ello no es algo que atañe solo uno por uno, aunque su efecto sea singular, tiene ecos, reflejos, diversos efectos en el colectivo.


Una perspectiva clínica es un modo de interrogar formas cristalizadas, dominantes de pensar y de actuar; busca atravesar un conjunto de presupuestos, una suerte de axiomas arraigados (Modelo Médico Hegemónico y Discurso Médico; Discurso de la Pedagogía Tradicional) transmitidos, transfundidos en las matrices de subjetivación, en la misma formación de la disciplina y del oficio, en la propia vida cotidiana de las instituciones. El pensamiento como suspensión automática de las reglas nos recordaría Frigerio evocando a Hannah Arendt.


Conmover estas modos hegemónicos de pensar y de actuar requiere en las instituciones de una mirada clínica tal como queremos fundamentarla dispuesta a pensar aquello no pensado. Foucault (1999:15) sostenía que lo que cuenta en los pensamientos de los hombres no es tanto lo que no han pensado, sino lo no-pensado que desde el comienzo del juego los sistematiza, haciéndolos para el resto del tiempo indefinidamente accesibles al lenguaje y abiertos a la tarea de pensarlos de nuevo.


Aquello que está sistematizado desde el comienzo del juego afirmaba Foucault; pero ¿qué mecanismos lo regulan, qué supuestos los sostiene? Mencionaremos algunos de los supuestos y mecanismos que entrelazados entre sí están presentes en las prácticas configurando lo no pensado.


El reduccionismo que implica la naturalización y esencialización de los hechos, la negación de la historia y de la multiplicidad de dimensiones intervinientes y los procedimientos de normalización de los sujetos los veremos en las consideraciones que a continuación vamos a desarrollar. Subrayemos ahora como intervienen en la naturalización de las jerarquías como constitutiva de los lazos sociales. En plena sintonía con la estructura y el funcionamiento social, identifica asimetrías o imparidad con jerarquías y relación de subordinación. La arbitrariedad, el sometimiento y la dependencia son riesgos inherentes a toda práctica social en la que se juega lo que podríamos denominar una subordinación técnica, en la relación médico –paciente, educador-estudiante. Aunque con conflictividad creciente sigue persistiendo como un no pensado, naturalizado el modo de lazo y el dispositivo institucional en el que se despliega, sus conflictos son frecuentemente racionalizados como anomalías que propicia la época o patologías individuales. No solo se resiste a ser pensado en tanto relacional y por tanto conflictivo sino que se invisibiliza el eje dependencia- autonomía y se distorsiona la propia práctica cuando se prioriza la operatividad en detrimento de la singularización.


Y destaquemos también, un no-pensado que sostiene el ideal de ¨La Ciencia¨, nos referimos a las prácticas que se identifican ideológicamente de manera absoluta con la racionalidad científica hegemónica. Fundamentalmente se trata de una ideología que deposita exclusivamente el saber en los especialistas, niega el terreno científico y teórico como un campo de debates y disputas, excluyendo otras perspectivas científicas, otros saberes que apelan a otras racionalidades y niega a su vez el saber de las comunidades y los sujetos en singular.


A continuación proponemos una serie de consideraciones conectadas entre sí que buscan fundamentar una perspectiva clínica, cuestionando los supuestos y mecanismos presentes en las prácticas que configuran lo no pensado. Entre los autores que nos van a acompañar tres de ellos los elegimos por lo que consideramos el valor clínico que hallamos en sus escritos y en sus testimonios August Airchorn[vi], Janusz Korczak [vii]y Fernand Deligny[viii]. Los tres desde sus diferencias, hablando y escuchando palabras (y silencios) se orientaban en su caminar. Tres practicantes que con formaciones muy distintas que en su tiempo establecieron relaciones muy diferentes con el psicoanálisis, sostuvieron lo que podemos denominar un enfoque clínico en su mirada y su posición en las instituciones que crearon o por las que transitaron, una posición, un compromiso singular en el encuentro con la infancia y la adolescencia. Algunos personajes de ficción también han de decir lo suyo en este breve recorrido.



1 -Una perspectiva clínica en las instituciones implica el reconocimiento, el registro de la existencia de lo inconsciente.


Un modo de hablar del inconsciente si se quiere menos frecuente: Freud llamó inconsciente, término con el que se reprueba al descuidado en lo que dice, a los rastros huidizos que dejan las palabras, al efecto que proviene de la imposibilidad de medirlas. Se ha vuelto célebre por sus intervenciones inoportunas, accidentales, fallidas, y es también conocido como ¨el sujeto que habla¨, aunque resulta que es mudo, mudo-entre-palabras (Jinkis, 2013:30).


Sujeto que habla, tropiezos del habla, imposibilidad de cálculo, de predictibilidad, ausencia de linealidad, fugacidad, centralidad de la palabra que hace cuerpo. Registrar, reconocer lo inconsciente discute la naturalización que el discurso de la ciencia hegemónica atribuye a la biología y que en la actualidad instaura al cerebro como fetiche, y al individuo consciente como capaz de pensar y actuar siempre de modo racional, entrenar sus emociones, adiestrar su voluntad, modular su estado anímico, listo para aprehender lo real de un modo positivo.


De un modo análogo a estas condiciones del sujeto parlante, sexual y mortal, su relación con la palabra y con el habla, su falta de transparencia, cuando se trata de los fenómenos colectivos, del devenir de los grupos, observamos la opacidad de su funcionamiento, las ambigüedades y ambivalencias de sus posiciones, acciones y reacciones, las complejidades y tensiones al interior de las comunidades y del vasto campo de las instituciones muchas veces difíciles de aprehender y comprender y mucho menos de predecir. Estas condiciones que expresan la división que nos habita individual y colectivamente, lejos de toda desresponsabilización arrojan al sujeto y al colectivo a la necesidad de tomar en serio su existencia y divide a su vez los modos de pensar e intervenir en nuestras prácticas.


Esta perspectiva discute el mecanismo de naturalización y esencialización antes señalado que le concede a la biología la sobredeterminación de la vida y el destino de los sujetos.

Naturalización que se observa en las prácticas con una variante, un desplazamiento de la biología a las que condiciones existenciales de un sujeto (desigualdades de origen y puntos de partida, o diferencias que no se cuestionan) que tendrían el mismo enfoque: condiciones socioeconómicas y culturales que son leídas como datos aislados e intrínsecos de un individuo, selladores de destino.

La naturalización y esencialización como mecanismo implica la negación de la historia como condicionantes que configuran la existencia social e individual. La historia social y las historias subjetivas con sus múltiples dimensiones asociadas son radicalmente expulsadas del modo de comprensión, de aprehensión de lo real. Por tanto, Estado, instituciones, agentes y comunidades quedarían eximidos de toda responsabilidad política y subjetiva.



2- Una perspectiva clínica en las instituciones tal como la pensamos propone una mirada bien diferente respecto de lo normal y lo patológico.


Al afirmar el carácter histórico, no natural, ni atribuible a ninguna esencia o trascendencia, discute esa concepción de la anomalía, de la enfermedad como ruptura, desviación y diferencia respecto de una normalidad estadística o distancia con un ideal instalado. Otorgando a lo patológico su características de analizador social.

Se trata de un no pensado de tal magnitud e intensidad que permea discursos y prácticas y tiene la capacidad de desplazarse y transformarse incluso cuando las fronteras de lo normal y lo patológico se van modificando acorde a los avatares socioculturales. Como es sabido lo normal tiene su régimen de verdad para cada institución social. Tanto respecto de la salud individual, el modo en el que debe desarrollarse el proceso educativo de un niño, o los modos ajustados a la norma en el que un adolescente debe devenir adulto. Una perspectiva clínica siempre tensiona los modos de normalización de una institución.


La naturalización y la deshistorización de los hechos sociales y subjetivos, la normalización como vector o eje de las prácticas institucionales, la tendencia a la acción-reacción, la acción reactiva, supone un modo de hacer con todo aquello que no funciona, lo que se percibe como detenido, lo que hace obstáculo y complica la marcha esperada e ideal que la institución ha fijado para los sujetos a los que educa, ampara, cuida, cura. Lo que propicia y dispone prácticas basadas en la eliminación-supresión inmediata del síntoma, del obstáculo, del conflicto.


Aunque sobren las evidencias de los desarreglos estructurales que hacen a las instituciones, a pesar de que la anomalía haya cambiado su estatuto tan marcadamente negativo en los enunciados y que conviven nuevas miradas, discursos y saberes que despliegan miradas más integrales o integradoras que le hacen un lugar a la falla, persiste, a veces como modus operandi - el modo más frecuente de actuar, automático- otras veces de un modo más soterrado la tendencia a la acción reactiva cuyo objetivo es eliminar, suprimir o expulsar aquello que es disruptivo al orden institucional.

Reducida la subjetividad al orden de la biología - y a una constelación limitada de factores que también podrían sobredeterminar la vida de un sujeto- se niega la historia y por tanto se niega la acción. Se suplanta a la acción por una serie de operaciones mecánicas, procedimientos, automatismos que confluyen con la tendencia a la acción reactiva. Una concepción que bien se lleva con las propuestas hegemónicas de esta época. La acción conlleva la vacilación, la demora e implica atravesar incertidumbres y resistencias de todo orden poniendo en juego implicaciones y sobreimplicaciones de los sujetos que allí intervienen. El hacer procedimental, el automatismo llama a la precipitación, propicia un responder al impulso. Asociado a la eficiencia y a la eficacia, amparado en la neutralidad de los procedimientos y los protocolos se muestra como un espejismo que indica una salida falsa que pretende saltear las complejidades de las prácticas de nuestro presente.


La abstención de intervenir, la renuncia a seguir sosteniendo el lugar y la función a la que hemos sido convocados son atribuidas muchas veces a los sinsabores de la práctica, a la fatiga que dejan los fracasos en el ejercicio del oficio. Podríamos pensar que una de las dimensiones de esta cesión, del desistimiento en la función está vinculada precisamente a la dificultad por reenfocar y transformar estas prácticas basadas en la eliminación-supresión inmediata del síntoma, a la veloz remoción del obstáculo, a la resolución cabal del conflicto.

La medicalización y psicologización de los problemas sociales y subjetivos es una consecuencia de este no pensado de las prácticas, una mirada individualizante en el que cada sujeto es una célula aislada en-del universo y en él radica el origen, la causa y el fin último de todos los avatares de su existencia.

Una perspectiva clínica en las instituciones tal como la pensamos propone reorientar la acción hacia una perspectiva que le otorgue un valor al síntoma y logre producir espacios y tiempos, dispositivos de trabajo sostenidos que construyan otras modos de relacionarse, otras sensibilidades con lo que tiende a nominarse como anomalía o patología.


3 - Una perspectiva clínica en las instituciones requiere de ciertos dispositivos que tienen a la palabra en un lugar central.


El mejor instrumento de la medicina es la silla, decía el Dr. Andrade, porque ahí el paciente puede sentarse y hablar, así refiere Ricardo Piglia (2017: 159) en un relato indudablemente autobiográfico los dichos de un médico de pueblo, un gran clínico que revisaba personalmente a los enfermos y no los abrumaba todo el tiempo con análisis y estudios complejos y otras supersticiones científicas para sacárselos de encima - exagera el escritor en su relato- aludiendo a uno de los exponentes de una tradición clínica médica posiblemente en extinción que no retrocedía ante las demandas del paciente a ser escuchado y no solamente examinado.


Quizás porque esa tradición clínica sabía algo de lo que el psicoanálisis evidenció y organizó como dispositivo, en el que como afirmaba Blanchot (2012:31):


¨Aquel que habla y acepta hablar junto a otro encuentra, poco a poco, las vías que harán de su palabra la respuesta a su palabra”.


Ese lugar central y al mismo tiempo atópico de la palabra, desplazado de la mera comunicación e interacción instrumental piensa el lenguaje como acción que transcurre hoy. No se trata de los hechos, sino del saber acerca de ellos insistía Ulloa. Invitar a contar, más allá de informar, de transmitir informaciones y menos aún se trata de contar en el registro del cálculo que apunta a la eficiencia y al rendimiento- aunque no sea posible eludir totalmente esas demandas-, contar en la dimensión de la narración que busca un buen entendedor. Propiciar la narración permite relatar el movimiento de la experiencia de los sujetos en las instituciones. Los nudos, momentos, conflictos insolubles sobre los que es necesario avanzar llevando más lejos esa experiencia.


Propiciar el despliegue de los relatos sobre las prácticas es invitar a desencadenar asociaciones, recuerdos, hacer memoria, de algún modo construirla para que emerjan un conjunto diverso de significaciones sobre los hechos, sobre lo hecho. Escuchar los relatos, escucharlos de algún modo a contrapelo, seguir el hilo y sus tropiezos. Dice Marcelo Percia en su comentario sobre el texto de Blanchot (2012:51) que el habla analítica se sustenta en la posibilidad que tiene la palabra de viajar entre los cuerpos y los tiempos, capacidad de diseminación entre hablantes que Freud llamó transferencia.


Relatos que en las instituciones construyen una polifonía, un conjunto de voces a ser escuchadas, en esos viajes entre cuerpos, espacios y tiempos. Es en transferencias múltiples que conviene escucharlos, solo en esa red de conexiones transformarán su sentido y adquirirán su mayor potencia. Se trata de hablar, se habla cuando se piensa lo hecho, se habla cuando se interviene, y aquí también se trata de saber callar a tiempo.


“He aprendido con mucho esfuerzo, que callarse a tiempo puede ser mejor que la impostura del optimismo terapéutico (…) En este oficio como en el resto de la vida, algunos silencios pueden ser menos perjudiciales que algunas palabras.” (Dessal, 2018:152)


Así dice de su experiencia clínica el doctor David Palmer, psicoanalista, hablando del análisis de Anne, entrañable personaje de una reciente novela de Gustavo Dessal, El caso Anne.


Revalorizar el silencio, la demora, la abstención en el momento oportuno que también tienen valor de palabra. Estar advertidos del furor curandis, o del furor educandis que se juegan en cualquier escenario y situación impulsado por las expectativas, los ideales y también por la angustia que producen aquellas situaciones complejas ante las cuales no atisbamos inicialmente el modo de abordarlas



4 -Una perspectiva clínica en las instituciones requiere del trabajo en torno a la implicación del que “hablando y escuchando palabras se orienta en su caminar”.


Como una herramienta fundamental para mantenerse en la posición, condición para disponerse a la acción, poder sostener el peso de las transferencias, manejar las ambivalencias y ambigüedades propias que supone movilizar acciones, espacios y tiempos de pensamiento, pilotear los malentendidos, soportar los afectos encontrados e intensos (alojar la angustia, develar las imposturas). Sostener el encuadre que permite orientarse y orientar buscando la suficiente flexibilidad para poder reinventarlo.


Y la implicación, revisar los modos en los que estamos cada vez involucrados, concernidos, comprometidos en lo que hacemos y decimos requiere retomar la cuestión de la evaluaciones en términos de éxito o fracaso. Una clínica discute y debate en torno a las nociones de éxito y fracaso que impregna las prácticas, soporta las tensiones que esa posición genera. La tarea de reconsiderar esa categorización más allá del rendimiento permite atender la dimensión subjetiva, singularizar las situaciones problemas y sin dudas los tiempos que se disponen en cada caso.


En sus experiencias institucionales Siegfried Bernfeld[ix] señalaba como los educadores que promovían innovaciones pedagógicas se decepcionaban ante los fracasos de esos nuevos métodos. Se decepcionaban una y otra vez relata, los dejaba en la más terrible confusión cuando sobrevenía un incidente drástico y peligroso y con pocas excepciones admitían las necesidad de retomar los métodos del castigo corporal, el arresto y la reclusión que habían pretendido dejar atrás en pos de una pedagogía humanitaria, de camaradería y amor. Esto lo lleva a interesantes reflexiones acerca de los ideales que esa pedagogía amorosa versus la pedagogía cuartelera-autoritaria, que lo llevan a trabajar la noción de autoridad.


Fernand Deligny en sus escritos y diarios recurre con bastante frecuencia a la palabra fracaso. Sin duda fue alguien interesado en transmitir los claros oscuros de los oficios, esa parte significativa de las prácticas que pueden ser rutinarias, agotadoras, decepcionantes. La visibilidad que le da alejado de todo idealismo propone un modo de orientarse en el oficio, por ejemplo escribía:


“Si por tan poco te asqueas del oficio, no te subas a nuestro barco, pues nuestro carburante es el fracaso cotidiano, nuestras velas se inflan de risitas burlonas, y trabajamos mucho para llevar a puerto pequeñísimos arenques aunque salgamos a pescar ballenas.” (2017: 51)


La decepción, la fatiga que sobreviene cuando nuestras acciones no resultan como las esperábamos, cuando lejos de avanzar en percibimos retrocesos, detenciones, bloqueos, interrupciones, situaciones que se cronifican, requiere la necesidad de administrar nuestro ánimo para poder seguir ejerciendo el oficio elegido y ello siempre conlleva una tarea de pensamiento sobre la práctica. [x]


Proponer que el carburante es el fracaso cotidiano subvierte la posición tradicional del oficiante del lazo y propone tomar distancia de las expectativas e ideales que ponemos en juego, nos dice que ese gaje del oficio no es una anomalía sino su corazón, su condición central. Se desmarca del par éxito-fracaso tan incorporada en la vida social desde una lógica mercantil, eficientista, técnica y meritocrática para plantear que lo fundamental es estar comprometidos, implicados en la imposibilidad de toda tarea y que ello no es posible sin pensarse junto a otros, interlocutores varios, colegas, autores, escritura.



5- Una perspectiva clínica en las instituciones sostiene la imparidad de cada sujeto y sabe de las tensiones que conlleva las relaciones siempre complejas entre el sujeto y la institución.


Una clínica que no puede ser sino situada, a pesar de la evidencia de ciertas regularidades y de la intuición y constatación de la existencia de variantes lo que la define no es sino la singularidad de los sujetos, la particularidad de cada institución y de toda situación problema.


Por tanto, problematiza la producción de los saberes en juego en cada conflicto. Interpela las prácticas de los actores institucionales (los saberes que están operando y que se ponen en juego, los conocimientos, las posiciones y actitudes). Apunta a que se formulen preguntas sobre lo pensado y actuado, sobre lo no-pensado, sobre las posibilidades y sobre los límites. Se orienta entonces a reconfigurar las relaciones entre el-los sujetos y la institución.


Como refería Deligny hay tres hilos entrelazados que habría que tejer conjuntamente: el individual, el familiar, el social, dice del familiar que está bastante deteriorado y del social que está lleno de nudos entonces nos conformamos con tejer solamente el primero y nos asombramos de la fragilidad de ese trabajo de bordado, sin embargo, poder reconocerlos y nunca perder de vista esos tres hilos le puede dar espesor a nuestras lecturas y a nuestras intervenciones.

Podemos decir que una clínica siempre apunta a que todo sujeto en el contexto que fuere tome en serio su existencia. Nuevamente vamos en ayuda de nuestro psicoanalista de ficción el Dr. Palmer quien parafraseando una frase de Jacques Lacan reflexiona:


“Tomarse en serio la existencia implica hacerse cargo de lo que solemos acusar a los otros, renunciar al vergonzoso placer de imaginarnos víctimas, reconocernos en las consecuencias de aquello que hemos decidido, o incluso de lo que no hemos decidido. Asumir que la inacción es una forma de acción, que excusarse en la mala suerte es una coartada de corto recorrido, y que, dado lo difícil o improbable que resulta no mentirse a uno mismo, al menos tengamos la suficiente valentía como para preguntarnos de tanto en tanto si no estamos abusando de esa costumbre.” (Dessal: 112-113)


Es que más allá de que existan definidos condicionamientos sociales e institucionales, sabiendo que hay situaciones muy claras en las que hay víctimas y hay victimarios, descontando que cada sujeto porta su historia y se encuentra en un momento vital determinado y en un contexto especifico, que cada sujeto tome en serio su existencia y su relación con lo común, con lo colectivo, es la ética que gobierna una perspectiva clínica en las instituciones.


Reconfigurar las relaciones entre el sujeto y la institución era la posición que sostenía August Aichhorn, sostenía que no se trataba de conquistar de entrada por la palabra a los adolescentes que llegaban a su institución, sino que había que ¨dejar que el ambiente actúe…¨. Su propuesta era generar un ambiente tal que los sujetos pudieran sentirse bien, así de sencillo (2006:18). Cuando él se refería a ¨regular el ambiente que rodea al niño¨, contra toda idea de adaptacionista, lo que se ponía en juego era el tipo de ambiente que se generaba activamente, implicaba tomar la decisión de incidir en las condiciones institucionales, y ello requería instalar esa discusión con los educadores, aún cuando los resultados no fueran en primera instancia los que él esperaba. El debate y el consenso de los adultos en una cierta posición y dirección sabemos que es una de las condiciones fundamentales para estas tareas.


Aichhorn se preguntaba, cómo rescatar la subjetividad del adolescente de su acto transgresor, agresivo o delictivo, “¿Cómo construir el lugar del Otro, esa alteridad imprescindible para el humano, cuando el sujeto parece ya no creer en su existencia, en su función de soporte, de ayuda?”


Esa función de soporte que las instituciones creadas para tal fin, aún aquellas que están implicadas en la centralidad y las implicancias de tal función, deben ser interrogadas y revisadas por una mirada y una escucha clínica institucional.


Por su condición estructural a serializar, a ordenar-clasificar según ciertos ideales, a fragmentar en funciones y capacidades, a escindir y a encapsular el mundo sensible, a producir lecturas unidimensionales de lo que hace conflicto, una perspectiva clínica apuesta a la integralidad del sujeto y de las situaciones en las que se hayan implicados. Una clínica que no subraya los déficits, ni se solaza en las carencias de los sujetos, sino que aborda el sufrimiento apuntando a desencadenar sus potencias.


Una clínica de la singularidad del sujeto y de las situaciones se orienta a dar cuenta de la heterogeneidad y piensa el conflicto como parte indisoluble de la vida social, institucional y subjetiva.


En sus consideraciones sobre la palabra analítica, Blanchot (2012:29), refiriéndose a la libertad con la que Freud inventó su vocabulario, las explicaciones y los esquemas más variados para dar cuenta de lo que descubría, nos brinda quizás una definición del carácter situado que hace a toda clínica ya que nos muestra la conveniencia de que cada experiencia sea proseguida, comprendida y formulada en primer lugar con relación a sí misma. Un criterio a tener siempre presente, una coordenada para la acción, una advertencia ante las extrapolaciones de enfoques preelaborados o ¨enlatados¨ como suele decirse, aplicaciones automáticas de modelos de intervención.


Cuando Deligny insiste con el juego como constituyente del lazo con la infancia, como vía regia de relación, de comunicación, de reconocimiento habla de su posición clínica situada. Reconocimiento de su estatuto de niños, umbral ineludible para conocerlos y acompañarlos en esa aventura o desventura que implica todo contexto institucional.

Sostener la imparidad del sujeto y saber de sus tensiones en y con la institución nos reenvía a la cuestión ya abordada sobre lo normal y lo patológico y las prácticas basadas en la eliminación-supresión inmediata del síntoma, del obstáculo, del conflicto.

Nuevamente Deligny da en el blanco con una de sus fórmulas: “Jamás olvides fijarte si el que se rehúsa a caminar no tiene un clavo en el zapato”. En una frase condensa con una imagen una posición de interrogación sobre las razones y sinrazones de conductas y comportamientos, una posición respecto al síntoma. Así como en aquella otra fórmula en la que nos aconseja: “Es brutal y terco, no te apresures a quitarle esas garras”. Nos sugiere no precipitarnos a suprimirlo, no buscar resolverlo sino escucharlo, tratarlo con la prudencia que las resistencias y los mecanismos de defensa requieren en tanto cumplen una función. No atender a esa función sustitutiva puede acarrear consecuencias riesgosas para el sujeto. Una advertencia para detenerse y entonces acompañar a quien tiene un clavo en el zapato, suspender ese furor educandis que parece habitarnos -tan emparentado con ese otro pasión: el furor curandis-. Otorgarle un valor a esa detención, a ese rehusarse, cambia el sentido y se abren otras vías que ofrecen tiempos y espacios, abriendo un curso de acción y de acompañamiento que permita una implicación subjetiva. Todo un saber hacer, resultado de su valiosa experiencia.


6 - Una perspectiva clínica en las instituciones instala otra dimensión del tiempo, sostiene una relación “incómoda” con las anticipaciones, con los planes y los objetivos fijos e inamovibles.


Una perspectiva clínica en las instituciones configura otra relación con el tiempo y los tiempos, no desconoce las tensiones que ello conlleva, ni desatiende las demandas desde las que es convocada. Es cierto es que está más atenta a las variantes que a las regularidades.


Cuenta Eisller que August Aichhorn estuvo entrevistándose diariamente con un paciente esquizofrénico quien quería convencerlo a toda costa de sus ideas delirantes. Aichhorn refería que estaba sentando las bases para una transferencia que le llevo a importantes transformaciones subjetivas y "que su altura como clínico se puede apreciar en su recomendación de que quien se cree que está siendo demasiado paciente con el “delincuente” en tratamiento, será tan sólo por esta creencia, despojado de los frutos de sus buenas intenciones…" (Aichhorn, 2006:30). Es decir que para Aichhorn, en estos asuntos, nunca se es suficientemente paciente. La persistencia, cierta paciencia como atributos para sostener una clínica.


Por su parte, Deligny, desconfiado de las soluciones inmediatas recuerda algo que educadores y terapeutas conocen bien cuando dice: “Les ha tomado quince años y nueve meses hacer a sus padres lo que es, y quisieran que en tres semanas lo conviertas en un niño modelo” (2017: 44)

En la misma línea escribía Janusz Korczak para la misma época aproximadamente su maravillosa frase:


¨He leído libros interesantes, ahora leo niños. No digo ya sé. Leo una vez, luego una segunda, una tercera y una décima vez el mismo niño. Y no sé mucho porque el niño es un mundo, un mundo inmenso. Sé lo que ha sido y lo que es, pero, ¿qué será después? (Naranjo, 2001:197)

Dicho por un voraz lector y un profuso escritor, sin dudas adquiere mayor relevancia. Apunta y se dirige directamente a la impaciencia del pedagogo, a la rigidez del psicólogo atado a los baremos de la psicología evolutiva, a las prisas del trabajador social por integrar, por incluir. Pone en evidencia la violencia de la sobreinterpretación, busca amortiguar, detener la secuencia acción-reacción, a sostener la dimensión enigmática y misteriosa de la infancia. En otras de sus frases orientadoras pide respeto por los misterios, las sacudidas y las interrupciones repentinas del duro trabajo que es el crecimiento. Vemos como los tiempos de y en la clínica están en el centro de las tensiones entre el sujeto y las demandas de la institución.


Aichhorn da testimonio de su clínica y se ve en la obligación de advertir a los principiantes que en este campo no puede establecer reglas estrictas ni rápidas formas de proceder. Su intención, dice, es despertar consideraciones atentas sobre los problemas discutidos y estimular el esfuerzo independiente. (Aichhorn, 2016: 33)

No hay lugar para la prisa ni para la superficialidad, advierte contra la tendencia prevalente a la generalización como especialmente peligrosa para el investigador de la conducta social, y sostiene que se encuentra centrado en su trabajo práctico con los niños y las discusiones teóricas, sin aplicación inmediata no le interesan.


“Sin duda, esperáis de mi que os explique el plan que tracé para esclarecer totalmente su conducta disocial. Pero confieso que soy incapaz de hacerlo, y pienso que resultaría imposible en cualquier caso. Ha sido mi práctica de años de utilizar las situaciones favorables o, de no existir ninguna, de crearlas; la intuición y la deliberación me sirven alternativamente según el caso...” (Ibídem: 89).


Sin planes, rígidos agregamos, ni tiempos programables o anticipables, nos deja otro consejo: ¨Deberéis ensayar siempre primero las medidas más sencillas¨ (Ibídem: 57).

Sin embargo, reconozcamos que hay mapas equivocados que pueden llevarnos a puerto Cuando Graciela Frigerio (2017:53) nos trae la historia de una patrulla perdida que logra encontrar su camino con un mapa de otro territorio nos habla también de la necesidad de soportes desde los cuales nos lanzamos a la acción, hojas de ruta, bitácoras, cartografías que marcan trayectos e itinerarios para orientarnos mientras escuchamos y hablamos y construimos nuestro propio camino.


Combatir la impaciencia del pedagogo (que no es exclusiva de los pedagogos y los educadores) implica entonces una tensión y un ritmo entre acción, espera y ocasión u oportunidad.


Como la improvisación en la música, todo sucede en tiempo real. Existe un estándar, una melodía previa sobre la que se teje la armonía del instante (Piglia, 2017: 135). La armonía del instante en el que se juega el gesto clínico no es sin sostener y atravesar las tensiones que les son inherentes, lo que lo convierte en un gesto cargado de riesgos. Estar atentos a la ocasión, encontrar la oportunidad, implica también despegarse de la línea melódica y conlleva desplegar una capacidad metafórica y asociativa.



7 -Una perspectiva clínica en las instituciones implica una operación política e implica una ética


Despejado del ideal contemporáneo que postula que se trata siempre y solo de aspectos esencialmente técnicos, metodológicos o administrativos emerge la politicidad de toda operación clínica. En un sentido amplio, es una operación política, una interpelación a la polis, a los asuntos de la ciudad, de la sociedad, a la institución, a las formas de ejercer y configurar ese común capaz de desatar energías emancipatorias y de interpelar formas del poder establecidas que amenazan la emergencia de lo subjetivo.


Y en ese sentido una perspectiva clínica en las instituciones es un modo de hacer, un modo consecuente e implicado de actuar.

En registros muy diferentes dos autores sientan su posición política y ética respecto de los oficios del lazo.

George Canguilhem supo plantear con radicalidad la paradoja que habita ciertos oficios cuando afirmaba: “El objetivo del médico, como del educador, es volver inútil su función” (2004: 96). Es decir que allí donde triunfa, cuando cumple sus propósitos se desvanece la centralidad de su posición, se lugar, su función su tarea se hace innecesaria. Apunta a la necesidad de saber sobre los límites, los alcances, la pertinencia y los tiempos de las intervenciones en el ejercicio del oficio. Estar a la altura de ese objetivo y ser consecuentes con ello toca a una dimensión política, un aspecto de esta posición ética a la cual nos referimos.


Deligny va un poco más allá, habla de la necesidad del corte y la separación en el lazo que el oficiante pacientemente construye, y señala los riesgos de la ¨comodidad¨ (¿de ambos?) incluso advierte la transmisión de las experiencias pasibles de interferir en la tarea, así lo escribía:


“No los sueltes antes de que hayan tomado, de la atmósfera que has creado, todo lo bueno que podían tomar. Pero cuando estén demasiado cómodos, apresurate a separarte de ellos. Por tener un ejemplo que mostrar a los otros, corres el riesgo de dejar que se pudran los mejores frutas de tu cosecha.”


Construir las atmósferas y los lazos, estar atentos al momento de disolverlos, de transformarlos. Los riesgos de la objetalización del otro se agazapan en cualquier momento, en todo pliegue de la tarea de acompañamiento, generalmente, lo sabemos, con las mejores intenciones.



Para concluir


También es Canguilhem quien nos cuenta que en uno de los últimos textos de F. Scott Fitzgerald, el gran escritor comienza con estas palabras: “Toda vida, es desde luego, un proceso de demolición”. Pocas líneas después el autor agrega: “La marca de una inteligencia de primer plano es su capacidad para concentrarse en dos ideas contradictorias sin perder la posibilidad de funcionar. Por ejemplo, deberíamos poder comprender que las cosas carecen de esperanza, y no obstante estar resueltos a cambiarlas” [xi]

Dice Tardewski, un personaje de Piglia en Respiración artificial, alter-ego del escritor Witold Gombrowicz: ¨En cuanto a mi (…) usted quizás lo habrá notado, yo soy un hombre enteramente hecho de citas¨ (Piglia, 1980:216).

Sin dudas, lo que otros han escrito y nos importa va siendo parte de los que somos, aquello que escuchamos-leemos nos va orientando en nuestro caminar. En la combinación e interpretación que se produce a medida que lo vamos metabolizando surge alguna pista, algún indicio, un nuevo sendero para construir esos planes que no se van a cumplir, siguiendo aquellos mapas equivocados. Y tal vez porque en estos tiempos la desesperanza prospera concluyo con esta última cita con la esperanza de que estas consideraciones sean debatidas, corregidas, profundizadas y aporten a las artes de hacer de los oficiantes del lazo.



Fuente: Korinfeld, D. (2019) “Los que escuchando se van orientando en su caminar. Consideraciones sobre clínica e instituciones”, en Las instituciones saberes en acción. Aportes para un pensamiento clínico, Buenos Aires, Noveduc.




Referencias bibliográficas


Agamben, Giorgio (2017, Octubre 25). Entrevista a Giorgio Agamben: el pensamiento es el coraje de la desesperanza. Recuperado enhttps://enelmargen.com/2017/10/25/entrevista-a-giorgio-agamben-el-pensamiento-es-el-coraje-de-la-desesperanza/

Aichhorn, August (2006). Juventud desamparada. Barcelona: Gedisa.


Bernfeld, Siegfried (2005). La ética del chocolate. Aplicaciones del psicoanálisis en educación social. Barcelona: Gedisa.

Blanchot, M. (2012). La palabra analítica. Buenos aires: La Cebra.

Carta del Subcomandante Marcos a ETA (2003, Enero 12). Recuperado enhttps://www.uv.es/~pla/terrorisme/marcoeta.htm


Canguilhem, George (2004). Escritos sobre la medicina. Buenos Aires: Amorrortu.


Deligny, Fernand (2009). Permitir, trazar, ver, La tentativa 1975. Barcelona. Ed: Museu d’Art Contemporani.


Deligny, Fernand (2017). Semilla de Crápula. Consejos para educadores que quieran cultivarla, Buenos Aires: Cactus. Tinta Limón.

Dessal, Gustavo (2018). El caso Anne. Buenos Aires: Interzona.


Frigerio, Graciela (2017). ¨Oficios del lazo. Mapas de asociaciones e ideas sueltas¨ en Trabajar en instituciones: Los oficios del lazo. Buenos Aires: Noveduc.


Foucault, Michel (1999). El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica, México: Siglo XXI.


Jinkis, Jorge (2013). No solo es amor, madre, Buenos Aires: Edhasa.

Korinfeld, Daniel (2017). Neuromanía, educación y neoliberalismo. Entrevista. Revista Para Juanito. Segunda etapa / Año 5 / N° 13 / Agosto 2017. http://www.fls.org.ar/juanito/13/para-juanito_13-web

Korinfeld, Daniel (2018). “Fernand Deligny: 136 cometas lanzados al cielo. Sobre prácticas, afectos y emociones en la tarea de educar”, en Emociones, sentimientos y afectos. Las marcas subjetivas de la educación. Carina V. Kaplan ( Ed). Buenos Aires: Miño y Davila Editores.

Naranjo, Rubén (2001). Janusz Korczak. Maestro de la Humanidad. Buenos Aires: Novedades educativas.

Percia, M (2012). ¨Un oído que está por aparecer¨ en Blanchot, M. La palabra analítica. Buenos Aires: La Cebra.

Piglia, Ricardo (1980). Respiración artificial. Buenos Aires: Anagrama.

Piglia, Ricardo (2017). Un día en la vida. Los diarios de Emilio Renzi (Tomo III). Buenos Aires: Anagrama.

Ulloa, Fernando (1995). Novela Clínica Psicoanalítica. Buenos Aires: Paidos.



[i] Este escrito se inscribe en el trabajo que venimos desarrollando en los Ateneos de Pensamiento Clínico que Graciela Frigerio propuso hace varios años, uno de los espacios del Grupo Rioplatense de Estudios en Psicoanálisis y Educación que conformamos junto a Carmen Rodríguez, en las conversaciones e intercambios con otros colegas con quienes compartimos los Seminarios Internacionales de Montevideo y Buenos Aires, que hemos publicado en los dos libros recientemente editados por Noveduc, gran parte de lo escrito abreva comenta, subraya, matiza, discute o profundiza algunas de las reflexiones sobre la clínica cuando se trata de las instituciones y los oficios del lazo. [ii] Sabemos de la querella que en la actualidad se juega en nuestra lengua y lo seguimos con atención y perspectiva crítica, aunque en este texto decidimos no utilizar en su escritura lenguaje inclusivo, no nos pasan inadvertidas esas marcas que persisten en el lenguaje que utilizamos. [iii] Incluso de la mano de cierto psicoanálisis y psicoanalistas que trasladaron su tarea de consultorio mecánicamente a las escuelas, contribuyendo a la psicologización y a la patologización de las practicas educativas. [iv] Es relevante que diferenciemos individualidad de subjetividad, diferencia significativa para pensar las prácticas, para el modo de abordar los problemas y enfocar las acciones. Subjetividad alude a lo singular, lo impar, lo intransferible e irrepetible de cada sujeto sin desconocer que esa singularidad forma parte, está interconectada en un conjunto de tramas, de interrelaciones con otros. Un sujeto que no es pensado como una célula independiente, sin historia, ni influencias, tampoco como un ser sobredeterminado y sometido a las tramas sistémicas e institucionales por las que transcurre su vida. [v] Algunas consideraciones críticas sobre esa avanzada se pueden leer en Korinfeld, Daniel (2017): Neuromanía, educación y neoliberalismo. Entrevista. Revista Para Juanito. Segunda etapa / Año 5 / N° 13 / Agosto 2017. [vi] August Aichhorn (1878-1949), psicoanalista discípulo de Sigmund Freud quien se dedicó a trabajar con niños y adolescentes llamados delincuentes y disociales desde las referencias del psicoanálisis. Su libro Juventud desamparada cuenta con un célebre prefacio de Freud. [vii] Janusz Korczak (1878 Varsovia – 1942 Treblinka), médico pediatra, maestro, escritor. Dirigió asilos de huérfanos en Polonia, desarrolló una obra pedagógica y una práctica muy importante e innovadora para su época que inaugura la concepción de derechos para la infancia, las formas de institución y convivencia que organizó en las condiciones más terribles -incluso antes del gueto- debido al hambre, los huérfanos de guerra, la delincuencia, luego las persecuciones, la violencia. [viii] Fernand Deligny (1913- 1996, Bergues, Francia) trabajó en hospitales psiquiátricos, centros de readaptación con los niños caídos, excluidos de la sociedad, de las familias, del sistema educativo llamados delincuentes, retrasados, idiotas, psicóticos, autistas. [ix] Siegfried Bernfeld, (1892-1953) discipulo de Freud formó un grupo de estudio con August Aichhorn con quien compartían sus intereses y prácticas que vinculaban el psicoanálisis con el campo de la educación. [x] Korinfeld, Daniel (2018). “Fernand Deligny: 136 cometas lanzados al cielo. Sobre prácticas, afectos y emociones en la tarea de educar”, en Emociones, sentimientos y afectos. Las marcas subjetivas de la educación. Carina V. Kaplan (Ed). [xi] La fisura, F. Scott Fitzgerald, París, Gallimard, 1963, pág. 341. Citado por Canguilhem, Pag 98.



Brett Weston - "Mano y oreja " - 1928 - Impresión en gelatina de plata - 16.5 × 22.5 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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