Lou Andreas y Anna Freud (lV) / Cynthia Eva Szewach
- Revista Adynata
- 1 jul
- 7 Min. de lectura
“Tropezabas con aquello que nunca se podía desentrañar del todo, lo que siempre está presente cuando una intenta pensar desde lo íntimo…”
Lou Andreas Salomé
Volvemos a sentir en las cartas, la atmosfera que van labrando poco a poco entre dos mujeres. Aún en sus disímiles maneras de escribir y la diferencia generacional, leemos como van esculpiendo una intimidad. Anna está nuevamente ansiosa por verla y entregarle un vestido hecho por ella con el temor tembloroso de equivocar el gusto exigente de Lou. En el entretejido le habla de su trabajo, de pequeñas pacientes emigradas en orfandad, a lo que seguirá dedicándose tal como sabemos y de sus encuentros valiosos con Aichhorn. También resaltan la distinción entre un proceso analítico propiamente dicho y una conversación, y hablan de algo que comparten: el interés por el ensueño diurno. Nombran el malestar por los analistas que hablen en un “lenguaje secreto” como una jerga para pocos y de lo personal en la alegría de teorizar, Lou a solas con alguien cercano, Anna en grupalidad.
Lo que Anna llama aquí sus “bellas historias” son menciones a imaginaciones narrativas que en otras cartas menciona se ven afectadas por interpretaciones de un simbolismo sexual. Ella quiere que se las valore por su poder narrativo.
Lou es quien puede escucharla. Le sigue sus transformaciones y la alienta en lo que le concierne de lo que escucha, le confiesa las diferencias entre ellas, lo que conjetura de sus momentos, en un lenguaje propio para poder decir lo que quiere con calidez analítica y amistosa.
En la mayor parte de las cartas sin duda la mención a Freud, venerado, amado, está presente. Lou por estas mismas fechas se cartea con él, a quien le cuenta su compromiso fervoroso con un psicoanálisis de dedicación permanente, sin descanso pero que la regocija. Se refiere a quien (nombra a Stekel) lo supone envenenado con precipitaciones teóricas conclusivas y recetas librescas que ella teme fastidiosa, aniquilen la transmisión del maestro. Quiere verlo en el Congreso de Salsburgo y Freud contesta que la esperará allí, “(…) y mejor nos iremos de vez en cuando a pasear por el jardín de ciruelos mientras los otros se rompen la cabeza. Y Anna nos acompañará.”
Fragmentos de dos correspondencias[1]
25 de enero de 1924, Viena
Mi querida Lou
No podía imaginarme que aún no supieras nada con certeza sobre la fecha del Congreso, creí que recibirías noticias al respecto desde Berlín. Se supone que comenzará el lunes de Pascua y durará tres días, en Salzburgo, lo cual nos resultará muy cómodo. De todo el Congreso, lo que más me alegra es verte, por suerte esta vez no habrá demasiadas ponencias y quedará algo de tiempo. Tardes, mañanas y mediodías… sólo sé de antemano que no será suficiente.
Que te alojes con nosotros es, por supuesto, absolutamente necesario; todo eso se organizará desde aquí. Naturalmente, llevaré el vestido de lana. Ahora que sólo le faltan casi únicamente las mangas, te verás, por cierto, ante una nueva y difícil decisión: ¿el ribete en relieve —que es absolutamente necesario en los bordes de las mangas, el escote— debería ser de piel, o mejor una tira de lana con aspecto de piel? Lo primero sería, en sí mismo, más bonito; solo que, me temo, ya hacia Pascua parecería poco apropiado —y mucho más aún en verano, aunque se llevaría también en días fríos. La cuestión es tan difícil que prefiero llamarte personalmente para decidirlo contigo.
Imagínate, tengo una nueva paciente, y además una muy interesante —como siempre, gracias a Aichhorn, porque de otro modo nadie se ocupa de mis necesidades en este ámbito. Es una pobre niña muy digna de compasión, de 13 años, proveniente de Hungría, donde perdió a ambos padres con muy poco intervalo. Aquí vive con un tío y una tía, en un entorno poco afectuoso, y reacciona a ello con un retraimiento del mundo exterior y un hundimiento en sus recuerdos, que la vuelve bastante inepta para la vida cotidiana. Sólo la escuela, a la que acude con gusto, queda excluida de ese repliegue: allí logra apartar todos los pensamientos y estudia con mucha aplicación. No estoy haciendo un análisis propiamente dicho con ella, más bien una especie de conversación analítica, a la cual, sin embargo, responde bien. Aichhorn y yo esperamos además poder encontrarle un lugar en un hogar muy bonito y alegre. Pero eso no se logra tan rápidamente. Con Aichhorn, entretanto, he visitado una oficina de protección juvenil y el tribunal de menores. Curiosamente, el psicoanálisis es allí —aunque se trata de oficinas oficiales del municipio de Viena— algo bien conocido y respetado. Aichhorn te agradece mucho tu saludo y te envía también sus mejores saludos Esta mañana, en nuestro recorrido —a las ocho en punto, por la calle— me recibió de inmediato con grandes reflexiones teóricas que se vinculan contigo (con tu tipo de mujer) y, que él ha estudiado a fondo. Tuve que hacer un gran esfuerzo para mantenerme bien despierta y atenta, porque, de lo contrario, a esa hora apenas estaría arrastrándome fuera de la cama.
Además, esta semana estuvo aquí otra niña pequeña de Budapest, a la que debía ayudar a encontrar alojamiento. Tuve que reunirme bastante con la madre; probablemente irá a Suiza. Al parecer, se trata de una esquizofrenia incipiente. De una paciente aún tengo que contarte algo. Ha aportado a nuestro tema de la ensoñación diurna que me ha gustado mucho: una frase inicial, siempre la misma, con la que comienzan todos sus ensueños, y que —como mostró el análisis— ya contiene en sí misma el núcleo del contenido de todo el soñar. Si te interesa, podría transcribírtelo a máquina; para una carta es demasiado complicado.
Pero ya que estoy hablando de ensoñaciones diurnas, tengo que contarte algo curioso. A pesar de que he tenido bastante trabajo últimamente (tuve que entregar dos grandes correcciones de traducción para la editorial), la semana pasada, de repente, mis “bellas historias” se despertaron otra vez y durante días estuvieron casi desenfrenadas, como hacía mucho no ocurría. Ahora han vuelto a dormirse, pero me ha impresionado cuánta permanencia, cuánta fuerza y atracción puede conservar un ensueño, incluso cuando ha sido tan desplumado, analizado, publicado y maltratado de todas las formas posibles como lo ha sido el mío. Se que en realidad es una pena, por sobre todo entre pacientes, pero fue muy agradable otra vez y sobre todo me gusta mucho.
(…) Con papá no hay muchas novedades; a veces, los ajustes en la prótesis o pequeños tirones en la cicatriz le causan molestias. Entonces, siempre me preocupo mucho, aunque con el tiempo esas preocupaciones resultan ser infundadas.
(…) Lo que me molesta de los nuevos libros de la editorial es que son completamente distintos a los de papá. Justamente aquello que hacía que sus escritos resultaran verosímiles en lo más profundo, aquello que llegaba a tocar a afectar, eso les falta por completo. Y lo que también irrita es ese “lenguaje secreto para analistas”, que una persona ajena, sencillamente no podría entender ya. ¿Cuántas horas tienes ahora?...
Te abrazo y beso con todo cariño.
Tuya, Anna
31 de enero de 1924, Köninsberg
Mi querida Anna
Ahora ya buena parte de tu jornada pertenece a tus pacientes, pues tienes ya a la segunda —y un caso tan completamente distinto—, y también el alojamiento de la pequeña esquizofrénica; y al mismo tiempo, te ocupas aún de traducciones y asuntos editoriales, además de esas magníficas salidas con Aichhorn, a quien ruego saludes cordialmente de mi parte. Pero por encima de todo, estoy segura de que vives las conversaciones con tu padre y todo lo que conforma su experiencia cotidiana; y, como las visitas al profesor Pichler se han vuelto más esporádicas, lo pasado se aleja…Sigue siendo el modelo de todo lo que puede pedírsele soportar a un ser humano, y en cierto modo, nos da la posibilidad de superar dificultades futuras, como si desde ese momento hubiésemos desarrollados hombros más anchos para enfrentar nuestros posibles destinos[2]. En medio de la vida normal de la casa —seguramente un signo del estado de ánimo— finalmente despertaron tus “bellas historias” se podría decir que son excesivamente dormilonas, pero tal vez eso se compense con el tiempo, como ocurre con los bebés que duermen sin cesar, una vez que se los ha destetado, es decir, tan pronto como cesan ciertos vínculos demasiado personales en los que todavía están entrelazados contigo misma.
Algo similar podría estar ocurriendo también con el otro proceso de adaptación del que me escribiste la penúltima vez: tu libertad y alegría al teorizar, incluso frente a otras personas, podría tener que ver con que antes —en lo más profundo— cuando te interesabas plenamente en un problema personal, ya fuera porque tropezabas con aquello que nunca se podía desentrañar del todo, lo que siempre está presente cuando una intenta pensar desde lo íntimo; o, porque al vislumbrarse algunas soluciones, el problema en sí, en su forma impersonal, comenzaba a perder relevancia.
Un tercer caso, podrías experimentarlo en los análisis: en cuanto lo más interesante de ellos ya no sea aquello mediante lo cual descubres algo esencial de ti misma, como si estuvieras como analizante directamente implicada, (hace casi un año escribiste acerca de esa paciente: “cuánto aprendo sobre mí misma”).
En cuanto a la capacidad de teorizar, no soy en absoluto tu igual; yo sólo puedo hacerlo en el diálogo con un otro, no en grupo, allí me siento de algún modo distraída. No puedo decirte cuanto vivo la expectativa del Congreso, donde por fin podré volver a hablar contigo.
(…) Hoy quiero tomar por fin la gran decisión respecto a la consulta sobre el ribete para el invierno, creo que yo misma tendría varios tipos de pieles —todo dependería entonces del color—, pero ahora, un ribete de lana, si fuera blanco, sería sin duda lo mejor; seguramente esto te asuste, es uno de mis caprichos, ese blanco en el cuello y en los puños... ¿no podría hacerse de forma no fija, es decir, simplemente prendido, para poder quitarlo y lavarlo? Las borduras de colores, como la gris del jumper verde de Mathilden (el de tu cumpleaños) y más aún las marrones, no me resultan nada atractivas. En el peor de los casos, sin ribete, y ya hablaremos de uno que se pueda sujetar. Así que ¡suelta la lengua sobre esto, aunque sea para regañarme!
Mientras tanto, te doy un beso y te estrecho esas manos tuyas —tan incansables y tan queridas por mí. Mil saludos a tu padre.
Tuya, Lou
[1] Agradezco los comentarios de lectura, la corrección y revisión de la traducción personal de estas cartas publicadas en Briefwechsel DtV (Deutcscher Taschembuch Verlag), München 2004 a Bettina Klunkert y a María Eugenia Monarriz.
[2] El Dr Pichler fue uno de los médicos que trató a Freud de su cáncer maxilar, y de sus prótesis con lo cual se refiere a la salud y fortaleza de Freud para enfrentar su enfermedad.

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