Descarriadas, sudorosas, invertidas.
Insumisas, incorrectas, desviadas.
Temblorosas monstruosidades, ¿qué es este sigiloso estruendo que se nos viene atragantando desde hace rato? ¿El grito de los cornalitos terrestres? ¿El revoloteo de la vida anfibia? Es lo vivo informe, antes de las clasificaciones, de los nombres, atributos, y etiquetas.
Andamos adheridxs, aún, a identidades que nos sostienen tanto como nos asfixian. Marchamos alegres, borrachxs, y harapientxs. Endebles, dañadxs, furiosxs porque ¡ay!, cadáveres, ¡ay! de tantas monstruosidades asesinadas, violentadas, abusadas; ¡ay! de esxs niñxs que van a nacer con una alita rota,sin cielo para volar.
Marchamos, pero no sólo hasta la Victoria, porque aunque ella llegue, vamos a seguir en las calles custodiando a lengüetazos el derecho a ser un monstruo. De la lengua de la Susy a la de la Perlongher; vamos y venimos abrazando palabras en las que late un deseo libertario: “no queremos que nos persigan, ni que nos aprendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen”.
El día en que el deseo de normalidad arda, arrojaremos en la hoguera a todas y cada una de las fábulas que nos sofocan. En esa fogata arderá el Capital, los nefastos titulares de los diarios del odio, las jerarquías, los recibos de sueldo, el monotributo, el sistema financiero, la indiferencia y los microfascismos. Arderá el daño que deja en los cuerpos un desabrazo. Arderán las deudas que dictan con anticipo la sentencia de muerte de lxs que han sido excluidxs de la fiesta meritogárquica. Arderán los manuales de autoayuda, la moral, las buenas formas.
Maderitas para ese fuego andan juntando hoy unas yeguas no exentas de las miserias de estos tiempos. Cuadrúpedas que intentan torpe y decididamente levantar una trinchera de papel glasé, glitter y besos. Inyectándole sudor y disidencia a las tan misóginas y heteronormadas letras que tanto nos hacen bailar. Okupando las calles, la noche, los bailes, los discursos, las plazas y las camas. Yendo y viniendo de las formas, de las normas: entre la identidad y la diferencia, la propiedad y lo impropio, los amores conocidos y los que aún no se inventaron. En ese viaje oscilante lo vivo se toma un respiro. En ese ir y venir, asoma la posibilidad del desvío.
Pero cuidado, changuitx, no te enamores tanto de las imágenes: ya somos muchxs lxs que venimos cayendo en esa trampa. Nada nuevo ha brotado de esa orilla putrefacta, y seguimos todavía preguntándonos cómo eyectarnos de las representaciones, cómo demonios vivir tantas pasiones. ¿Será que te sobra por ahí algún trocito de madera o de papel que quieras hacer arder? Cruzá el puente, te invitamos. Cruzalo y venite al docke a tomar unas fresquitas, que acá estamos intentando no sabemos bien qué cornos. Pero si el apocalipsis nos sorprende, que sea haciendo lo que nos gusta hacer. Que sea ensayando cómo queremos vivir. Yegua no se es, ¡se yegua a hacerlo!
Abrazamos las mutantes líneas dibujadas por todas esas otras diferencias irreverentes fugadas del orden, habitantes de otros cuerpos, narradoras de otros cuentos. Abrazamos el galope de las matriarcas latinoamericanas, como la Lemebel, la Pancho Casas; yeguas originarias que homenajeamos y celebramos. Hermanas chilenas, furiosas perturbadoras de la conformidad y la complicidad con el Terrorismo de Estado; tentadoras de desvíos fugaces y urgentes. Abrazamos ese loco afán de desprogramar los mecanismos disciplinantes que instauran un orden corporal, estético, moral, social. Yeguas predecesoras: le arrebatamos a la historia ese precioso nombre; lo llevaremos como bandera a la bailanta para sudar con la manada.
Vuelven las yeguas porque volvieron los dinosaurios, con nuevos manuales, modernizados, aggiornados. Yeguas, las preferidas de las amazonas de Monique Wittig y Sande Zeig, las que están donde quieren estar, “no eran nunca atadas o retenidas contra su voluntad (…) ningún lazo, ninguna cuerda, ningún freno era utilizado entonces para montarlas”. Criaturas indómitas que vibran en el juego y en la lucha. Yeguas del apocalipsis de un mundo que agoniza: el de los caballos y sus jinetes, el del macho patriarcal, tan derecho y tan humano, que da sus últimas patadas antes de caer.
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