Cuando el movimiento feminista contemporáneo empezó a andar, había una feroz facción antihombres. Muchas mujeres heterosexuales llegaron al movimiento desde relaciones en las que los hombres eran crueles, desagradables, violentos e infieles. Algunos de ellos eran pensadores radicales que participaban en movimientos por la justicia social y hablaban en nombre de los trabajadores y los pobres, o sobre justicia racial. Pero en lo que se refería a la cuestión del género eran tan sexistas como los conservadores. Algunas mujeres llegaron rabiosas por esas relaciones y utilizaron esa rabia como catalizador para la liberación de las mujeres. A medida que el movimiento fue avanzando y el pensamiento feminista fue evolucionando, algunas activistas feministas visionarias entendieron que los hombres no eran el problema, que el problema estaba en el patriarcado, el sexismo y la dominación masculina. Era difícil enfrentarse a la realidad de que el problema no radicaba solo en los hombres. Hacerlo requería una teorización más compleja; requería admitir el papel que desempeñan las mujeres en el mantenimiento y la perpetuación del sexismo. A medida que más mujeres se alejaban de relaciones destructivas con hombres era más fácil ver la imagen completa. Se hizo evidente que incluso si algunos hombres se desprendían de los privilegios del sistema patriarcal, el sexismo y la dominación masculina permanecerían intactos y las mujeres seguirían estando explotadas u oprimidas.
Los medios de comunicación de masas conservadores representaban constantemente a las feministas como mujeres que odiaban a los hombres. Y cuando había una facción o sentimiento antihombres en el movimiento, lo resaltaban como una manera de desacreditar al feminismo. Como parte del retrato de las feministas como mujeres que odiaban a los hombres, también decían que todas las feministas eran lesbianas. Al apelar a la homofobia, los medios de comunicación intensificaron el sentimiento antifeminista entre los hombres. Antes de que el movimiento feminista contemporáneo cumpliera diez años, las pensadoras feministas empezaron a hablar de cómo perjudicaba a los hombres el patriarcado. Sin modificar nuestra encarnizada crítica a la dominación masculina, la política feminista se amplió para incluir el reconocimiento de que el patriarcado arrancaba ciertos derechos a los hombres al imponerles una identidad masculina sexista.
Los hombres antifeministas siempre han tenido una potente voz pública. Los hombres que temían y odiaban el pensamiento feminista y a las activistas feministas no tardaron en aunar su fuerza colectiva y atacar al movimiento. Pero desde los inicios del movimiento, también hubo un pequeño grupo de hombres que reconoció que el movimiento feminista era un movimiento por la justicia social tan válido como todos los demás movimientos radicales de la historia de nuestro país que habían apoyado los hombres. Estos hombres se convirtieron en camaradas de nuestra lucha y en nuestros aliados. Con frecuencia, algunas mujeres heterosexuales activas en el movimiento tenían relaciones íntimas con hombres que estaban luchando por asumir el feminismo; si estos hombres no afrontaban el reto de convertirse al pensamiento feminista, corrían el riesgo de que acabara su relación.
A las facciones antihombres dentro del movimiento feminista les molestaba la presencia de hombres antisexistas, porque contrarrestaba la idea de que todos los hombres son opresores o de que todos los hombres odian a las mujeres. Polarizar a hombres y mujeres y encasillarnos en categorías claras de opresor/oprimida promovía los intereses de las mujeres feministas que buscaban una mayor movilidad de clase y acceso a formas de poder patriarcal.
Retrataban a todos los hombres como el enemigo para representar a todas las mujeres como víctimas. Poner el foco en los hombres desviaba la atención sobre los privilegios de clase de algunas activistas feministas, así como de su deseo de aumentar su poder de clase. Estas activistas, que invitaban a todas las mujeres a rechazar a los hombres, se negaban a fijarse tanto en los vínculos afectivos que las mujeres compartían con los hombres como en los lazos económicos y emocionales (independientemente de que fueran positivos o negativos) que ataban a las mujeres a los hombres sexistas.
Las feministas que pedían que se reconociera a los hombres como camaradas en la lucha nunca recibían la atención de los medios de comunicación de masas. Nuestro trabajo teórico, que criticaba la demonización de los hombres como el enemigo, no cambió la perspectiva de las mujeres que eran antihombres. Y las representaciones negativas de la masculinidad dieron pie al desarrollo de un movimiento de hombres que era antimujeres, y que reflejaba de muchas maneras los aspectos más negativos del movimiento de mujeres. Al escribir sobre el «movimiento de liberación de los hombres» llamé la atención sobre el oportunismo en el que se apoyaba:
Estos hombres se identificaban a sí mismos como víctimas del sexismo y trabajaban para liberar a los hombres. Identificaban los rígidos roles sexuales como el origen principal de su victimización y, aunque querían cambiar la noción de masculinidad, no estaban especialmente preocupados por la explotación sexista y la opresión de
las mujeres.
Aunque las facciones antihombres nunca fueron numerosas dentro del movimiento feminista, ha sido difícil cambiar la imagen de las feministas como mujeres que odian a los hombres en el imaginario colectivo. Por supuesto, caracterizar al feminismo como un movimiento que odia a los hombres permitía a los hombres desviar la atención de su responsabilidad en el mantenimiento de la dominación masculina. Si la teoría feminista hubiese ofrecido visiones más liberadoras de la masculinidad, nadie habría podido rechazar al movimiento por considerarlo antihombres. La teoría feminista no solo no abordaba de manera efectiva la cuestión de qué pueden hacer los hombres para ser antisexistas sino que tampoco explicaba en qué consistiríauna masculinidad alternativa; y ello alejó, de forma preocupante, a muchos hombres y mujeres. Con frecuencia, la única alternativa a la masculinidad patriarcal presentada por el movimiento feminista o por el movimiento de hombres eran hombres que se volvían más «femeninos».
La idea de lo femenino que se evocaba procedía del pensamiento sexista y no representaba una alternativa al mismo. Lo que era y sigue siendo necesario es una visión de la masculinidad en la que la autoestima y el amor a uno mismo como ser único formen la base de la identidad. Las culturas de la dominación atacan la autoestima y la sustituyen por una idea de que obtenemos nuestro sentido de ser a partir del dominio de otros y otras. La masculinidad patriarcal enseña a los hombres que su conciencia de sí mismos y su identidad, su razón de ser, reside en su capacidad para dominar a otros y otras. Para cambiar esto, los hombres deben criticar y desafiar la dominación masculina sobre el planeta, sobre hombres con menos poder, sobre mujeres, niñas y niños; y también deben tener una visión clara de qué podría ser una masculinidad feminista. ¿Cómo transformarse en algo que no puedes imaginar?
Las pensadoras y los pensadores feministas todavía tienen que desbrozar esa imagen. Como sucede a menudo en los movimientos revolucionarios por la justicia social, se nos da mejor nombrar el problema que visualizar la solución. Sabemos que la masculinidad patriarcal anima a los hombres a ser patológicamente narcisistas, infantiles y psicológicamente dependientes de los privilegios que reciben (por muy relativos que sean) por el simple hecho de haber nacidos hombres. Muchos hombres sienten que sus vidas se ven amenazadas si se les priva de esos privilegios, al no haber estructurado otra identidad central significativa. Este es el motivo por el que el movimiento de hombres intentó enseñar a los hombres cómo volver a conectar con sus sentimientos, recuperar al niño interior perdido y alimentar su alma, su crecimiento espiritual.
No hay mucha literatura feminista dirigida a los chicos, que les haga saber cómo pueden construir una identidad que no esté arraigada en el sexismo. Los hombres antisexistas no han trabajado propuestas educativas de cara al desarrollo de una conciencia crítica centradas en la infancia masculina o en los chicos adolescentes. Como consecuencia de esta laguna, ahora que se está prestando atención a nivel nacional a los debates sobre la educación de los niños varones, las perspectivas feministas rara vez o prácticamente nunca forman parte del debate. De manera trágica, estamos presenciando un resurgimiento de supuestos misóginos dañinos, como que las madres no pueden educar hijos varones sanos, o que los niños varones «se benefician» de las nociones patriarcales y militaristas de la masculinidad ya que hacen hincapié en la disciplina y en la obediencia a la autoridad. Los niños necesitan una autoestima sana. Necesitan amor. Y una política feminista sabia y amorosa puede ser lo único capaz de salvar las vidas de los niños varones. El patriarcado no los curará; si así fuera, ya estarían todos bien.
La mayoría de los hombres de este país se sienten preocupados por la naturaleza de su identidad. A pesar de que se aferran al patriarcado, empiezan a intuir que es parte del problema. La falta de empleo, la insatisfacción ante el trabajo asalariado y el aumento del poder de clase de las mujeres han hecho difícil saber cuál es su sitio a los hombres no ricos y no dominantes. El patriarcado capitalista supremacista blanco no puede proporcionar todo lo que ha prometido. La angustia de muchos hombres proviene de su incapacidad de abrazar las críticas liberadoras que podrían permitirles afrontar el hecho de que esas promesas están basadas en la injusticia y en la dominación y de que incluso cuando se cumplen tampoco conducen a los hombres a la «gloria». Al criticar las bases de su posible liberación a la vez que reinscriben las formas de pensar del patriarcado capitalista supremacista blanco —que ahogan su espíritu—, están tan perdidos como muchos niños.
Una visión feminista que incorpore la masculinidad feminista, que acoja a los niños varones y a los hombres y que exija en su nombre todos los derechos que deseamos para las niñas y las mujeres puede constituir un nuevo hombre estadounidense. En primer lugar, el pensamiento feminista nos enseña a todas las personas cómo amar la justicia y la libertad de tal modo que promuevan y reafirmen la vida. Está claro que necesitamos nuevas estrategias, nuevas teorías, nuevos caminos que nos muestren cómo crear un mundo en el que prospere la masculinidad feminista.
Fuente: Libro capítulo 12 del libro El feminismo es para todo el mundo. traficantes de sueños, Madrid, 2017.
bell hooks (1952 - 2021) Asignada al nacer como Gloria Jean Watkins, toma el nombre de su bisabuela y decide nombrarse en minúsculas. Activista y escritora feminista negra que trabaja en sostener la interseccionalidad género, raza y clase.

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