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Messi es un virus / A. Martín Contino

I. Molar y molecular


Hay al menos dos formas de circulación, según Deleuze y Guattari (2002): una es la unificante, bajo la forma de una imposición. Su finalidad es el ordenamiento, la generalización, la homogeneidad. Se busca limar las diferencias entre las partes para llegar a una igualdad artificial. Es una circulación organizada, planificada, fríamente calculada. Su diagrama se asemeja al árbol: hay un tronco y de él se derivan ramas; y no puede haber dudas de cuál es uno, y cuáles, las otras. (La rama no puede desear ser el tronco; sería un acto de insumisión, de sedición, de rebeldía). Se puede llamar molar a esta forma, dado que busca agenciar múltiples componentes para llegar a una totalidad unificada, capaz de mostrar las mismas propiedades en todos sus puntos.


La otra forma es la molecular. Para imaginarla, basta seguir el principio de proliferación del virus: se mueve mediante el contagio, y para que éste se dé, tiene que haber encuentro entre las personas, proximidad de los cuerpos, palabras dichas de cerca, saludos, apretones de manos, abrazos, besos, saliva, risas, lágrimas. Esta circulación no es ordenada, ni puede predecirse completamente; nunca se sabe muy bien a quién, cuándo y cómo un virus va a contagiar, porque su circulación no es arborescente, sino rizomática. En un rizoma, no es posible encontrar una centralidad, un tronco; así como no es sencillo identificar el comienzo del contagio, ni el devenir que manifestará. (¿Cómo saber cuál es el paciente cero en una pandemia?). Uno se entera si ya aconteció el contagio, cuando empiezan a manifestarse los síntomas en el cuerpo y en el alma, en la somateca, diría Preciado (2022). Y si es que hay un agente viral, de ninguna manera es un bicho ni es externo, es algo más bien intangible (como, por ejemplo, el deseo).


II. Guardapolvos y camisetas


A fines del siglo XIX, con la llegada de la escolaridad pública y obligatoria, se impusieron en Argentina los guardapolvos blancos. Desde las perspectivas críticas de la educación, se leyeron como una forma de homogeneización forzada para toda la niñez (y para las maestras). Blancura sospechosamente similar a una impostura; uniformidad no elegida, sino derramada de arriba hacia abajo, que busca tapar y ocultar las sucias diferencias.


Frente a esto, se puede inferir una primera intuición: el guardapolvo funciona como campaña de vacunación. Es ordenado (en el doble sentido del término) desde las más altas esferas de lo gubernamental, como una acción obligatoria, totalizante, higienizante, sanitizante, blanqueadora. El objetivo de esta campaña es interiorizar el orden, incorporar rituales, valorizar las jerarquías, servir voluntariamente, amar la obediencia, contener la alegría, ser útil, dócil y productivo, y, sobre todo, inyectar un importante mensaje: hay que hacer silencio, callar, quedarse quieto, y obedecer todo ordenamiento social e institucional, así sea que se construya sobre la base de injusticias.


Un siglo y medio después, justo antes de jugarse la final que ganara la selección argentina de fútbol en Qatar 2022, Pedro Saborido, escritor argentino y gran observador de la cotidianeidad, supo vislumbrar algo muy llamativo:

“Estaba viendo la cantidad de camisetas de Messi que había en una plaza. De todas las edades, todos los tamaños. Era casi algo como un acto escolar; en vez de guardapolvos, camisetas de Messi… Pero no un uniforme que derivara de un orden o una imposición, sino de un deseo conjunto, no es que es una regla. Hay un acuerdo de que todos llevemos camisetas argentinas”.


¿Algo desconocido empieza a circular? ¿Una extraña uniformidad heterogénea no impuesta por nadie? Sofía Martínez, periodista deportiva de la Televisión Pública argentina, también lo percibió. Y al culminar la semifinal que le permitió a Argentina acceder a la final del Mundial, se lo compartió a Messi en una entrevista:

“Se viene una final del mundo, y si bien todos queremos ganar, quiero decirte que más allá del resultado, hay algo que no te va a sacar nadie: atravesaste a cada uno de los argentinos. De verdad te lo digo: no hay nene que no tenga tu remera, que no sea la original, la trucha, o la inventada, o la imaginaria… De verdad. Marcaste la vida de todos. Y es eso que, para mí, es más grande que cualquier Copa del Mundo. Y eso no te lo va a sacar nadie. Es un agradecimiento por un momento de felicidad tan grande que le hiciste vivir a tanta gente que, de verdad, ojalá te lo lleves en el corazón, porque creo que es más importante que una Copa del Mundo; y eso ya lo tenés. Así que gracias, Capitán”.

III. Mensajes-odio y mensajes-amor


Un poco de historia reciente. Durante los últimos años, los agentes del orden y sus esbirros formadores de opinión -que tienen un árbol plantado en la cabeza-, intentaron inyectar en la población como si fuera una vacuna, un mensaje-odio contra el cuerpo técnico y la selección. “¿No estamos todos diciendo que queremos un gran proyecto? Armen un buen proyecto de verdad. No hay un proyecto serio para encarar que vaya la selección para un lugar”, opinaba Oscar Ruggeri, ex campeón mundial con Maradona, devenido actualmente en periodista deportivo. “Si tengo que pensar con el corazón, quiero salir campeón de América, morir con Messi. Si tengo que solo pensar, pensar, pensar ¿eh?, digo no, prefiero hacer las cosas mejor, y que después venga lo que tenga que venir”, afirmaba en 2021 Sebastián Vignolo, otro periodista deportivo.


Asimismo, se sostenía en muchos programas que Lionel Messi, Ángel Di María, y el Director Técnico de la selección, Lionel Scaloni, debían renunciar. Uno parecía no dar todo de sí, no jugaba de la misma manera en su equipo que en la selección, parecía más catalán que argentino; otro se lesionaba en momentos clave de las competencias deportivas; el último no estaba a la altura de las circunstancias, por no tener experiencia, y hasta llegó a ser calificado como el peor técnico del mundo. La tristeza avanza, se busca disminuir potencia.


En ese contexto, un tuit malicioso, prejuicioso y casi policial, que se metía con la intimidad de uno de los jugadores de esa selección, fue la gota que rebalsó el vaso. El grupo llamó a una conferencia de prensa y anunció, en la voz de su capitán Lionel Messi, que en virtud de las mentiras y las ofensas que se vertían desde los medios contra los jugadores, tomaron la decisión de “no hablar más con la prensa”.


Tal fue la embestida, y tan cargada venía de pasiones tristes, que llegó a disminuir la potencia de Messi, haciéndole dudar de su propia capacidad de hacer. En 2016, el capitán del equipo deslizó la posibilidad de renunciar a la selección argentina de fútbol, luego de perder su cuarta final de un torneo. “Es increíble, pero no se da. Es difícil, lo primero que se me viene es que ya está, se terminó para mí la selección. No es para mí. Lo busqué, era lo que más deseaba, no se me dio, pero creo que ya está. Es lo que siento ahora, lo que pienso. Es una tristeza grande”.


Al respecto, el escritor Hernán Casciari dice: “No se me ocurre, les juro, no se me ocurre pesadilla más espantosa, que escuchar voces de desprecio que llegan del lugar que más amas en el mundo. No hay dolor más insoportable que oír en la voz de tu hijo, la frase que escuchó Messi de su hijo Thiago cuando tenía 6 años: ‘Papá, ¿por qué te matan en Argentina?’”.


Pero esta intención no hizo mella, no se instaló. La vacuna fue aplicada, e incluso se distribuyeron varias dosis, pero no prosperó su mensaje-odio. Por suerte o por desgracia, las campañas de vacunación tienen sus límites, e incluso a veces se ven contrarrestadas por otra clase de campañas.

Es así que, frente a la posibilidad de la renuncia, surgió una campaña denominada “No te vayas Lío”, que promovió la circulación de toda clase de mensajes-amor: “Algunas veces se gana y algunas veces se pierde. Y lo que importa es divertirse. Así que Messi, no te vayas a tu casa”, le dice un niño. “Por favor, no renuncies. No les hagas creer que en este país sólo importa ganar y ser primero. No les muestres que por más éxitos que uno coseche en la vida, nunca terminará de conformar a los demás. Y peor aún, no les hagas sentir que deben vivir para conformar a los otros”, le dice una docente. Incontables mensajes, videos, posteos y demostraciones de afecto influyeron para que Messi diera marcha atrás con su idea, para así dejarle en claro a los/as chicos/as que no crean que rendirse es una opción en la vida. (Los afectos son moleculares, no pueden comprarse, no pueden venderse, no se los puede subsumir a un ordenamiento jerárquico).


IV. Vacunas y virus


Y Messi se fue y no se fue, se quedó y volvió, y Argentina salió campeón de la Copa América en 2021, en el Maracaná y frente a Brasil. No podía imaginarse un escenario mejor. Apenas culminado el encuentro, Neymar, amigo y compañero de Messi, festejaba en la cancha con él, a pesar de haber perdido y ser subcampeón. Y en medio de la alegría y el desahogo, algunos cantos del equipo fueron dirigidos, por qué no, a ese periodismo odiador.


Como señaló Saborido, incluso desde antes de que se inicie el Mundial de Qatar, lo que se ve tanto en el país como en otras partes del mundo, es que las camisetas de Messi proliferan, se multiplican por todos lados, cual virus. Aparecen videos de niños de distintas partes del mundo que se fabrican su propia camiseta del 10, así sea con bolsas de nylon. (Un gran foco de contagio ocurrió en Bangladesh, país que optó alentar a Argentina durante el Mundial).


Cuando se lo mira de arriba y se piensa desde lo molar, el índice de contagios aumenta de forma preocupante. Algo se esparce entre la gente, y no es el mensaje que se intentó inyectar; algo circula en la comunidad, y no son las palabras que repitieron en diferentes tonalidades de enojo, y hasta el hartazgo, periodistas de algunos canales televisivos monopólicos. Lo que se ve en las plazas no fue definido por los más altos niveles jerárquicos. Crece desde el pie, como el yuyo, como la mala hierba; se contagia cuerpo a cuerpo, como el resfrío; se potencia con alegría, como la risa; se multiplica de forma rizomática, como la pandemia.


“Estamos viviendo una anomalía, una extraña anormalidad. Es muy poco previsible: ¿alguien pensó que iba a vivir algo así estos días?”, se pregunta Saborido. Y agrega: “Nuestro último casi consenso fue una pandemia; lo último que nos unió fue aplaudir médicos”.


Así las cosas, surge una segunda intuición que podría explicarlo todo: Messi no es un perro -como afirmaba hace unos años Hernán Casciari-; Messi es un virus.


(O podría explicar al menos por qué emergieron rápidamente agentes del orden y de la higiene pública, buscando parar a Messi, como si fuera una peste).


Con todo lo dicho, no se pretende devenir anti-vacuna, pero sí empezar a contemplar que, en algunos casos, está bueno hacerse contagiar de ciertos virus.


V. Callar y hablar


Encima de todo esto, en medio de esta novedosa y original pandemia albiceleste, en donde el 10 se inscribe en el pecho y en la espalda de la enorme mayoría de la Argentina; en medio de una triste campaña de vacunación que se desgrana, se desmorona y no puede detener su declive, a Messi se le ocurre hablar.


Luego del partido por cuartos de final del Mundial contra Países Bajos, y teniendo aún presente la sanción que le aplicaron por haber criticado a la Conmebol en la Copa América 2021, el capitán calla y habla al mismo tiempo –esto es perfectamente posible- sobre el vergonzoso arbitraje que hubo que padecer en ese encuentro deportivo:

“Creo que la FIFA tiene que rever eso: no puede poner un árbitro así para esta instancia de partidos, para un partido de tanta semejanza (sic), un partido tan importante y que el árbitro no esté a la altura. No quiero hablar del árbitro porque después viste cómo es, te sancionan, no podés ser sincero, no podés decir lo que pensás”.


Además, el técnico de Países Bajos, famoso por discriminar, maltratar y humillar, entre otros latinos, a tres de los mejores jugadores sudamericanos (como son Messi, Di María y Riquelme), fue objeto de un acto de justicia poética: una vez finalizado el encuentro, y aun dentro del campo de juego, el capitán de la selección osó realizar el famoso gesto del Topo Yiyo inventado por Juan Román. Se lo vio a Messi parado, quieto, con las manos detrás de las orejas y con la mirada fija en el banco de Van Gaal. Además, ya con palabras, le hizo saber que no es respetuoso criticar al adversario antes de un partido. Todo un acto de insumisión y rebeldía frente a los intentos de imposición de los aplastantes mensajes-vacuna. Casi como si se dijera, “si prestas atención, no está solo tu autoritaria y opresiva voz”; “quisiera seguir escuchando lo que decías, pero la alegría de la gente me lo dificulta”.


Y como frutilla del postre, luego del triunfo que situaba a Argentina directamente en la semifinal, Messi tuvo que alejar del sector en donde los jugadores de la selección brindaban entrevistas, a un futbolista de Países Bajos, justamente uno de los que no habían dejado de provocar a los argentinos ni siquiera cuando ya había finalizado el partido. Frente a las cámaras de la televisión que transmitían para todo el mundo, le dijo a Wout Weghorst una frase ya imborrable: “Qué mirá’, bobo, andá pa’llá, bobo”.


Como dice Hernán Casciari en su relato “Lionel y su valija”, no solo habló quien respondía habitualmente con unos pocos monosílabos y algún que otro ‘gracias’ (actitud elogiosa desde la perspectiva de quienes viven de la sumisión ajena), sino que, sobre todo, lo que dijo despejó toda duda acerca de su acento y su nacionalidad: “fue una frase perfecta, porque se comió todas las “s”, y porque su yeísmo sigue intacto”.

VI. Vigilar y castigar


¿El capitán de la selección, famoso por ser de perfil bajo y de pocas palabras, se estaba rebelando? ¿Podría esta actitud insumisa devenir viral? ¿Está en riesgo el orden, la obediencia, el guardar silencio? Por si las moscas, los agentes del orden consideran que se requiere de una rápida vigilancia sanitaria y, llegado el caso, de un expeditivo castigo ejemplar. Y aparecen los primeros intentos por reestablecer el orden jerárquico que tanta tranquilidad le genera a quienes gobiernan mediante el miedo y la tristeza (se sabe que, frente a un riesgo de pandemia, reaccionar a tiempo es crucial).


Al otro día del partido, un tal Cristian Grosso, periodista del diario La Nación, publicó un mensaje-sanción. Allí tilda a Messi de “futbolista extraordinario”, pero también de “hombre vulgar”, “descortés”, “irrespetuoso”, un hombre que se intoxicó de idolatría y que ahora se dirige “con desprecio a sus adversarios”. De paso, calificó al equipo argentino como “pendenciero”, “errático”, “maleducado”, “no confiable”, “reprochable”, y hasta reclamó como si hubiese nacido en Europa por la no expulsión de algunos jugadores argentinos. Pero una vez más, ocurrió algo no previsto: la vacuna no generó anticuerpos; no hubo ni una sola voz que se hubiera atrevido a apoyar este vergonzoso intento de encausamiento.


Y, aun escribiendo desde un clima de miedo y tristeza, este tal Cristian supo ver algo completamente cierto: “El equipo es indómito, feroz e impresiona el contrato grupal”; “Messi dinamiza y contagia”, dijo, sin saber lo que decía, sin ver que justamente daba en el clavo de lo que más le atemorizaba. ¡Qué groso!


Algo similar había sufrido Marcelo Bielsa –y surgido de Newell´s igual que Messi y Scaloni-, cuando fue Director Técnico de la selección veinte años atrás. Durante este período, ejerció su función sin dar entrevistas individuales a ningún medio de comunicación, a ningún programa, ni a ningún periodista, pero realizando largas conferencias de prensa en donde atendía a todos los medios por igual. El periodista deportivo Horacio Pagani, sumamente criticado por su rol en el monopólico multimedio Clarín durante la época de la dictadura cívico-militar argentina (1976-1983), llegó a decir durante un programa de televisión: “¿Cómo no me va a atender una charla privada? Bielsa, Técnico de la selección argentina, que vino de afuera y que nadie lo conocía, no me atiende a mí, que hace 40 años que laburo, para saber de qué se trata, se tiene que ir pa’ fuera. ¡Le pagan para atender a la prensa!”, cerró, buscando sin éxito contener su furia. (El periodismo se cree el tronco del árbol, y todos los demás serían solo ramas que se encauzan o, llegado el caso, habría que podar).


Pero esa triste editorial destinada a encauzar conductas no fue lo único que generó la frase de Messi. Al otro día se vendían tazas, camisetas, remeras, banderas, y todo tipo de objetos con la frase impresa en ellos. El mensaje-rebeldía se viralizaba.


Al mismo tiempo, un poeta tucumano, Federico García Hamilton, compartió en Facebook y WhatsApp una suerte de poema dedicado a los dichos del capitán de la selección, titulado “Dos palabras tremendas”. Y una vez más, aprovechando el nuevo fracaso de la vacuna-orden, aparece lo imprevisible de lo viral: él lo escribió para sus amigos, pero el poema se escapa y llega a cada celular, a cada red social, a cada medio de comunicación. Pero no como algo impuesto, molar, sino circulando afectuosamente de teléfono en teléfono, de forma rizomática y molecular. El escrito se reenvía a quien se supone que podría generarle una sonrisa:

Dos palabras tremendas

Hay dos palabras tremendas

que se han echado a volar

y han dado la vuelta al mundo

en segundos, nada más.


Tal vez sean guaraníes

por la forma de acentuar,

por sonar como un flechazo,

por su olor a litoral.

Más ruidosas que una bomba,

más bravas que yarará,

veloces como una bala,

filosas como un puñal.

Le recuerdo, por las dudas

-y no lo olvide jamás-,

son como balas de plata,

¡solo una vez se han de usar!


Por si un día las precisa

le sugiero, anotelás,

estas son las dos palabras:

Quemirá y Andapayá.

VII. Alegría y tristeza


La estrategia utilizada por ciertos medios de comunicación y por algunos referentes políticos fue la siguiente: la selección debía fracasar; el ánimo debía ser triste; el clima, tenso; el sentimiento, de indignación. Se buscó que haya derrotas, renuncias, huidas, vergüenza, humillación; se pretendió que la gente pida que rodasen cabezas. “Al Chiqui Tapia se lo querían llevar puesto, y un grupo de periodistas avalados por empresas fuertes internacionales y fuertes poderes de afuera, querían tener su propio sistema para manejar todo: hotelería cuando hay Mundial, los viajes de la selección, derechos del fútbol, marcas, partidos amistosos, etc., etc., etc.”, denunció el periodista Alejandro Fantino.


Pero cuando todo este embate evidenció su fracaso, cuando por fin el grupo liderado por Messi salió campeón del mundo, comenzó una nueva campaña: ahora para que los jugadores y el cuerpo técnico no se encuentren con el presidente de la Nación. (Convenía aislar la alegría, no sea cosa que el triunfo y la alegría de unos se extendiera por contagio hacia los políticos que los recibiesen).


Ahora, ¿a quién se le ocurre vivir su vida así, y hacerle transitar semejantes padecimientos a los demás? Primero Spinoza, un filósofo holandés, y luego Nietzsche, un filósofo alemán, supieron situar con maestría, que hay figuras que requieren de un régimen de tristeza para poder ejercer su función. Dan algunos ejemplos, como el tirano y el sacerdote. Utilizando la culpa y el miedo, resaltando los errores y los fracasos, esta clase de personajes busca inyectar tristeza en la gente, porque eso les resta potencia, hace dudar de las capacidades y disminuye la capacidad de obrar, lo cual es muy propicio para ganar la tan ansiada docilidad y obediencia. En medio de la tristeza, lo molecular se ve coagulado, y lo molar, favorecido. No es casual que la canción “Muchachos”, escrita por un hincha argentino, Fernando Romero, y que luego se viralizara sin la intervención de ninguna de todas las instancias de poder, habla de la ilusión que despierta este grupo.


Pero el virus-Messi no se quedó aislado como si fuera un espécimen de laboratorio, se escapó y quedó fuera de control. Encontró una salida y contagió, no solo a sus compañeros y a su cuerpo técnico, sino principalmente a la gente. Es por ello que resulta tan audaz que, ante las cámaras, el arquero de la selección, Emiliano “Dibu” Martínez, diga que él atajaba para 45 millones de argentinos, al tiempo que Messi agrega que jugaban para alegrar a la gente, mientras agradecía todo el apoyo.


¿En serio los jugadores afirmaban eso? ¿Cómo soportar tanta irreverencia? ¿Cómo que importa más la alegría de 45 millones de personas, que los intereses económicos y políticos de un puñado de directivos de medios, CEO de empresas, testaferros varios y ciertos referentes políticos? En estas circunstancias, es intrascendente si se gana o no una tercera estrella; importa más detener de una vez por todas la circulación y el contagio de este peligroso virus.


VIII. Estrellas y estrellados


Pero, al final, la selección argentina ganó el Mundial de Qatar 2022, lo cual representó la tercera estrella para el país (junto con la de Argentina ’78 y México ‘86). Aunque increíblemente un puñado de argentinos que no estaba feliz, las felicitaciones llegaban desde todos los rincones del mundo: Neymar (jugador de Brasil), Mario Götze (jugador alemán), Luis Suárez (jugador uruguayo) y Canelo Álvarez (boxeador mexicano), felicitaron a Messi, Arturo Vidal (jugador chileno), festejó con la camiseta argentina, y hasta Cristiano Ronaldo (jugador portugués), manifestó que admiraba a Messi. También festejaban actores y actrices de Hollywood. Lo molecular se expandió y horadó desde abajo a lo molar, haciéndolo tambalear hasta caer.


Todas las campañas de tristeza llevadas adelante, se estrellaron contra la tercera estrella, y todos los mensajes-vacuna, mensaje-odio, y mensajes-sanción, no lograron los efectos buscados. La alegría triunfó, y 5 millones de personas fueron a recibir a la selección en su regreso al país. (Alrededor de uno de cada 10 habitantes de la nación pretendía disfrutar, aunque sea, de un mínimo gesto de cercanía con los campeones).


Una vez ganada la Copa del Mundo, Messi compartió un mensaje-alegría que también fue claramente un aprendizaje personal y grupal: “Muchas veces el fracaso es parte del camino. Y del aprendizaje. Y sin las decepciones, es imposible que lleguen los éxitos. Muchas gracias de corazón”.


Y entonces se entiende el verdadero riesgo del virus-Messi: alguien que fue proclamado dios del fútbol por los medios internacionales, resalta con humildad la unidad del grupo, destaca el trabajo serio del cuerpo técnico, y deja en claro que no todo es ganar y alcanzar el supuesto éxito. Además, agradece de corazón el apoyo y el afecto de la gente. Y este mensaje viene justamente de parte de alguien que, llegado el caso, es capaz de no hablar más con la prensa, de pararse frente a todo el mundo para señalar y dejar en evidencia a alguien discriminador y violento; de criticar la pésima organización de los torneos internacionales en los que participa, y hasta de mandar “pa’llá” en vivo y en directo a un prepotente inquisidor.


Estos mensajes-alegría, estos mensajes-amor, moleculares y rizomáticos, son como un virus que se transmite cuerpo a cuerpo, requieren de encuentros, de abrazos y de risas. Y es esperable que desde lo molar se organicen campañas de odio y tristeza para que no prosperen. De otro modo, la gente contagiada por esta clase de virus vería aumentada su potencia. Y así, podría plantarse frente al orden instituido, se atrevería a hablar cuando se pretenda que reine el silencio y la sumisión; y hasta podría llegar a ilusionarse con que la vida podría ser un poquito mejor, si se empezara a luchar por ello, teniendo en cuenta que, aunque cueste, aunque haya trabas, fracasos, derrotas y decepciones en el camino, al final, a veces, los sueños se cumplen.


Referencias bibliográficas

Deleuze, G. y Guattari, F. (2002). Micropolítica y segmentariedad. En Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (pp. 213-237). Rosario: Flor de Pétalos Infinita.

Preciado, P. (2022). Dysphoria mundi. Buenos Aires: Anagrama.



Dalí, Salvador (1944) Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar. Óleo sobre tabla. 51 x 41 cm



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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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