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Nervaduras del escribir / Cynthia Eva Szewach

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 3 ago
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 7 ago

Me das tu piedra hecha letra

Karina Macció


No puedo escribir, escribo

Franz Kafka


En viaje hacia la conversación sobre escritura, luego de un temprano despertar, con la impresión borrosa de haber soñado. Aparecen los personajes de Camus y de Winnicott. ¿Por qué estos nombres acudieron al mundo onírico hoy? Conjeturamos para iniciar, una relación entre escribir y soñar, entre escribir y cierto despertar que quiere desaprisionar ideas para compartir. [1]


En el comienzo de “El extranjero” se lee: “Hoy ha muerto mamá o quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo.” Se trata de un inicio no carente de una máxima afectación, sobre una máxima desafectación. El mito de Sísifo, ensayo también de Camus, acentúa una insistencia: la vida es absurda, pero se trata de seguir, de subir una y otra vez la piedra en la montaña. El valor de persistir.


Winnicott, en esta ocasión, me remite a su conocida carta en 1962 a Melanie Klein. La responsabiliza del peligro de que el psicoanálisis, como consecuencia de la jerga que su enseñanza instaura, pueda convertirse en letra muerta.


Escribir en psicoanálisis, nos hace tropezar con diferentes dimensiones. Una insistencia que no cesa bordea lo que pulsa. Lo que afecta al cuerpo en la clínica. ¿Tengo algo que decir? es una pregunta que recorre Oscar Masotta, en “Roberto Arlt yo mismo.” ¿Se trata acaso de comunicar algo?


Llevamos apuntes, recuerdos del día, fragmentos de relatos, de historias clínicas, notitas, mensajes de texto, cuadernos de letras ilegibles, palabras sueltas, olvidadas, impulsos contenidos, dudamos de su interés, nos asaltan por las noches en sueños, recuperamos las frases al margen como tesoros o como descuidos. Hacemos un trabajo con la residua y el detrítus, tomando títulos beckettianos, lo que resta de la jornada para poner en palabras lo que sobrevive al riesgo de una alquimia.


Margarite Duras dice que se trata de intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos. Insinúa que, en las soledades de su casa, la escritura está en todas partes. Eso nos concierne. En el Hospital, en los pasillos, en la intimidad del consultorio, en las escenas de la sala de espera, en las reuniones grupales, en las preguntas de pacientes deambulando en el lugar, en la finalización de un recorrido.


Para María Zambrano, escribir es defender la soledad en la que estamos, pero en nuestra labor trazamos líneas, letras, dichos, quizá para salirnos de la soledad. Para encontrarnos. Para sortear desolaciones, Dar forma oracional a inquietudes que nos acechan. Como refugio de dificultades y asombros , incluso el disparatar compartidos. Comenzamos un texto muchas veces con un epígrafe. Es una puerta que abre, no ilustra, compromete. Marca un hallazgo indómito, soporta un pliegue mínimo que plantea el recorrido que vendrá. Un lazo íntimo que quizá no sabíamos que estaba allí, llega. Tiene algo de una posdata, o una coda fugada al inicio.


Lo que surge, como aquel piedrazo en el espejo de Pompeyo Audivert, que fragmenta e inventa rayas, donde las citas no son citas sino trances de asistencias.


Intentamos trazar líneas como si fuesen rutas en las innumerables nervaduras de una hoja. Piedras hechas letra. La escritura de la práctica analítica, tejida de guijarros, retazos, marcas de una escena perdida. Son ramales que pulen una política de la escucha. La escritura como un encuentro con el intervalo donde se requiere otra temporalidad.


Lo que le interesa a Camus es el momento en el que Sísifo regresa a buscar la piedra, hace una pausa y una respiración. Quizá allí se produce, entre otras cosas, la escritura. Sabemos acerca de la domesticación que sufren las palabras en el mercado de hablas adiestradas. El acto de pensar está atravesado necesariamente por influencias. Lecturas cercanas o distantes, son recordadas o muy olvidada en la criptoamnesia. Nos resuenan al momento de decir.


Escribimos las experiencias que impactan al cuerpo, con el cuerpo impactado por la experiencia.


“Contar es escuchar”, según Úrsula K. Le Guin.


Afectación en la escritura es la que surge de algún cimbronazo desconocido. Escribir, a veces, hace surgir un saber no sabido sobre lo que no se sabe se escuchó. En estado de abstinencia, la palabra encubre y al mismo tiempo devela en una singular deformación. La ficción, según Jabés, es capaz de recobrar un acontecimiento en sus repercusiones más íntimas.


Hay un pasaje del decir al escrito. De lo hablado a lo que escripto dice Roland Barthes. Nos advierte que en ese pasaje hay algunos riesgos. Podemos asistir al “aseo del muerto” como un embalsamamiento de la palabra liberada que a veces porta lo oral. Hablamos y luego nos graban, depuran. La inocencia queda expuesta.


Una política del relato ¿Cómo hacer para que el cuerpo del habla no se extinga en la escritura y que surja lo insospechado de la escucha? Una experiencia con el ombligo del lenguaje. Una forma no habitual de incluir el cuerpo pulsional en lo que se trata de dar a leer. Una palabra que infiltra el cuerpo, en la invención. Al releer se fabrica una nueva oralidad, diría Meschonnic.


Casi siempre portamos al escribir, un lector o una lectora. Como Kafka con Milena, Milena con Kafka. Ella fue su primera traductora. Él quedaba muy perturbado cada vez que recibía su correspondencia: “usted no alcanza a comprender el efecto sobre mí que ejercen sus cartas al leerlas”. Lo epistolar, escritura en amistad amorosa, es fundacional en la invención del psicoanálisis.


En “Darse a la lectura”, Marcelo Percia cita a Gadamer en esta frase: “Leer es dejar que le hablen a uno”. Continúa diciendo que se trata de consentir que las palabras nos hablen, aun sin entender lo que nos dicen. Se requiere un oído abierto al abismo de lo impredecible.


Vida personal y escritura. Freud tantas veces reflexionaba a partir de sus sueños y su vida cotidiana. Su autobiografía se lee entramada con sus teorizaciones. No tomaba notas al momento de las sesiones, sino que, al finalizar la jornada, escribía borradores, apuntes, recuerdos de lo sucedido durante el día. apuntes de una memoria retroactiva, con la fuerza de estar descubriendo algo nuevo. Retomemos alguna pista de su gesto y también en conversación con quienes están cerca.


Paty Smith en su libro “Devoción” dice que escribimos porque no podemos limitarnos a vivir. Invita a un modo de escritura, recorriendo la ciudad y dejando que surjan catalizadores inconexos que se reúnen en la clandestinidad para formar un sistema propio, titilante, inesperado. Experiencias cotidianas que se transforman.


Nos importa lo silencioso, lo raspado, lo sin sentido, el susurro entrecortado. Una experiencia con el ombligo de lalengua. El inconsciente, una elucubración que puede hacer divagar el sentido.


Se pregunta Eduardo Carbajal, qué hace un analista cuando construye un historial. ¿De qué se ocupa, autor de qué cosa es? El asunto es que la construcción de una experiencia o la instauración de discursividad no sean reemplazadas por el imperativo instilado por la exigencia burocrática, sea cual fuere.

¿No podemos limitarnos a estar como analistas? Escribir “sobre un caso” no es escribir sobre vidas ajenas. Se pone en marcha otro modo de ficcionar que recorta, rodea, poetiza o sitúa un interés conjetural o alguna frontera o interrogación conceptual no anticipada. Lo publicable o lo impublicable.


Carlos Gorriarena, decía “un cuadro tiene que romper la pared” “Un cuadro no puede ser inofensivo”. En un texto es la potencia desgarrada que desborde la letra inocua. Manantiales de exigencias institucionales, burocráticas, académicas cargan las tintas. Se escucha por ejemplo la expresión: “Voy a evolucionar la historia clínica…” La palabra contaminada, no encarnada, sin equivocidad, embadurnada de préstamos tipificados. Sumisiones del lenguaje cada vez en aumento en los tiempos que corren, se posan en raíces desahuciadas de filiaciones o se embadurnan con materia seca.


“Tu voz no se la podés regalar a la norma” enfatiza Hugo Savino. La manera de escribir de algún modo revela la manera que se tiene de leer. Requiere esa singular indagación de las palabras.


Walter Benjamín plantea que hay algo que necesita ser contado y que si no se cuenta se corre un riesgo. No se puede renunciar a la exigencia de contar. “Narrar lo que ocurre en el nivel que nunca ha sido contado”. Relatamos lo que “cae” de nuestra práctica. Escribir para dejar descansar lo que nos afecta. A veces para domesticar lo salvaje, se corrige, se emparcha. Otras en su revés para retener lo que no deseamos olvidar. Lo que la letra hurta y a la vez restituye. Catherine Millot supone que en el escribir hay algo de cierta recuperación. Paradojalmente, se recupera lo que no estaba antes.


“Que yo escriba cuando hablo no es dudoso” dice Lacan. Se trata de otra escritura. La que se produce en el transcurso de una sesión.


Recuperamos manchones del día, ecos de los encuentros, del inicio de las sesiones, de los cierres al despedirnos en la puerta, balbuceos que se escapan o pueden ser antesala de algún hallazgo, una alegría, escribirlos para que renazca o sobreviva un deseo, tentado de desanimarse por las oscuridades empedradas, que a veces nombramos resistencias.


Luis Gusmán se pregunta ¿La manera de escribir de Freud es fundacional de un género discursivo? Un historial entre los huecos de la biografía y la historización. Cuando en “La decisión de escribir” habla de los relatos de Colette, como una literatura insurrecta, es porque palpa en el gesto de la mordida, donde escribir, es el garabateo inconsciente de la pluma que gira en redondo de una mancha de tinta que mordisquea la palabra imperfecta, la araña, la eriza. Formas de hacerse un lugar en el mundo. La palabra imperfecta, la palabra besada, fugaz, interminable…


[1] Con agradecimiento a Silvina Galloro y Andrea Rodríguez por la propuesta “La escritura como afectación. Esa insistencia. Cómo decir de lo indomesticado” Hermosa convocatoria durante 1924, en el Hospital C. Tobar García, que a su vez suscitó este texto. Fue un ciclo de invitados a psicoanalistas, escritores y poetas para conversar sobre “La escritura como afectación”. Se produjo un encuentro pleno de intercambios con las personas presentes.


Zhang Xiaogang - Amnesia y memoria - Escritura, 2006 - Litografía - 64 × 76,5 cm
Zhang Xiaogang - Amnesia y memoria - Escritura, 2006 - Litografía - 64 × 76,5 cm

Comentarios


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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