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Por la memoria, contra un fantasma latente / Ezequiel Buyatti

Actualizado: 11 sept. 2023

Uno de los grandes monumentos donde se observa una retórica comprometida con los momentos que afrontaba el país en el primer año de la última dictadura cívico-militar es la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Allí Walsh denunciaba tanto los crímenes de secuestro y desaparición de personas como las consecuencias de las políticas económicas aplicadas por el ministro de economía José Martínez de Hoz. Interviene a título personal. Una intervención fundada en el prestigio del nombre propio o en su posición en el campo intelectual. Firma la Carta con su nombre y con su número de documento:

Estas son las reflexiones que en el primer año de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles.

Rodolfo Walsh. - C. I 2845022.

Buenos Aires, 24 de marzo de 1977. (Walsh, 2010, p. 236)

En este terreno la escritura se pone al servicio de una verdad. La carta tiene un doble destinatario que supone un doble campo de organización conceptual. De un lado tendríamos el punto de vista de la Junta y del otro el del escritor. Estos campos se oponen recíprocamente (Link, 2017). Lo efectivo de la carta es que ya en el 77 define todo aquello que se discutirá a lo largo de la dictadura, la transición democrática y que hoy nos interpela de una manera fantasmal.


En la Carta, Rodolfo Walsh define una verdad histórica que hoy pretenden poner en entredicho sectores de la sociedad. Walsh escribe: “Quince mil desaparecidos, diez mil presos y cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror” (Walsh, 2010, p. 226). No incluye en la nómina a los niños apropiados y tampoco a quienes morirían después de marzo de 1977, incluidos los combatientes de Malvinas. En todo caso su total, bastante prudente, suma 29.000.


Treinta años después del golpe militar, nuevos documentos desclasificados muestran que los militares estimaban que habían matado o hecho desaparecer a unas 22.000 personas entre 1975 y mediados de 1978:

En julio de 1978, Arancibia Clavel [agente de la Dirección de Inteligencia chilena (DINA) en Buenos Aires, encargado de informarle a Santiago lo que ocurría en la Argentina y de coordinar secuestros con argentinos, uruguayos, paraguayos y brasileños, entre otros, en lo que se llamó Plan Cóndor] envió un cable a sus superiores de la DINA, con nombres de decenas de víctimas en el país y precisando que sus contactos en el Batallón 601 han ¨computado 22.000 entre muertos y desaparecidos¨, desde 1975 y hasta ¨el día presente, poco después del final de la Copa del Mundo¨. (Alconada Mon, 2006)

Por otra parte, en el libro El dictador, María Seoane y Vicente Muleiro transcribieron respuestas del Videla sobre el asunto:

No, no se podía fusilar. Pongamos un número, pongamos cinco mil. La sociedad argentina, cambiante, traicionera, no se hubiere bancado los fusilamientos: ayer dos en Buenos Aires, hoy seis en Córdoba, mañana cuatro en Rosario, y así hasta cinco mil, 10 mil, 30 mil. No había otra manera. Había que desaparecerlos. Es lo que enseñaban los manuales de la represión en Argelia, en Vietnam. Estuvimos todos de acuerdo. ¿Dar a conocer dónde están los restos? Pero ¿qué es lo que podíamos señalar? ¿El mar, el Río de la Plata, el Riachuelo? Se pensó, en su momento, dar a conocer las listas. Pero luego se planteó: si se dan por muertos, enseguida vienen las preguntas que no se pueden responder: quién mató, dónde, cómo. (Seone, 2001, p. 215)

El propio Videla da como verosímil la cifra ahora cuestionada y menciona dos escuelas de aprendizaje: Argelia y Vietnam. Si los números importan para algo es porque muestran los efectos de un Estado ya no sobre unas determinadas ideas políticas sino sobre la definición misma de lo viviente, la sustancia humana (Link, 2017), tal como escribe Walsh:

Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerrilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido. (Walsh, 2010, p. 227)

Es probable que no haya registro de 30.000 “detenidos-desaparecidos” (como figura jurídica) ya que el Estado actuó de manera clandestina estableciendo la lógica correlativa del secuestro-tortura-desaparición-asesinato. ¿Y qué? Eso no significa que la dictadura no haya producido mucho más que 30.000 víctimas o, como el mismo Videla dijo en 1979, “muertos-vivos”.


En suma, tres fuentes diversas que dialogan: la Carta, los clasificados del Plan Cóndor y el propio Videla. El plan sistemático de exterminio autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, que tomó la posta de aquél Proceso de Organización Nacional que consolidó al Estado argentino, se encargó, entonces, de la aniquilación de la sustancia humana: eso es lo irreparable, lo sin olvido ni perdón (Link, 2017).


Para Walsh, por lo tanto, no hubo errores, sino crímenes. Efectivamente la dictadura intentó imponer parte de su acción represiva como errores y como excesos:

El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades. (Walsh, 2010, p. 225)

Por lo tanto, del lado de la Junta queda: “aciertos”, “errores”, “omisiones”; y del lado del escritor: “errores”, “crímenes”, “calamidades”. Aquí se repite un terreno común. No podría haber una interlocución sino se planteara en hipótesis al menos la posibilidad de un terreno común (Link, 2017). Lo que Walsh afirma en el 77 es que no hubo errores; lo que sucedió fue parte de un plan premeditado minuciosamente. En esta secuencia hay un deslizamiento de la cadena significante, donde lo que en el campo de la Junta Militar aparece en segundo término, en el del escritor aparece primero. El error se desliza a una posición diferente, donde el contenido de la serie cambia su tonalidad.


Porque es una Carta abierta presupone un doble destinatario, el destinatario que es la Junta Militar, pero también un otro al que se le habla, que es el público de amigos y periodistas, de los cuales se presupone la retransmisión de la carta. Pero este doble pacto retórico no solo está en relación con la Junta (destinatario explícito) y los amigos/periodistas, sino que otro destinatario posible e hipotético ya se instala en el 77, la memoria colectiva que, pese a todo, se preserva y mantiene en pie contra la amnesia genocida de ayer y de hoy.



Referencias bibliográficas

Alconada Mon, H. (2006). “30 años después. El Ejército admitió 22.000 crímenes”. La Nación [en línea]. Fecha de consulta: 17 de marzo del 2021.

Link, D. (2017). “Rodolfo Walsh, inteligencia de izquierda”. Conferencia pronunciada en el Centro Cultural San Martín.

Moreno, M. (2018). Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticas. Buenos Aires: Literatura Random House.

Seoane, M. (2001). El dictador. Buenos Aires: Sudamericana.

Walsh, R. (2010). Operación masacre. Buenos Aires: Ediciones de la Flor.


Convidar memoria. Agustina Salinas. 2019



Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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