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  • Foto del escritorRevista Adynata

Sobre la militancia gozosa / Silvia Federici


El principio de la militancia gozosa consiste en que, o nuestra actividad política es liberadora, o cambia nuestra vida de una forma positiva, que nos permita crecer y nos haga gozar, o hay algo en nuestro activismo que no funciona.


El activismo triste suele provenir de un sentido exagerado de lo que somos capaces de hacer nosotros solos, de manera individual, lo que conduce al hábito de sobrecargarnos. Esto me lleva a recordar las metamorfosis de las que habla Nietzsche en Así habló Zaratustra, donde describe al camello como una bestia de carga, la encarnación del espíritu de la gravedad. El camello es el prototipo de aquellos militantes que cargan siempre con inmensas cantidades de trabajo, porque piensan que el destino del mundo depende de ellos. Los militantes heroicos, estajanovistas, están siempre tristes porque se esfuerzan por hacer tantas cosas que nunca están del todo presentes en lo que están haciendo, nunca están del todo presentes en sus vidas y no pueden apreciar las posibilidades transformadoras de su quehacer político. Cuando funcionamos así, estamos, además, frustrados porque lo que hacemos no nos transforma y no tenemos tiempo para cambiar la relación con las personas con las que trabajamos.


El error está en fijarnos metas que no podemos alcanzar y en luchar siempre "en contra", en lugar de intentar construir algo. Esto implica una proyección siempre a futuro, mientras que el activismo gozoso es constructivo ahora, en el presente. Cada vez más personas hoy lo ven de este modo. No podemos situar nuestras metas en un futuro que no deja de alejarse. Necesitamos fijarnos objetivos que podamos alcanzar en parte también en el presente, aunque ciertamente nuestro horizonte tiene que ser más amplio. Nuestro activismo político debe cambiar positivamente nuestra vida y nuestras relaciones con la gente que nos rodea. La tristeza aparece cuando no dejamos de posponer nuestros logros hacia un futuro que no termina de llegar y, como resultado, nos cegamos ante las posibilidades del presente.


Asimismo, me opongo a la noción del autosacrificio. No creo en el sacrificio si lo que significa es reprimirnos, hacer cosas en contra de nuestras necesidades, nuestros deseos y nuestro potencial. Con esto no quiero decir que el activismo político no vaya a hacernos sufrir. Pero existe una diferencia entre sufrir porque hemos decidido hacer algo que tiene consecuencias dolorosas -como enfrentarse a la represión o ver sufrir a las personas que nos importan- y el autosacrificio, que es hacer algo contra nuestro deseo y nuestra voluntad, sólo porque pensamos que es nuestro deber. Así es como las personas se tornan infelices e insatisfechas. El activismo político tiene que ser sanador. Tiene que darnos fuerza, capacidad de visión, tiene que elevar nuestro sentido de la solidaridad y hacernos tomar conciencia de nuestra Interdependencia. Ser capaces de politizar nuestro dolor, de convertirlo en una fuente de conocimiento, en algo que nos conecte con otras personas: todo esto tiene un poder curativo. Es "empoderante" (una palabra que, de todos modos, ha dejado de gustarme).


Creo que la izquierda radical a menudo no logra atraer a la gente porque no presta atención a la faceta reproductiva del trabajo político, las cenas colectivas, las canciones que refuerzan nuestro sentimiento de ser parte de un sujeto colectivo o las relaciones afectivas que desarrollamos entre nosotros. Los pueblos nativos de las Américas nos enseñan, por ejemplo, lo importantes que son las fiesta no solo como una forma de recrearse, sino también de construir solidaridad, de resignificar nuestro afecto y responsabilidad mutuos. Nos enseñan lo importantes que son las actividades que reúnen a la gente, que nos hacen sentir el calor de la solidaridad y que fortalecen la confianza. Por eso se toman muy en serio la organización de las fiestas. Con todas sus limitaciones, las antiguas organizaciones obreras de antes también cumplían esta función y construían centros a los que los trabajadores (varones) podían ir después de trabajar para tomarse un vino, encontrarse con sus camaradas y enterarse de las últimas novedades y las acciones que se habían planeado. De este modo, el activismo creaba una familia extendida, se garantizaba la transmisión de conocimiento entre las distintas generaciones y la propia política adquiría un significado diferente. La izquierda no ha compartido esta cultura, al menos en nuestra época, y de ahí surge en parte la tristeza. El activismo "debería" cambiar nuestra relación con las personas, reforzar nuestra conectividad e infundirnos valor al saber que no estamos solos contra el mundo.


Prefiero hablar de gozo más que de felicidad. Prefiero el gozo porque es una pasión activa. No es un estado estático del ser. No es estar satisfecho con las cosas como son. Es sentir nuestra fuerza, ver cómo crecen nuestras capacidades en nosotros y en la gente que nos rodea. Es un sentimiento que resulta de un proceso de transformación. Significa, empleando el lenguaje de Spinoza, que entendemos la situación en la que estamos y nos desplazamos de acuerdo a lo que se necesita de nosotros en ese momento. Así pues, sentimos que tenemos el poder de cambiar y que estamos cambiando, junto a otras personas. No es aquiescencia hacia lo que existe.


Spinoza dice que el gozo procede de la razón y el conocimiento. Un paso importante es entender que llegamos al movimiento con muchas cicatrices. Todos estamos marcados por la vida en la sociedad capitalista. De hecho, por eso queremos luchar y cambiar el mundo, algo que no sería necesario si pudiésemos ser perfectos seres humanos-lo que sea que eso signifique- en la sociedad que ya tenemos. Sin embargo, a menudo nos decepcionamos porque imaginamos que solo vamos a encontrar relaciones armoniosas en el movimiento y, en cambio, nos topamos con celos, rumores y relaciones de poder desiguales.


También en los movimientos de mujeres podemos transitar relaciones dolorosas y decepcionantes. Es más, en los grupos y organizaciones de mujeres es probable que experimentemos las mayores decepciones y sufrimientos. Y es que podemos esperar que los varones nos traicionen y nos decepcionen, pero no lo esperamos de las mujeres y no nos imaginamos que, como mujeres, también podamos hacernos daño, sentirnos devaluadas, invisibles, o hacer que otras mujeres se sientan así. Ciertamente, a veces detrás de los conflictos personales hay diferencias políticas no reconocidas que pueden ser insuperables. Pero también podemos sentirnos traicionadas y desilusionadas, porque damos por sentado que estar en un movimiento radical y, sobre todo, en un movimiento feminista nos garantiza librarnos de todas las heridas que llevamos en nuestro cuerpo y alma y, por lo tanto, bajamos la guardia como nunca lo haríamos con varones o en organizaciones mixtas. Inevitablemente se impone la tristeza, a veces hasta tal punto que decidimos abandonar. Con el tiempo, aprendemos que la mezquindad, los celos, la vulnerabilidad excesiva que muchas veces encontramos en los movimientos de mujeres son, a menudo, producto de la distorsión que genera la vida en la sociedad capitalista. Una parte de nuestro aprendizaje político es saber identificarlos y no dejar que nos destruyan.



Fuente: Silvia B. Federici (2022) Ir más allá de la piel. Ed. Tinta limón



Jessica Rost, de la serie: Bath Meditations 2020 Performance

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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