I.
En veinte montañas de nieve,
La única cosa que se movía
Era el ojo del mirlo.
II
Me divido en tres sentires,
Como un árbol
Que contiene tres mirlos.
III
El mirlo volaba en los vientos de otoño.
Como una pequeña parte del engaño.
IV
Un hombre y una mujer
Son uno.
Un hombre y una mujer y un mirlo
Son uno.
V
No sé qué preferir,
La belleza de los acentos
O la belleza de las insinuaciones,
El mirlo silbando
O el instante después.
VI
El hielo cubría el ancho ventanal
con cristales salvajes.
La sombra del mirlo
lo cruzó, de un lado a otro.
Su gesto
dibujó en la sombra
un motivo indescifrable.
VII
Oh, pobres hombres de Haddam,
¿Por qué imaginan pájaros dorados?
¿No ven cómo el mirlo
Vaga entre los pies
De sus mujeres?
VIII
Conozco tonos ilustres
Y ritmos lúcidos, ineludibles;
Pero conozco, también,
Que el mirlo pertenece
A lo que conozco.
IX
Cuando el mirlo se apartó de la vista,
Señaló el margen
De uno de los tantos círculos.
X
Ante la imagen de los mirlos
Volando en una luz verde,
incluso las más armónicas bandadas
gritarían con violencia.
XI
Viajaba por Connecticut
En un coche de vidrio.
Una vez, el miedo lo atravesó,
Por confundir
La sombra de su equipaje
Con los mirlos.
XII
El río se estremece.
El mirlo estará volando.
XIII
Anocheció durante toda la tarde.
Nevaba,
Iba a seguir nevando.
El mirlo se posó
En el cedro, en lo más alto.
Nota: Wallace Stevens (1879-1955), junto con T.S. Eliot, una referencia del modernismo anglosajón del siglo veinte.
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