Un fuego de preguntas al viento.
¿Alguna vez escuchaste tu latido? ¿Sentiste la fragilidad de ese ritmo, la constancia de la sangre? ¿Pusiste alguna vez tu oído en la tierra, en el tronco de un árbol? ¿Alguna vez escuchaste el latido de tu amante, el galope del amor, la cadencia del después, su secreta violencia? ¿Alguna vez notaste que alrededor todos respiran y cada uno mantiene su ritmo y no se confunden por más que uno esté agitado y el otro dormido?
Cada cual tiene su pulso su intervalo, cada cual asiste a su silencio y a su sonido, cada uno tiene un nombre como un código morse. Una sucesión de golpes iguales que se repiten en el tiempo con levísimos cambios, ni siquiera perceptibles para el latido.
¿Alguna vez esperaste que el mundo haga silencio y todavía estás quieto conteniendo la respiración y el mundo no se calla ni las hormigas dejan de caminar ni siquiera vos podés con el murmullo de tu pelo, el agua en tu boca, una catarata que cae en tu estómago? ¿Alguna vez tuviste miedo del silencio como algo que está por llegar y nunca llega y promete lo peor pero no llega? ¿Alguna vez deseaste que nada en tu casa hablara de nuevo y las cosas igual se rebelan? ¿Alguna vez escuchaste tu latido? ¿Lo escuchaste? ¿Le preguntaste? ¿Sabes lo que quiere? ¿Dice tu nombre? ¿Reconocés tu nombre en tu latido?, ¿reconocés tu nombre en la daga que se clava en tu garganta, los reconocés en el vértigo de los días, en el trabajo mecánico, en los besos que no das? ¿Te das cuenta de que tu boca es un abismo y allí se suicidan tus ideas? ¿Sentiste la intemperie cuando el pasto te acaricia y deja su marca como un tatuaje en la piel? ¿Sufriste vergüenza, alguna vez, de estar al aire con ese latido expuesto sobre la tierra; ese latido derramado como un charquito, ahí, bajo tus pies, cuando te confesaste parte de este dolor cotidiano, de no saber hacia dónde ni desde dónde y sin embargo seguir caminando, buscando, hurgando donde nadie busca, ahí, en las cavernas donde anida tu deseo, sordo de latido, de un latido idéntico al tuyo, que empuja, que grita, que da golpes contra tu sordera y te conquista una noche sin fantasmas porque todos los fantasmas dicen silencio para que vos escuches? ¿Alguna vez sentiste tu latido como una plomada que cae directo al fondo de la tierra, que te lleva al lecho que cada uno de tus muertos, que late al ritmo de los que están enterrados, aun respirando, aun comiendo de tanto en tanto, aun viendo cómo la luna cambia mes a mes, aun así enterrados?
Allá va tu latido, directo al centro de la tierra, directo al fuego de lo que no tiene remedio. Es así escuchar. Si alguna vez te despertó ese sonido, te sacó de tu cama, te arrebató de tus sueños, te dejó en plena noche con la conciencia de que estabas vivo, si alguna vez te pasó ya no podras jugar a estar dormido.
Fuente: Convivir con virus. Relatos de la vida cotidiana. La Plata, EDULP, 2016.

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