Quizás, como tantas otras veces,
(en) la música,
un refugio para estos tiempos.
Ese saber de ritmar, acompasar,
improvisar (entrando y saliendo)
bailar (sabiendo y no sabiendo)
tantear, lo que se puede y lo que no
probar, lo que queda y lo que no.
Errar y dejarse llevar
componiendo entre vibraciones y rítmicas,
entre eso que se arma y desarma ahí.
Cuerpos y partes de cuerpos,
una voz, más voces y silencios,
gritos, aullidos, brazos y pies,
platillos, bajos, baterías, güiros, cuerdas, saxos,
guitarras y acordes, cables, humos, luces...
tantos mundos en ese mundo
que guían, acompañan, hacen y deshacen estados
pulsando un tiempo personal-impersonal
que se mueve a destiempo.
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