Escrito a partir de "La mosca Lewkowicz" por Tomás Baquero
Las palabras no quieren decir nada, suenan y ya.
El primer impulso, la palabra sola. El significante suelto, antes que se le adose un segundo. La mosca con las manos que me señalan, antes de ser aplastada, devorada, por un sentido común que no es haiku. Que señala para ocultar, que dice para no decir, que empaña, que no puede hacer otra cosa.
El movimiento puede recortar, o mejor, abortar, aquel largo furgón que detiene a la locomotora pulsátil. Para saber hay que empezar. Sin empezar, el saber solo sabe de quietudes.
Quietudes, pueden proporcionar secretos goces más o menos ocultos, más o menos paradojales, más o menos tortuosos. Promesas de ideales que sólo se sostienen sino se los mueve de su frágil estantería. Campana de cristal que nos apropiamos al llamarla “yo”.
Con otrxs, puede contaminarse aquel sentido que se presenta como total. Esa mirada que se vuelve sobre sí, presenciando una escena repetida, creyendo querer, otra vez, producir una diferencia que no se encuentra. Con otrxs, puede desgarrarse aquella máscara que con tanto cuidado, amor, odio y miedo se sostiene. Un instante fuera de sí, se revela como acción: Silencio de pantanos referenciales.
Después, quizás vendrán los saberes, las interpretaciones, los análisis… o no.
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