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  • Foto del escritorRevista Adynata

Alimento en lata para vidas frágiles / Patricia Mercado

1. ¿De qué se alimenta una vida?

Llueve. El agua se ha fugado del vaso. Busca mi sed en restos de contraluces, exhumadas grafías de una deriva.

2. Dolorida atisbo pensamientos desnudos antes de ser decomisados en la vereda de la razón.

3. Comer: ni acción ni intención ni deseo ni hábito ni necesidad ni mandato ni compulsión ni agasajo. O todo eso. Una vida transcurre con la boca abierta. Las moscas cortejan la muerte. 4. Jarilla, abuelos paternos, Norte argentino. Beber en té la textura de una memoria que susurra en sus vapores con la voz de mi abuela: Jarilla, lamiendo las eles.

5. Miro los malvones, escucho los pájaros. Hay una huerta aquí. Alimentarse, arropar las horas en compañía de lo vivo.

6. Salían a buscar con fe de peregrinos en la carta de los restaurantes. El verdadero menú eran las conversaciones.

7. Con las cuerdas vocales hice un nudo marinero para acunar el naufragio. Nuevas tormentas desataron el velamen de la historia. Ahora mis fragilidades vociferan.


8. Mientras escribo la manzana se oxida sobre el plato blanco. Vaivenes, entre el arribo y la partida, abrigan vuelo.

9. Para comer hace falta fuerza. La ingesta de emociones cansa.


10. Caminar, mirar, escuchar la mañana. Esplendor de lo que vive en su desgracia. 11. No recuerdo cuando comencé a vomitar. Abnegada, cargo el secreto.


12. (Pasó un negro, lo seguí un tramo por la calle de tierra. Caminaba lento e iba rápido, con fluidez de agua fresca en plena tarde. Yo era Pinocho, un trozo de madera simulando vivir). 13. Sorbo mi té con estruendo, hinco los labios en el borde de la taza mientras un perro ladra: la animalidad vive en coro. 14. Como algas marinas. Se deslizan por mi tráquea como una extraña sonrisa. Ausentes de la verdulería del barrio parecen guardar el silencio de lejanos mares.

La sopa de mi abuela no las deletreó. Las como hablando otra lengua.


15. ¿Qué saben las frutillas tan de rojo sueño? La cuchara gira tras el milagro que el fuego macera. En el fondo de la olla los ojos de mi abuela Hortensia me miran. Transhumantes cristales del azúcar, -magnetismo al fin despierto- enseñan en la fruta un amor que espera. 16. Mis textos se doblegan bajo el peso de la sed. Beber: quitarme el sayo del rencor y darme a la alfabética abundancia.


17. La piel, respira, anhela alimentarse. Amor y odio, el mundo sabe acariciar con la impúdica gracia de los amantes.


18. Mirar el paisaje desde los pies. Raíces danzan otros cielos.


19. Mi abuela y yo sentadas en el patio de su casa, a orillas de la higuera que derramaba sombras sobre la ventana. Ella desprendía los higos de las ramas con manos sabedoras, y los sentaba en una fuente enlosada, amarilla, que a mi niñez le parecía fea. Los higos eran grandes, carnosos, dulces. Mi abuela los abría de a uno con la parsimonia que enseña el deleite. Los higos resplandecían en el ecuador de la siesta. A solas con ellos, su boca y la mía, todo era exceso. La aspereza de los frutos ardía en los labios y se mezclaba con vahídos de dulzor.


A veces me acercaba a la higuera a deshora, sola, y contemplaba sus hojas de nítido contorno, de apacible figura. Las acariciaba con timidez y dejaba que su aspereza, como un llamado antiguo, retornara por mis manos. Cuando mi abuela enfermó de diabetes hirvió las hojas en su pequeña pava, abollada por el uso, y tomó ese agua sanadora. Un árbol de su tierra en el patio de su destierro. Un árbol de abuela y nieta sentadas bajo lo dulce y lo amargo. Los higos partieron con mi niñez, y aunque los busqué con afán, jamás volví a encontrarlos. En las verdulerías de la ciudad esos pobres cadáveres de cámara frigorífica acomodados en cajas de plástico, apenas han hecho el rictus vacuo de una ausencia inapelable. Solo mi abuela pudo darlos a mi alma. Desde que ella no está espero esa dulzura con la boca entreabierta. 20. Me gusta escribir en la mesa de la cocina. Al trasluz de las palabras. La torta está en el horno y espero enredada en el perfume a canela. La cocina de mi casa acaricia lo crudo hasta que canta. 21. Masa madre, la voz hilvana palabra y bocado para nacer.


22. Hoy las frutillas amanecieron fermentadas en la heladera. Rescaté algo, agregué azúcar, puse la mezcla en un cuenco azul. Esta noche beberé jugo del tiempo.


23. La huérfana esconde un pan debajo de su pollera como a una madre que jamás la abandonará. Se come amor.


24. Luz de mieles -vigilia del corazón-silencio lo crudo y lo cocido. Pasa el cielo tras la ventana,

los sabores como pájaros se derraman. 25. Materia, extensa precognición de las palabras. Ellas, las palabras, habrán de volver como manos luminosas a acunarla.


26. Hay quienes advierten a la crueldad que somos lo que comemos. Giuseppe Arcimboldo supo encontrar, en el Milán del SXVI, rostros de gente extraviada en tormentas de frutas y verduras. Abro la heladera y miro. Verde, rojo, amarillo. Como el pintor frente a la tela, apetecer cromatismos en la cúpula del paladar. Hambre, voz de una ausencia dibujando cuerpos. 27. (artemisa) Opaca vitalidad asida al verde -amo la sencillez de ese corazón

allí esperando- Suave lo amargo traza sendero

en la maraña del propósito. Trituración, fragmento de la cifra, incalculable vida. Estrellas antiguas-devastadoras

electricidades-sostenidas a los

pequeños troncos que flotan en el silencio de un antiguo

sueño. Cuánta vitalidad nacer y morir y

nacer otra vez. Errancia de un

minúsculo sol y sus noches en

el longevo universo. Las hojas se amontonan como monedas de una fortuna

amable a la mano. Sabiduría dada al fuego.


Exuda la paciencia

en que se macera

todo lo que cambia.


28.

Camina alimentándose de fluidos y electricidades. Pasos, ascender y caer como quien mastica días en el vientre de la tierra.


29.

Hicieron una ecografía, en el informe escribieron vesícula ausente con la letra

impersonal del teclado.

A veces las palabras entumecidas vuelven en la mano de otro casi como una caricia.

30.

Órgano, ahora ausencia.

¿Otro órgano?


31.

Ungir con palabras la palabra. Comer, beber, hablar, escribir.


¿Cómo abrir las bocas del cuerpo?


Gilberto Zorio Sin título 1967 Instalación Chapa ondulada de fibrocemento pintada, betún y hierro

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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