Autobiografía del hielo
Yendo a un colegio de hielo me hice de hielo. El mundo era una máquina de enfriamiento. Mi padre, el profesor, el dictador, hasta el mismo Dios, se esforzaban en la producción de hielo. Después de la veintena, endurecido por la congelación, se me congelaron incluso las bolsas de lágrimas. Era yo un castillo de hielo. Con soledad cercada por un blanco muro de hielo, insistí en mi ego de hielo. Nadie podía introducirse en mi interior. Incluso las llamas del amor, al tocarme se apagaban. En mis horas congeladas, ¿qué habría pensado mi familia de mí? Aunque nunca dijeron que era altivo, pensarían que lo era. Hachas de hielo de la caverna de hielo, los carámbanos que eran mi barba, esa etapa congelada la he vivido durante mucho tiempo. La historia del ego merece registrarse como una era glacial.
La verde libélula en el desierto
Aunque nunca he estado en un desierto, escribo en un papel blanco la verde libélula del desierto. Que el peregrino en el desierto de día pasa sed, que en las noches de un desierto hace frío, que la persona que camina sola en el desierto sin camello siquiera siente soledad cada vez que sopla el viento arenoso, que es tonto el que busca puertas en el desierto, que el que busca puertas es precisamente la puerta, es lo que escribo en un papel blanco, lo leo pero no lo borro.
Gramática
Calavera era el apodo del profesor. Con ojos hundidos y sentado en una silla, enseñaba gramática. Pómulos enrojecidos, dedos huesudos, voz tenebrosa. A pesar de los rumores de que se comía por año unas trescientas serpientes desolladas y deshidratadas, murió de una tuberculosis que sufría desde hacía mucho. Vimos cómo al profesor, sentado tranquilamente en la silla, se lo llevaban afuera a causa de la muerte. “Respeten la gramática. Ninguno puede estar libre de la gramática. Podríamos comparar a la gramática con el inspector de la cárcel y a ustedes con los prisioneros”. Aunque no era su testamento, dejó estas palabras. Ya hace treinta años que el profesor dejó este mundo. ¿Por qué intentaría yo, aún en su ausencia, respetar la gramática y seguir escribiendo? Todavía me parece estar viendo los ojos del profesor iguales a grandes uvas silvestres, mientras con un palo en la mano pasaba las páginas de mi cuaderno para revisar la tarea.
Fuente: Choi Seung-ho. Autobiografía de Hielo. Traducción Kim Un-kyung. Ediciones Bajo la Luna. Buenos Aires, 2010.
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