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  • Foto del escritorRevista Adynata

Blue / Texto de la película de Derek Jarman

Actualizado: 24 dic 2020

Le dices al chico que abra los ojos

Cuando los abre y ve la luz

Haces que grite muy fuerte:

Oh Azul acércate

Oh Azul preséntate

Oh Azul elévate

Oh Azul penetra


Estoy sentado con unos amigos tomando café en un bar donde los camareros son jóvenes refugiados de Bosnia. La guerra invade los periódicos y las calles en ruinas de Sarajevo.


Tania dijo: «Llevas la ropa del revés y con la parte de delante hacia atrás.» Estábamos los dos solos, así que me desnudé y me la volví a poner bien. Siempre llego antes de que se abran las puertas.


No sé a qué viene tanta noticia del extranjero cuando todo lo que tiene que ver con la vida y con la muerte se autogestiona y trabaja dentro de mí.


Salgo de la acera y un ciclista casi me atropella. Ha salido de la nada y por poco me rompe la cabeza.


Entro en estado de shock.


El médico del hospital St. Bartholomew cree que puede haber lesiones en mi retina. Me ha dilatado las pupilas con belladona. La linterna brilla en ellas con una terrible luz cegadora.


Mira hacia la izquierda

Mira hacia abajo

Mira hacia arriba

Mira hacia la derecha


Relámpagos azules en mis ojos.


Zumbido de moscas azules

Días cansados

La mariposa azul celeste

Revolotea por los acianos

Perdida en el calor

De la calima azul

Cantando un blues

Calmada y lentamente

Tristeza de mi corazón

Tristeza de mis sueños

Lento amor triste

De los días de las espuelas de caballero

Triste es el amor universal en el que el hombre se baña: es el paraíso terrenal.


Paseo por la playa mientras sopla un vendaval

Otro año que se va

En las aguas que braman

Escucho la voz de amigos muertos

El amor es vida que dura para siempre.

La memoria de mi corazón me trae a ti

David. Howard. Graham. Terry. Paul...


Pero, y si este presente

Fuese la última noche de los tiempos

En el ocaso se desvanece tu amor

Muere a la luz de la luna

No puede levantarse

Negado tres veces por el gallo

Con la primera luz del alba


Mira hacia la izquierda

Mira hacia abajo

Mira hacia arriba

Mira hacia la derecha

El flash de la cámara

Blanco nuclear

Fotos

El citomegalovirus: una luna verde y el mundo se vuelve magenta

Mi retina

Es un planeta lejano

Un Marte rojo

De un tebeo para chicos

Infectado de amarillo

Borboteando en la esquina

Digo que parece un planeta

El médico dice: «¡Más bien

Parece una pizza!»


Lo peor de la enfermedad es la incertidumbre. Hace seis años que interpreto una y otra vez este guion.

La tristeza transciende la solemne geografía de las limitaciones humanas.


Estoy en casa con las persianas bajadas

H. B. ha vuelto de Newcastle

Pero ha salido; la lavadora

Ruge a toda potencia

Y la nevera se descongela

Estos son sus sonidos preferidos


Me han ofrecido la posibilidad de ingresarme en el hospital o ir allí dos veces al día para intubarme. Nunca recuperaré la visión.


Tengo la retina destrozada, aunque cuando deje de sangrar puede ser que mejore la vista que me queda. Me tendré que acostumbrar a no ver.


Y si pierdo la vista, ¿veré a medias?


El virus se desboca. Ya no tengo amigos que no estén muertos o muriéndose. Como si una avalancha azul los hubiera alcanzado. En el trabajo, en el cine, en las manifestaciones, en la playa. Arrodillados en la iglesia, corriendo, volando, silenciosos o protestando a gritos.


Empezó con los sudores nocturnos y las glándulas hinchadas. Luego, el cáncer negro se extendió por los rostros y, mientras se esforzaban por respirar, la tuberculosis y la neumonía les destrozaban los pulmones, y toxoplasmosis en el cerebro. Los reflejos se retorcían; el sudor les chorreaba por el pelo, como lianas de una selva tropical. Las voces les huían y entonces estaban perdidos para siempre. En la tormenta, mi pluma arañaba tanto como podía esta historia sobre las páginas.


La sangre de la sensibilidad es azul

Me consagro

Para encontrar su expresión más perfecta


La vista me fallaba un poco más por la noche

H. B. me ofrece su sangre

Según él, lo puede matar todo


El dosificador de DHPG

Gorjea como un canario


Me acompaña una sombra en la que H. B. aparece y desaparece. He perdido la vista periférica de mi ojo derecho.


Junto las manos delante de mí y las separo poco a poco. En un momento dado desaparecen de mi campo visual. Antes las veía. Ahora, si repito el gesto, solo veo esto.


No ganaré la batalla contra el virus, pese a todos estos eslóganes como «Vivir con el sida». Los sanos se han apropiado del virus y nosotros tenemos que vivir con el sida mientras ellos extienden la manta por las polillas de Ítaca a través del oscuro mar de vino.


La conciencia de esta realidad crece, pero otra cosa se pierde. Una sensación de realidad ahogada en teatro.


Pensar ciego, volverse ciego.


El hospital es silencioso como una tumba. La enfermera se esfuerza por encontrar una vena en mi brazo derecho. Cinco intentos y lo dejamos correr. ¿Te marearías si alguien te clavara una aguja en el brazo? Yo ya me he acostumbrado, pero sigo cerrando los ojos.


El buda Gautama me enseña a alejarme de la enfermedad. Pero él no estaba conectado a un gotero.


El destino es lo más fuerte

Destino Maldito Fatal

Me resigno al Destino

Ciego Destino

La cánula me pica

Me sale una ampolla en el brazo

Me sacan la aguja


Una descarga eléctrica me sube por el brazo


¿Cómo puedo huir conectado a un gotero?

¿Cómo puedo alejarme de todo esto?


Lleno la habitación con el eco de muchas voces

Que han pasado tiempo aquí

Voces liberadas del azul de la pintura reseca

Sale el sol e inunda esta habitación vacía

Yo la llamo «mi habitación»

Mi habitación ha acogido muchos veranos

Ha abrazado risas y lágrimas

Podría llenarse con tu risa

Cada palabra, un rayo de sol

Centelleando en la luz

Esta es la canción de Mi Habitación

La tristeza se desvela, bosteza y está despierta.


Esta mañana en el periódico hay una foto de los refugiados que se marchan de Bosnia. Parecen de otro tiempo. Campesinas con pañuelos y vestidos negros salen de las páginas de una Europa más antigua. Una de ellas ha perdido a sus tres hijos.


Los relámpagos titilan a través de la ventana del hospital. En la puerta hay una mujer mayor que espera a que la lluvia remita. He pedido un taxi y le pregunto si la puedo acompañar. «¿Me puede dejar en el metro de Holborn?» Por el camino se echa a llorar. Ha venido de Edimburgo. Su hijo está ingresado: tiene meningitis y ha perdido la movilidad en las piernas. Me siento inútil mientras las lágrimas se derraman. No alcanzo a verla. Sólo escucho sus sollozos.


Uno puede conocer el mundo entero

Sin salir de casa

Sin mirar por la ventana

Uno puede ver el camino del cielo

Cuanto más lejos vas

Menos cosas sabes


En este caos de imagen

Os regalo el Azul universal

Una puerta abierta al alma

Una posibilidad infinita

Se vuelve tangible


Aquí estoy de nuevo en la sala de espera. El infierno en la Tierra es una sala de espera. Aquí sabes que no tienes control sobre ti mismo, esperando a que digan tu nombre: «712213». Aquí no tienes nombre. La confidencialidad es innombrable. ¿Dónde está el 666? ¿Quizás está aquí, sentado frente a mí? Quizás el 666 es aquella loca que zapea sin parar.


Qué es lo que veo

Más allá de las puertas de la conciencia

Activistas que irrumpen en la misa de domingo

En la catedral

Un épico Zar Iván denunciando

Al Patriarca de Moscú


Un chico con cara de luna que escupe

Y no para de santiguarse; mientras hace la genuflexión,

¿Golpearán las puertas nacaradas

Las narices de los devotos?


La loca discute sobre las agujas. Aquí siempre hay discusiones. Tiene una vía en el cuello.

¿Cómo nos perciben, si es que nos han de percibir de algún modo? Para la

Mayoría somos invisibles.


Si se limpiasen a fondo las puertas de la percepción, todo se vería tal y como es.


El perro ladra, la caravana pasa.

Marco Polo descubre la Montaña Azul.


Marco Polo se detiene a sentarse en un trono de lapislázuli a la orilla del río Oxus mientras lo atienden los descendientes de Alejandro Magno. La caravana se acerca, unas telas azules ondean alviento. Gente apesadumbrada que llega de más allá del mar —ultramarina— ha venido para llevarse el lapislázuli con vetas de oro.

El camino hacia la ciudad de Aqua Vitae está protegido por un laberinto de cristal y espejos que provocan una ceguera terrible con la luz del sol. Los espejos reflejan cada una de tus traiciones; las magnifican y te enloquecen.


El Azul penetra en el laberinto. Se requiere a todos sus visitantes un silencio absoluto para que su presencia no moleste a los poetas que dirigen las excavaciones. Solo se puede excavar en días de calma total, puesto que la lluvia y el viento dañan los descubrimientos.


La arqueología del sonido justo se acaba de perfeccionar y hasta ahora la catalogación sistemática de palabras solo ha sido acometida de una forma aleatoria. El Azul, entendido como palabra o frase materializada en chispas brillantes, una poesía del fuego que lo arroja todo a la oscuridad con sus reflejos deslumrbantes.


De adolescente trabajé enel Real Instituto Nacional para las Personas Ciegas, en campañas navideñas para la radio, con la querida señora Punch, de setenta años, que cada mañana llegaba con su Harley Davidson.


Nos tenía a raya. Su trabajo de jardinera le permitía tener tiempo libre en enero. La señora Punch Mujer de Cuero fue la primera mujer abiertamente lesbiana que conocí. Yo vivía mi sexualidad en secreto y un poco atemorizado, y ella fue mi esperanza. «Monta, vamos a dar una vuelta.» Se parecía a Edith Piaf, un gorrión, y llevaba una boina inclinada de un modo muy provocador. Siempre dominaba a todas las otras mujeres que año tras año venían buscando su compañía.


En el periódico de hoy: tres cuartas partes de las organizaciones sobre el sida no ofrecen información sobre sexo seguro. Un barrio ha dicho que no tenían maricones en su vecindario, pero pueden intentarlo en el barrio X, que allí tienen un teatro.


Mi campo de visión parece haberse reducido. Esta mañana el hospital es todavía más silencioso. Acallado. Tengo un vacío en el estómago. Me siento abatido. Mi mente se enciende como un interruptor pero mi cuerpo se derrumba, una bombilla desnuda en una habitación oscura y en ruinas. Hay muerte en el aire, aunque no hablemos de ella. Pero yo sé que los visitantes desconsolados podrían romper el silencio gritando:

«¡Auxilio, hermana!», «¡Ayuda, enfermera!» y, acto seguido, el sonido de las carreras por el pasillo. Y, después, silencio.


El Azul protege al blanco de la inocencia

El Azul se lleva el negro

El Azul es la oscuridad hecha visible

El Azul protege al blanco de la inocencia

El Azul se lleva el negro

El Azul es la oscuridad hecha visible


En las montañas está la ermita de Santa Rita, donde van todos los del final de la fila. Santa Rita es la patrona de las causas perdidas. La santa de todos aquellos que ya no pueden más, que están cercados y atrapados por los acontecimientos. Estos hechos, aislados de su causa, atraparon al Chico de los Ojos Azules en un sistema de irrealidad. ¿Todos estos hechos confusos y decepcionantes se disolverían en su último suspiro?

Acostumbrado como estaba a creer en las imágenes, una noción absoluta de valor, su universo había olvidado el mandamiento esencial: no harás de ti una imagen sagrada, aunque sabes que la tarea es rellenar la hoja en blanco. Desde lo más profundo de tu ser, ruega para liberarte de la imagen.


El tiempo es el que evita que la luz nos alcance.


La imagen es una prisión del alma; tu herencia, tu educación, tus vicios y aspiraciones, tus atributos, tu psicología.

He andado por detrás del cielo.

¿Qué es lo que buscas?

El azul insondable de la felicidad.


Para ser un astronauta del vacío, deja atrás la seguridad del hogar que te aprisiona con su consuelo.

Recuérdalo.


Estar yéndote y tener no son estados eternos. Enfréntate al miedo que engendra el inicio, el nudo y el desenlace.


Para el Azul no hay límites ni soluciones.


¿Cómo pudieron mis amigos cruzar el río de cobalto? ¿Con qué pagaron al barquero? Mientras salían de la orilla añil, debajo de este cielo negro azabache, algunos murieron a sus pies, con la mirada hacia atrás. ¿Vieron a la Muerte con los perros del infierno arrastrando un carruaje oscuro, de un amoratado y azulado negro cada vez más

oscuro por la ausencia de luz? ¿Oyeron el retumbar de las trompetas?


David corrió hacia casa angustiado después de bajar del tren de Waterloo. Regresó agotado y medio inconsciente y murió aquella misma noche. Terry balbuceaba incoherentemente con sus lágrimas incontinentes. Otros se fueron apagando como florecillas cortadas por la guadaña del Segador Barbazul, sedientas, mientras reculaban las aguas de la vida. Howard se fue convirtiendo poco a poco en piedra, cada vez más petrificado; su mente quedó aprisionada en una fortaleza de cemento hasta que lo único que podíamos oír eran sus gemidos circulando por líneas telefónicas alrededor del mundo.


Mad Vincent está sentado en su silla amarilla agarrándose las rodillas contra el pecho. Está como una regadera. Unos girasoles resecos y esqueléticos se marchitan en un jarrón vacío, semillas negras clavadas en la cara atenta de una calabaza de Halloween. Él no se da cuenta de que el Azul está allá, en el rincón. Sus ojos febriles observan el maíz cetrino; graznidos de cuervos azabache en espiral sobre el amarillo. El duendecillo del limón observa desde las telas descartadas, abandonadas en un rincón.


El suicidio amargado da un grito maléfico y agarra con cobardía a Yellowbelly, que tiene los ojos entrecerrados.


Azul lucha contra el enfermo Yellowbelly, que con su aliento fétido deja los árboles amarillos de fiebre. La traición es el oxígeno de su mezquindad. Te apuñalará por la espalda. Yellowbelly lanza un beso amarillento al aire, el hedor de taberna ciega los ojos de Azul; el Mal nada en bilis amarilla. Los ojos de serpiente de Yellowbelly son venenosos. Repta sobre la manzana podrida de Eva como una avispa y, en un instante, pica a Azul en la boca. «¡Aaah!» Su legión infernal zumba y ríe entre el gas mostaza. Se te mearán encima. Colmillos afilados con manchas de nicotina al descubierto. Azul se ha transformado en un electrocutador de insectos y su aura Azul quema al enemigo.


Todos contemplamos el suicido

Confiábamos en la eutanasia

Nos calmaba creer

Que la morfina aligeraba el dolor

En lugar de hacerlo tangible

Como si unos dibujos chalados de Disney

Se convirtieran

En todas las pesadillas posibles.


Karl se mató. ¿Cómo lo hizo? Jamás lo pregunté. Parecía fortuito. ¿Y qué más da si se tragó ácido cianhídrico o si se pegó un tiro en el ojo? Puede que se lanzara al vacío desde lo alto de un rascacielos.

La enfermera me explica el implante. Mezclas los medicamentos y te lo inyectas una vez al día. Los medicamentos se guardan en una neverita que te dan. ¿Te imaginas ir de un lado para otro con esto? El implante de metal desactiva el detector de bombas en los aeropuertos y, la verdad, no me veo viajando a Berlín con una neverita bajo el brazo.


Juventudes impacientes del sol

Que queman muchos colores

Peinándose a golpes

Ante espejos de baño

Jodiendo con la fusión y con la moda

Bailar en los haces de láser esmeralda

Aparejarse en edredones suburbanos

Sementales nucleares salpicados de lefa

Qué tiempos aquellos.


El gotero marca los segundos; es el origen de un riachuelo por el que transcurren los minutos, que van a encontrarse con el río de las horas, el mar de los años y el océano de la atemporalidad.


Los efectos secundarios del DHPG, la medicación que me obliga a ir al hospital para que me pongan una vía dos veces al día, son: número bajo de leucocitos, riesgo más alto de infección, número bajo de plaquetas que puede llevar a un riesgo más alto de sangrado, número reducido de células rojas (anemia), fiebre, ataques, disfunciones

hepáticas, escalofríos, tumefacción (edema), infecciones, malestar general, arritmias, presión arterial alta (hipertensión), presión arterial baja (hipotensión), pensamientos o sueños anormales, pérdida de equilibrio (ataxia), eyaculaciones, confusión, mareos, cefaleas, nerviosismo, lesiones en los nervios (parestesia), psicosis, sueño (somnolencia), temblores, náuseas, vómitos, pérdida de apetito (anorexia), diarrea, sangrado de estómago o de intestino (hemorragia intestinal), dolor abdominal, incremento del número de un tipo de células blancas, índice glucémico bajo, falta de aliento, caída del pelo (alopecia), picor (prurito), urticaria, sangre en la orina, alteración de la función de los riñones, urea en la sangre, rojez (inflamación), dolor o irritación (flebitis).


Se han observado desprendimientos de retina en pacientes tanto antes como después del inicio de la terapia. La medicación ha provocado un descenso de la producción de esperma en animales y podría provocar infertilidad en humanos, así como defectos de nacimiento en animales. A pesar de que no hay información acerca de ello en los estudios realizados en humanos, se debería considerar como potencialmente cancerígeno, puesto que causa tumores en animales.


Si te preocupa alguno de los efectos secundarios antes descritos o quieres tener más información, consulta a tu médico.

Antes de empezar con la medicación te hacen firmar un papel conforme estás al corriente de la posibilidad de contraer cualquiera de estas enfermedades.


No soy capaz de saber qué debo hacer. Lo firmaré.


La oscuridad llega con la marea

El año se desliza en el calendario

Tu beso resplandece

Una cerilla prendida en la noche

Resplandece y muere

Mi duermevela rota

Bésame otra vez

Bésame

Bésame otra vez

Y otra

Nunca tengo suficiente

Labios insaciables

Ojos de valeriana

Cielos azules


Un hombre está sentado de lado en una silla de ruedas, saborea un paquete de galletas, despacio y reflexivamente como una mantis religiosa. Habla del asilo con entusiasmo aunque, a veces, incoherentemente, dice: «Debes tener mucho cuidado con quien hablas, porque es difícil distinguir entre las visitas, el personal y los pacientes. Al personal solo lo puedes identificar porque va vestido de cuero. Esto parece un club de sadomasoquistas». Este asilo se ha hecho gracias a los donativos, y los nombres de los donantes están a la vista para que todo el mundo pueda saber quiénes son.


La caridad ha hecho que aquellos a quienes no les importa nada de todo esto parezcan benefactores y esto es horrible para los que dependen de ello. Esto se ha convertido en un gran negocio, mientras el gobierno, en estos tiempos de indiferencia, se lava las manos. Nosotros lo aceptamos y los ricos y poderosos que nos han jodido ahora vuelven a jodernos al salir ganando. Siempre se nos ha maltratado; por eso, ante la más mínima muestra de compasión, nos manifestamos exageradamente agradecidos.


Soy varonil

Comecoños

Una diva de las grandes

Malo

Lameculos

Un marica loco

Incordio las moscas de la intimidad


Jodo con los chicos lesbianos

Un heterodemonio pervertido

Me la juego con la muerte

Soy un chupapollas

Falso heterosexual

Un hombre lesbiano

Con actitud de tocapelotas

Ideas de macho ninfómano

Valientes deseos sexistas

De inversión incestuosa y

Terminología incorrecta


Soy un No Gay


H. B. está en la cocina

Fijándose el pelo

Protege el espacio

De mí

Lo llama «su oficina»

A las 9 nos vamos al hospital


H. B. vuelve de oftalmología

Donde todas mis notas son confusas

Dice

Esto parece Rumanía

Dos bombillas

Iluminan lúgubremente

Las paredes desconchadas

Hay una caja de muñecas

En el rincón

Indescriptiblemente desalentador

El médico dice

Bien, claro

Los niños no las ven

No hay recursos

Para alumbrar el lugar


Las gotas me escuecen en los ojos

La infección se ha detenido

Veo destellos escarlata

Después de la imagen

De los vasos sanguíneos en mis ojos


Febrero de castañear los dientes

Frío como la muerte

Se mete entre las sábanas

Un frío doloroso

Eterno como el mármol

Mi pensamiento

Recubierto de drogas se congela

Copos de nieve vacíos amontonados

Que borran la memoria


Un tornado cegado

Dando vueltas en espiral

Conciencia bizca y entrometida

¿Debería hacerlo? ¿Lo hago?

Garabateando la custodia de la muerte

Vigila cómo te vas


El DHPG oral va a parar al hígado, así que han modificado una molécula para que engañe al sistema. ¿Y esto qué riesgo conlleva? Si tuviera que vivir cuarenta años siendo ciego, me lo pensaría dos veces. Tratan mi enfermedad como los autos de choque: música, luces brillantes, traqueteos y a vivir de nuevo.


Las pastillas son la parte más dura: algunas son amargas, otras, demasiado grandes. Me tomo una treintena al día. Soy un laboratorio químico andante. Me dan arcadas mientras las trago y vuelven a salir medio disueltas entre la tos y la saliva.


Mi piel me cubre como la camisa de Nessus. La cara se me irrita y, por la noche, la espalda y las piernas. Me sacudo y me revuelvo, rascándome, y soy incapaz de dormir. Me levanto y enciendo la luz. Voy tambaleándome hasta el baño. Si me canso un poco, puede que llegue a dormir. Me vienen películas a la mente. De vez en cuando tengo un sueño tan espléndido como el Taj Mahal. Cruzo el sur de la India con un joven guía espiritual. India, la tierra de los sueños de mi infancia. Los recuerdos de una plegaria musulmana y una sala de estar gris. Una abuela que se llamaba Moselle, otra, Girly, otra, May. Una huérfana que había perdido su nombre, que era Ruben; simios de jade, miniaturas de marfil, el juego del mahjong. El viento y los bambús de China.


Todos aquellos tabúes de

Las líneas de sangre y los bancos de sangre

Sangre azul y sangre mala

Nuestra sangre y vuestra sangre

Yo me siento aquí, tú te sientas allí.


Mientras dormía, un avión chocó contra un edificio de pisos. El avión iba prácticamente vacío, pero doscientas personas se frieron mientras dormían.

La Tierra se muere y nosotros sin darnos cuenta...


Un joven frágil como Belsen

Camina lentamente por el pasillo

Con el pijama verde pálido del hospital

Colgando

Todo está en silencio

Menos la tos lejana

Mi ojo echa un velo encima

Del joven que acaba de pasar

Por mi campo de visión

Esta enfermedad te deja por los suelos

Justo cuando ya te habías olvidado

Un tiro en la nuca

Lo haría más fácil

Ya sabes, irse a la tumba

Puede hacerse más largo que la Segunda Guerra Mundial.


Siglos y eones abandonan la habitación

Reventando en lo intemporal

No hay entradas ni salidas, ya

No son necesarias necrológicas ni juicios finales

Sabíamos que el tiempo se terminaría

Pasado mañana al amanecer

Fregamos el suelo

E hicimos la colada

No nos cogiera por sorpresa


Estos destellos blancos que experimentas en tus ojos son comunes cuando hay una lesión en la retina.


La retina lesionada ha empezado a pelarse, dejando innumerables manchas negras, como una bandada de estorninos recorriendo el atardecer.

Estoy otra vez en el St. Mary para que el especialista me examine los ojos. El lugar es el mismo de siempre, pero el personal es nuevo. Qué alivio saber que no me operarán hoy para hacerme una punción en el pecho. Tengo que intentar animar a H. B., porque las últimas dos semanas ha pasado por un infierno. Un hombrecito grisáceo pasa por la sala de espera angustiado porque tiene que irse a Sussex. Dice: «Me estoy quedando ciego. Ya no puedo leer más».


Poco después, coge un periódico, se esfuerza unos instantes y lo lanza de nuevo en la mesa. Las gotas que escuecen en mis ojos me impiden leer, así que escribo esto en una nube de belladona. La cara del hombrecito gris se ha vuelto trágica. Parece Jean Cocteau pero sin la arrogancia refinada del poeta. La sala está llena de hombres y mujeres que pelean contra la oscuridad en diferentes estadios de la enfermedad. Algunos no pueden casi ni caminar, aflicción e ira en cada cara y también una terrible resignación.


Jean Cocteau se quita las gafas y mira a su alrededor con una mezquindad indescriptible. Lleva zapatillas negras, calcetines azules, pantalones grises, un jersey de jacquard y una americana de espiga. Los posters empapelan las paredes sobre él con interrogantes infinitos: ¿VIH/SIDA?, ¿SIDA?, ¿VIH?, ¿ESTÁS INFECTADO DE SIDA?, ¿COMPLICACIONES DERIVADAS DEL SIDA?, ¿VIH? Es una espera muy dura. La luz cegadora de la cámara del oftalmólogo deja una imagen azul celeste que persiste en la retina. ¿Veía verde la primera vez? La persistencia se disuelve en un instante. Mientras van pasando las fotos, los colores se vuelven rosas y las luces, naranjas. El proceso es una tortura, pero el resultado —una visión estable— merece mucho la pena y justifica el precio y las doce pastillas que tengo que tomarme a diario. A veces las miro, siento náuseas, y no me las quiero tomar. Supongo que me recuerdan a H. B., amante del ordenador y rey del teclado, que me dio suerte cuando un ordenador escogió mi nombre y me tocó formar parte de este ensayo clínico. Olvidaba que cuando me fui del St. Mary, sonreí a Jean Cocteau. Cariñosamente, me devolvió la sonrisa.


Me he sorprendido a mí mismo mirando zapatos en un escaparate. Por un momento he estado a punto de entrar y comprarme unos, pero me he detenido. Los zapatos que ahora llevo puestos tendrían que durar lo suficiente para caminar hasta las afueras de la vida.


Pescadores de perlas

En mares cerúleos

Aguas profundas

Que lavan la isla de los muertos

En puertos de coral

Ánfora

Derrama

Oro

Allá por el fondo del mar inmóvil

Nos tumbamos

Abanicados por las hinchadas

Velas de barcos olvidados

Izadas por los vientos tristes

De las profundidades

Chicos perdidos

Dormid para siempre

En un abrazo de amor

Labios de sal que se tocan

En jardines submarinos

Dedos de mármol frío

Tocan una sonrisa antigua

Sonidos de conchas

Susurros

El amor profundo a la deriva para siempre

El olor a él

Guapísimo

En el verano de la belleza

Sus tejanos azules

Por los tobillos

Placer en mi ojo espectral

Bésame

En los labios

En los ojos

Nuestro nombre será olvidado

Con el tiempo

Nadie recordará nuestro trabajo

Nuestra vida pasará como el rastro de una nube

Y se dispersará como

La niebla atrapada por

Rayos de sol

Porque nuestro tiempo es el paso de una sombra

Y nuestras vidas huyen como

Chispas a través de los rastrojos.


Pongo una espuela de caballero, Azul, sobre tu tumba.


Créditos:

Escrito y dirigido por Derek Jarman

Productores: James Mackay & Takashi Asai

Compositor: Simon Fisher Turner

Diseño de sonido: Marvin Black

Editor de sonido: Paul Hamblin

Una producción de Basilisk Communications © 1993


Voces:

Nigel Terry

John Quentin

Derek Jarman

Tilda Swinton


Músicos:

Jon Balance

Gini Ball

Marvin Black

Peter Christopherson

Markus Dravius

Brian Eno

Tony Hinnigan

Danny Hyde

Jan Latham Koenig

Marden Hill

The King of Luxembourg

Miranda Sex Garden

Momus

Vini Reilly

Kate St John

Simon Fisher Turner

Richard Watson

Hugh Webb



Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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