Y ese deambular que se inscribe en los pliegues de la piel, en las líneas que ojos y bocas dibujan en la fragua cotidiana.
Partituras de una respiración a tantos cuerpos, a tanto. Desfallecientes las vidas como fuelles de una larga pronunciación.
Y ese ir del afán que escapa a los contornos de toda cartografía.
Sin embargo, lo que vive añora relato, artilugio de la huella donde buscar los pasos.
Y allá va desde antaño, presuntuosa la letra que declama sus códigos con voz agria.
Aquí el sujeto, allí el predicado.
Diligentes sustantivos encadenados al matrimonio del género y el número.
Veleidades de adjetivos destellando como lentejuelas.
Ceremonioso lenguaje vestido de ocasión en cuadernos escolares, pulcro, confiable.
¿Acaso podrá salvarnos del barro de los días?
El baño del lenguaje promete alivio en la ardiente travesía del vivir.
Restaura brevemente los puntos cardinales después de cada huracán.
Funda el norte del afán civilizatorio.
Y jamás alcanza.
Jamás alcanza.
Aliento, el de las palabras, tallado en las estrías de una época pestilente de odios y amores rancios.
Ambiciosas manos ambidiestras saben ultrajarlas en sus aposentos académicos, jurídicos, mediáticos. Y vender su alma al mejor postor.
Por las mañanas las sirven frías, con una sonrisa llena de pasta dental, prontas a recitar la profilaxis indispensable para limpiar los vestigios de pasión que exudó la noche.
Palabras que retornan al hogar por la puerta de atrás mientras amanece.
Al mediodía se preparan a negociar el plato principal y liquidar la dádiva de las sobras en las bocas angurrientas que pululan cerca.
Palabras mendicantes en la puja de un hambre insaciable.
Antes de la cena se sumergen en el sopor del whisky junto a la biblioteca y cultivan el gesto de la elucubración. Saben sosegar a los cultos de cualquier resabio de culpa con la letanía que reza la vida es así.
Enterrados vivos entre prospectos que administran la dosis exacta de veneno con la que alimentar los días.
Como un requiem en loop, tragar y escupir abecedarios completos, parloteo de la verosimilitud en lo que yace mudo.
Mandíbulas que domesticó la dicción secular, los labios apretados en el rictus del miedo.
Entonces, morder la letra.
Morder la lengua para desangrar los nudos donde encallan flujos espesos como ciénagas.
Morder para soltar la flor donde el trémulo colibrí aletea.
Donde una mirada espera.
A dentelladas desgarrar antiguas dicciones que nos condenan a la masacre del sentido común y sus iniquidades
Porque de las palabras el cielo y el infierno. Y ese limbo donde casi mudos, hablamos sin embargo.
Se escuchan voces bajo las cosas, voces asfixiadas bajo el peso de circunstancias que pulsan en la mórbida maraña de justificaciones.
Palabras a punto de escapar esperando un descuido de los profesores y las madres abnegadas.
Palabras que las bestias conocen y recitan en libros de tapas ajadas.
Palabras que los amantes gimen en éxtasis.
Palabras olvidadas en el fondo de los cajones que esperan el poema.
Y la caricia de una voz para desandar tanta soledad .
Alimentan instantes como conjuros que circundan la cintura del mundo.
Ay la boca de esa caligrafía nómade.
Ya la escucho temblar, desfalleciente luz, como un rio que me lleva a merced de un viejo milagro.
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