Y yo pensaba: si te sigo, muero
H. Viel Temperley
“La promesa”, película de los cineastas Luc y J. Pierre Dardenne, muestra una respuesta de un adolescente frente a ciertas zonas de crueldad.
El padre de Igor, un joven de quince años, ejerce, sometimientos, sumisiones, estafas a inmigrantes de diversos países que huyendo de la pobreza y de la indocumentación que les impide atravesar fronteras, aceptan condiciones injustas para obtener sus documentos que, aunque falsificados, les permite trabajar y quedarse de algún modo “refugiados”.
El padre de Igor no pertenece justamente a una clase privilegiada, pero agita su poder sobre los aún más débiles, desesperados por tener algún lugar donde vivir. A cambio de viviendas precarias, explotaciones, tajadas crueles y falseamientos de amabilidad, el personaje-patrón erguido como fortaleza, les ofrece un sitio a quienes se encuentran excluidos.
El patrón hace cómplice de las estafas y presiones a su hijo. El muchacho envalentonado por su padre toma muchas veces su lugar, y acude siempre que éste lo llama a cumplir tareas diversas, cobros, engaños, trampas, traslados de los inmigrantes, firmas de los pasaportes, arreglo de estufas en mal estado. El joven incluso con arrogancia roba a personas mayores de edad, vulnerables, confiadas.
Hay una relación opuesta entre crueldad y piedad.
La relación padre- hijo es de seducción, de regalos como premio, y de propiedad, de posesión. En ocasiones lo golpea. Igor a veces, aunque quiere hacer otra cosa, no puede decir No.
Un acontecimiento trastoca el devenir de los sucesos. Al edificio llega una negra africana con su bebé, para encontrarse con su marido que trabaja allí de albañil. La mujer sostiene el culto a sus antepasados. Practica rituales de purificación del lugar. Cuida con devoción a su bebé con ceremoniales de su pueblo de origen. Igor la espía. Le interesa lo que ve de esa maternidad. Quiere cuidarla. Se le despierta una ternura inédita.
El marido de la mujer africana cae de un andamio y muere. Antes de fallecer le pide a Igor que estaba justo allí, que le prometa que va a cuidar de su mujer y su hijo. Igor asiente. Se inaugura una “palabra de honor”.
El padre de Igor decide ocultar esa muerte, enterrar al hombre debajo de unos escombros y mentirle a su mujer. Le dice que su marido se fue de improviso por tener deudas de juego. Le inventa un abandono. Le pide confabulación con el hecho a su hijo, desaparece a un fallecido y hiere, daña a la mujer. Actos crueles para salvar su pellejo. Lo único que importa.
Crueldad va de la mano de impunidad.
Para Igor, esa acción del padre es un límite a la fidelidad con él. Le resulta insoportable. Ha dado su palabra y no piensa llegar tan lejos con la complicidad. Ayuda a la mujer y a su bebé en un derrotero de búsqueda. Dice No, a tanta ferocidad y está dispuesto a perder ese padre. Ha descubierto que el lazo de filiación puede ser otra cosa. Que la muerte ocultada es un límite. Dice basta, aún con dolor.
Lo filiatorio, la palabra dada como promesa, la pertenencia a un pueblo con historicidad respetada, el cuidado maternal, abonan a traicionar lo cruel, a desprenderse de un hecho feroz, aún con quien hay una relación que incluye el amor. Allí también radica la peculiaridad de lo que los directores traen. El joven, y esto es importante, transita una transformación.
Es una historia singular que nos puede hacer pensar acerca de sucesos colectivos con las diversas fragilidades dentro de una comunidad.
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