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  • Foto del escritorRevista Adynata

Llorar: Solecismos en llantos de infancias / Cynthia Eva Szewach

“Ambas mujeres han empezado a llorar.

pero ninguna detiene su canto”.

Li Young Lee


Hay llantos que surgen al cantar, pero no detienen la voz, como en el poema de Li Young Lee titulado “Yo le pido a mi madre que cante”.


Hay cantos que hacen llorar de conmoción a quien escucha. Hay cantos en lenguas ancestrales que parecen sollozar tierras perdidas. Hay llantos de victoria, hay llantos de derrota.


Una niña llora de sueño y le pide una canción a su mamá para poder dormir porque dice que cuando la escucha se siente como “se siente un olorcito rico”. Una sabiduría infantil que asocia la fuerza del aroma al deleite con la música. Lo dijo María Bethania en una entrevista: “La música es como un perfume, en fracciones de segundos, se siente, se recuerda, emociona…”


A veces también el llanto está unido al reír, a la alegría. Regalar el libro “Conozca a su niño” de Winnicott, es una ceremonia y una oportunidad de ofrendar con el amor de hacer pasar un legado. Es la transcripción de charlas radiales entre 1940 y 1950 dirigidas en especial a las madres en los inicios, en momentos tan conmovedores. Hay un capítulo inolvidable, dedicado a los llantos. Winnicott los enumera a su modo, como llanto de dolor, de hambre, de tristeza, de enojo…distingue en cada uno delicadas sutilezas. Agrega hacia el final un tipo de llanto del que dice que casi no va a hablar, porque cree que es muy difícil que en un hogar con algunos cuidados amorosos ese llorar se lo encuentre. Es el llanto de desesperanza, desgarrador, hondo, efecto de alguna violencia recibida.


A veces ese llanto lo presenciamos en quienes escuchamos. Viene de lugares ignotos, por situaciones extremas o incluso pueden ser ajenos a las circunstancias relatadas. El llanto inunda el ritmo del decir. Un desprendimiento que condimenta el rostro, el suspiro, el testigo. Escuchamos cuando el llanto nos pretende más despiertos de un sufrimiento que no notamos. Hacemos escuchar que el llanto en algunas infancias requiere la urgencia de ser consolado, alojado, tolerado, incluido, interrogado, aceptado. ¿Cuál es el dolor que se encapricha en no traducirse de otro modo? A veces un llanto que no cesa, puede ser enloquecedor.


En “Fragmentos de un discurso amoroso”, Barthes escribe que ponerse a llorar es para probar que el dolor no es una ilusión. También que el acceso al llanto viene a aniquilar bruscamente un lenguaje largamente vigilado.

Hacemos el llanto cuando quizá ya no hay nada más que hacer.


Mame, ¿ij ken shoyn veinen? (¿Mamá, ya puedo llorar?): según el testimonio de Abba Kovner, son las palabras en ídish, que, efectiva y sigilosamente fueron pronunciadas por una niña en los días inmediatamente posteriores a la liberación de Vilna al terminar la Segunda Guerra.


En la relectura del libro “Infancias en duelo”1 transitamos relatos de diferentes zonas del llorar, en temporalidades diversas, entrecortadas, intempestivas, aguantadas, que irrumpen o se entraman en la pérdida de un ser querido y se entretejen en los hilos de la vestimenta de luto, en escenarios que vienen a interrumpir la vida cotidiana o acompañan el vivir de las infancias en estados de duelar.


A una niña pequeña, en la escuela, entre sus tareas y en momentos inesperados, le irrumpía un llorar tan potente como la invasión de un rayo. Al instante gritaba “¡Yo no tengo papá, no tengo papá!” Luego a las amigas, “¡Ustedes si!”. Tres tiempos: un dolor impredecible, la idea de suponerse una excepción al haber perdido a un padre y una comparación cargada de sufrir hostil, pero, que encontraba al gritar una incipiente escena donde lidiar con su modo de decir auxilio.


Temporalidades; “¿¡Qué?!, ¡¿Todos ya lloraron!?” Se pregunta otra niña que no concurrió al entierro de alguien muy querido, porque decidieron que era mejor que no participara. Un retardo que gobierna algunos rincones de su pequeño mundo a donde muchas veces también llega tarde. En aquel solecismo del llorar, me dispongo a hacerle un lugar, quizá a tiempo.


Jugar el llanto. Un personaje del juego en el artículo titulado “Transitar la pérdida”, llora para adentro. La pequeña paciente de tres años ha perdido a su madre, y está desesperada. Entra a las sesiones como un bólido, juega con fruición. De pronto otro juego surge: Una muñequita era una niña que se perdía “Está sola, triste no enojada, llora para adentro, extraña. La muñequita luego iba a llorar en soledad a la vera de un árbol. Su llanto era lejano e inaudible. El juego le da aumento de volumen sonoro a lo difícil de oírse. Al rato un viento fuerte se lleva algún personaje. “¿Cuándo van a volver? – pregunta. Continúa: “Nunca, nunca jamás”. Una retórica del no retorno. ¿Cómo se llora para adentro? El juego en transferencia asume la posibilidad de desplegar la zona gramatical de un llanto, que permanecía mudo de sonoridad, extrañado, extrañando.


Un llanto inesperado, intempestivo, le ocurre a un niño a los trece años frente a un detalle que observa en la calle, al color de un auto quizá, una escena cotidiana, una celosía a medio alzar. Llora de pronto sin poder parar, ni poder evitarlo, como si una marea de afectos no existidos antes, arrasara una costa que se encontraba solo bajo la información y el relato cuidadoso acercade la pérdida de un padre de pequeño. Ese llanto no engaña de lo que se convierte a retardo súbito de lo supuestamente guardado.


Hay veces que no se puede llorar. O llorar es poco frente a una craterización del sentir. Marcelo Percia en “Un común impoder” recuerda a Clarice Lispector cuando describe como en el llanto de un dolor, se escurren las lágrimas, corren sin parar, pero no dan alivio. Como las infancias con hambre .


Cándido Portinari el genial e impactante pintor brasilero, dedicado a retratar la miseria y la máxima injusticia en sus personajes, los desposeídos, las infancias pobres, violentadas que mueren. Les pinta unas lágrimas grises, estatuarias en racimos que parecen perlas, inmóviles, eternas, visibles.


La niña protagonista de la película Verano de 1993, cuyos padres habían muerto, luego de algunos avatares, estados de mucha seriedad, enojos, molestia silenciada, puede preguntar al fin a su tía ¿Qué dijo mi mamá de mí antes de morir? Un diálogo se inicia queriendo saber el lugar que había ocupado en especial su madre. Al breve tiempo mientras jugaba con quienes vivía, querida y alojada, suelta un llanto estrepitoso, imprevisto. -¿Por qué lloras?- le preguntan? -No sé, no sé, no se…


¿Cómo sabré quién me llorará a mí si un día no existo? Pregunta un niño.


Derecho a llorar. Pilar Campiglia, recuerda un llorar inconsolable sin ganas de comer. La congoja que quita el apetito. Lo nombra como un cataclismo simbólico ligado a la desaparición de su madre durante la dictadura de 1976. Toma el llanto como desafío. Estaba al cuidado de su abuela, que siempre estaba para ella. Aún así, esa presencia amorosa, la ubicaba en relación con quien no estaba. Presencia de una ausencia.


Llorar en compañía, llorar en soledad. Llorar en las calles de la ciudad. Un cuento de Katherine Mansfield se titula “La vida de Ma Parker”. Una mujer era empleada, había llegado ese día a su trabajo luego del entierro de su pequeño y amado nieto. Realiza sus tareas, con saludos de condolencias formales, pero sin ninguna excepcionalidad, termina la limpieza, la cocina con sus pensamientos tristes. Al salir no se le ocurría adónde ir. “Ay ¿no existía ningún sitio donde pudiese esconderse, estar sola donde quisiese sin que nadie la molestase ni molestar a nadie y sin molestar a otros? ¿No existía ningún sitio donde pudiese solazarse por fin sola llorando?” Cuenta Silvia Molloy, que ese relato estuvo presente en el origen de la amistad con Bianco, ambos lo habían leído sorprendidos. Escribe que siempre quiso recordar el título del cuento y sin embargo lo olvida y lo olvida. Es para ella entonces el cuento de la mujer que no tenía donde llorar y que le gustaba a Pepe.


Elías Canetti, cuenta como recuerda Adriana Bugacoff, que, muerto su padre a los siete años, enterado de las pompas fúnebres, sin embargo, estaba al mismo tiempo esperando su regreso. Su abuelo, culpabilizado, abrumado y gimiente lo conminaba de niño a recitar el Kaddish, oración fúnebre cada año.” La incesante aflicción del abuelo, me impresionaba profundamente, pero yo había vivido el terrible desgarrón de mi madre, y asistía todavía noche tras noche, a su llanto”.


El llanto absuelto en estado de esperar.



1 “Infancias en duelo” Editorial Otro Cauce, 2023. Autoras: Adriana Bugacoff - Cynthia Eva Szewach. En este trabajo se intenta recorrer algunos fragmentos del libro acerca del tema.


[1] “Infancias en duelo” Editorial Otro Cauce, 2023. Autoras: Adriana Bugacoff - Cynthia Eva Szewach. En este trabajo se intenta recorrer algunos fragmentos del libro acerca del tema.


Arghavan Khosravi. The Orange Curtain (2022). acrílico sobre lienzo sobre panel de madera. 64 1/2 x 49 pulgadas


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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