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  • Foto del escritorRevista Adynata

De pérdidas en la niñez / Cynthia Eva Szewach

Cuando fuera de tiempo

te presentas padre,

me asusto,

porque algo no te dije

y no descubro

si fue un secreto

o una despedida.


Y no es por mí/ Yo estoy viejo/ Y su utopía es para las generaciones futuras/ Hay tantos niños que van a nacer/Con una alita rota/ Y yo quiero que vuelen compañero”.


La alita rota a la que el Manifiesto (Hablo por mi diferencia) de Pedro Lemebel alude en el clamor que denuncia las formas injustas e hipócritas de los poderes contra minorías y contra algunas infancias, nos sirve de homenaje y excusa para entrelazar de algún modo el cruce de lo singular en lo colectivo, en las dimensiones diversas del malestar.


En este caso mueve el interés en bosquejar, interrogar, fragmentos sobre duelos en infancias.1


Arminda Aberastury, en “La percepción de la muerte en los niños”, texto inconcluso de 1976, pone el acento en el derecho a saber. Lo llama esclarecimiento. Frente al ocultamiento de un adulto sobre la muerte de su madre, relata el caso de una niña, que le cuenta con angustia que teme y a la vez desea, sufre y a la vez espera, que le crezcan alitas en la espalda, para poder encontrarse con su mamá en el cielo. Transmite en esta ocasión, a veces como momento, en este caso como padecimiento, una forma fallida de una ilusión de encuentro posible. No se forjó una espera, sino una desesperación.


En un artículo de Marta Dillon titulado “Los últimos Ritos”2, relata entre otras cosas la importancia mayúscula del rito de entierro de los huesos finalmente hallados de su madre asesinada, desaparecida. Cuenta que una amiga le pregunta,“¿dónde estaba yo la noche en que la mataron? No sé si puedo saberlo. Tenía diez años y la estaba esperando, como he esperado hasta ahora aún a sabiendas que no iba a volver”


Cuando murió el abuelo tan amado de Javo, él tenía seis años. Nunca había visto llorar a su padre de esa manera. ¿Por qué nadie le preguntó, a él, si quería verlo por última vez? ¿Estar muerto es como estar dormido? Cuando retomó la escuela luego de los días de luto, sintió que ya no podía sonreír de la misma manera. Fue su primer dolor de constatación de pérdida de un ser querido. Muy de a poco la supo definitiva. Jugaba a hacer dibujos y disolverlos en agua. La transitoriedad es lo perecedero.


Hay heridas tempranas que se llevan aparentemente cicatrizadas, radicalmente olvidadas, pintadas en una tela, o como dolor de rencorosa injusticia.

La niña protagonista de Cría Cuervos, película de Saura, contextuada hacia finales del franquismo, se siente responsable de haber causado la muerte de su padre, figurado en un militar, severo, maltratador. Su madre está muerta y la niña fantasea, alucinatoriamente relacionarse con ella, hablarle. Ambas creencias responden a diferentes vías. Cree tener el poder, a partir de un vaso de bicarbonato, de haber matado a su padre. Creencia que responde a un deseo infantil de muerte, mientras que los encuentros con su madre responden a una Verleugnung, una desmentida. Lo que sé que ocurrió, no ocurrió. Aún puede retornar para hablar con ella, al tiempo que, con nostalgia y tristeza, le canta, “Por qué te vas /Todas las promesas de mi amor se irán contigo/Me olvidarás, me olvidarás”.


El temor al olvido. Ficcionar que quien ha muerto nos recuerde.


Una niña, a sus cinco años, perdió a su padre. No la dejaron ir al entierro. La muerte fue un suicidio, pero ella lo “supo” algunos años después. Sufría permanentes pesadillas, donde empujaba ella a alguien en diferentes precipicios y caían les dos. No podía concentrarse en la escuela, estaba agotada. Su madre intentó contarle algo velado, balbuceado sobre esa “decisión”. La niña lloraba o se enojaba con ella. Un día Jugó a enterrar muñequitas en un lodo. Una de ellas un día “revivió” como de un sueño mortal, para decir: “Las dejo a todas sin respirar, no me van a perdonar nunca…", pero agregó, como gritando: “Bueno dentro de cincuenta años, a lo mejor las vuelvo a buscar, pero no sé, ahora se joroban”. Algo que se podía dejar para otro tiempo, al tiempo que inventar venganzas para actuar una despedida. Una relación inquieta entre rito y juego. Las pesadillas cesaron.


La niña de “Verano de 1993”, película de Carla Simón, luego de varios derroteros y de sus silencios, de tratar a los ponchazos ese impacto, con identificaciones que se extraen de sus juegos, puede preguntar -a quienes quedaron vivos- algo que sólo le interesa a ella. ¿Qué dijo mi madre de mí antes de morir? Un inicio incipiente de un duelo posible.


Sartre dice en su libro “Las palabras”, que no basta morir, sino que hay que saber hacerlo a tiempo. Aliviado, a los diez años, por la muerte de un padre tortuoso.


Angela Urondo Raboy, en el libro “¿Quién te crees que soy?”, afirma respecto de la verdad de la historia, y en el terreno de lo historiográfico y de la reparación, que la muerte en especial de los padres, cualquiera sea la causa, es de todos modos irremediable, pero la mentira, sí en cambio tiene remedio, en términos de justicia.


Para Blanchot hay una especie de interrupción, enigmática y grave. La que introduce la espera que mide la distancia entre dos interlocutores, ya no distancia reductible, sino lo irreductible


Cuando impacta una pérdida temprana -aunque casi toda pérdida tal vez lo sea- algo queda en interrupción. Se impide una continuidad supuesta. El duelo, dice Freud, es una reacción ante una pérdida. ¿Cómo se reacciona? ¿Cuándo? El desgarro de la ausencia, acentúa -aunque pueda resultarnos una obviedad- aquello que hubiese sido. Queda afectada la temporalidad, en este caso, con una extensión de cualidad mayor: “Todo el tiempo que ya no será”. Es el tiempo conjeturado de lo imposible de saberse. 3


Lo que se interrumpe. En qué escena de infancia irrumpe esa ausencia. Lo que se espera. Lo que se sustituye. Lo imposible de sustituir. La pregunta suspendida. Lo que no pudo decirse. Lo que se cierra. Lo que se ritualiza, profanado en el juego. Lo irresoluble, lo irreversible, lo irremediablemente perdido. Mitigar el esfuerzo, para poder seguir… jugando, que es vivir.


El duelo, terminable, interminable.




1 Algunos fragmentos serán parte de un libro en producción titulado “Infancia en duelo”, escrito en co-autoría con Adriana Bugacoff

2 “Los Últimos ritos”, Diario Página 12, (22 de mayo 2022)

3 Infancia en duelo. Una Introducción, C. Szewach - A. Bugacoff



Francis Bartolozzi ("Pitti”) La infancia en la zona roja 1938 Gouache y grafito sobre cartulina 30 x 20 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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