“El cielo es solo mirable, y aquello engendra tormento.”
Más de un hombre, se perdió en aquellas sombras.
Mismo, en las suyas.
Lo hondo y lo espeso, no quiere ser mirado. No desgasta falsos decoros:
Quiere ser conquistado.
Más el vacío, atenta contra la grandeza de los hombres.
Más las estrellas, nos arrojan a tierra.
“Las miradas presumen dominio.”
¿Quién hizo creer que tal no debiera ser su tajante complicidad?
Irrumpen en su innegable rúbrica. Aflorar, llamo a aquella irrupción.
Más las miradas, son opacas. Más los sedientos, predican lo opaco,
y sondean sus sombras.
Profesantes de la oscuridad, llamo a aquellos sedientos.
Luna, hay una sola, por eso la creo sensiblemente inquisitiva.
No presume su encanto, tampoco lo ignora. He ahí su gracia.
En su registro, hay complicidad de anhelo.
Anhelo de miradas, es para lo hondo del espacio sideral.
Más su gracia, no quiere miradas dominantes, ni profesantes de sombras.
Desea, predicantes de destellos.
Complacido y convalecido, atento contra la oscuridad.
Acaso ¿Quién tolera las sórdidas noches, sin su gracia?
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