SOBRE SPINOZA. ¿Por qué escribir sobre Spinoza? También a él hay que abordarlo por el medio y no por el primer principio (sustancia única para todos los atributos). El alma y el cuerpo, nadie tuvo jamás una idea tan original de la conjunción «y». Cada individuo, alma y cuerpo, posee una infinidad de partes que le pertenecen bajo una cierta relación más o menos compuesta. Cada individuo también está compuesto de individuos de orden inferior y entra en la composición de individuos de orden superior. Todos los individuos están en la Naturaleza como en un plano de consistencia del que forman la figura completa, variable en cada momento. Y se afectan unos a otros, puesto que la relación que constituye cada uno supone un grado de fuerza, un poder de ser afectado. En el universo todo son encuentros, buenos o malos, eso depende. Adán come la manzana, ¿el fruto prohibido? No, es un fenómeno del tipo indigestión, intoxicación, envenenamiento: esa manzana podrida descompone la relación de Adán. Adán tuvo un mal encuentro. De ahí la fuerza de la pregunta de Spinoza: ¿qué puede un cuerpo?, ¿de qué afectos es capaz? Los afectos son devenires: unas veces nos debilitan, en la medida en que disminuyen nuestra potencia de obrar y descomponen nuestras relaciones (tristeza), y otras nos hacen más fuertes, en la medida en que aumenta nuestra potencia y nos hacen entrar en un individuo más amplio o superior (alegría). Spinoza no cesa de asombrarse del cuerpo. No se asombra de tener un cuerpo, sino de lo que puede el cuerpo. Y es que los cuerpos no se definen por su género o por su especie, por sus órganos y sus funciones, sino por lo que pueden, por los afectos de que son capaces, tanto en pasión como en acción. Así pues, no habréis definido un animal en tanto que no hayáis elaborado la lista de sus afectos. En ese sentido, hay más diferencias entre un caballo de carreras y un caballo de labor que entre un caballo de labor y un buey. Un lejano sucesor de Spinoza dirá: mirad la garrapata, admirar esa bestia que se define por tres afectos, Jos únicos de los que es capaz en función de las relaciones de que está compuesta, un mundo tripolar, ¡eso es todo! Si la luz le afecta, se sube hasta la punta de una rama. Si el olor de un mamífero le afecta, se deja caer sobre él. Si los pelos le molestan, busca un lugar desprovisto de ellos para hundirse bajo la piel y chupar la sangre caliente. Ciega y sorda en ese inmenso bosque, la garrapata sólo tiene tres afectos, y el resto del tiempo puede dormir durante años mientras espera el encuentro. Y a pesar de todo, ¡qué fuerza! En último término, siempre se tienen los órganos y las funciones que corresponden a los afectos de los que se es capaz. Comenzad por los animales simples, que sólo tienen un número pequeño de afectos y que no están en nuestro mundo, ni en otro, sino con un mundo asociado que ellos han sabido cortar, recortar, volver a coser: la araña y su tela, el piojo y el cráneo, la garrapata y un trozo de piel de mamífero, ésos sí que son animales filosóficos y no el pájaro de Minerva. Y llamamos señal a Jo que provoca un afecto, a lo que viene a efectuar un poder de ser afectado: la tela se mueve, el cráneo se pliega, un poco de piel se desnuda. Tan sólo unos cuantos signos como estrellas en una inmensa noche negra. Devenir-araña, devenir-piojo, devenir-garrapata, una vida desconocida, fuerte, obscura, obstinada.
Cuando Spinoza dice: lo asombroso es el cuerpo ... , aún no sabemos lo que puede un cuerpo ... , no quiere convertir el cuerpo en un modelo, y el alma en una simple dependencia del cuerpo. Su empresa es mucha más sutil. Quiere eliminar la pseudo-superioridad del alma sobre el cuerpo. Hay el alma y el cuerpo, y los dos expresan una misma y única cosa: un atributo del cuerpo es también un sentido (exprime)* del alma (por ejemplo, la velocidad). Y por la misma razón que no sabéis lo que puede un cuerpo, que hay muchas cosas en el cuerpo que desconocéis, que rebasan vuestro conocimiento, también hay en el alma muchas cosas que rebasan vuestra conciencia. Así pues, la verdadera cuestión es ésta: ¿qué puede un cuerpo?, ¿de qué afectos sois capaces? Experimentad, pero no dejéis de tener en cuenta que para experimentar hace falta mucha prudencia. Vivimos en un mundo más bien desagradable, en el que no sólo las personas, sino también los poderes establecidos, tienen interés en comunicarnos afectos tristes. La tristeza, los afectos tristes son todos aquéllos que disminuyen nuestra potencia de obrar. Y los poderes establecidos necesitan de ellos para convertirnos en esclavos. El tirano, el cura, el ladrón de almas, necesitan persuadirnos de que la vida es dura y pesada. Los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos, o, como dice Virilio, de administrar y de organizar nuestros pequeños terrores íntimos. La vieja lamentación universal sobre la vida: vivir es no ser ... Y de qué sirve decir «bailemos», si en realidad no estamos alegres. Y de qué sirve decir «morirse es una desgracia», si en realidad habría que haber vivido para tener verdaderamente algo que perder. Los enfermos, del alma tanto como del cuerpo, no nos dejarán, vampiros que son, mientras que no hayan conseguido contagiarnos su neurosis, su angustia, su querida castración, su resentimiento contra la vida, su inmundo contagio. Todo es cuestión de sangre. No es fácil ser un hombre libre: huir de la peste, organizar encuentros, aumentar la capacidad de actuación, afectarse de alegría, multiplicar los afectos que expresan o desarrollan un máximo de afirmación. Convertir el cuerpo en una fuerza que no se reduzca al organismo, convertir el pensamiento en una fuerza que no se reduzca a la conciencia. El célebre primer principio de Spinoza (una sola sustancia para todos los atributos) depende de este agenciamiento, y no a la inversa. Existe un agenciamiento Spinoza: alma y cuerpo, relaciones, encuentros, capacidad de ser afectado, afectos que realizan esa capacidad, tristeza y alegría que cualifican esos afectos. Con Spinoza la filosofía se convierte en el arte de un funcionamiento, de un agenciamiento. Spinoza, el hombre de los encuentros y del devenir, el filósofo a la garrapata, Spinoza el imperceptible, siempre en el medio, siempre huyendo aunque apenas se mueva. Huyendo de la comunidad judía, huyendo de los Poderes, huyendo de los enfermos y de los venenosos. Y aunque él mismo puede llegar a enfermar, e incluso morir, sabe perfectamente que la muerte no es ni el principio ni el final, sino que tan sólo consiste en pasar su vida a otro. Lo que Lawrence dice de Whitman, ¡hasta qué punto conviene a Spinoza, es la continuación de su vida!: el Alma y el Cuerpo, y el alma no está ni encima ni dentro, está «con», está en el camino, expuesta a todos los contactos, a todos los encuentros, en compañía de todos los que siguen el mismo camino, «sentir con ellos, captar al vuelo la vibración de su alma y de su carne». Justo lo contrario de una moral de salud. Enseñar al alma a vivir su vida, no a salvarla.
SOBRE LOS ESTOICOS. ¿Por qué escribir sobre ellos? Nadie ha expuesto jamás mundo más agitado y obscuro: los cuerpos... pero las cualidades también son cuerpos, los soplos y las almas, las acciones y las pasiones también. Todo es mezcla de cuerpos. Los cuerpos se penetran, se fuerzan, se envenenan, se mezclan, se retiran, se refuerzan o se destruyen como el fuego penetra en el hierro y lo vuelve incandescente, como el predador devora su presa, como el enamorado penetra al amado. «Hay carne en el pan y pan en las hierbas, y estos cuerpos, y muchos otros, penetran en todos los cuerpos por conductos ocultos y se evaporan juntos... » Espantosa comida la de Tiestes, incestos y devoraciones, enfermedades que se incuban a nuestro lado, tantos cuerpos que crecen en el nuestro. Y ¿quién podría decir cuál de las mezclas es la buena y cuál es la mala, puesto que todo es bueno desde el punto de vista del Todo que simpatiza, y todo es peligroso desde el punto de vista de las partes que se encuentran y se penetran? Y ¿qué amor no es entre hermano y hermana, qué festín no es antropofágico? Pero de todos esos cuerpo a cuerpo surge una especie de vapor incorporal que ya no consiste en cualidades, en acciones ni en pasiones, en causas que actúen unas sobre otras, sino en los resultados de esas acciones y de esas pasiones, en los efectos que resultan de todo ese conjunto de causas, puros infinitivos de los que ni siquiera se puede decir que existan, puesto que participan más bien de un extra-ser que rodea todo lo que existe: «enrojecer», «verdear», «cortar», «morir», «aman» ... Tal acontecimiento, tal verbo en infinitivo, es tanto el sentido (exprime) de una proposición como el atributo de un estado de cosas. La importancia de los estoicos radica en que han sabido trazar una línea de separación, no entre lo sensible y lo inteligible, ni tampoco entre el alma y el cuerpo, sino justo por donde a nadie se le había ocurrido: entre la profundidad física y la superficie metafísica. Entre las cosas y los acontecimientos. Entre, por un lado, los estados de cosas o las mezclas, las causas, almas y cuerpos, acciones y pasiones, cualidades y sustancias, y, por otro, los acontecimientos o los Efectos incorporales impasibles, incalificables, infinitos, que resultan. de esas mezclas, que se atribuyen a ese estado de cosas, que se expresan a través de proposiciones. Una nueva forma de destituir el ES: el atributo no es una cualidad atribuible a un sujeto mediante el indicativo «es», es un verbo cualquiera en infinitivo que surge de un estado de cosas y lo sobrevuela. Los verbos en infinitivo son devenires ilimitados. El verbo ser tiene una tara original que consiste en remitir siempre a un Yo (Je), al menos posible, que lo sobrecodifica y lo pone en primera persona del indicativo. Pero los infinitivos-devenires no tienen sujetos: tan sólo remiten a un «EL» del acontecimiento (llueve), y ellos mismos se atribuyen a estados de cosas que son mezclas o colectivos, agenciamientos, incluso en los casos de mayor singularidad. EL - CAMINAR - HACIA, LOS NOMADAS - LLEGAR, EL - JOVEN - SOLDADO - HUIR, EL ESTUDIANTE - DE - LENGUAS - ESQUIZOFRENICO - TAPONAR - OREJAS, ABEJA - ENCONTRAR - ORQUIDEA. El telegrama es una velocidad de acontecimiento, no una economía de medios. Las verdaderas proposiciones son anuncios por palabras. Y también unidades elementales de novela, o de acontecimiento. Las verdaderas novelas funcionan con indefinidos que no son indeterminados, infinitivos que no son indiferenciados, nombres propios que no son de personas: «el joven soldado» que salta o huye, y que se ve saltar y huir en el libro de Stephen Crane, el «joven estudiante de lenguas» de Wolfson... Entre los dos, entre el estado de cosas físicas profundo y los acontecimientos metafísicos de superficie, hay una estricta complementariedad. Y ¿cómo un acontecimiento no iba a efectuarse en los cuerpos, si sus causas son un estado o una mezcla de cuerpos, si es producido por los cuerpos, los espíritus, las cualidades que se penetran aquí y ahora? Pero también, ¿cómo iba a agotarse el acontecimiento en su efectuación, si en tanto que efecto difiere en naturaleza de su causa, si él mismo actúa como una Quasi-causa que sobrevuela los cuerpos, que recorre y traza una superficie, objeto de una contraefectuación o de una verdad eterna? El acontecimiento siempre es producido por cuerpos que chocan entre sí, se cortan o se penetran, la carne y la espada; ahora bien, el efecto no es del orden de los cuerpos: batalla imposible, incorporal, impenetrable que vigila su cumplimiento y domina su efectuación. Uno siempre se ha preguntado: ¿dónde está la batalla? ¿Dónde está el acontecimiento?, ¿en qué consiste el acontecimiento? Mientras corre, todo el mundo se plantea esta cuestión: «¿dónde está la toma de la Bastilla?» Todo acontecimiento es una llovizna. Si los infinitivos «morir», «amar», «moverse», «sonreír», etc., son acontecimientos, es porque hay algo de ellos que su cumplimiento no logra realizar, un devenir que no cesa de alcanzarnos y a la vez de precedemos, como una tercera persona del infinitivo, una cuarta persona del singular. Sí, el morir se engendra en nuestros cuerpos, se produce en ellos, pero viene del Exterior, singularmente incorporal y precipitándose sobre nosotros como la batalla que sobrevuela a los combatientes, como el pájaro que sobrevuela la batalla. El amor está en el fondo de los cuerpos, pero también sobre esa superficie incorporal que lo hace surgir. Aunque bien es cierto que, agentes o pacientes, cuando actuamos o sufrimos, aún nos queda el ser dignos de lo que nos sucede. En eso consiste, sin duda, la moral estoica: no ser inferior al acontecimiento, convertirse en el hijo de sus propios acontecimientos. La herida es algo que yo recibo en mi cuerpo, en tal punto, en tal momento, pero también hay una verdad eterna de la herida como acontecimiento impasible, incorporal. «Mi herida existía antes que yo, yo he nacido para encarnarla»[i]. Amor fati, querer el acontecimiento, nunca ha sido resignarse, y mucho menos hacer el payaso o el histrión, sino extraer de nuestras acciones y pasiones esa fulguración de superficie, contraefectuar el acontecimiento, acompañar ese efecto sin cuerpo, esa parte que supera el cumplimiento: la parte inmaculada. Un amor a la vida que puede decir sí a la muerte. Ese es precisamente el camino estoico. También el de Lewis Carroll: fascinado por esa niña cuyo cuerpo está trabajado en profundidad por tantas cosas, pero también sobrevolado por tantos acontecimientos sin espesor.
Así pues, vivimos entre dos peligros: el eterno quejido de nuestro cuerpo, que siempre encuentra un cuerpo acerado para cortarlo, un cuerpo demasiado grueso para penetrarlo y ahogarlo, un cuerpo indigesto para envenenarlo, un mueble para tropezarlo, un microbio para producirle un grano; pero también el histrionismo de los que imitan un acontecimiento puro y lo transforman en fantasma, y alaban la angustia, la finitud y la castración. Hay que lograr «erigir entre los hombres y las obras su ser anterior a la amargura». Entre los gritos de dolor físico y las alabanzas del sufrimiento metafísico, ¿cómo trazar ese sutil camino estoico que consiste en ser digno de lo que sucede, en extraer algo alegre y amoroso de ello, un fulgor, un encuentro, un acontecimiento, una velocidad, un devenir? «Yo sustituiría mi gusto por la muerte, que sólo era un fracaso de la voluntad, por unas ganas de morir que correspondiesen a la apoteosis de la voluntad.» Sustituiría mi abyecto deseo de ser amado por una capacidad de amar: no una voluntad absurda de amar cualquier cosa y a cualquiera, ni tampoco identificarse al Universo, sino extraer el puro acontecimiento que me une a los que amo, y que de la misma forma que yo no los espero no me esperan a mí, puesto que lo único que nos espera es el acontecimiento, Eventum tantum. Hacer de un acontecimiento, por pequeño que sea, la cosa más delicada del mundo, justo lo contrario de hacer un drama, o una historia. Amar a los que son así: cuando entran en una habitación, no son personas, caracteres o sujetos, son una variación atmosférica, una variación de color, una molécula imperceptible, una población discreta, una neblina o una llovizna. Verdaderamente todo ha cambiado. Los grandes acontecimientos no se hacen de otra manera: la batalla, la revolución, la vida, la muerte... Las verdaderas Entidades son acontecimientos, no conceptos. Pensar en términos de acontecimiento no es fácil. Tanto más difícil cuanto que el mismo pensamiento se convierte entonces en acontecimiento. Pocos hay, salvo los estoicos y los ingleses, que hayan pensado así. ENTIDAD = ACONTECIMIENTO, da pánico, pero también mucha alegría. Convertirse en una entidad, en un infinitivo, como decía Lovecraft, en la terrible y luminosa historia de Carter: devenir-animal, devenir-molecular, devenir-imperceptible.
[i] Joe Bousquet: Traduit du silence, Ed. Gallimard; Les capitales, Cercle du livre. Y las admirables páginas de Blanchot sobre el acontecimiento, especialmente en El espacio literario, Ed. Paidós.
Fuente:
Deleuze, G. & Pairnet C. (1977) Capítulo Segundo: "De la superioridad de la literatura angloamericana. 2° parte". En Diálogos. Ed. Pre-textos. Madrid. 1980
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