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  • Foto del escritorRevista Adynata

El eterno retorno. Una cita con Percia / Fernando Stivala

Hagámosla fácil de una y después la complejizamos.

Retornar no es lo mismo que volver.

Retornar no es repetir.

Si sabemos que Nietzsche es un filósofo difícil y agudo no le podemos arrogar a la idea de que el eterno retorno fuera algo tan simple como que las cosas se repiten eternamente.

Hagamos un esfuerzo.

Por algo dice eterno retorno y no eterna repetición.

Lo que eternamente retorna es un nuevo día. Por más que nuestras imágenes mentales lo tengan todo calculado, sepan lo que van a hacer, se hundan en el mundo de la repetición.


No retorna lo mismo, retorna lo diferente va a decir Deleuze.

Si retornar no es lo mismo que volver, qué es lo que vuelve. Cada día se repite lo diferenciante, lo que no sabemos, lo incalculable, el azar (nos guste o no), el devenir. Lo que retorna es lo que no sabemos. Lo impredecible, lo sorpresivo.


La imagen que Nietzsche nos ofrece para acompañar ese concepto es la del gran jugador, o del artista, o del niño. Son figuras que saben del eterno retorno y juegan con esa variable. Una variable de la que no se puede escapar. Por eso el buen jugador es quien a pesar de cómo haya salido la jugada se sirve de ella para seguir jugando.

Del otro lado están los apostadores, los resultadistas, los malos jugadores. Los que juegan calculando probabilidades. Intentan controlar y codificar cada día. Esperan un momento que ya pensaron o tuvieron, se ilusionan con que vuelva a pasar lo que alguna vez los enamoró o atrapó. Sueñan con ese placer que alguna vez tuvieron. Adictos y fijados a lo que fue, ¿y si no pasa?. Se quejan, critican o se quedan aplastados por la realidad. Nihilistas los llama Nietzsche, últimos humanos. Cansados, gastados, descreídos de que no vuelva la jugada que alguna vez los hizo felices. Por eso quieren la mente en blanco de nuevas aventuras. Prefieren no pensar en nada más que en lo sobre conocido. Desear les hace mal. Signos de una vida agotada que no quiere más problemas.

Un recuerdo, un viejo amor, un nuevo amor con la carga de lo que se espera, una copa que los haga olvidar, una droga que los haga sentir, un llamado, un resultado, una nota, una compra, una política, una revolución.

´Que las cosas sean como antes´, ´alguna vez vivimos algo así´, ´antes las cosas eran distintas´, ´Volvimos mejores´, ´otra vez lo mismo´, ´todo es igual´, ´esto ya lo viví´, ´siempre me pasa así´.


Un clásico de las narraciones en estas épocas. Tienen tanta memoria que se quedan esperando o narrando el presente con tanta precisión que no hay margen para lo imprevisto.

Cada día es un nuevo día. Pero un nuevo día no significa algo bueno en si mismo, algo mejorado o evolucionado. Lo mágico del retorno es que no sabe lo que va a pasar. ¿Fantasías? No. Hagamos la prueba: antes de que empiece el día anotemos todo lo que vamos a hacer en detalle, y al finalizarlo veamos si así fue. No vale narrarse fijezas. Lo que hay que narrar es el movimiento, y ahí todo cambia.


Lo que retorna es el movimiento de las cosas, lo que vuelve son los nombres propios.

Lo que retorna es el verbo, lo que vuelve son los sustantivos.

Retornan emociones, retornan alegrías, retornan potencias, retornan problemas, retornan afectos, retornan pasiones, retornan situaciones.

Vuelven recuerdos, vuelven imágenes, vuelven esperanzas, vuelven miedos sabidos, vuelven nombres fijados, vuelven citas preparadas y conocidas.

Vuelven historias clínicas.

Retorna el esfuerzo por nombrar las cosas, los días, la vida cada vez.


En la película El día de la marmota (1993) también traducida como Hechizo del tiempo o Atrapado en el tiempo tiene como protagonista a un señor (el actor Bill Murray) atrapado en un día. Al personaje le vuelve todo en el mismo día, pero él tiene la percepción de esa rareza que ninguno de los otros personajes tienen. Lo que hace el protagonista es intentar salir de la repetición y no puede. Es que no alcanza con la voluntad personal.

Nietzsche quiere pasar de la repetición al retorno. La repetición es siempre igual, el retorno nunca es igual. La diferencia no es la que viene en lo mismo, sino esa diferencia que te permite decir: otro día, y no sé qué va a pasar acá.

Hasta que un presente fuerte no venga, seguiremos siempre en éste. Un pasado que puede quedarse por mucho tiempo.

Si el retorno se anulara tendríamos un estado de puro presente. Estaríamos en el día de la marmota. Y así estamos y nos sentimos muchas veces. Por ejemplo: estamos molestos con el presente político, y tanto que miramos streamings y noticias políticas todo el día, y cuando nos juntamos solo hablamos de todo eso. Estamos en el verdadero día de la marmota de una manera absoluta. 

Por más conocimiento que se tenga sobre el pasado, lo que viene es incalculable. Un devenir que es incalculable no sabemos dónde nos lleva. La metamorfosis no se explica por nada, solo por ser transformación. El que no quiere devenir para Nietzsche es el budista, el cristiano, el cansado. El que quiere parar, pensar en nada, abrazarse a la máxima estabilidad. Ese es un tipo de ser que está muy lejos del gran jugador, del que afronta el azar, del que afirma lo que ocurra para seguir tirando. 


Muy lejos está esta idea de ´si sucede conviene´. Idea que no conlleva ningún esfuerzo. Propone solo conformarse con el estado de las cosas actual, seguir esperando, y no hacer nada.

Sigamos haciendo el esfuerzo.


Deleuze leyendo a Bergson nos enseña el oficio de sastrería, pero no como metáfora (cosa que Deleuze odiaba) sino como capacidad a experimentar, desarrollar y afinar. Llamémosla el oficio del pensador o la pensadora.

No somos gasistas, llamamos a alguien y dependemos; o, aprendemos el oficio. Jardinería, cocina, construcción, carpintería, etcétera. Esto es igual. ¿Qué hacemos con el oficio del libre pensamiento? O mejor dicho, con el oficio de un pensamiento con capacidad crítica (de martillo) y creadora a la vez.

Herramientas para mantener un pensamiento liberado de los valores adecuados o naturalizados por una época. No es sin lo que va pasando, es sin adaptarnos a la agenda de pensamiento mediático, sin adaptarnos al modo de poner en juego una violencia haciéndola pasar como naturalizada. Creemos que estamos pensando, pero estamos respondiendo a esos valores adecuados.

Entonces poder construir este oficio del pensamiento con estas herramientas. 


¿Cómo encontrarle la vuelta para que este oficio no nos quede siempre del lado de la sola denuncia?


Por algo Nietzsche usa la idea de martillo. ¿Qué es un martillo? ¿Algo que solo destruye? O también una herramienta útil, necesaria, que arregla y crea.

Hacer uso de la herramienta que nos ofrece Nietzsche. Herramientas para poder trabajar con el pensamiento sin quedar abrumados por la hiper y sobre información que circula por todos lados y nos dan la sensación de que no sabemos qué pensar, a quién creerle. 

Entonces ¿cómo nos defendemos si nos ataca el poder, si nos ataca el estado actual de las cosas? ¿Cómo se resiste? 


Atrás del periodismo, como de la medicina, como de las terapias, como de la abogacía, como de la política, como de los oficios, tiene que haber filosofía. ¿Qué es eso? Entrenar el pensamiento liberado, saber pensar que no es acumular información, saber trabajar la madera, saber trabajar la electricidad, saber trabajar el gas. 

Dicho de otra manera:

¿Con qué principios analizamos algo? Estar lo más cerca posible de lo que se está tratando de recorrer y no hacer vagas generalizaciones. Las nociones generales sirven, pero nos dicen muy poco de la realidad. Dicen generalidades: todos somos iguales. ¿Se ajustan a lo analizado o le queda grande? Las condiciones de posibilidad que tratamos de poner en juego para pensar un fenómeno: ¿le quedan justo o le queda grande? Que las condiciones de posibilidad no sean generales, que no sean de cualquier experiencia sino de la experiencia que estamos analizando. 

Los discursos ideológicos son tan genéricos que cuando se los aplica para pensar una situación resultan irritantes. Se usan imágenes válidas para todo tiempo y lugar y por lo tanto inútiles para explicar algo que solo pasa en este tiempo y en este lugar. Por eso es difícil hacer juicios situados o situacionales. Nos estamos rompiendo la cabeza para que uno diga: siempre fue igual, siempre hubo ricos y pobres. Es una verdad, pero que no sirve para nada. El momento en que queremos entender cómo se da una situación concreta, un principio tan general lo único que hace es arruinar la capacidad de aferrar singularidades. Y por eso le queda grande. Es la gran exigencia nietzscheana que Deleuze toma de Bergson: que los conceptos le calcen a lo pensado como si el pensador fuera un sastre que hace prendas a medida. 

Es como decir: estamos en el neoliberalismo o ya lo dijo Freud.

No papá, rómpete un poco más. Agarrá la tijera, la máquina de coser, medí, fíjate. Quizás no estamos donde estuvimos siempre hace 40 años en todo el mundo, quizás hay algo más preciso de decir. Pero eso es algo más difícil, para eso se necesita incluir y tener en cuenta una serie de indicadores actuales que hace falta medirlos, pensar. Ver cómo hacemos para que el lenguaje nos ofrezca expresiones que sean adecuadas a eso que se quiere pensar. 


El oficio del pensador no trabaja inocentemente con las palabras. La palabra está sometida a un tipo de rigor específico que solo la filosofía padece: que la palabra sea un concepto. Y que quede claro qué concepto es. No es un rigor erudito, no queda otra.

Si uno dice fuerzas, no es cualquier idea de fuerzas. Es la idea de Nietzsche que se hace de fuerzas. No es lo mismo fuerzas para Nietzsche que fuerzas para Percia.

La filosofía tiene esa doble exigencia, que cada palabra tenga un concepto. No es la palabra en su polivocidad. No es: decimos algo y fijémonos que nos evoca

Es un taller específico con la palabra. No es poesía ni práctica literaria ni otro uso del lenguaje. Es un uso del lenguaje específico, la palabra cargada de concepto.

Esto es el oído filosófico. O los oídos inauditos como alguna vez Lou Salomé dijo de Nietzsche.  

¿Cuándo se dice ser, qué ser es? Tenemos que ver el perímetro de ese concepto. Cómo está tejida esa prenda, dónde empieza y dónde termina. Cuál es su figura, su forma, su función. 

Este concepto es para esto, este otro para esta otra cosa. 


Necesitamos un pensamiento, una filosofía plástica y con capacidad de metamorfosis para pensar principios válidos que calzan bien. No es solo identificar lo que hay, sino también pensar los principios plásticos que acompañan y permiten pensar lo que hay. No es ni dar cuenta de lo que pasa en el mundo (empirismo o realismo), ni un principio solamente racional (idealismo).

Son los principios tales que visten al mundo, pero que son capaces de acompañar cualquier movimiento del mundo. No son cosas rígidas. 


Para terminar, un nombre es el nombre de un funcionamiento no la propiedad privada de alguien.

La firma de un nombre o una fecha como dicen Deleuze y Guattari en Mil mesetas es el nombre de un acontecimiento, de un movimiento que quedó fijado en una fecha o en un nombre. Como se les ponen los nombres a los síndromes o a los complejos con el apellido de alguien. Lo mismo para un acontecimiento, esa fecha es la fecha de un movimiento. Es la fecha de un retornar diferenciante que movió la aguja de los días repetidos. Ir a buscar esos acontecimientos para que vuelvan a pasar no es un retornar. Es la voluntad personal o colectiva que se cree más fuerte que la vida toda o la naturaleza o la inmanencia absoluta.

Retorna lo que no sabemos que iba a pasar, lo que nos sorprende, lo que nos saca de quicio, lo que nos hace levantar la cabeza y pensar en algo. No retorna lo conocido, no retorna lo que ya sabíamos, no retorna lo esperado.


El sábado 7 de septiembre del 2024 retornó Percia. Convocó a una cita.

Si algo tiene una cita son los nervios de lo que no se sabe que va a pasar. Eso es lo que retorna. Una verdadera cita no se sabe. Te podés preparar, podés pensar todo lo que vas a decir, podés calcular todo lo que te van a decir, pero guarda en secreto, en la nerviosidad del encuentro eso imprevisto.

Los algoritmos buscan calcularla, prevenirla. Si matchean, si coinciden, cuánto es el porcentaje de coincidencias, de qué van a hablar, qué temas no convienen poner en juego, si las imágenes te gustan de ante mano, si tienen gustos en común.

Pero una cita es incalculable.


El sábado 7 de septiembre lo recordaremos como el retorno de Percia, pero ese nombre no es la descripción de un individuo. Ese nombre es el retorno de las citas. Se escuchó ese día: el pasaje de la cita de amor al amor por la cita. Amor por lo insabido de un encuentro, de un concepto. Amor por lo desconocido, por la parte abierta que habita en una cita, por la parte que nunca se sabe de cada día, de cada idea.

Lo que retornó ese sábado fue la esperanza por lo no sabido, por encontrarse con una sorpresa (sea buena o mala).


Algunos y algunas conocimos las citas con Percia en los Congresos Internaciones de Salud Mental y Derechos Humanos que se organizaban en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, otros y otras en la universidad de psicología de buenos aires.

Hoy donde los espacios públicos están amenazados, donde lo común agoniza; porque lo que agoniza es el eterno retorno, el devenir. La vida algoritmizada los hace agonizar. La vida codificada. La calle es solo para que circulen peatones y autos. ¡No, no, tres veces no! La calle también es el lugar donde los cuerpos resisten, se encuentran, festejan y luchan. La calle, lo público, también es el lugar donde se disputa la parte abierta que habita en una cita. Es lo sorpresivo, lo inesperado, lo no codificado. Dejamos de ser peatones y conductores para devenir en denunciadores de las crueldades naturalizadas y, quizás, creadores de nuevas consignas.


Percia se jubiló de la universidad, pero no se jubiló un nombre propio. Y lo que vuelven son las aulas sin fuego, sin pasión, que obligan a ir a las personas como perros conductuales por premios y castigos. La obsesión por la asistencia y los parciales es inversamente proporcional a la poca preparación amorosa con los textos.

'Ya todo lo dijo Freud.´ ´Esto va para el parcial.´ ´Anoten su asistencia en una hoja.´ No viejo, rompete un poco más. Agarrá la tijera, agarrá el martillo, agarrá el corazón, llenate de pasión y creá.

A la universidad volvió lo que hay de sobra.

Pero la universidad también es un espacio público y común, como la calle. En ellas vibran cada vez, el eterno retornar.



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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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