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  • Foto del escritorRevista Adynata

El zero punk / Juan Carlos Kreimer

"Voy a patear la radio / a poner una bomba en la tienda / digo, destruye la música /

digo, no puedes sólo escucharla / rompe todos mis discos, mi estéreo /

tiro mis entradas para ver a Eno / digo, destruye toda música

/ todo suena igual para mí / hecho en la fábrica."

The Weirdos.


Como las ropas, las esvásticas parecen ser otra moda y sólo el tiempo dirá si fueron pasajeras o premonitorias. Pero debajo de ambas, el fenómeno punk plantea reflexiones más serias. En el orden cronológico, esta revuelta se sitúa simultáneamente sobre tiempos dulces y tiempos duros. Por un lado los años de la mística de los hippies, las comunidades rurales la ecología, y por el mismo lado, el furor de los' teddy-boys urbanos, el resurgimiento de los partidos neonazis, el terrorismo a nivel mundial y otros fenómenos de carácter social, económico y ambiental.


La aparición del punk es una reacción. Por el lado de la música, reacción al aburguesamiento de los ídolos de rock. Por el social, reacción a aceptar un rol meramente numérico. Y está también la reacción que los separa del resto de jóvenes de su misma edad, esos chicos formales que se «dejan deformar por la cultura oficial difundida en los colegios y cuyo pilar fundamental es el éxito» (según editoriali­za el fanzine Rock & Feller ).


La palabra punk es el primer desafío: ha tomado el sentido de perverso, de oveja negra, de mediocre por excelencia y sin vergüenza de serlo, el antípoda del modelo James Bond, bueno o malo. Ser punk es estar pinchado, con o sin aguja. Ser una víctima cí­nica y al mismo tiempo burlona de su pequeñez e insignificancia, autocomplacerse con su fealdad y hedores varios. La indigencia intelectual, física y moral. Búsqueda o destino, es un nihilismo bastante absoluto. Hacerse punk es en el fondo no poder o no querer aspirar a nada. Desde cualquier punto de vista, toda clase de realización personal sería incom­patible con el grado cero de esta filosofía. Aman a Johnny Rotten porque es el mayor traidor a su clase.


En el tipo de sociedad de malestar donde viven, los punks resultan un producto lógico del descon­tento de todos los habitantes y del fracaso de las salidas propuestas por las ideologías. De década en década, de año en año, las crisis sociales se acen­túan y, umbilicalmente ligadas a ellas, los tipos de rechazo con que reaccionan los jóvenes son más des­tructivos. Y autodestructivos. A los historiadores les llevará poco tiempo aceptarlo, pero el no de los punks ya representa otro capítulo (grande o pequeño, pero imborrable) de las revueltas del siglo xx.


Desde comienzos del siglo, muchos movimientos culturales eligen hacerle mala música de fondo a la sociedad. Hemingway es el punk de la Primera Guerra Mundial, Charles Bukoski el de la literatura actual. Ambos arrastran de ·bar en bar la misma clase de aburrimiento, violento y desabrido. Los existen­cialistas de los años 45-50, desde cuartos sórdidos en los hotelitos del Barrio Latino de París e inmediatamente después los beatniks en el Greenwich Village de Nueva York, son quienes aúllan lo que el mundo bien pensante de los años 60 repetirá como su propio abecé filosófico. Tal como va el mundo, la punkitud de hoy puede convertirse en el último avatar de ese mismo romanticismo de protesta. Se comprobará en 1984.


De momento no resulta raro que ese tempera­mento pesimista y de autohumillación de escritores e intelectuales reaparezca en las letras de canciones y filosofía de los chicos punk. Los medios se despl􀀆azan con los mensajes. Dice Richard Hell, norteamericano, cantante de Voidoids: «Entré al rock porque sentí que no tenía porvenir en la literatura. Como mis padres eran profesores􀀷, siempre tuve el hábito de leer. Los libros me apasionan. Por suerte me dí cuenta pronto que los chicos no leen más que revis­tas. Los únicos que leen libros serios son los profe­sores. Si actualmente hay una clase de gente que me harta son los profesores. Para comunicar mis ideas, la única vía es el rock.»


El acto musical acentúa las limitaciones de la escritura-lectura y extiende el hecho de cantar-escu­char a una forma de pensar y de vivir. Gracias a la electrónica, que permite hacer cualquier cosa con un sonido gracias al poder expansivo de las drogas que desinhiben muchos moldes est􀀍ét􀀎cos, gracias a otros inconmensurables reales no codificables, el rock llega a los jóvenes más directamente que la litera­tura y el cine. Los que en 1978 tienen alrededor de veinte años (más para abajo que para arriba) no son hijos de la Segunda Guerra Mundial ni de􀀕 la pos­guerra. Vinieron a eso que deben llamar vida entre 1950 y 1960. De los movimientos existencialistas, beat­niks e hippies sólo conocen la cola. Y no quieren volver a mordérsela. El punk ya no está para el heroís­mo. Trata de convertir su presente en la historieta cómica que le gustaría leer. De algún modo, es su propio héroe.


Actualmente, las situaciones difieren bastante de pocos años atrás. La crisis del petróleo está en el medio. Pero también la muerte de la izquierda ofen­siva, el fin de la contracultura institucionalizada, el retorno de los paraísos artificiales (vulgo: droga). Al joven desilusionado de hoy le resulta imposible adoptar modelos de rechazo pre􀁢fabricados en otras condiciones históricas. De todos esos valores, contra­valores y experiencias que venían de los años 50 y 60, los adolescentes sólo consumen el mito. La muer­te de Jimi Hendrix es una camiseta, la mirada de Mao un póster. Aunque numéricamente aún consti­tuyan una élite y difícilmente puedan expresarlo con palabras, los punks son quienes más parecen haber percibido el «proceso de desgaste paulatino de todo».


Aunque se disfracen por la noche para ir a escuchar al club a alguna banda de punk-rock o las imiten en sus gestos externos, nunca serán punks verdaderos los jóvenes que están integrados en el sistema. Como escribe el poeta punk David Hilton, de Islington: «Nunca sabrán de qué hablo / quienes no sienten dolorosa / esta versión de la historia / quienes nunca flipearon / quienes nunca vomitaron en el metro / quienes nunca enfrentaron su ambi­güedad sexual / quienes no conocieron por dentro / las clínicas de desintoxicación / quienes hacen como si no vieran / quienes aceptan sumarse a La Máquina.»


Debilidad, nulidad, desilusión y desconfianza con­forman algo más que una pose: son la nada coti­diana del punk. La juventud parece tocar fondo. En ese punto, el zero punk, nace el primer movimiento social de los años 70 que tiene plena conciencia de la «nulidad trágica» de la especie humana. «Moriremos de la polución que creamos; entretanto divir­támonos con el rock», me sugiere en 1972 Lester Bangs, en el bar Bell of Hell de Nueva York.

*


Imposible disociar el fenómeno sociocultural de la juventud del desarrollo del rock. Parece su cáma­ra acústica, pero es la cima de una pirámide hacia donde tiende su evolución. Sus gustos, sus formas de vestir, pensar, relacionarse, vivir, hallan en el rock un modelo irremplazable. En otras formas de expresión artística aparecen obras, piezas que re­flejan esa forma de vida: algunos filmes punks, publicaciones mimeografiadas, gráficas, obritas teatrales sobre el tema, video-tapes de lo que pasa en los gigs. Todas son manifestaciones aisladas que c􀀃on􀀄ver­gen de alguna u otra manera en el rock: música y ambientes. Ninguna otra actividad envuelve tanto en sí misma a los jóvenes. Y aunque parezca una paradoja, es el sistema (el factor industria-comercio) quien da esa unidad: el escenario, los discos, la pren­sa especializada, la moda, el rock-biz.


Los expertos en comunicaciones tienen varias res­puestas para explicar el fuerte arraigo del rock en­tre los más jóvenes. Es una música, sostienen, que se dirige a los sentidos y llega a la mente sin interferencias del intelecto. Representa para los chicos lo que la televisión en el cír􀀊ulo familiar: un medio que tiende a vincularles «con lo que pasa» y entretener­les. El rock desarrolla grupos, comunidades de se­guidores, corrientes ... un movimiento. Para la men­talidad aún tipográfica (gente que cree y piensa lo que dicen los periódicos, lee libros, analiza y vive con papeles escritos) resulta difícil comprender la totalidad del rock. Pero es algo que el joven siente naturalmente como lenguaje propio y no necesita explicarse con palabras. Es su familia.


Marshall Me Luhan dice que el rock es precur­sor de la llamada sociedad esférica porque sus prin­cipios no se limitan a la música. Las aspiraciones (libertad, rechazo, experiencia vital, amor, odio) de los jóvenes también encuentran en el rock sus ritos sociales. Más aún, éste les anticipa los ritos sociales del futuro. Basta observar la progresiva descontracción del sistema durante las últimas décadas. Cada día se aceptan socialmente más y más licencias en las costumbres que parten de los jóvenes. Poco o mucho que guste darse por informado, vanguardia o moda, la punkitud, una minoría dentro de otra minoría, es hoy la cima de esa pirámide evolutiva. Y no porque sea la mejor, sino porque no aparece otra moda que la desplace. Si al comienzo de los 60, los Beatles son sinónimo de ruido, en los 70 se transfor­man en música funcional. ¿Por qué no puede correr idéntica suerte el punk-rock en los años 80? No to­dos los que hoy tienen treinta y cinco y cuarenta· años iban a ver a los Beatles, compraban sus discos o prestaban demasiado interés en su filosofía. Pero ninguno de esa edad puede negar que el mensaje de los Beatles influyó en la evolución de sus vidas. Más perceptiblemente en unos, menos en otros, ha provocado cambios. Los esquemas de pensamiento y conducta se han modificado incorporando eso que ellos representaban. Los Beatles eran (digamos) tier­nos, querían paz y amor para todos... podían ser asimilados. Pero los jóvenes punk de hoy dicen que­rer guerra, violencia, anarquía y otros elementos poco deseables, incluso para la juventud. ¿Cómo puede frenarles una sociedad cuyos argumentos po­sitivos (éxito, confort, seguridad, dinero) han perdi­do su poder de convicción? Con la información que reciben a diario y por poco o mucho que perciban de la vida, los jóvenes consideran el futuro mejor una utopía ingenua.


El pensamiento punk es tremendamente realista respecto a su época y escenarios. No aparece en un país subdesarrollado ni en un momento de esplendor económico. Se origina en el patio trasero de las ciu­dades más ostentosas del mundo occidental, cuando ya parecen haberse probado todas las «soluciones de transición» y ninguna ha funcionado. Ese realismo nutre al rock de punkitud y lo transforma en importante para los jóvenes. Arte de síntesis, capaz de absorber todas las informaciones sociales, las or­ganiza, transforma y reintegra cantadas. No es ca­sual que su público (creadores y consumidores) esté integrado por los más jóvenes: son los más fértiles para sensibilizarse con su energía. Si creen que algo aún puede cambiarles la vida, ese algo es el rock. Actualmente tiene más fuerza que el estudio-trabajo, el deporte, la política (lucha armada o conciencia) y la televisión... La madeja no puede destejerse para determinar quién envuelve a quién: si los jóvenes al rock o el rock a los jóvenes. Pero algo es evidente: ambos· se sirven y realimentan mutuamente.


El único camino por el cual puede trazarse una historia del movimiento punk es a través de su música: el punk-rock. Ahí está anticipado, reflejado y magnificado todo lo que va pasando a su alrededor. Hay que desplazarse hasta Nueva York y retroceder unos años...


Fuente: Publicado en el libro de Juan Carlos Kreimer, "Punk la muerte joven 1977 el año en el que el rock se comió a sí mismo". Era naciente (2006). Edición original 1978.


Nota de la 4ta edición: Juan Carlos Kreimer vivió en Londres desde 1976 hasta 1979 y asistió en directo al nacimiento del punk como explosión musical y fenómeno sociocultural. Escrito en caliente, este libro publicado originalmente en España en marzo de 1978 coincidió con la aparición de los primeros sobre el punk publicados en inglés y francés.



Sho Shibuya Friday, May 7, 2021 Impresión sobre papel y collage



Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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