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  • Foto del escritorRevista Adynata

¡Electrocutate normalidad! / Fernando Stivala

Primavera 2021


Dicen que fue una descarga eléctrica, algún bajón de tensión, una mala conexión, la caída de un rayo.

No lo partió, lo electrocutó.

(Hubo una época donde abusos de electroshocks se usaban como elemento de cura agresiva a las ex llamadas esquizofrenias.)

Dicen que desde ese día nada fue igual. Como esas historias de súper héroes, que adquieren sus poderes a partir de un hecho fortuito.

Esa descarga eléctrica, azares entre el cielo y la tierra, lo liberó de toda racionalidad. Extraño súper poder. Más allá de lo que puede este humano demasiado terrestre.

Extra-terreste,

extraño de pelo largo,

brujo sabio,

hermanito,

granEver.

Grande niño, niño grande. Rompiste todos los esquemas.

Con vos, olvidábamos nuestros nombres, nuestras identidades, nuestros lazos vinculares.

Nuestro bartleby. Nuestro diógenes.

Nuestro tío cosa. Nuestro zaratustra.

Con vos, se activaba el único nuestro que vale, el de tu idioma, el mismo que el del universo, el nuestro del estar ahí.

Con vos olvidábamos la función que teníamos que desplegar. Olvidábamos los años, los títulos, las diferencias caretas.

Cruzarse con vos era una invitación a jugar. Un juego que no se explicaba. Un juego donde su regla principal e implícita era tener tiempo.

Tiempo para ver qué pasaba, para ver por dónde. Encontrarle la vuelta. Claro, esa disposición no se tiene así nomás. Vos regalabas una primera confianza: mirada relámpago, profunda. Era difícil sostenértela más de milésimas de segundos. Tiempo suficiente para sentir la eternidad del instante. Había que correrte los ojos o por lo menos parpadear. En ese descanso se tomaba una decisión. Una extraña decisión no consciente. O seguías ese guiño y te quedabas ahí, o le dabas la espalda.

Si le dabas la espalda, buscabas rápidamente una excusa racional y te retirabas, o le ofrecías algo, o lo reinterpretabas, o le hacías una sonrisa incómoda y cambiabas de tema.

Si seguías ese guiño, te encontrabas con él, en esos espacios verdes del Borda, y algo pasaba. Era la oportunidad, el acontecimiento, el momento donde todas las posibilidades tenían la chance.

En el jardín de los senderos que se bifurcan.

Muchos elegimos ese guiño más allá de lo humano. Mirada infinita, profundidad del Todo.

Y obvio no encontramos respuestas,

pero sí sonrisas sin máscaras, expresividades puras, pasiones sinceras. ¿Qué racionalidad puede seleccionar verdaderas emociones?

La propuesta era estar ahí o nada. No se la puede explicar, no se la puede compartir con razones.

Nos dabas explicaciones que los cuerdos no te dan.

Antena imán. Llamamiento performático.

Tu caminar era de película.

No había necesidad de dirección que arme escena.

Con el simple estar regalabas momentos, levantadas de cabeza, enseñanzas, magias, despertares. Pasar a tu lado hacía sentir los sentidos menos adiestrados. Despertador de lo adormecido.

Quizás el Borda haya perdido con tu partida una parte importante de su magia vibracional.

Un día… una vez… quienes seguíamos esos flechazos, quienes descubríamos esos súper poderes, quisimos compartirlo con el mundo que vivía tras el muro.

Sabíamos que había algo.

Pero este súper poder no podía ser proliferado tan fácilmente. Aparecía como el canto de un pájaro, inatrapable. Si estabas ahí y tenías tiempo, quizás lo escuchabas; o podían pasar días y quizás no.

¿Cómo compartir con relojes y puntualidades, vibraciones que no se sabe cuándo, ni cómo van a pasar?

¿Quién quiere en tiempos del capital, acudir a una cita, que no se sabe el horario ni lo que va a pasar?

Pero cuando pasaba, pasaba. No había dudas de que se trataba del súper poder.

Tirabas una flecha de intensidad, que si la agarrabas, que si te picaba; no te dejaba más, te obsesionabas.

Quizás x eso muchos huían, porque ahí sí, ¡¡agarrate moderación!!

Si llegabas a conectar nunca más podías parar. Adicción, obsesión le quedaban chica a la desmesura que generaba. Se la quería todo el tiempo. Después de conocerla no podíamos parar.

Estar ahí, estar ahí, estar ahí.

Hizo que los momentos de desconexión, de normalidades, de abstracciones, de dramas superfluos y materiales se sintieran de absoluta pesadez y monotonía.

Después de él pasábamos momentos de abstinencia.

Solo queríamos la droga del estar ahí. En presente o nada.

Un extraño presente. Un presente que en la mirada cargaba con todas las tristezas y alegrías de la historia.

Imaginen esa vorágine, esa desmesura. Ningún cuerpo humano podría soportar tanto.

Él sí.

Tenía ese súper poder.

Una descarga eléctrica en vez de matarlo, lo salvo.

Lo liberó de sus aspectos duros, morales, y normales.

Estaba muriendo viviendo, como las normalidades que viven estando muertas

De ahí en más solo vivió. O vivió viviendo. Duplicó la vida.

¿La sobre valoró? ¿Fue un sobre viviente? Nada de eso. Ningún binarismo representacional, o dicho de otra manera: no lo quieran entender, no lo quieran codificar.

Así pasó.

No lo digo yo, lo cuentan las historias.

Él, el de las mil historias que terminó sin historia clínica. Paradojas de las normalidades y sus usos y costumbres con la palabra. Se aburrieron de escribir lo mismo.

¿Cuántas veces se puede escribir la rutina de un manicomio?

Se les cerraron los sentidos. No pudieron mirar, escuchar, olfatear las mil historias que pasaban ahí.

Justo él, el de las mil historias.

Si no me creen, pueden averiguarlo.

Háganse un tiempo y vayan a los jardines del Borda.

Dense un tiempo y pregunten por el hermanito boliviano, por el colifato, por la pachamama, por el trapecista, por el niño grande, por el gran niño, por el sagrado decir sí, por el estar ahí de las demasías, por el último romántico, por el granEver.

Un súper humano de nuestra cultura, de nuestra época, de nuestros tiempos.

Vivió hasta el 2021, pero son esos rayos que pasan como los pliegues eternos de la historia. Se autopone en esa serie. La de los clásicos menores.

Historias pequeñas. Narraciones gigantes.

Esas existencias pasan a la historia así. Como él. Puras. Prácticas. Al acto.

Rayo intuición.

Bajón de tensión.

Azares entre el cielo y la tierra que afirmaste como nadie.

Vos sí que creaste en lo dado.

Sin brillos, ni reconocimientos. Nunca te interesaron.

Esas existencias pasan a la historia así,

sin quererlo.

Como una descarga eléctrica, que sacudió para siempre, la causalidad de las normalidades.

… y se convierten en leyendas.



Sin título (2014) Verónica Scardamaglia

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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