VII
Con estos llamados de atención creo que resulta clara la copertenencia de los movimientos de la traducción y su carácter interno a la trama del saber: saber que no puede reducirse a sí mismo, aunque se lo rotule como “no sabido”.
Está ligado al des-ser que lo funda en la plena diferencia consigo mismo. Me hago cargo de la insistencia, pero esto lo ha formulado Hegel a su manera en La Ciencia de la Lógica cuando está persuadido que se adquiere una gran perspectiva cuando se sabe que el “ser es puro ser” y la “nada, pura nada” (no el ser para…o la nada de algo que hacen a un enfoque existencial, p. ej., como el de Sartre y el del existencialismo en general) son abstracciones vacías, pues la verdad de ambos estriba en el movimiento del inmediato desaparecer de uno en otro: el devenir.
El devenir, traducido ahora en toda su complejidad, hace del ser una desrealización, o, mejor dicho, produce un vaciamiento como principio de cualquier relación o presencia en las que después sea pensado. Otro dardo, razonable, que Hegel le arroja, por encima de la historia, a Heidegger. Y la flecha, impulsada por un inexistente viento cronológico llamado “joven Marx”, da en el blanco, ese color de la ciencia etimológica, donde aquél hizo múltiples incursiones. A propósito de esto sobre el final haré un señalamiento puntual.
Nos queda el último mojón de estas derivaciones, la suposición.
Decíamos que la suposición, lo supuesto de un pensamiento, es por lo menos dos, un entre. Tal lógica no apunta a las unidades que pueden situarse “entre” Barcelona y Buenos Aires p. ej. Tampoco puede representarse –según una imagen de Heidegger– como “una cuerda tirante entre dos extremos”. Dicho entre es una hendidura plegada. O si queremos alargar para atrás su sentido, es el entre que Freud pone entre la conciencia y el inconsciente. O Marx deslizándolo en el interior de la plusvalía que, como anota, correctamente, Lacan en el seminario de De un Otro al otro, no es ni plus ni valía, sino el “entre” jugado inter palabras, un “plus de valor” (Zuschlag aus Wert, como lo pone Marx).
Es notorio adonde apuntamos con este inevitable circunloquio que arrancó con el asunto de la importación conceptual, el problema de la traducción regional o global y la cuestión de la suposición discursiva y no representativa, es decir, más allá del campo reflexivo, quizás con algo de ficción útil.
Lo notorio, aunque no sea notable o haya caído al costado de las notas, es que hablamos de la preteridad de los conceptos, de su pertenencia y pertinencia, sin que pueda atribuírseles la propiedad a alguien, lo cual no quiere decir que escaseen los verdaderos instrumentos de captura y apropiación de los mismos. Enseguida despejaré esa noción de “preteridad” que orienta la construcción de los conceptos y el camino del pensamiento. Y, asimismo, señalaré algunas de las guías con que una lógica diferente funda su arquitectura y los senderos para recorrerla y apreciarla. Ello será nada más que un breve colofón.
Estimo que usé términos muy fuertes (bueno, este no es un pensiero débole) para nominar a las suposiciones “punto de partida” –como si hubiera uno de llegada– “sin salida”, “carceleras del lenguaje”, etc. Eran matices cercanos a las tesis y tesituras, pero requeridos por la misma forma de lo que es suponer en general, o sea: ocultar en lo dicho lo no dicho del decir, una forma crucial de lo entre.
Por lo tanto en el sonido de este develamiento resuena algo parecido a un tamborileo psicoanalítico, cierto que de modo peculiar, acorde con cada oreja. Por eso al manifestar un supuesto se produce un gesto parecido al de arrancar una muela o extraer una espina. Como las muelas, están incrustados. Como las espinas, están clavados.
En sintonía con esto dice Hegel “los últimos fundamentos se dan por supuestos… En su método, presuponen ya la lógica, los criterios determinantes y los principios del pensamiento en general”. Ponerle un medio-decir, aturdirse con ellos, no deja de ser una tarea dolorosa, allí donde se suponen y aquí donde se exponen.
Con un ejemplo le pondremos un broche a lo que aludimos en la trama de la pertenencia y al entrejuego de la suposición. Es a propósito del nombre propio. Se habrá notado que en él se instala el régimen de posesión, la idea de autor, de patrón del texto –dueño y medida del mismo-; de clave significativa, de unidad de significación, de origen, originalidad y sustancia de lo expresado, de genio irrepetible donde la obra adquiere unidad y sentido, de individuo in-diviso excepcional, conciencia desventurada, alma bella, buena conciencia y demás.
Tomemos el nombre propio “Cervantes”, gloria literaria, premio para quienes buscan tenerla, único e intransferible ¿Es así desde el nombre propio? No, por lo menos implica dos suposiciones (suppositio) diferentes. Una, “el manco de Lepanto”. Otra, “el autor del Quijote”. Vale decir el nombre “Cervantes” no se constituye ni en un apelativo ni en el otro, sino entre, en esa falta y exceso de relación inicial que, sin duda, manquea. Así como la nada de Heidegger “nadea” o el verde “verdea”. Otro tanto pasa con Freud, Marx o Husserl que son tales a partir de situarse entre el patronímico y el psicoanálisis, el patronímico y el materialismo histórico o el patronímico y la fenomenología.
Entonces, adquiere todo su sentido, desde el sin-sentido que lo dispara, el que algunos sean pensados desde el psicoanálisis, el materialismo histórico, la fenomenología u otras vertientes. Por lo tanto no basta con creer que con la figura del “tonto” (sea Bouvard o Pecuchet) desaparece la “suposición” de sus actos. Sólo se distribuye de una manera inédita e inesperada. La risa los supone a ambos y la absorción popular los convierte en un elemento más del paisaje provincial dislocado.
Ello quiere decir que podemos andar por los mares de un pensamiento porque estos ya han establecido sus supuestos, el qué y el quién del mismo, jamás cómo ponerlo a funcionar, cómo realizarlo y cómo se debe pensar. El mar siempre nos precede, cómo navegarlo nunca podremos predecirlo acabadamente. Negar esa precedencia es el riesgo, tan actual, de morir ahogados, sin averiguar si podríamos habernos vanagloriado de saber nadar. Nada menos que haber podido mantener a flote un pensamiento.
Colofón prometido: ¿”el verde verdea” es una proposición sin sentido?
Otra pregunta ¿es siquiera una proposición que haya sido explorada desde la lógica de Aristóteles a la fecha? Aún, ¿alguna tendencia de la lógica matemática o el análisis de las proposiciones científicas, empiristas o deductivistas, se han ocupado de ellas? De modo general responderíamos que sí ¿Pero para qué? Para exorcizarlas bajo la doble condena de que no debe penetrarlas ni la paradoja ni el tiempo, una introduciendo al otro o viceversa. Esta ceremonia exorcizadora ocupó a los Principia Matemática de B. Russell, así como los ingentes tratados de sus seguidores. Sin embargo, hoy, autores formalistas como Saul Kriple terminan concediendo que “no hay propiedad semántica o sintáctica de un enunciado que pueda garantizar no ser paradójica” (Naming and Necesity).
Para ayuntar a los indeseables –el tiempo, la paradoja– entonces será necesario recurrir al infinito malo, estéril o al sonsonete “lenguaje objeto-metalenguaje”, según cierta lógica en curso. Mediante estos pisos de un edificio interminable e insulso se aspira a dar cuenta de la “cientificidad” de un discurso y del estatuto de su complejidad.
Sin embargo es sabido desde el siglo XIX que los enunciados y frases tales como: “el inconciente es eterno”, “toda conciencia es falsa conciencia”, “todo arte es pretérito”, “la nada nadea” o “el mundo mundea” no son, en realidad, proposiciones, pues nada se produce en ellas que deba permanecer para ser verificado.
Son capas de superficie de una enunciación que les inquieta y hace perder sus límites espacio-temporales, morfológicos y gramaticales, sintácticos y semánticos. El es de alguna de ellas, no responde a la identidad lógico-formal, sino a la “penetración enunciativa” donde el sujeto y el predicado se rebasan mutuamente en el movimiento del lenguaje.
Ya no se trata de “propiedades” (tal es más alto que…o más bajo que…), sino de “procesos verbales”, donde el infinitivo es el “modus infinitivus” como dice Heidegger: modo de la ilimitación, de la indeterminabilidad, es decir, el modo según el cual un verbo ejerce y muestra en general el rendimiento y la dirección de su significado. Y qué decir del participio (donde muerden distintas lógicas: del sentido, del resto o parergon, del himen, de la contaminación, de la doble banda, etc.), que participa de dos significados simultáneamente: uno nominal (la rosa floreciente) y otro verbal (lo floreciente opuesto al marchitarse, donde se nombra el proceso del florecer).
¿Adónde hemos llegado? A lo siguiente: la frase “el verde verdea” tiene más realidad indicativa y real imposible que cualquier proposición denotativa como “verde esmeralda” o “verde mar”. La locución marca, además del verde, la incidencia de la luz, la temperatura y otros fenómenos sin el cual el verde no podría “verdear” y ser detectado como tal.
Así, la frase en lugar de designar un hecho, realiza una partida doble: designa un estado de cosas y expresa un acontecimiento. El lenguaje encuentra su devenir. Otra lógica es posible. Otras lógicas emergen sin poder ser contenidas en los protocolos de las vigentes, lo cual no les garantiza, como se cree ingenuamente, ninguna pretendida superación por anticipado.
Fuente: Algunas condiciones básicas para interpelar la problemática del pensamiento –Coda lunga–. En Elogio del pensamiento. EPBCN, Barcelona, 2015. La Cebra, Adrogué, 2015.
Trabajo de selección Gabriela Cardaci.
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