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Eróticas clínicas / Marcelo Percia

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 7 días
  • 11 Min. de lectura

Se puede llamar erotismo a extrañezas que humedecen

segundos robados al tiempo.

 

1.

La expresión eróticas clínicas guarda relación con los enunciados: amores clínicos y amistades clínicas. Se trata de amores y amistades que no se asemejan a ningún otro amor ni a ninguna otra amistad. Y, así, eróticas clínicas tampoco se asemejan a ninguna otra erótica.

 

2.

Ítalo Calvino no concluye su libro sobre los cinco sentidos. Tras su muerte, en 1985, se publican tres de los relatos que formaban parte de ese proyecto. En cada escrito, a su manera, explora eróticas de los aromas, de los sabores, de las escuchas. No pudo completar las narraciones sobre el tacto y la mirada.

Cercana a la voluptuosidad de los sentidos se sugiere una erótica del pensar. Una erótica clínica de lo inaudito, de lo intangible, de lo inasible, de lo no sabido.

Una vida fantasmea más allá de lo que se cuenta o no se cuenta sobre ella. Que fantasmea quiere decir que tiene consistencia de niebla, perfume o ausencia.

 

3.

Escribe Octavio Paz (1993) en La doble llama: “El acto erótico se desprende del acto sexual: es sexo y es otra cosa”.

Eróticas clínicas se interesan por la expansión de esa otra cosa. Otra cosa que se compone de atracción y complicidad, de amor y ajenidad, de cuidado y espera, de sobriedad y embriaguez.

 

4.

Sexo, erotismo, amor, se mezclan. Sensualidades atraviesan muros.

Eróticas clínicas pasan todas las fronteras menos algunas. No pasan las del deleite de los cuerpos. Ni las del embeleso del yo. Ni las del regodeo del poder.

¡Qué rara la erótica de ese amor que disfruta conversando, pero se impide gozar de la fascinación de los cuerpos y de sus fluorescencias que encantan! ¡Qué rara esa erótica que se impide gozar de fortunas y glorias ajenas!

 

5.

Acoplamiento y reproducción signan la sexualidad. Erotismo y amor pueden participar o prescindir tanto del acoplamiento como de la reproducción.

¡Qué extraña esa copula pensante que sospecha de los pensamientos que nos piensan!

 

6.

Eróticas clínicas acontecen como sensación sanadora de estar pensando en compañía.

Sin deseos de estar ahí, clínicas se secan. Sin imaginación, clínicas se aburren. Sin vacilaciones y desvelos, clínicas se protocolizan. Sin inconformidad, clínicas se vuelven conformistas. Sin humor, clínicas se solemnizan. Si no se encienden cada vez, clínicas se ensombrecen.

 

7.

Sexos copulan con otros sexos, erotismos copulan con fantasías, clínicas se estremecen pensando.

Llamamos eróticas clínicas a conversaciones que tiemblan, que aceleran el corazón de las palabras, que desvarían, que dan vueltas alrededor de un vocablo, que ríen imitando ruidos del habla. Llamamos eróticas clínicas a conversaciones que inspiran zonas enmudecidas.

 

8.

Eróticas clínicas no se confunden con eso que Freud nombra como transferencia erótica. No se trata de un entrevero sentimental de demandas pretéritas que se actualizan o estallan en el presente. Llamamos eróticas clínicas a las alegrías y desánimos, entusiasmos y decepciones, del estar ahí. A las excitaciones y frustraciones que emanan del deseo de pensar.

 

9.

Ulloa supo decir que abstinencia no quería decir indolencia. Abstinencia tampoco significa ausencia de juego y fantasía. Ni renuncia a una erótica del pensar.

Una cosa no ceder ante reclamos, demandas, requerimientos, añoranzas, reparaciones de amor, en estados de transferencia; otra cosa ceder la alegría del encuentro y el gusto de un habla entre fantasmas.

Una cosa no ceder ante la seducción y la fascinación, ante el deseo de agradar, cautivar, complacer, recibir perdón o aprobación; otra cosa ceder el entusiasmo y las ganas de discurrir.

Una cosa no ceder a la tentación de querer curar o querer enseñar; otra cosa ceder la confianza de que en un común pensar se aprende y se sana.

Más que frustrar solicitudes de satisfacción, se trata de escenificar un impoder: un pensar sin poder ni saber cómo. Un pensar sin poder recuperar lo perdido ni recomponer lo irreparable. Un pensar que recuerda que la vida ocurre en otra parte.

 

10.

Freud consideró la transferencia como una erótica bajo sospecha. Pero esas sospechas, al cabo, no recaen tanto sobre las intenciones sabidas o no sabidas de quienes atendemos. Las sospechas pesan más sobre lo que sentimos y pensamos.

No dominamos sentimientos y pensamientos. No hay forma de gobernar todo lo que pasa por un cuerpo o por una cabeza o como se llamen las porosidades, las memorias y olvidos que habitamos.

A veces probamos poner en entredicho algo de lo que nos pasa en voz alta: “De pronto sentí una gran tristeza no sé por qué. Pero, ahora, que me escucho decir tristeza, no sé si no se trata de nostalgia, soledad u otra cosa”.

No estamos ahí sólo para sentir o dolernos, sino como sensibilidades de recepción y pasaje de afectaciones que no sabemos cómo nombrar o de pensamientos que no sabemos de dónde vienen.

 

11.

Freud (1914), en Puntualizaciones sobre el amor de transferencia, despliega un conjunto de razones sobre por qué no ceder ante esa alucinación amorosa. Pero sobre todo explica que la satisfacción de ese requerimiento equivale a la muerte del psicoanálisis. En ese contexto cuenta la historia del vendedor de seguros y el cura.

Un agente de seguros, que no cree en dios, agoniza. Su familia llama a un sacerdote para que intente convertirlo y salvarlo antes de su muerte. La conversación se prolonga tanto, que sus parientes comienzan a tener esperanzas. Cuando se abre la puerta, el moribundo no se ha convertido, pero el sacerdote sale de la habitación habiendo comprado un seguro contra todo riesgo.

¿La racionalidad capitalista pudo más que la fe? Freud advierte que la seguridad material, a veces, contiene más que las palabras.

 

12.

¿Indolencias o afectaciones? ¿Cómo ocurrió que se llegara a formular esa opción? Mezquindades sensibles se corresponden más con sexualidades mecánicas que con las eróticas del pensar cuidando.

 

13.

No se trata de cuerpos, sino de presencias evanescentes: la sutileza vaporosa de presencias que están ahí diciéndose. Presencias que sobrevienen como lo incorpóreo de los cuerpos, como halos, como soplos. Presencias desmadejadas que ponen delante de otras delicadezas quebradizas lo inapropiable, lo irreductible, lo intraducible.

Misterios necesitan estar frente a otros misterios para insinuarse.

 

14.

La palabra erótica no designa aquí lujurias de la pulsión, sino sensualidades y contentos de juntadas para pensar la vida.

¿Qué correas nos sujetan a un malestar? ¿Qué desata, suelta, desamarra? Hay lazos que nadie sabe. Acaso se trata de una erótica de los enlaces y desenlaces.

 

15.

Clínicas detectan también voluptuosidades de exigencias arrasadoras vueltas sobre sí. Voluptuosidades de demandas insaciables vueltas sobre sí. Voluptuosidades de recriminaciones indeclinables vueltas sobre sí. Voluptuosidades de desprecio vueltas sobre sí. Voluptuosidades empecinadas en maltratos vueltas sobre sí. ¿Cómo se llama esa hostilidad que vuelve sobre sí?

El ensimismamiento como acto de devoración se dice en un momento en esa novela extraña y bella de Sara Gallardo (1971) que se llama Eisejuaz. Se lee: “Hijo, un animal demasiado solitario se come a sí mismo”.

 

16.

El oxímoron compone la figura poética del desconcierto, la paradoja el enunciado que desafía normalidades lógicas.

Amores clínicos practican eróticas castas y al mismo tiempo carnales. La expresión castidad carnal se presenta como oxímoron clínico y como paradoja sentimental del acto de pensar. Incluso como chiste moral.

Desde Winnicott se conoce la afición clínica de hacer dialogar opuestos.

 

17.

Eróticas clínicas practican conversaciones en las que, por momentos, quienes hablan se duermen para seguir dialogando en sueños.

Como ocurre en Diálogo sobre un diálogo, ese texto en el que Borges (1960) relata a un tercero una conversación que tuvo con Macedonio Fernández sobre la inmortalidad. Cuenta que hablaban y hablaban sobre el alma y la insignificancia del cuerpo, cuando una música boba que venía de una casa vecina comenzó a molestarlos. Entonces, en ese momento, se propusieron suicidarse para discutir sin estorbos.

Como el oyente, irónico, deduce que al final no lo hicieron, dado que lo está contando, Borges concluye con tono místico: “Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos”.

 

18.

Eróticas clínicas, se insiste, componen rarezas de la sensualidad.

Renuncian a la comunión de los cuerpos para practicar encordados del pensar. Encordar no como ceñir a una teoría o dogma, sino como acción de poner cuerdas a un instrumento musical.

Encordado como hilado de contentos y confianzas, sin adherencias ni sugestiones. Encordado desunido que sabe desemejanzas y despedidas. Que sabe el recato inviolable de las ausencias.

 

19.

Eróticas clínicas tendrían que concebirse como eróticas de un impoder antes que como poderes, abusos o dominios sobre los cuerpos y las voluntades. Impoder que no sabe lo que puede, pero sabe lo que no puede.

 

20.

Cuando se abraza un cuerpo en el umbral de una despedida clínica, a veces, se abraza una sombra desvalida.

Tal vez se responda a una solicitud de amparo, de piedad, de compasión, de calidez, de afecto, de cordialidad. Pero más allá de todo eso, se roza el contorno de una soledad.

 

21.

Hacía malabares para llegar a sesión desde muy lejos. Decía que venía porque necesitaba un abrazo. Cuando, por fin, viajó al lugar en el que habían nacido sus amores, sintió el abrazo de la tierra. El abrazo de la lengua. El abrazo de los pájaros y los árboles. La erótica del aire.

 

22.

Erotismos no se encienden con monotonías ni estereotipos sexuales.

Pornografías transforman erotismos en espectáculos.

Poderes quieren mandar, conducir, someter erotismos. Pretenden reinar sobre lo incontrolable. Erotismos se sustraen a las capturas. Se escurren indómitos.

 

23.

Eróticas clínicas saben lo irreductible. Se abstienen de reducir una vida a un cuerpo, a una borrasca, a un momento de gracia o inspiración.

Sexualidades abrevian, erotismos sorprenden e inventan.

Pensamientos se poseen y nos poseen, el pensar acontece impropio.

 

24.

Eróticas clínicas dudan si llamarse eróticas. No mezclan sudores y flujos entre cuerpos. Excitan lo ilimitado, lo dispersivo, lo informe.

 

25.

Eróticas clínicas no reducen erotismos a los cuerpos, ni reducen una vida a las posibilidades narrativas de una lengua.

Eróticas clínicas intentan que la infinitud no sucumba ante una sensación vivida en un pasado que busca encajar en todos los presentes.

Eróticas clínicas no anidan en los cuerpos, pasan por ellos como estremecimientos que aspiran a la vida sin poder tocarla.

Eróticas clínicas habitan en los silencios.

 

26.

Poéticas de todos los tiempos interrogan relaciones entre erotismos y palabras. Desde las de Safo de Lesbos o las de Catulo o las del Cantar de los cantares hasta nuestro días.

Freud tomó recaudos respecto de la fascinación de la mirada y otras fascinaciones. Pero, ¿qué decir sobre una erótica del silencio? No un silencio acusador, que inquiere, que juzga o espera más u otra cosa. O, ¿qué decir de una erótica que lleva vida hasta el final? ¿Una erótica que prueba el sabor de la zona muda?

Zona muda se llama un poema que escribe Enrique Lihn (1988) en su libro de despedida, Diario de Muerte.

Se lee: “Nada tiene que ver el dolor con el dolor / nada tiene que ver la desesperación con la desesperación / las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas / No hay nombres en la zona muda”.

 

27.

Si llamamos alma a un soplo, llamemos cuerpo a un estornudo o a una carcajada.

Si llamamos alma a una calidez que se acaricia, llamemos cuerpo a la contextura que se duele por el filo de una daga.

Si llamamos erótica al deleite de los sentidos, digamos que eróticas clínicas van más allá: no renuncian a la sensualidad cuando llega el momento de pensar la muerte.

 

28.

Clínicas están ahí para sostener la vaciedad de la existencia. No tendrían que anular esa cesura o herida con un efímero acople de los cuerpos o con un aplauso o con el estúpido aliento de salir a disfrutar de la vida.

 

29.

Hasta tal punto eróticas clínicas se abstienen de la copula, que hasta se abstienen del uso del verbo copulativo ser y de sus vicios posesivos.

Prefieren decir “me sobrevino un pensamiento”, antes que decir “yo pienso”. Prefieren decir “usted carga con ilusiones perdidas, ilusiones enmudecidas, ilusiones desesperadas que decidieron saltar a un abismo y que todavía siguen cayendo”, antes que decir “usted tiene una depresión”. Prefieren decir “en usted culpas, reproches, acusaciones, menosprecios y auto humillaciones, se hacen un festín o encuentran en sus elucubraciones un planazo”, antes que decir “usted es una persona culposa que goza con el ensañamiento”.

 

30.

Marguerite Duras (1986) afirma en una entrevista que se hacen muchas cosas sin deseo (incluso tener sexo), pero aclara que no se puede escribir sin deseo.

Tampoco se puede escribir sin que las palabras fracasen, sin que se retuerzan y rechinen los dientes. Sin que destilen el afrodisíaco que nos hace pensar.

 

31.

Si no enardecen de deseo, clínicas clasifican cenizas en frasquitos.

En su arenga final, en una conferencia publicada en 1984 con el título de El sexo de las locas, Néstor Perlongher dijo: “No queremos que nos persigan, ni que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen”.

Si las clínicas se abstuvieran de desear, despojarían a las palabras de sus memorias eróticas.

 

32.

Momentos poéticos, a veces, se abren paso en las sesiones.

No se trata de agradar ni de cubrir dolores con palabras bonitas, sino de (cada tanto) celebrar que la belleza o contento de pensar pueda sustraerse del cautiverio de pensamientos que abrazan haciendo sufrir o de pensamientos que confirman el sentido común de las psicologías.

 

33.

Amores clínicos, ¿practican un erotismo ascético? Cuidan lo irreductible, aman lo inasible. Saben el dolor y el sosiego.

Ataraxia clínica no quiere decir insensibilidad, sino serenidad sensible: calma erótica.

 

34.

Eróticas clínicas tienen en común con amores no propietarios que ofician pasajes: de la exaltación al desánimo, de la iluminación a la oscuridad, de las lágrimas a la risa, de la rabia a la ternura, del amor al odio, de la simpatía a la envidia, de la frustración a una nueva oportunidad, de la despedida al próximo encuentro.

 

35.

Desnudeces clínicas no muestran exuberancias de las formas o suavidades de las pieles, sino bordes helados del desamparo. Las sombras más solitarias de la soledad. El desasosiego de los cuerpos enfermos. El espectro insinuado de la muerte en cada momento único.

 

36.

Así la clínica: restos flotantes de vidas contadas en voz alta. Labios dubitativos y vacilantes, lentos y apresurados. Susurrantes. Labios movidos por el humor, el miedo, el desánimo, la promesa. Vocablos gustados, suspirados, humedecidos.

Palabras que no se sienten deseadas, languidecen.

 

37.

Desde Bataille llamamos erotismo a un diálogo con la finitud.

La expresión francesa petite mort describe el instante más intenso del placer sexual como momento de disolución del yo, de la mismidad, de la ficción de identidad. Bataille piensa esa experiencia límite no sólo como vivencia entre cuerpos, sino como conexión sin barreras.

Eróticas clínicas interesan como súbitas disipaciones de sí o abandonos de la mismidad.

 

38.

Una expresión curiosa: carne de diván. Se emplea para decir que alguien necesita analizarse. Una fórmula que recuerda a otra: carne de cañón que se utiliza para nombrar, en una batalla, a soldados enviados a la muerte.

La carne recostada en un diván, ¿se encuentra en la primera línea de fuego?

En el diván del psicoanálisis eróticas danzan con la muerte. Muchas veces se sale de una sesión llevando en brazos certidumbres que agonizan.

 

39.

Eróticas clínicas tienen relación con memorias veladas, con hervideros de deseos, con excitaciones recónditas, con soledades, con silencios.

 

40.

Desnudeces clínicas no refieren a los cuerpos, sino a las sinceridades voluntarias e involuntarias.

Se podría llamar erótica a una sinceridad involuntaria.

 

41.

Nietzsche escribe hacia el final del siglo diecinueve: “El desierto crece”.

La desertificación avanza: consiste en la indolencia y en la falta de deseo, en el tedio de los protocolos y los diagnósticos reductivos. En las distancias de cartón y en las teorizaciones que se repitan vaciadas de temblor.

¿Qué clínicas sin sensualidades, sin vacilaciones, sin contentos?

 

42.

Una de las historias más sensuales relatadas por Ovidio reside en la de Tiresias, personaje que vivió un tiempo como varón y un tiempo como mujer. Zeus lo llama para interrogarlo sobre un misterio que lo desvela: ¿quién goza más, la diosa Hera o Él, supremo Amo del Olimpo? No necesitó pensar mucho, Tiresias, para contestar. Como a Hera no le pareció conveniente la respuesta, lo castigó con la ceguera. Zeus compensó su confidencia con el don de ver vidas pasadas y futuras.

Tiresias incurrió en una fatal indiscreción. Eróticas tienen el pudor de no mostrarse.


Ramón Casas Joven decadente. Después del baile 1899 Óleo sobre lienzo 46,5 x 56 cm.
Ramón Casas Joven decadente. Después del baile 1899 Óleo sobre lienzo 46,5 x 56 cm.

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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