Vivir (en) la ciudad
en ritmos que no (nos) devoren.
Recorrerla
en compañías que no (nos) perjudiquen.
Habitarla
en espacios que no (nos) condenen.
Quizás, tan solo estar
en acciones que no (nos) decoloren.
Ofrecer(nos) una temperatura
que no congele ni sofoque,
y sonidos
uf, los sonidos...
Vivir (en) la ciudad
más allá del vértigo, de la premura del ir y venir,
sin tanto apuro;
más allá de toda esa artillería de prejuicios
que acechan.
En intentos de dar
con afectos
que tan sólo acompañen.
Probar
la templanza de acompasar
con lo que (nos) toca,
de provocar
lo que necesitamos
y elegir,
en esos pedacitos de vida
y cuándo aún podemos,
cómo vivir(los)
dónde permanecer
cuándo irse
cómo y con quiénes
intercambiar.
Okupar esos ratos,
intentando decidir
(no desde la lógica
de pretender
controlarlo todo)
qué decir, qué callar
qué hacer y qué no,
como cuando se pueden elegir
unas vacaciones.
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