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  • Foto del escritorRevista Adynata

Free Churro / Fabio Lacolla

Acariciar lo torcido es revolucionar. Tenemos el derecho a estar tristes, a la imperfección, a quedarnos una temporada al costado de la ruta viendo cómo pasan los autos. Derecho a decir que no, a mostrar la panza y pelear con la heteronorma. Podemos autopercibirnos deformes, horribles, intrascendentes. Tenemos derecho a dudar, a equivocarnos y a tomar el colectivo en la vereda de enfrente. La sexualidad es la que inventamos y no la que consumimos. Asumamos el derecho a la desconfianza de los que piensan bien, a la crítica de lo que no nos gusta. No hay deconstrucción posible sin haber sufrido un ACV social. Porque sin hilvane no hay deconstrucción, sin ruptura no hay pregunta y sin pregunta no hay respuesta. Fluir es no pensar en la fluidez.


En setiembre de 2019, meses antes que los “pliegues de la peste” visitaran el mundo, en el marco del III Encuentro de la Red Latinoamericana y del Caribe de DD. HH. y Salud Mental, Marcelo Percia presentó un texto —más tarde publicado en Sensibilidades en tiempos del habla del capital— que plantea la idea de los derechos venideros para estar en común y que se apoya en pensamientos cercanos para aquellos que pensamos la salud mental en íntima relación con los derechos humanos: derecho a la fantasía (Pichon-Rivière), derecho a la mateada y al choripán (Moffatt), derecho a la ternura y al miramiento (Ulloa), derecho al juego (Pavlovsky), derecho a pensar (De Brasi) y derecho al arte y a la locura (Zito Lema). Como en un conglomerado de “quizases”, Percia conjetura en alta voz combinatorias de derechos en salud mental como un modo de pensar a cielo abierto. “Quizás un día se declare el derecho a las demasías, al brote de intensidades sensibles sin capturas patológicas” y habla del derecho de no tener que “ganarse” la vida, del derecho a la irreductibilidad, para que la vida no se reduzca a un compendio de explicaciones; del derecho al poco saber que no equivale a saber poco sino a la idea de lo inacabado; del derecho a que no pase nada, “encantar la nada supone encantar la vida, sin más. Sin requerimientos, sin resultados, sin nerviosismos consumidores”; del derecho a no ensamblar, a soltar amarras que la sociedad ofrece; del derecho a las soledades que no se hallan en ningún lugar, cada uno en las inmensidades del mar elige su propio naufragio; del derecho al recelo, a la sospecha de que lo mismo que protege puede dañar; del derecho a las astucias resabiadas, una forma de sobrevivir a la cohesión de lo normal; del derecho al hedor, a aquello maloliente, que chorrea grasa pestilente como fragancia de la tierra; del derecho a la antropofagia, “a devorar la moral del amo, junto con sus lenguajes y sus libros” como aquel manifiesto antropófago que Oswald de Andrade publicó en 1928; del derecho a molestar, cuestionar, criticar, ser inoportuno como un modo de desatarse las manos con una pregunta en estado filosa; del derecho a devenir imperceptibles, “el derecho a la desnudez y al pudor, al reconocimiento y a la invisibilidad. Nunca uno sin lo otro (…) Derecho a lo que Fernando Ulloa llamaba el miramiento: una mirada que no evalúa, que no demanda, no controla, no vigila. Una mirada que acompaña y espera sin expectativas.”; del derecho al animismo, a armar escenas en nuestros cuerpos con las cosas que nos rozan (Percia, 2020).


Estar en soledad, en silencio, llorando; estados que, vistos de afuera, uno no debería habitar, aunque tengamos todo el derecho de transitarlos, pero existen… como existe la muerte, las despedidas y los finales. Uno de los capítulos más recordados de la serie animada Bojack Horseman (Bulkley, 2014) es el llamado Free churro, una obra maestra sobre la vida en un monólogo que habla de la muerte. Es el sexto capítulo de la temporada cinco, que podría ser un excelente regalo de cumpleaños, llegás a la fiesta y le decís a tu amiga que le regalás el episodio seis de la temporada cinco de Bojack Horseman. La directora Amy Winfrey, llamó a Free Churro un haiku describiendo esa poesía japonesa que consiste en un poema breve de diecisiete sílabas. Es esa clase de capítulos que los podés ver separados del resto de la serie, sin haber visto la entrega completa. El personaje tuvo un padre con ambición de escritor, Butterscotch Horseman un hombre frío, preso de los males de su época, con el pasado de un joven revolucionario que cae en una rutina de conformismo, donde ni siquiera califica para el hedonismo. Tuvo que casarse ante la llegada de su hijo y trabajar en la compañía de su suegro, dejando de lado su anhelo de ser un escritor. Tanto él como su pareja estaban unidos por un embarazo no deseado por el que ambos tuvieron que renunciar a la vida que habían soñado. Así es como arranca la primera escena, mostrando a un padre enojado con la vida, con su esposa y con Bojack, su hijo. Free churro nos sitúa en el funeral de la madre de Bojack y se centra en su discurso de despedida, discurso que lejos está de la formalidad, pero sí muy cerca del dolor archivado durante toda una vida. Dentro de su discurso escuchamos frases significativas y dolorosas, dichas de forma sarcástica, pero a la vez profundas. “Hay un chiste acerca de un hombre que ha ido a tantos funerales que ya no sabe cómo sufrir una pérdida”. Su madre en su enfermedad no lo reconocía, al igual que antes de enfermarse y es en esta despedida donde vemos la necesidad de Bojack de aferrarse a dos palabras que cree ha dicho su madre en sus últimos minutos: “Te veo” (I see you), frase que aparece en sus oídos como la última oportunidad de ser visto por ella. Aquí el personaje se detiene a reflexionar sobre el significado de esa expresión: “Te veo, podrás engañar a todos, pero yo sé exactamente quién eres (…) O quizás solo quería decir literalmente “te veo”, eres un objeto que entró en mi campo de visión (…)”. “Te veo” cree escuchar en los últimos minutos, para luego advertir que su madre solo leía un cartel de la terapia intensiva (ICU son las siglas para Unidad de Cuidados Intensivos, las cuales se pronuncian exactamente igual que “I see you”), y es que, como todo ser humano, se aferra hasta el último momento a la esperanza de que el otro lo registre, que haya un gesto que diga que fue amado, deseado, esperado, etc. En el sitio “Café con Freud”, Adriana Fernández y Ezequiel Varano analizan este episodio introduciendo un análisis de mucha utilidad:


“Lacan dirá solo podemos duelar a alguien de quien hemos sido su falta, y significa que solo podemos hacer el duelo por alguien en quien creemos tuvimos un lugar. Sea bueno o malo, pero un lugar al fin. Bojack intenta en muchas facetas de su discurso construirse ese lugar, cuando recuerda por ejemplo a su madre bailando, momento en que su padre se detenía a mirarla, recuerda ese momento como el único donde por un segundo había una conexión entre los tres. Tal vez porque es donde algo del deseo del otro salía a la luz y los unía para evaporarse minutos más tarde (Fernandez Fredez & Varano, 2018).

Dice Bojack: “Parecíamos entendernos. Mi mamá, mi papá y yo, tan jodidos como estábamos, nos entendíamos. Mi madre sabía lo que era sentir todo el tiempo que te estás ahogando, excepto por estos momentos. Estas instancias muy raras y breves en las que de repente recuerdas que sabes nadar. Pero eso no sucede casi nunca, casi siempre te estás ahogando. Ella entendía eso, y reconoció que lo entendí. Y papá también. Los tres nos ahogábamos y no sabíamos cómo salvarnos, pero sabíamos que nos estábamos ahogando juntos…”.


Es a partir de la muerte de su madre que Bojack puede soltar toda su historicidad con ella. La muerte es injusta y necesaria, todo el tiempo mueren cosas, hay una parte nuestra que también muere a diario. Duele, en la muerte, las cosas que el otro se lleva al morir, duelen la ausencia y también lo que el otro se lleva de mí. Las personas que están a punto de morir le tienen miedo al olvido, sin embargo, siempre hay algo que queda adentro de los seres queridos y en la casa de los últimos años. Gilberto Gil compuso una canción maravillosa que se llama No le tengo miedo a la muerte donde expresa que le tiene más miedo a morir que a la propia muerte, porque la muerte “ya es después” mientras que morir es pensar en el más allá, y que una vez muerto “cómo voy a tener miedo si no voy a tener corazón” y remata la canción con “tendré que morir viviendo sabiendo que ya me voy”. Artísticamente Gilberto hace una intervención magistral al grabar la canción con una orquestación exquisita, pero a la hora de presentarla en vivo lo hace solamente acompañado de unos pequeñísimos golpes a su guitarra en una performance sumamente minimalista. Algo parecido se ve en los últimos capítulos de la temporada 2 de Euphoria donde se va mostrando el emotivo elogio de Rue por su padre, que se desarrolla en tiempo real a través de la obra de Lexi. El episodio también muestra los momentos finales del padre de Lexi y Cassie, y cuando Lexi visita a Rue en el hospital después de su primera sobredosis. “Había tanto silencio, estaba confundida. No me importó. No sentía la vida como debería sentirla porque no estaba presente. No estaba ahí, sólo miraba. Pero no es cierto… me importó. Qué tal si… la razón por la que parecía una película era porque creía creer que perderte es parte de otra historia que, tal vez, puedo cambiar”.


Mientras que Heidegger dice que la muerte es el acontecimiento absurdo por excelencia, Alfredo Moffatt plantea que es el castigo divino por haber inventado esa palabra, y con ella, la anticipación. Dice que el hombre es el único animal que sabe que se va a morir, y que el pecado original no fue el sexo, sino haber inventado el tiempo, porque con eso inventamos la muerte. El castigo estaba incluido en el pecado. Spinoza va a decir que no pensamos sino en evitar la muerte, y que toda nuestra vida es un culto a la muerte. No me interesa hablar de la vida, para eso están las frases matutinas de las redes sociales, me interesa explorar las cosas que pasan cuando la muerte pega en el palo. Cuando se muere un ser querido, una amiga; las muertes sorpresivas, las comunes, las deseadas. La anestesia de las primeras horas o la desesperación ante la noticia. Las preguntas que acuden ante la muerte, son preguntas que fueron contestadas durante toda la vida, respuestas que pierden su potencia ante lo inexorable. Poco se sabe de la muerte antes de la muerte.


“La vida se convierte en muerte, y es como si la muerte hubiese sido dueña de la vida durante toda su existencia. Muerte sin previo aviso, o sea, la vida que se detiene. Y puede detenerse en cualquier momento” (Auster, 1997).


En la Invención de la soledad, Paul Auster relata quién era su padre y cómo era la relación con él, elige hablar de la vida de su progenitor, pero muy poco de su muerte. Pichon Rivière decía que él era un enamorado de la muerte; creo que más allá de la ironía, es la única manera de poder tomar un café con ella. Sylvia Plath dice en un poema que ella tiene el don de morir, recordemos que ella era muy hábil para hablar del suicidio como de cualquier otra cosa.





Bibliografía

Percia, M. (2020). Sensibilidades en tiempos de hablas del capital. Buenos Aires: La Cebra. Lacolla, F. (2022). El derecho a lo torcido. Buenos Aires: Galerna. Bulkley, A. (Productor), & Bob-Waksberg, R. (Escritor). (2014). Bojack Horseman [Película]. Estados Unidos. Fernandez Fredez, A., & Varano, E. N. (2018). Café con Freud. Recuperado el 2022, de Analisis de Free churro (Con Spoilers) – Bojack Horseman 6×05: https://cafeconfreud.wordpress.com/2018/11/06/mi-madre-esta-muerta-y-todo-es-peor-ahora-analisis-free-churro-bojack-horseman-6x05/ Auster, P. (1997). La invención de la soledad. Barcelona: Anagrama.


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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