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  • Foto del escritorRevista Adynata

Fugas cuir. Contra las crueldades de la lengua punitiva-atributiva / Rocío Feltrez

Actualizado: 3 nov 2021

(Leyendo y pensando con “¿Quién teme a lo queer?”, de Víctor Mora. Ed. Continta me tienes. Madrid, septiembre 2021. Con prólogo de Carmen González Marín e interludio de Gracia Trujillo)


Leo una poesía de Claudia Masin, la luz de la luna, que comienza con un epígrafe de Audre Lorde que crispa la piel: “y cuando hablamos / tememos que nuestras palabras / no sean escuchadas / ni bienvenidas, / pero cuando callamos / seguimos teniendo miedo. / Por eso, es mejor hablar / recordando / que no se esperaba que sobreviviéramos”.


La aniquilación se realiza en nombre de una pureza, una esencia, un orden, una norma. Sensibilidades que existen como residuo, desunidas y desorganizadas, aúllan demasías. El libro de Víctor Mora, ¿Quién teme a lo queer?,abraza a esos ímpetus vitales que saben que “habitar el residuo será violento, pero también, y al mismo tiempo, una liberación”i.


¿En qué consiste el “potencial revulsivo” de esos aullidos que a veces devienen relato, escritura, narración; de existencias “que pueden transformar su exilio en una historia biográfica colectiva”? Para Víctor Mora, esos relatos son capaces de “desestabilizar el régimen de verdad y poner de manifiesto sus estrategias históricas de borrado”ii. Vivan todos esos trazos que traen alivio en medio del naufragio, vivan les rares, sobrevivientes, agitadorx escurridizxs de la norma; vivan también lxs que no pueden, no quieren, o no saben cómo habitar de otra manera un mundo así de hostil:


“Vivan para siempre los cuerpos insumisos del relato, los que así lo quisieron y lo reivindicaron, los que no querían pero no tuvieron más opción, ni passing ni documentos, los que murieron en el intento y los que sobreviven. Vivan también los cuerpos que, con todo, han tratado de adecuarse a esa verdad que se les exige porque tenían miedo. Vivan los cuerpos que han sido acusados de ser un error, de ser mentira, de ser un fraude, todos los que antes o después se han enfrentado a esas tecnologías de la violencia que son (sí son) estrategias históricas de borrado”iii

Víctor Mora advierte que una de las críticas más frecuentes a lo queer es que “se coloca en el horizonte utópico que siempre puede autodeterminarse revolucionario y seducirnos de esta forma”iv. Pero lo queer [cuir] no interesa como punto de llegada sino, tal vez, como un modo de estar en la vida que se obstina en boicotear la norma, propiciar desvíos y abrazar la fuga. No (sólo) por capricho y por gusto, sino por sentir en la piel un rechazo radical a ficciones que embalsaman cuerpos vivos, que hacen daño, que mutilan afectos, que matan. Interesa lo queer [cuir] como asalto a la normalidad. Como insistencia de lo no narrado. Como advertencia de lo no visto. Como conjuro contra el automatismo de las certezas.


Lo queer [cuir] pone en cuestión la fuerza normativa de las clasificaciones. Interesa por su invitación a estar en la vida más allá de las taxonomías, como “tentación desorientadora de leernos, en última instancia, como cuerpos vivos”v.

Urge cuestionar las violencias atributivas que nos obligan a cargar con corsés que asfixian movimientos. Las estrecheces de las normalidades; también de aquellas que habitan los activismos de los que participamos, y las que nos habitan. Las morales que delimitan el lado de los buenos y el de los malos. Más aún: si hubiera que optar por alguno de los dos lados, tal vez nos declararíamos abiertamente del lado de los malos. El lado de los buenos habla la lengua de las normalidades. Quiere cárceles para encerrar a eso con lo que cree no tener nada que ver.


Leo este libro, levanto la cabeza, y anoto: una justicia que esté cerca de lo queer [cuir] no puede ser punitivista. Si se pone en cuestión la violencia atributiva, la fuerza normativa de las clasificaciones, ¿cómo vamos a defender a esas atribuciones sustancialistas que estigmatizan a una sensibilidad hablante de una vez y para siempre? ¿Cómo vamos a pensar que la mejor manera de lidiar con ese daño pueda ser el encierro, el estigma, la cancelación?


El amor a la fuga siempre espera que pueda pasar otra cosa; algo que deje a la lengua punitiva-atributiva despistada y boquiabierta.


Alguien podría preguntar qué tienen que ver la lengua punitiva, la violencia atributiva, las disidencias sexuales y los manicomios. Cárceles, manicomios, poder psiquiátrico, se piensan como máquinas de aniquilar posibilidades de vida que se sostienen con la complicidad de una gramática pegajosa, esencialista, segura de sí.


La violencia atributiva apela a una naturaleza. Lo que es así. Urge poner en cuestión esa lengua punitiva-atributiva que al pronunciarse castiga, estigmatiza y cancela. Entre nosotres, en los activismos de las disidencias sexuales, también insiste. Necesitamos sospechar de las sentencias totalitarias y narcisistas. ¿Qué alimenta esa atribución, esa sentencia? ¿Para quién trabaja esa política de la cancelación/segregación?


Víctor Mora hace referencia a la casa de la diferencia; una idea que puede rastrearse en el texto de Audre Lorde, “La hermana, la extranjera”. Escribe: “Lorde avanza la necesidad de imaginar un espacio donde podamos encontrarnos y poner en común experiencias de opresión, sin necesidad de definirnos de forma esencialista y excluyente con una sola categoría”vi Así, agrega, “No se trata de quién tiene una colección mayor de daños, se trata de comprender cómo interactúan esos ejes entre sí y para con otres, y qué hacemos respecto a esas relaciones. Se trata de imaginar nuevas formas de narrarnos, individualmente, en colectividad y en escena”vii


La lengua punitiva-atributiva se pronuncia desde el lugar de los buenos, y ese lugar está también encantado por la promesa de abrigo de lo normal que, como se lee, “es una forma socialmente reconocible que puede garantizar seguridad, pertenencia o protección”viii.


¿Qué alivio promete la certeza?


La lengua punitiva-atributiva, cree ya haber visto todo. O, más bien, ve todos; totalidades sin fisuras. Sin embargo, “lo queer, originalmente, emerge desde la fisura del punto ciego. Es la advertencia del margen no visto, no contemplado o tratado como conjunto abyecto que no debe distraernos del objetivo principal”ix. Interesa lo queer [cuir], como “asalto narrativo”x, como arrebato insolente, como práctica de desorientación.


Temer a lo queer, a lo cuir, a lo raro, tal vez también sea temer a las fugas y a lo fugaz. Temer a las demasías, a lo inasible e inclasificable. Temer al vértigo de existir sin garantías. A veces habitamos la vida, la lengua, atrincheradxs en certezas. Otras, nos abandonamos a lo imprevisto, fugacidades no medidas. A alguien le gusta decir que una conversación puede ser un viaje. Darse a un fuera de sí, pensar con otrxs, frotarse entre palabras. Hablar de lo que se quiere hablar, sin cálculos, puede devenir un éxtasis. Conversar, no demostrar saber. No medirse. Pensar en voz alta, narrar la vida, tal vez sea de las fugas más bellas y posibles. En diciembre de dos mil veinte, en medio de una entrevista, Lucrecia Martel dice algo que me sigue resonando: “una buena conversación supera cualquier droga”xi.


A veces cuesta salir del ensimismamiento; esa máquina que trabaja para el orden y la normalidad y que cultiva rigideces, certezas y sequedades. Escribe Víctor Mora: “(…) hay algo interesante en la tensión desorientadora e híbrida de lo queer y la tentación rígida de la pureza fascista. Algo que replantear, desde luego, para afrontar un monstruo que está creciendo en nuestro contexto y que (como ya ocurrió en el siglo xx) se erige en defensa del orden frente al caos y que no ha dudado en usurpar el lugar de la víctima para enunciar desde ahí. Un fascismo que, además, ha encontrado (no tan, quizá) sorprendentes alianzas entre los sectores más severos de la policía del sexo, aun cuando estos actúan en nombre de un movimiento emancipador”xii Un fascismo que enuncia “desde el lugar de la víctima rabiosa y reclama el orden como una especie de espacio arrebatado”xiii, que “emerge envalentonado, como adalid del orden frente al caos, como cruzada reguladora frente al desvarío de la libertad”xiv.


Interesa lo queer [cuir], “como elemento de fuga constante”xv, fuga también de/en el cuerpo en tanto “soporte que contiene contradicciones que ocurren al mismo tiempo, que se tensan y crepitan”xvi. Sabemos, sí, que “lo que sigue estando en juego es la creación de alianzas revolucionarias contra la verticalidad, el totalitarismo y el pensamiento homogeneizador”xvii.


Ojalá podamos otra cosa, ojalá podamos algo que no sea una danza de ecos tristes mirándose al espejo, abultando con la lengua punitiva-atributiva los grupos de whatsapp. No olvidemos nunca “que la batalla se libera en los cuerpos, y que hay cuerpos que no pueden esperar más”xviii.


i p. 122.

ii p. 124.

iii pp. 111, 112.

iv p. 118.

v p. 33.

vi p. 68.

vii p. 70.

viii p. 78.

ix p. 75.

x p. 81.

xi Dijo Lucrecia Martel: “Casi no tenemos tiempo en el día para lo mejor que podemos hacer. Para el mejor invento que tenemos, el más sofisticado, el más extraordinario (…) el lenguaje, no lo usamos para conversar con otro humano (…) No usamos el tiempo para lo más magnifico que tenemos, la invención más extraordinaria no la usamos, no la usamos para conversar con otrxs (…) Una buena conversación supera cualquier droga. Te lo digo honestamente.” Entrevista realizada por Germán Rua, profesor de filosofía (UBA) y músico. Presente Discontinuo #3, diciembre de 2020. Link: https://www.youtube.com/watch?v=1Pgz_98aoCE

xii p. 133.

xiii p. 140

xiv p. 143.

xv p. 141.

xvi p. 34.

xvii p. 38.

xviii p. 52.



Veky Power (2020) carta IX del tarot, "La ermitaña".

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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