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  • Foto del escritorRevista Adynata

Humanismo: un colonialismo / Gonzalo Sanguinetti

Actualizado: 13 ene

Texto presentado para el espacio de Hablas coloniales en las Jornada Grupos II 2019 “Hablas del Capital, hablas patriarcales, hablas emancipatorias, hablas coloniales.”



El vacío, antes que al hombre, acoge al pájaro

Edmond Jabés


El humanismo no ha dejado de ser un colonialismo.


Colonialismo: Operación de apropiación, dominación, jerarquización y explotación de formas de vida consideradas inferiores en manos de una existencia autoproclamada superior.


Humanismo: Ídem.


Humano/Inhumano: Brevísima disyunción en la que acaso quepa toda la historia de la crueldad. Apenas un tajo que inaugura la persistente fábula que desacopla lo humano de lo viviente. Sutileza de un trazo que define al mismo tiempo, una política de lo que debe vivir, del cómo se debe vivir, y una política de lo expuesto a morir.


Se ha dicho, se dice y se dirá (¿por cuánto más?) sobre algunas acciones, que se realizan "En nombre de la humanidad", de resguardar la humanidad en alguien, de restituir la humanidad en alguien. Esto quiere decir no sólo por ese nombre, por la historia de ese nombre, por la pervivencia de ese nombre, sino para: para imponer ese nombre, para definir el lugar de ese nombre, para establecer el valor de ese nombre entre todos los nombres, para organizar bajo ese nombre el territorio de un dominio, para exigir a lo infinito que responda a ese nombre.


Escribe Derrida: “Toda cultura se instituye por la imposición unilateral de alguna ‘política’ de la lengua”.[1] Antes Borges sugería que “Quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas; quizás la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas”[2].


Pensar al Humanismo como instalación de una metáfora que pretende organizar la infinita dispersión de lo viviente. Palabra colocada en el centro del mundo para organizar el mundo y los sentidos del mundo. Desde entonces sólo concebimos lo existente a partir de su incapacidad de alcanzar la forma humana o de su capacidad de ser útil para la forma humana. De la indoblegable intensidad de estar en el mundo, sólo percibimos aquello que acepta la domesticación de la forma humana. Todo remite a ella, todo debe rendir cuentas a ella, todo debe estar a disposición de ella. Esa metáfora pretende irradiar umbrales de afección específicos que inscriban en cada quién cómo sentir el acontecer del mundo.


La “humanidad” como valor existencial supremo da por ciertos demasiados supuestos para que una existencia sensible goce de los privilegios de lo humano. Hasta ahora “la humanidad” no ha sabido pensarse sin reconocerse en la razón, la identidad, la propiedad, la individualidad, la unidad, la pertenencia y la permanencia; no ha podido imaginarse sin colocar “Yo” antes de toda palabra. Entonces Humanidad se convierte en el nombre de un proyecto comunitario de la estrechez, un proyecto inmunitario contra las infinitas variaciones de los modos de estar en la vida. En el afuera producido por la definición de esa estrechez, campean legitimados distintos modos del dar-muerte por su incorrespondencia a lo supremo-humano. La historia de la crueldad es la historia de los rostros de lo inhumano, y esa es una historia irremediablemente humana.


La frontera humana es también una incisión sobre la materialidad sensible de los cuerpos. Cuando algo se anuncia inhumano ¿cuánto tranquiliza esa distancia? ¿cuánto insensibiliza esa distancia?

Operaciones de distanciamiento con la materialidad viviente se ejecutan como sutilezas del dar-muerte. La lejanía con las presencias inauditas de lo vivo habilitan violencias y crueldades silenciosas. No se dice humanidad sin trazar en los cuerpos territorios donde manda la insensibilidad.


Humanidades enuncian felices por el ahorro: “¡Maté dos pájaros de un tiro!”. Convencen sobre la conveniencia de poseer un pequeño cautiverio, antes que asistir al esplendor alado de lo inapropiable: “Más vale pájaro en mano que cien volando”.


Inhumanos océanos, inhumana tierra, inhumano aire, inhumanos bosques, inhumanos animales, inhumana locura, inhumanos erotismos, inhumanas pasiones, inhumanas intensidades, inhumanas sensibilidades, inhumanas demasías.


Llamaron uno a lo mucho. Colonialismo, Patriarcado, Humanismo, Capitalismo: variaciones históricas de reducir lo mucho a lo uno.


¿Cómo ejercer una palabra que diga pero no defina? ¿Cómo restituir la fuerza de encantamiento a las palabras para disputar la hegemonía de esas metáforas otricidas, en procura de lenguajes que abran la vida a porvenires hospitalarios con lo silenciado y lo indecible?



Hay palabras que son como una fiesta

caída del asombro de los pájaros

Roberto Juarroz


Juan L. Ortiz se pregunta:

“No es acaso la poesía visión en que esta fiebre de formas que es la vida

ilumina de pronto las todavía trémulas y tiernas figuras por nacer?”[3]


La poesía ha sido perseguida por los ejercicios de crueldad de cada tiempo histórico. Los ejercicios de crueldad pueden pensarse como las formas históricas que han adoptado los intentos de definir qué vidas son las que importan, qué vidas no, y qué muertes deben doler, qué muertes no.


La potencia poética del lenguaje, ese resplandor inminente en cada palabra, compone la amenaza permanente de un temblor para el imperio de aquellas metáforas sobre las que se funda la gramática con que la cultura de occidente piensa y organiza los modos de existir en el mundo. Lo peligroso de la poesía podría ser su fuerza de des-nombramiento.


Hugo Mujica escribe que en la poesía “la vida está grávida de su aún-no. Todo late en vilo”


En el ejercicio poético palpita una certidumbre de que el mundo promulgado por “la-humanidad” es tan sólo uno entre tantos posibles. Pero no sólo eso, sino que esos posibles como lo otro de este mundo están sometidos en forma permanente al sacrificio, el asesinato, el exilio, la expulsión. La poesía sospecha que esos otros posibles están colmados del misterio de lo viviente, por eso se da como don para lo que no se sabe que vendrá.


Descentrando la metáfora del humanismo, la poesía sostiene que todo es susceptible de vida, todo está envuelto por una cualidad sensible, el mundo está encantado de vida. Al monoteísmo metafísico de la razón humana responde desde un panteísmo sensible de lo múltiple indeterminado.


Así relata Juanele un encuentro con lo inclasificable:


He mirado un pequeño animal un poco grotesco.

(…) No parecía un gatito, no, no parecía.

Y he sentido de pronto que en ese momento era mi vínculo

con un mundo vasto, vasto, de vidas secretas y sutiles,

de vidas calladísimas, a veces duramente cubiertas, pétreamente cubiertas,

y también de las otras cercanas de la suya

manando –sin memoria, dicen- entre las sombras indiferentes y hostiles

-ay, las sombras hostiles y opresoras y sangrientas somos siempre nosotros-

hacia el sueño final ardiente todavía de otras vidas…[4]


En Juanele la poesía se escribe como una política de la hospitalidad, una ética sensible por la más mínima irradiación de lo viviente, celebración de la exuberancia de lo múltiple, y también infinita responsabilidad por la intuición de que hay incluso vidas ínfimas, sutiles, inaudibles, tan delicadamente imperceptibles que podrían estar arrojadas al dolor por la indolencia de la forma humana.


Por esto mismo la experiencia poética que escribe Juanele no se da sino a fuerza de un despojamiento, no es legible desde “la-humanidad”, porque lo que hay en el centro no es el ser humano, sino la intemperie sin fin. Y Juanele practica la amabilidad de escribirlo como advertencia a las amistades que lo rodean: (Ah, amigos)


“No olvidéis que la poesía,

si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva,

es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin,

cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin

y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor…”[5]


La poesía, y cuando se dice poesía en Juanele también habría que leer lo viviente y lo viviente porvenir, es la intemperie cruzada por “llamados sin fin”, una solicitación infinita para la que hay que inventar escuchas cada vez. Un desconcertante estar a disposición de lo que está-no-estando y de lo que aún no está pero se anuncia en el silencio de una inminencia insabida.


“Es el silencio del canto

un silencio que casi nos angustia de tan puro

y nos hunde

en vértigos delicados

hasta las presencias secretas

o las fisonomías adorables e indecisas

de una dicha que sube y las excede.”[6]


Poemar como gesto anti-capitalista, anti-patriarcal, anti-colonial, que restituye a esa proliferación enigmática de la materia que llamamos mundo, su estatuto de viviente.


Acaso la poesía haga hablar emancipaciones al reponer en la palabra estados de temblor de lo vivo.


[1] Derrida, J. (1997) El monolingüismo del otro o la prótesis de origen. Ed. Manantial. Bs As. p.57 [2] Borges, J.L. (1952) La esfera de Pascal en Otras Inquisiciones. [3] Ortiz, J.L. (1947). “22 de Junio” en El álamo y el viento. Ed. Losada. 2012. Mantenemos el empequeñecimiento de la letra que Juanele exigía a sus editores. La sensibilidad por el tamaño de la letra acerca su escritura a la forma trémula y delicada de un susurro preocupado por no incurrir en la violencia de la imposición, la estridencia de la constatación, la contundencia de la definición. [4] Ortiz, J.L. (1949). “He mirado…” en El aire conmovido. Ed. Losada. Buenos. Aires. 2012 [5] Ortiz, J.L. (1958). “Ah, mis amigos, habláis de rimas…” en De las raíces y del cielo. Ed. Losada. 2012 [6] Ortiz, J.L. (1940). “No es tu luz, Octubre…” en La rama hacia el este. Ed. Universidad Nacional del Litoral. 2005.



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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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