Un movimiento radical, una peligrosa posibilidad, un riesgo que a veces tenemos que tomar.
Lacerar, como una manera de cultivar el arte del desgarro y de practicar la virtud de la mutilación. Lacerar como el animal que ejecuta el corte que le dará de comer y provoca así la herida que lo mantiene atado a la vida. Lacerar con los dientes ensangrentados, con las manos entumecidas de tanto apretar, con las puntas filosas de nuestros pensamientos, o con los bordes rasposos de nuestras lenguas malditas. Lacerar, para hacer del tajo una potencia nutricia y de la pérdida un movimiento vital. Lacerar lo que sea necesario; porque, por mucho que nos engañemos, no es posible separar la vida de la muerte, ni del dolor, ni de la crueldad que se infringe en el cuerpo propio y en el ajeno. Lacerar los tejidos del mundo para rasgar los límites de lo que somos y hundir, con belleza depredadora, nuestras garras en la carne de lo im-posible.
Fuente: Borrador para un abecedario del desacato, Editorial Madreselva, 2021.

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