Cada vez estoy más convencida de que es necesario expresar aquello que para mí es más importante, es necesario verbalizarlo y compartirlo, aun a riesgo de que se interprete mal o se tergiverse. Creo que, por encima de todo, hablar me beneficia. Estoy aquí en calidad de poeta Negra y lesbiana, y la importancia de mi presencia radica en el hecho de que aún estoy viva y podría no estarlo. Hace menos de dos meses un par de médicos, una mujer y un hombre, me dijeron que debía extirparme un tumor del pecho y que había entre un 60 y 80% de posibilidades de que fuera maligno. Entre el momento en que me enteré y la operación pasé tres semanas sumida en la agonía de una involuntaria reorganización de mi vida. Concluida con éxito la operación, el tumor resultó ser benigno.
Pero durante esas tres semanas me vi obligada a examinarme a mí misma y a examinar mi vida con una claridad dura y acuciante que me ha dejado muy afectada y, a la vez, muy fortalecida. Es una situación a la que se enfrentan muchas mujeres, incluidas algunas de las que hoy estan aquí. Parte de las experiencias vividas durante ese período me han ayudado a poner en claro mi perspectiva sobre la transformación del silencio en lenguaje y acción.
Al tomar una conciencia obligada y esencial de mi mortalidad, de lo que deseaba y le pedía a la vida, por breve que fuera, mis prioridades y omisiones se perfilaron con cruel precisión, y fue de mis silencios de lo que más me arrepentí. ¿De qué he sentido miedo alguna vez? De preguntar o de hablar por creer que iba a hacer daño, o a provocar una muerte. Pero siempre nos estamos haciendo daño de una manera u otra, y el dolor termina por transformarse o por cesar. La muerte es, por otra parte, el silencio definitivo. Y puede presentarse en cualquier momento, ahora mismo, tanto si he dicho lo que era necesario decir como si me he traicionado incurriendo en pequeños silencios a la vez que planeaba llegar a hablar algún día, o esperaba a que me llegaran palabras prestadas. Con todo esto, empecé a vislumbrar una fuente interna de poder que deriva de saber que, si bien lo más deseable es no sentir miedo, también se puede obtener una gran fortaleza aprendiendo a analizar el miedo.
Yo iba a morir, más tarde o más temprano, tanto si había dicho lo que quería decir como si me había callado. Mis silencios no me habían protegido. Vuestros silencios no os protegerán. Pero con cada palabra real que he pronunciado, con cada intento realizado de decir las verdades que aún ando buscando, he entablado contactó con otras mujeres buscan conmigo esas palabras que puedan encajar en el mundo en el que todas creemos, y gracias a ello hemos reducido nuestras diferencias. Gracias al interés y al cariño que me demostraron esas mujeres conseguí la fortaleza necesaria para profundizar los aspectos básicos de mi vida.
Las mujeres que me apoyaron durante esta etapa eran Negras y blancas, mayores y jóvenes, lesbianas, bisexuales y heterosexuales, y todas estábamos unidas en la guerra contra la tiranía del silencio. Ellas me proporcionaron una atención y una fortaleza sin las que no habría logrado sobrevivir indemne. En el transcurso de aquellas semanas de intenso miedo fue emergiendo la conciencia de que, en la guerra que todas libramos contra las fuerzas de la muerte, a veces conscientemente y otras no, a veces sutilmente y otras no, no sólo soy una víctima, sino también una guerrera.
¿Qué palabras son ésas que todavía no pronunciamos? ¿Qué necesitas decir? ¿A qué tiranías te sometes día tras día, tratando de hacerlas tuyas, hasta que por su culpa enfermas y morís, todavía en silencio? Puede que para algunas de las aquí presentes, yo sea el rostro de uno de vuestros miedos. Porque soy mujer, porque soy Negra, porque soy lesbiana, porque soy yo misma... una mujer Negra, poeta y guerrera dedicada a su trabajo, que ha venido a preguntaros, ¿Se dedican ustedes a su trabajo?
Ni qué decir tiene que tengo miedo, porque la transformación del silencio en palabras y obras es un proceso de autorrevelación y, como tal, siempre parece plagado de peligros. Cuando le expliqué el tema que íbamos a tratar en este encuentro, mi hija me dijo: "Háblales de por qué nunca se llega a ser por completo una persona cuando se guarda silencio, porque en tu fuero interno siempre hay una parte de ti que quiere hacerse oír y, cuando te empeñas en no prestarle atención, se va acalorando más y más, se va enfureciendo, y si no le das salida, llegará un momento en que se rebelará y te pegará un puñetazo en la boca desde dentro".
Los motivos del silencio están teñidos con los miedos de cada cual; miedo al desprecio, a la censura, a la crítica, o al reconocimiento, al reto, a la aniquilación. Mas, por encima de todo, creo que tememos esa visibilidad sin la cual no es posible vivir de veras. En este país, donde las diferencias raciales crean una distorsión permanente, aunque no reconocida, de la visión, las mujeres Negras siempre han sido muy visibles pero, a la vez, se las volvía invisibles mediante la despersonalización del racismo. Hemos tenido que luchar, y seguimos luchando, incluso dentro del movimiento de mujeres, para alcanzar esa visibilidad que, por otro lado, es nuestra mayor vulnerabilidad: nuestra Negritud. Para sobrevivir en las fauces de este dragón al que llamamos EE.UU., la lección primera y primordial que hemos debido aprender es que nunca se ha pretendido quesobreviviéramos. Que sobreviviéramos como seres humanos. Tampoco se ha pretendido que sobrevivierais la mayoría de las que hoy estan aquí, Negras o no. Y que la visibilidad que nos hace vulnerables es también nuestra principal fuente de poder. Porque la maquinaria tratará de trituraros en cualquier caso, tanto si hablas como si callas. Podemos permanecer eternamente mudas en un rincón mientras nuestras hermanas y nosotras mismas nos consumimos, mientras se deforma y destruye a nuestros hijos, mientras se envenena nuestra tierra; podemos quedarnos en nuestro protegido rincón, mudas como muebles, y no por ello sentiremos menos miedo.
Este año, en mi casa, hemos celebrado Kwanza, la festividad afroamericana de la cosecha, que comienza el día siguiente a Navidad y dura una semana. En Kwanza se conmemoran siete principios, uno cada día. El primero es Umoja, que significa unidad, la decisión de luchar por la unidad del ser y de la comunidad y mantenerla. El principio que correspondía al día de ayer, el segundo, era Kujichagulia, la autodeterminación, la decisión de definirnos, de nombrarnos y de hablar en nombre propio en lugar de permitir que otros nos definan y hablen en nuestro nombre. Hoy es el tercer día de Kwanza y el principio correspondiente es Ujima, trabajo y responsabilidad colectivos, la decisión de cooperar en la construcción de nuestro ser y de nuestra comunidad, y de identificar y resolver los problemas entre todas.
Quienes nos encontramos aquí reunidas compartimos en alguna medida el compromiso con la palabra y con el poder de la palabra, y pretendemos recuperar un lenguaje que se ha vuelto contra nosotras. Para transformar el silencio en palabras y obras es imprescindible que todas las aquí presentes definamos y analicemos qué función nos toca desempeñar en esa transformación, y que comprendamos que nuestro papel es de vital importancia.
Quienes escribimos debemos analizar la verdad de lo que decimos, pero también la verdad del lenguaje con el que hablamos. A quienes no escriben les corresponde compartir y difundir las palabras que consideramos importantes. Pero lo esencial es que todas enseñemos, mediante la vida y la palabra, las verdades en las que creemos y que conocemos más allá de la razón. Pues sólo así, participando en un permanente proceso vital de creación, en un proceso de crecimiento, nos será posible sobrevivir.
Y es algo que no se hace sin miedo... miedo a la visibilidad, a la cruel luz del escrutinio y tal vez a la crítica, al dolor, a la muerte. Mas por todo eso ya hemos pasado, en silencio, por todo salvo por la muerte. Yo no ceso de recordarme que si hubiese sido muda de nacimiento, o si, para protegerme, hubiera mantenido un voto de silencio a lo largo de toda mi vida, aun así habría sufrido, aun así me llegaría el momento de morir. Este recordatorio es excelente para poner las cosas en su sitio.
Y cuando las palabras de las mujeres se dicen a voces para que sean escuchadas, es responsabilidad de cada una de nosotras hacer lo posible por escucharlas, por leerlas y compartirlas y analizarlas para ver cómo atañen a nuestras vidas. Es nuestra responsabilidad no refugiarnos tras las parodias de la segregación que nos han impuesto y que a menudo hemos aceptado como propias. Por ejemplo: “¿Cómo voy a enseñar a escribir a mujeres Negras ... si su experiencia es totalmente distinta de la mía?" Y, sin embargo,¿cuántos años lleváis enseñando las obras de Platón, Shakespeare o Proust? O, por ejemplo, "Pero si es una mujer blanca, ¿qué me va a decir?” O “Es lesbiana, ¿qué diría mi marido, o mi jefe?" O "Esta mujer escribe sobre sus hijos y yo no tengo hijos". Y así interminablemente, son tantas y tantas las maneras en que nos separan de nosotras mismas y de las demás.
Podemos aprender a trabajar y a hablar aun teniendo miedo tal como hemos aprendido a trabajar y a hablar cuando estamos cansadas. Nuestra educación nos ha enseriado a tener mayor respeto al miedo que a nuestra propia necesidad de hablar y definirnos, y mientras aguardamos en silencio a que al fin se nos conceda el lujo de perder el miedo, el peso del silencio va ahogando.
El hecho es que estamos aquí y que pronunciamos estas palabras en un intento de romper el silencio y de reducir nuestras diferencias, pues no son las diferencias las que nos inmovilizan sino el silencio. Y hay multitud de silencios que necesitamos romper.
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