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Los detritos y la potencia del desecho / Lila María Feldman

Foto del escritor: Revista AdynataRevista Adynata


Unos pocos días atrás cuando una escritora a la que admiro hablaba de la crueldad y hacía referencia a la naturaleza humana, me quedé pensando en la importancia de liberar a la crueldad de la idea de naturaleza, y ubicarla como condición, una común y llana condición. Condición humana prefiero decir, porque nada es del orden de la naturaleza en cuanto a lo humano, o muy pocas, poquísimas cosas lo son. Hayas nacido hace siglos u hoy o dentro de diez años, en China, Australia o Argentina, en cualquier parte de este globo de tierra que a veces parece camino al exterminio y la desintegración, hay algunas marcas de nacimiento, universales, que definen nuestra condición de humanos. Humanos: seres cuyas existencias tendrán que ser un forzoso e interminable trabajo de lectura a destiempo. Estamos en condiciones de pensarnos, de pensar nuestras múltiples afectaciones y determinaciones, mucho después de nacer, y siempre mientras vivimos o recién después, y nunca podremos hacerlo solos. Uno de los ejes de nuestra condición humana es que nadie se humaniza solo, sino que la única manera de hacerlo es en ese territorio o espacio de localización imprecisa que llamamos “lo común”. Sobre ese fondo de condición humana instalado en el destiempo y la dependencia, lo común es el tejido y la materia que nos recibe y nos implanta en la tierra. Nuestra condición, nuestro punto de partida como cachorros humanos, nos asemeja e iguala. Nuestras decisiones y nuestras coyunturas o circunstancias desigualadas nos diferencian. Entonces, lo común es decisivo no solo para poder convivir con otros, sino que es decisivo también para llegar a ser algo así como eso que nombramos “uno mismo”. En síntesis, no es la crueldad lo propio de nuestra supuesta naturaleza, ni es una esencia, tampoco es una excepción ni una locura. No es inmutable y no es un destino.


Vengo hace un tiempo escribiendo (en algunas notas junto a Ana Berezin, precursora y maestra en cuanto a pensar la crueldad y trabajar para combatirla), que no es la crueldad una esencia ni propiedad de locos o monstruos, los feminismos han sintetizado esta idea con una claridad absoluta cuando situaron que se trata no de enfermos sino de hijos sanos. La crueldad, entonces, es una potencia singular propia de la condición y del género humano, de las mujeres y los hombres comunes, y uno de los modos de conformar el espacio de lo común. Ahora bien, hay tiempos históricos donde eso se exacerba. Hoy estamos en este país viviendo tiempos de crueldad expandida y devenida en modo de organización de los lazos, hoy la crueldad es una forma predominante de lazo social. Digo que es una forma de enlazarnos porque la crueldad no es únicamente la violencia organizada para hacer padecer o para exterminar a otros con complacencia e indolencia, sino porque es también un modo de erigir valores e ideales que regulan nuestros lazos: la insensibilidad, la indolencia, el humor particular que hace uso de lo cruel y lo expande. La anestesia y naturalización con la que podemos convivir diariamente con hechos e injusticias absolutamente insoportables. El negacionismo. Urge pensar lo común porque urge recomponerlo, rearmarlo, revisarlo. Porque es parte de cualquier tarea política que nos propongamos, es parte de cualquier batalla que damos y que podremos dar para combatir al fascismo, que posee dos fuertes brazos: el terror y la crueldad. La crueldad como elemento subjetivo es parte de la condición humana y su resolución tomará un modo singular en cada vida. Ahora bien, la crueldad como forma de organización social o como funcionamiento social propio de un determinado sistema es una “racionalidad”, que durante el siglo XX se consolidó gracias al progreso técnico-científico. No es locura, no es excepción ni es coyuntural, es eje programado y diseñado para llevar adelante un determinado plan.


En este país y en este mundo que vienen siendo territorio de crecientes propuestas y políticas deshumanizantes, la crueldad es en sí misma un modo de subjetivación des subjetivante. ¿Qué quiere decir eso? ¿Cómo es posible que lo deshumanizante sea un modo de existencia, que tenga una potencia afirmativa y no sea apenas un ejercicio y un ejército de desmantelamientos? No está en juego solamente una política económica sino una forma de gobierno y de constitución de subjetividades. En palabras llanas, el problema no es Milei únicamente, sino la subjetividad (la subjetividad en su dimensión tanto singular como colectiva) que lo ha entronado. Hemos tenido en este amado país hitos y puntos que han sido piedras fundacionales: el nunca más, las políticas de memoria y de restitución de verdades, la inclusión como horizonte y como motor cotidiano. Conquistas de derechos, la multitud feminista vuelta marea verde, en un país que desde su mismo origen sabe que lo común es un horizonte precario y a definir y redefinir, en cada tiempo y en sus peculiares conflictos y batallas. Quiero decir que lo común ha sido y sigue siendo cosas bien distintas para cada quién, de acuerdo a la orilla en la que se ubique. Este país nació en una grieta, muchas veces tuvo que definir y situar qué entiende por soberanía y qué considera propio y común de su identidad, en qué sostiene un cierto proyecto. Esa grieta muta y se redefine, existe. Sobre esa grieta lo común se plantea de diversas maneras. No es una grieta partidaria. Es una grieta de otro tipo. La pandemia fue un tiempo de redefinición de ella, en la que palabras como libertad y negacionismo se revelaron con una potencia inédita. La pandemia fue un cataclismo de lo común, y no es sin esa marca que hoy estamos aquí, en este escenario y de esta manera.


Lo común precisamente no es lo que tenemos “en común”. Lo común en su potencia igualitaria es lo que horroriza a los amantes de la superioridad y supremacía en cualquiera de sus versiones. Lo común es el trabajo de abordar la alteridad, incluso la alteridad que desde adentro nos constituye.


Quisiera también señalar algunos de los riesgos de las jerarquizaciones. Por ejemplo, la creencia en que somos “mejores”, o la idea que traza un campo divisorio entre buenos y malos. La ética no es un don ni un valor innato, tampoco se trata de una naturaleza, y diría que tampoco es una condición, no es un punto de partida. La ética es un trabajo.


El semejante no es el “parecido a uno” ni el que tiene cosas en común con uno. La condición humana es la que nos asemeja, la condición que nos pone en igualdad respecto del trabajo de resolver las batallas afectivas que nos habitan, entre ellas, la batalla contra las crueldades nuestras, nuestras potenciales crueldades, bien humanas. Nos asemeja también el hecho de que vivir, existir, es hacerlo con otros, dependiendo de otros, y con otros que a su vez dependen de uno. La mutua dependencia nos asemeja. Lo que nos asemeja es lo no comparable, lo no unificable, las enormísimas e interminables diferencias que nos constituyen.


Frente al semejante, cada día de nuestras vidas, tomamos decisiones. Cada día de nuestras vidas nos toca preguntarnos también qué consideramos que es un semejante. Empecemos por decir que definir al semejante y definir “lo común” también es un trabajo que nadie puede hacer por uno.


Creo importante combatir la idea de que hay gente de bien, y que hay batallas en nombre del bien. No vamos a hablar aquí del mal ni de la locura, vamos a hablar de las propuestas y políticas deshumanizantes. La esencialización también es deshumanizante. Nos exime y expulsa del trabajo de ligar afectos, ideas y cuerpos. Nos vacía de la responsabilidad de indagar en las formas en que hacemos de nuestros afectos y pensamientos una experiencia encarnada. La indolencia es otra variante de la deshumanización cruel. Estamos acostumbrados a pensar lo deshumanizante en términos de violencia ejercida. No es solamente eso. Toda lectura capaz de volvernos pasivos y espectadores de la crueldad también es deshumanizante. Lo común no es un paraíso perdido ni una tierra prometida, su realidad no es genética o biológica, tampoco está dada por privilegios ni ofrendas, lo común se trabaja y se conquista, no es un punto de partida.


Tanto el progreso como el derrumbe y la desgracia se reparten desigualadamente. No hay justicia humana ni divina. Sí, lo que hay, son políticas: modos de construir una vida en común.


La crueldad es una forma específica de construir un cierto lazo social y una particular educación sentimental, la que nos propone sentir menos, y sentir poco, y gestionarlo, lo más individualizadamente posible. Fingir demencia y amnesia son enunciados que lo expresan, se trata de educarnos afectivamente para la indolencia y la anestesia. La crueldad es la organización deshistorizante de la violencia frente a lo que puede perturbar un orden dado, y es la organización que la auto-legitima y naturaliza.


Ana Laura García, Doctora en educación, menciona que Fernand Deligny supo trabajar con aquellos que la sociedad descarta: delincuentes, pibes inadaptados, problemáticos, alumnos con discapacidad, personas autistas. En su libro Cartas a un Trabajador Social Deligny dice que el que trabaja en lo social trabaja en el detrimento, palabra que según el diccionario fue reemplazada por “detritus”.


Los detritos me vienen llamando la atención desde hace algún tiempo, cuando encontré esa palabra en un libro de Elena Ferrante, y aluden al sedimento de descomposiciones que pueden referir a cuerpos humanos o territorios, a fuentes orgánicas. Participan de la descomposición y recomposición o formación de nuevos relieves, o de la piel nueva, cuando una herida o trauma, cicatriza.


Hacen referencia a un modo de recomposición de las células que son desechos, pero también es propio de lo mineral. Yo lo "leo" como un lugar donde interior y exterior rearman sus intercambios. Me interesa mucho subrayar la potencia del desecho. Tengo eso en la cabeza para seguir pensando lo común, hoy. Deligny, cuando habla de lo que es en "detrimento" para mí retoma eso. Una pregunta que podemos hacernos es ¿Cómo lo "minoritario" será capaz de volverse otra cosa?


Entonces, detritos es un modo de anudarse de lo nuevo y de lo viejo. Los detritos son elementos heterogéneos, residuos desgastados y al mismo tiempo fundamentales para una recomposición de la materia orgánica. Los detritos son un modo en que la materia cuenta su propia historia. Elena Ferrante, lo toma para pensar lo que ocurre con la escritura, y con esa materia viva con la que creamos palabras. En suma, a ella y a nosotros nos interesa la potencia del desecho como fuente y fábrica de material inédito. Del mismo modo ocurre con los sueños, esos elementos que les psicoanalistas escuchamos y que forman parte de la vida humana singular y colectiva, los sueños son precisamente lo más común y humanizante que tenemos, ya sea que hablemos de personas o de pueblos y comunidades. Los sueños no existirían sin desechos, restos, y son un enormísimo modo de convertirlos en presente y futuro. Vaya paradoja, soñar es también un modo de contar con un pasado, un modo de escribir la memoria del pasado. Lo que podemos decir es que así como nadie se salva solo, nadie sueña solo.


Visibilizar y desnaturalizar la crueldad es por estos días en la Argentina una preocupación y una urgencia común. También es un horizonte y un compromiso, nos enlaza y nos relanza a componer formas novedosas de lo común, que no es otra cosa que el lugar en el que nos encontramos para discutir las injusticias e indignidades, el reparto hegemónico y desigualante, de poder.


Si lo común es también una forma de amparo que nos reúne, es en esa misma medida reunión de desamparos, no es desmintiéndolos ni ignorándolos ni insensibilizándonos. El amparo, si desarticula las lógicas desamparantes, logra ser eso que no participa de los intercambios que funda el mercado. El amparo se conquista y se construye, se disputa cuando se combate al que nos lo quita. Lo común no admite supremacías.


La crueldad es la transformación de lo humano en cosa, en objeto, y hacer de esa objetalización no solamente un acontecimiento sino también un mensaje dirigido a otros. Rita Segato nos permitió pensar en la crueldad como espectáculo de disciplinamiento y pasivización. Nos toca, cada día, pelear para reponernos al rol de espectadores aturdidos.


En estos días en los que el Estado está dedicado a componer leyes criminales, también estamos quienes nos reunimos para enfrentarlo. Lo emancipatorio y la dueñidad son gramáticas antagónicas que hoy incluso pugnan por la palabra libertad.


La libertad, más que nunca hoy lo sabemos, se conquista. Como cualquier ideal, si no se encarna en vidas humanas comunes y corrientes, si no enlaza palabras, afectos y cuerpos, nada significa.


Los detritos son desgastados desechos


pero también tienen potencia de resistencia y de futuro, son minoritarios pero pueden llegar a ser núcleo de insolentes reagrupamientos, capaces de metamorfosis radicales. Capaces de sobreponer frente al exterminio, la vida.


Fernand Deligny Seis dibujos (retratos de sus compañeros en los primeros tiempos de la red de Cévennes) (1968) Lapicera sobre papel

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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