La alteración de los mundos. Versiones de Philip K. Dick
Tomemos los delirios de Don Quijote. Foucault describió cómo sus delirios “transforman la realidad en signo”, cómo los seres visibles que pueblan el mundo real son metamorfoseados por los signos legibles de la novela de caballería y sometidos a un orden imaginario1. Cuando la transformación fracasa, Don Quijote siempre puede acusar a los encantadores, denunciar la astucia de sus sortilegios con el fin de proteger la veracidad de su delirio y justificarla ante Sancho. Según este principio, si los grandes ejércitos que avanzan en la llanura son para Sancho simples rebaños de ovejas, es porque los encantadores lo han embaucado. Cuando las apariencias están en su contra, el delirio colma las brechas para preservar la cohesión de su mundo. Se comprende entonces el rol de Sancho. Es él quien, secundado por el narrador, garantiza el orden y la coherencia del mundo visible. Es el hombre del sentido común sólidamente anclado en el mundo real. Solo pierde el sentido de las realidades cuando Don Quijote le dirige sus discursos delirantes. Entonces, está listo para creer todo –y, en primer lugar, que se convertirá en rico gobernante de una isla–. La repartición es tajante: Don Quijote es el hombre las palabras, Sancho el hombre de las cosas.
En la segunda parte de la novela, la situación se complica ya que los personajes que encuentran han leído el relato de sus primeras aventuras. Pueden entonces manipular la realidad consecuente, reafirmar los de- lirios del caballero y satisfacer las ambiciones del escudero. La realidad ya no está dada, sino que es puesta en escena. El mundo deviene una escena donde tienen lugar representaciones. Poco a poco, invaden todo el espacio de la novela; los subterfugios de puestas en escena, las falsas apariencias, los espejismos de la manipulación despliegan la nueva teatralidad del mundo de la Representación, theatrum mundi. Novela en la novela, teatro en el teatro, juegos de espejos entre lo verdadero y lo falso, las potencias del artificio sustituyen definitivamente las de lo maravilloso de la leyenda, cuando los dioses y los seres sobrenaturales todavía intervenían en el curso del mundo. Si Sancho podía luchar contra los delirios de su amo, ya nada puede contra los engaños de ese nuevo mundo. Solamente el narrador asegura de ahora en más la distinción entre realidad e ilusión y tiene su pleno dominio (como el lector tiene su pleno disfrute). Puede jugar al engaño, manejar la comicidad y la ironía, burlarse de las vanidades y las pasiones humanas, extraviar a sus personajes en el laberinto de las apariencias y engaños. El narrador ya no es el iniciado que comunica con las potencias naturales y sobrenaturales, sino que se ha convertido en el amo de la Representación y sus teatros.
En todos los casos, la potencia del delirio queda contenida en los límites del mundo de la representación y se distribuye a través de sus juegos de espejos y escenas ensambladas. ¿En qué momento el mundo de la representación se desploma a su vez? Cuando el narrador redescubre fenómenos que ni las leyes de este mundo ni el juego de los engaños pueden justificar, fenómenos “objetivamente” inexplicables. Son mundos donde los muertos regresan a la vida, donde rondan espectros, se animan autómatas, donde lo extraño, lo monstruoso, lo anormal, son legalmente admitidos como en la novela gótica o los relatos fantásticos. No son solamente los personajes los que están locos, sino el mundo mismo el que delira, el que se ve “objetivamente” alterado por fenómenos inexplicables, como si en los confines de ese mundo reinara un orden donde las leyes de la naturaleza ya no corren.
¿Cómo el narrador no sería también arrastrado en ese colapso? No es solo el mundo el que se ve “objetivamente” alterado, sino que el narrador también es afectado por la confusión mental y se pone él también a delirar, como en El Horla o en Otra vuelta de tuerca. Se vuelve imposible saber “objetivamente” si el narrador delira o no en cuanto que las fronteras entre los mundos se han vuelto inciertas. ¿Hay realmente fantasmas en este mundo o bien el narrador es víctima de alucinaciones?
¿Cómo saber si alguien puede garantizar ya la “objetividad” del relato? El narrador abandona la escena de la representación para descender en las profundidades de la naturaleza donde se ve enfrentado a nuevas leyes físicas y psíquicas. De un lado como del otro, sobre la vertiente subjetiva como sobre la vertiente objetiva, ya no hay ninguna certeza.
Es lo que volvemos a encontrar en Dick, sobre cada una de las dos vertientes. De un lado, hay mundos “objetivamente” delirantes, habida cuenta de las posibilidades que ofrece la CF de crear mundos insólitos, mundos donde descubrimos, una mañana, larvas extraterrestres sus- pendidas de los árboles, donde nos enteramos que el viejo amigo de siempre es en realidad el jefe militar de un planeta lejano, donde nos despertamos en un mundo paralelo en el cual no existimos, etc. Pero, del otro lado, como muchos relatos son conducidos bajo el punto de vista de paranoicos, psicóticos, androides, toxicómanos, extraterrestres, la distinción entre mundo “objetivo” y mundo “subjetivo” ya no puede ser mantenida2. Hay siempre un momento en que ya no se sabe si los acontecimientos sobrenaturales dependen de las leyes de un nuevo mundo o de la locura de los personajes.
Con frecuencia se efectúa un pasaje al límite tal que una visión subjetiva se transforma en una realidad “objetiva”, como en Simulacra, donde un pianista esquizofrénico, espantado por la idea de absorber todas las cosas con las cuales entra en contacto, hace desaparecer efectivamente un florero en el interior de su pecho. “Miró fijamente el escritorio con una atención sostenida, con la boca crispada. Un florero de rosas pálidas posado sobre el mueble comenzó a flotar en el aire en dirección al pianista, para penetrar bajo su mirada en el interior de su pecho y desaparecer” (R3, 399). Inversamente, sucede a veces que el mundo “objetivo” solo sea finalmente la proyección de uno o varios psiquismos, como en Laberinto de muerte donde nos enteramos que el extraño planeta que explora un grupo de colonos es en realidad una “proyección poliencefálica” del conjunto de la tripulación que jamás abandonó la nave. Dicho de otro modo, la distinción subjetivo/objetivo pierde toda razón de ser.
Esto se atiene al hecho de que sus novelas adoptan una sucesión de distancias focales definidas por el hecho de meterse “en la cabeza de los personajes”. El relato sigue un primer personaje, luego un segundo, un tercero, vuelve al primero, etc. Como dice Norman Spinrad, sus relatos son mosaicos de “realidades que son las de personajes-puntos de vista”; no hay realidad preexistente, “solamente la puesta en interfaz de una multiplicidad de realidades subjetivas”3. Multiplicar las distancias focales no consiste en hacer variar las perspectivas sobre un mismo mundo, sino más bien en multiplicar los mundos relativos a cada perspectiva. El uni- verso ficcional de Dick es un “pluriverso” según el término de William James, un universo compuesto de una pluralidad de mundos4. Incluso existen, llegado el caso, drogas destinadas a “pluralizar” los mundos5.
Esto no quiere decir que el método narrativo de Dick tenga por fin mostrar que cada personaje tiene una visión singular del mundo o que posee un mundo propio. No hay ningún relativismo en Dick. En realidad, su método solo tiene un único fin: poner en escena una guerra de los mundos concebida como guerra de los psiquismos. Los psiquismos luchan unos contra otros para intentar imponer –o preservar– la “rea- lidad” de su mundo. Como lo dice también Spinrad, ya no estamos siquiera seguros de que haya un mundo común donde interactuar, sino solamente intermundos, en el sentido de que cada mundo es una superposición de mundos –de allí el carácter necesariamente multifocal de los relatos–. Cuando un personaje se da cuenta de que ya no está en “su” mundo porque allí sucede algo anormal, esa es la señal de que otro psiquismo hizo irrupción en su mundo y altera su organización. En estas condiciones, ¿cómo un mundo podría mantenerse de manera durable? La pregunta que Dick hace leitmotiv de su obra –“¿qué es la realidad?”– queda como fondo de un campo de batalla donde los psiquismos se enfrentan con armas sobre todo “mentales”: telepatía, droga, manipulación cerebral, poderes paranormales, implantación de falsos recuerdos, manipulaciones políticas, mediáticas, teológicas, psiquiátricas, etc. En Dick, todos los combates son mentales. Se intercambian algunos tiros con armas futuristas, pero no es nada comparado a los combates que libran los psiquismos.
Es lo que ilustra con gran fuerza cómica Ojo en el cielo, donde el mundo pasa por sucesivas transformaciones en función de los valores morales, las convicciones políticas y las creencias religiosas de cada uno de los personajes. La prueba de que se trata de una confrontación ante todo mental es que todos los protagonistas están en estado de coma desde el comienzo de la novela. En el transcurso de una visita organizada a un laboratorio, fueron víctimas de la explosión de un acelerador de partículas. La irradiación que los afectó produjo un efecto inesperado: todos los personajes son sucesivamente cautivos del universo mental de uno de ellos, quien entonces impone su realidad al resto. Pasamos del mundo donde vive un comunismo dogmático a aquel de un fanático religioso en el que un automóvil descompuesto vuelve a arrancar con una simple plegaria, donde una blasfemia desencadena instantáneamente una crisis de apendicitis –que solo puede ser curado con ayuda de agua bendita–, donde a la hora del sermón los televisores se encienden solos. “Por lo que sé, no es ni más ni menos que un universo de chiflados (…).
¿Cómo pueden vivir así? Uno nunca está seguro de lo que va a suceder, no hay ni orden ni lógica (…). Dependemos enteramente de Él. Nos impide vivir como seres humanos; somos como animales, esperando ser alimentados, recompensados o castigados”6.
Sin embargo, la situación no es mejor cuando los personajes se ven enfrentados al mundo de una madre de familia paranoica o al de una esteta puritana que decide, en nombre de la sublimación, suprimir de su mundo toda vida sexual, juzgada vil y degradante. Ella saca provecho de ello para suprimir también las moscas, las bocinas, la carne, Rusia, la música atonal, los gatos y las niñitas viciosas. “Al abolir los males de este mundo, Edith Pritchett suprimía no solamente objetos, sino también categorías enteras” (R1, 852). Los otros personajes deciden entonces presentarle las realidades del mundo bajo una forma tan repugnante que ella las elimina a todas, unas tras otras, y “su” mundo termina por desaparecer íntegramente.
Las condiciones que constituyen cada uno de estos mundos están dictadas por las creencias, los valores y las convicciones de cada uno de los personajes. Y la realidad se transforma en consecuencia: los negros se vuelven indolentes y analfabetos conforme a los peores clichés racistas, las mujeres se vuelven tan “asexuadas como abejas” o se transforman en monstruos devoradores, el sótano de un edificio deviene un aparato digestivo, etc. Hay algo aterrador en los mundos mentales, en su manera de eliminar pedazos enteros de la realidad común, transformarlos, desfigurarlos hasta la caricatura. Y segura- mente, cada una de las visiones del mundo que presenta Dick está estrechamente ligada al contexto de los Estados Unidos de los años cincuenta; un fanático religioso, una esteta puritana, una paranoica y un dogmático radical, todo aquello que tuvo que sufrir el personaje principal en el mundo real antes de la explosión7.
Inversamente, esto quiere decir que, si existe una realidad común, ella se compone de todas esas visiones individuales aterradoras que se pueden encontrar en todo momento en el campo social, como otros tantos mundos en el mundo. No son solamente universos de pensamiento o discurso que harían del campo social el lugar de confrontación de ideas o transacciones diplomáticas diversas. La experiencia es mucho más violenta: circulamos en un mundo familiar, hasta cierto punto común, un mundo donde se posee una realidad efectiva hasta el momento en que somos proyectados en un mundo nuevo que nos priva de toda realidad, donde ya solo somos percibidos como una caricatura, un accesorio, una vaga presencia insignificante o nociva o incluso, de hecho, ya no percibida en absoluto, invisibilizada: un mundo donde ya no tenemos ningún derecho, de tanto que cambiaron las condiciones. Como en Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, donde el personaje principal cae en un mundo donde no existe, donde jamás ha existido. Salvo que no se trata de una pesadilla, sino de la realidad misma, de una parte o un segmento de mundo, con sus condiciones de existencia específicas. Mundo cerrado de la locura religiosa, del odio paranoico, del puritanismo moral, pero hay muchos otros. Uno está en “su” mundo. Y se comprende por qué el personaje principal, al final de Ojo en el cielo, decide cambiar de vida: para cambiar de mundo. El mundo común en el cual ha vivido hasta entonces no es otra cosa que el foco de convergencia de los cuatro mundos aterradores que atravesó: consensus gentium o los Estados Unidos en pleno macartismo.
Hemos abandonado definitivamente la gran escena del theatrum mundi. El mundo ya no es un espectáculo que se ofrece en representación, donde cada uno desempeña su papel a la manera de un actor. Se ha vuelto un asilo de locos, asylum mundi; el monólogo de los actores es sustituido por el delirio de los psiquismos. El juego controlado de los engaños y las ilusiones es sustituido por las angustias fruto de una realidad incierta, indecisa. Los individuos están todos desterritorializados, desfasados, inadaptados en relación con el mundo. No es necesario explorar las galaxias para encontrar extraterrestres. Los hombres son –literalmente– extraterrestres. “Más aprendo sobre la forma de pensar del prójimo, más me parece universalmente cierto que cada uno transporta otro mundo en sí y que nadie tiene realmente lugar en el mundo tal cual es. En otros términos, somos todos extranjeros en esta tierra; ni uno de entre nosotros pertenece verdaderamente a este mundo; y
La alteración de los mundos tampoco él nos pertenece. La solución es satisfacer las exigencias de nuestro otro mundo por intermedio de este”8
Es ya cierto de cada uno de los mundos de Ojo en el cielo, pero todavía es más cierto en Los clanes de la luna Alfana. Alfana es una luna sobre la cual viven diversas poblaciones bajo el lejano control de la Tierra. Ignoran que su luna es un antiguo “hospital-base, un centro de cuidados psiquiátricos para los inmigrantes terrícolas que ya no soportaban las obligaciones, anormales y excesivas, de la colonización intersistema” (R3, 861). Y como ignoraban que se los había internado, hicieron saltar por los aires el hospital al que tomaban por un campo de concentración. Muy rápidamente, lograron formar una sociedad viable regida por un sistema de castas, prueba, según ellos, de su salud mental. Encontramos allí a los Paris (clan de los paranoicos rígidos), los Manis (clan de los maníacos, inventores y guerreros), los Skitz (clan de los esquizofrénicos, visionarios y místicos) que viven con los Hebs (los hebefrénicos, trabajadores manuales extáticos), los Polis (clan de los esquizofrénicos polimorfes), los Ob-com (clan de los obsesivos compulsivos que forman funcionarios perfectos) y los Deps (clan de los depresivos, detestados por todos los demás clanes).
Como la CIA teme, igual que en la Tierra, la inventividad de los paranoicos en el campo político y militar, las autoridades decidieron retomar el control de esa luna. “Con toda franqueza, estimamos que no puede existir potencialmente nada más peligroso que una sociedad en la cual los psicópatas predominen, definan los valores, controlen los medios de comunicación. De ello puede resultar casi lo que quieran –un nuevo culto religioso de fanáticos, una concepción del Estado nacionalista paranoica, una fuerza destructiva bárbara– y estas eventualidades justifican por sí solas nuestra investigación Alfa III M2” (R3, 872). De su lado, el conjunto de los clanes, gobernados de hecho por los paranoicos, teme una agresión de los terrícolas. “Ellos harán nuevamente de nosotros sus pacientes” (R3, 981).
Rápidamente se comprende a dónde quiere llegar Dick. Es evidente que esta luna es solo un doble, una imagen de la Tierra. “¿Cuál es la diferencia entre esta sociedad y la nuestra, en la Tierra?”, pregunta uno de los personajes (R3, 920). Los terrícolas son al menos tan paranoicos como sus enemigos y viven ellos también sobre un hospital-base, poblado de esquizofrénicos y depresivos; también ellos son gobernados por paranoicos y administrados por obsesivos compulsivos. Asylum mundi. Como en Ojo en el cielo, la realidad terrestre es solo el entrecruzamiento de diversas patologías mentales y sus delirios. Si todos los mundos enloquecen en Dick es porque revelan las patologías de los psiquismos que se apoderaron de ellos.
Traducción Pablo Ires.
Adelanto gentileza de Editorial Cactus.
1 Michel Foucault, Les Mots et les Choses, Gallimard, p. 61. Cf. también el artículo de Alfred Schütz de 1946, “Don Quichotte et le problème de la réalité”, en Sociétés, De Boeck Université, 2005/3, nro. 89
2 “Aunque inicialmente suponía que las diferencias entre [los] mundos provenían de la subjetividad de los diversos puntos de vista humanos, me fui preguntando muy rápidamente si no se trataba más bien de algo distinto, si no existían, de hecho, varias realidades superpuestas, como si fueran diapositivas”, Si ce monde, 134.
3 Norman Spinrad, en Regards, 55-56.
4 Cf. Philip K. Dick, en Regards, 127: “ … tiendo a creer que vivimos, no en un universo, sino en un pluriverso”.
5 Ver la descripción del KR-3, la droga de Larmes [Fluyan mis lágrimas, dijo el policía] (247 y sig.) que tiene “por efecto obligarlo a percibir universos irreales, lo quiera usted o no. Como le he dicho, de golpe miles de posibilidades se vuelven teóricamente reales, de modo que el sistema de percepción escoge una de ellas al azar. No puede hacerlo de otro modo, de lo contrario los universos en competencia se superponen y el concepto mismo de espacio desaparece”.
6 L’OEil dans le ciel, R1, 802-803; 818.
7 Kim Stanley Robinson, The Novels of Philip K. Dick, umi Resarch Press, 1984, p. 17: “Hamilton perdió su trabajo en la industria de la defensa porque llegó a simpatizar vagamente con socialistas. Su amigo perdió su trabajo porque es negro. Uno se da cuenta de que el koïnos kosmos está compuesto de visiones individuales semejantes a las que Hamilton acaba de sufrir. Es decir, en partes iguales, el fanatismo religioso, la mojigatería moralizante, la paranoia angustiada y el extremismo político”.
8 Citado en Sutin, 191.
Comments