Precisamente leo porque olvido.
Roland Barthes i.
Cada decisión es un sujeto que tiembla firme sin garantías.
Marcelo Percia ii.
I.
La vida de la consciencia que se piensa lectora atraviesa frecuentemente tiempos tumultuosos y atormentados por el avasallamiento de la religiosidad de las fuerzas que capturan la potencia de la diseminación que toda lectura efectiva implica. Cierto tedio pesaroso contamina la existencia al saberse inmersa en la figura del exégeta.
II.
¿Qué habrá querido decir un autor cuando escribió determinado texto? ¿Qué habrá querido decir cuando dictó cierta clase?
¿No son preguntas que hacen de un nombre propio un espacio saturado de sentido, que obtura todo germen de lectura posible? ¿Será liberador poder pensar a un autor como un pensador que, por hablar y darse a la palabra, es decir, por entregarse al riesgo incalculado de decir, es un errante de paso incierto en un territorio de contradicciones?
III.
Leer y pensar quizás sean como escuchar el silencio que cohabita todo concepto, toda definición, sin desesperar.
IV.
Agradezco a Matías Rivas su apertura a un común pensar que merodea interrogantes, acompaña inquietudes, auxilia vacilaciones. Entre mensajes que aproximan distancias entre el conurbano y la capital, como dramatizaciones de conversaciones de pasillo que respetan lo que no entendemos, se garabatean trazos de lecturas, sedimentos de escuchas clínicas, se ensayan balsas en la deriva de indecisiones que avivan la práctica.
V.
No sabe por dónde empezar. Calla. Las pupilas apuntan al cielorraso, sin poder fijarse en un punto. Silencios y balbuceos, dicen de una incomodidad de las palabras para alojar dolores de una historia de violencias. ¿Cómo confiarle a quien se inclina a escuchar, dolencias encalladas, abusos silenciados, cuando simultáneamente se enuncia la imposibilidad de confiar por haberse quebrantado la confianza primera en el seno de lo familiar?
¿Cómo escucha un analista? ¿Cómo intervenir? ¿Cómo hacer con un dolor que no sabe de fronteras?
Podría, tal vez, encontrarse cobijo en consejos de sabios autorizados en su vasto recorrido por la cancha clínica, en lo que se escribió de la formación, en la ilusión de una técnica o, también, en ciertos semblantes que circulan en el medio como coagulación de un «ser» de analista, probablemente extraviados en la figuración del lugar del muerto y sus derivados. Ahora bien, hacerse autorizar en las palabras de un Amo de turno no es más que obstaculizar el devenir espontaneo del jugar –play— entre analista y analizante.
¿La posición de exégeta es correlativa del montaje de un dispositivo que se pretende psicoanalítico, aunque se asemeje a lo que Winnicottiii distingue del play como «game», como juego reglado?
Una disponibilidad delicada aloja dolencias que no encuentran hospitalidad en palabra alguna; lágrimas que en su caída trazan el mapa de un territorio devastado; silencios que gritan la asfixia de un tiempo atascado en un cuerpo violentado. Tal entrega amorosa se trata de un darse al despliegue de un movimiento en el que el analista es menos jugador que jugado, semillero de una confianza posible. Un estado de no-saber habilita el despliegue del jugar. Permanecer a la escucha en la precariedad del saber, hasta quemar las naves, como escribe Daniel Ripesi iv, dejando atrás, sin advertirlo, las referencias familiares para poder estar ahí, en lo vivo de una experiencia.
Como recuerda Marcelo Percia v, todo acto clínico es una decisión que no suprime la conflictividad, sino que alberga en su seno la indecisión que obliga a volver sobre el caminado andado. Se trata, entonces, de conjeturas clínicas sujetas a revisión, a deliberación.
Arriesgarse a enhebrar un tejido de palabras para vestir la angustia que resquebraja y quema la piel, ese ropaje último de la carne: en esto consistió el acto clínico acaecido, en tanto tierna superposición de una ficción que soporte las ruinas de la existencia arrasada.
¿Un psicoanalista que habla? ¿Uno que deja caer palabras de un material discursivo ajeno al del analizante para afrontar un dolor descomunal?
Tras un mar de lágrimas que lloran la remembranza de violencias de antaño, silencios y complicidades del entramado familiar, expresa que cuando se comunicaron de la fiscalía para consultar si estaría de acuerdo con la prisión domiciliaria del abusador de su hija, no pudo hablar más que monosilábicamente. Dialogamos sobre las autolesiones de su hija, de las marcas en sus brazos y de las que la denuncia dibuja en el historial del abusador como imborrables y como transferencia parcial y justa de las heridas no cicatrizadas.
Repentinamente, una boca se abre, desanudando una garganta imposibilitada de tragar violencias que se creían despojadas de justicia:
—Hay marcas que me gustaría poder olvidar.
—Por lo pronto, estás trabajando para escribirlas.
i Barthes, R. (2015). S/Z. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, p. 20.
ii Percia, M. (2013). Deliberar las psicosis. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Lugar Editorial, p.35.
iii Winnicott, D.W. (1971). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa Editorial.
iv Ripesi, D. (2004). Quemar las naves. Ensayos winnicottianos. Buenos Aires: Letra Viva.
v Percia, M. (2013). Deliberar las psicosis. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Lugar Editorial.
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