Pistas para ensoñaciones clínicas* / gonzalo sanguinetti
- Revista Adynata

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Pero, para conseguir algunas ideas
hay que tenerle mucho amor a las quimeras
Gastón Bachelard
I. ensoñación poética: imaginaciones de la materia
La proposición de una ensoñación clínica abreva en los ensayos sobre la imaginación de la materia, que componen la aventura de pensamiento que Gastón Bachelard llamó poética de la ensoñación. [i]
La imaginación está situada en el corazón de la ensoñación poética. Bachelard la postula como principio de excitación del devenir de psyché, anteponiéndola a la realidad, el conocimiento, a la cognoscibilidad y a toda forma de conceptualidad. El mundo es vivido como imaginación y ensoñación mucho antes que como realidad ordenada por un principio de racionalidad o por un orden de sentido.
La composición sensible, afectiva, semiótica con la materia, que llamamos relación, ocurre como encantamiento antes que como entendimiento.
Esta imaginación no es resultado de un cogito que hace pie en una razón abstracta o de una auto-reflexión aislada en la mismidad. No tiene fundamento en un sujeto. La imaginación Bachelardiana es profundamente materialista, nace de una experiencia estética primordial: la conmoción de un cuerpo ante el esplendor del mundo, el pasmo ante la exuberancia de lo existente. El sustrato material que nutre a la imaginación son los elementos de la naturaleza (fuego, tierra, agua y aire) en sus infinitas variaciones y composiciones. En Bachelard, la materialidad del mundo origina a la imaginación, las imágenes primordiales que laten como pulsos poéticos del mundo emanan de la variación incesante de los modos de existencia que componen entre sí los cuatro elementos.
Los elementos que obran como principios poéticos de la materia del mundo también obran como principios poéticos de la materia de la imaginación.
Desde los modos en que la imaginación trabaja los elementos de la materia, se van desprendiendo temperamentos oníricos que luego asociamos a cada elemento.
Ensoñaciones clínicas auscultan la concurrencia de temperamentos oníricos en las voces que se dan a una conversación clínica. Escuchan aflicciones arder en la piel, brasas antiguas de dolores incandescentes que crepitan, vastas extensiones baldías en narraciones desertificadas de emotividad, extenuaciones buscando sosiegos de un estar en barbecho, deseos estancados en pantanales incesantes, ocurrencias que desencadenan conmociones telúricas, marañas de sueños que despliegan frondosos manglares de sentido, desarraigos que esperan alguna querencia donde encontrar reposo, tormentos que ululan en noches de insomnio, bocas resecas que añoran dulzores de agua, vidas arrastradas por corrientes caudalosas que no conocen zonas de remanso, desahogos que suspiran flotando sobre repentinas brisas de serenidad.
Ensoñaciones clínicas siguen huellas de cómo se van templando y modulando los temperamentos oníricos, que pueblan y asedian los modos de encarnación de una lengua, a partir de las mutaciones en la sensibilidad producidas por las transformaciones históricas de la tecnicidad.
En "estética y anestésica", siguiendo lecturas de estética y técnica en Benjamin, Susan Buck-Morss (2005) indaga el modo en que el efecto de la mediación técnica en la modernidad transformó el sistema sinestésico en anéstesico, generando una novedad histórica: la inversión de su funcionalidad. Postulando una lectura de la modernidad como invención de un tipo de paradigma sensible.
Tomando el trauma sensible y perceptual que significó el pasaje del trabajo en paisajes rurales al paisaje urbano-industrial de la fábrica, plantea: "Se le ordena al sistema sinestésico que detenga los estímulos tecnológicos para proteger al cuerpo del trauma de accidente y a la psique del shock perceptual. Como resultado, el sistema invierte su rol. Su objetivo es adormecer el organismo, retardar los sentidos, reprimir la memoria: el sistema cognitivo de lo sinestésico ha devenido un sistema anestésico. En esta situación de "crisis en la percepción", ya no se trata de educar al oído no refinado para que escuche música, sino de devolverle la capacidad de oír. Ya no se trata de entrenar al ojo para la contemplación de la belleza, sino de restaurar la 'perceptibilidad'".
Bachelard plantea una ley primordial de la imaginación: Para que un elemento sea considerado una materia elemental de la ensoñación, debe poder albergar la indeterminación afectiva que evocan sus modos de existencia. La imaginación debe poder hacer vivir doblemente, ambiguamente, ambivalentemente a cada elemento. Así es que, el agua, admite tanto la claridad, frescor y fluidez de las aguas primaverales como la turbidez, el estancamiento y la profundidad de las aguas cenagales. Las aguas diáfanas donde se espejea Narciso y la densidad inescrutable de las aguas muertas en la literatura de Edgar Allan Poe.
La agitación de estas imaginaciones nacidas del asombro estremecido ante el mundo, que devienen experiencia de ensoñación poética, discute la percepción, sensación y definición del mundo como un realismo estático. Bachelard piensa que, al darle asilo a la imaginación de la materia a través del tacto del asombro sobre los sentidos, la ensoñación pone en marcha, en quien ensueña, la dicha de soñar la materia del mundo.
La ensoñación poética actúa encantando la materia, transfigurando las formas fijas en las que el realismo afirma su pretendida inconmovilidad e inmutabilidad.
A tal punto la imaginación resulta indisociable de la materia, que Bachelard la postula como inconsciente de las formas [ii]. En la infinita composibilidad de ensueños que habitan a la materia, palpitan potencias capaces de reescribir permanentemente las formas de la imaginación. Por ello Bachelard piensa el acceso a las afectaciones con las materialidades del mundo como un bien sentimental de primera necesidad.
De aquí se desprende uno de los principios elementales de la ensoñación poética: “el conocimiento poético del mundo precede el conocimiento razonable de los objetos. El mundo es bello antes de ser verdadero. El mundo es admirado antes de ser verificado”. Antes que afirmación de una sustancia ontológica, conocer ocurre como conmoción estético-poética.
La reducción, el estrechamiento, la angostura y el deterioro de los puntos de contacto con las materialidades sensibles que componen los paisajes del mundo, menoscaba, empobrece y dilacera la conmovilidad que portan las ensoñaciones para lo viviente.
Bachelard parece entrever que en una sensibilidad conmovida se ensueña un cosmos naciente.
Una sensación que Juan José Saer lee como cierto principio que precipita el acontecer poético en Juan L. Ortiz, se refiere a ese estado de inminencia febril como “un deslumbramiento ante la proliferación enigmática de la materia que llamamos mundo”.
En Bachelard y en Ortiz la materia que llamamos mundo (que no está limitada, ni reducida, ni circunscripta a la presencialidad, ni a la fenomenalidad, ni a la tangibilidad) se despliega en la medida en que hay estados de pasibilidad susceptibles al deslumbramiento.
Sin exposición a las conmociones que suscitan en el cuerpo las imaginaciones causadas por la materia, habitamos hipótesis de vidas estrechadas, angostadas, atrofiadas, agotadas, empobrecidas. Demasías de realismo, fatalidades de habitar la ecología semio-estética de una lengua, reducida apenas a la miseria de una literalidad.
Siguiendo esta conjetura, así como el estado de colapso y catástrofe ambiental en que vivimos, cimentada en el desencantamiento, instrumentalización y explotación de lo viviente, se corresponde con un estado de colapso anímico, también se pueden trazar correspondencias con la devastación de las potencias que nutren la ensoñación.
Ensoñaciones clínicas rondan la urgencia de cómo restituir estados de ensoñación en la vida a través de reencantamientos poéticos de la lengua.
II. ensoñación y función de irrealidad
La invitación a una poética de la ensoñación puede pensarse como proposición y experimentación de la imaginación como erótica de la materia: frotar lenguas, palabras, sentidos, sonidos, texturas, luminiscencias, penumbras, densidades, melodías que transitan por lo vivo.
Una atención frotante ausculta imaginaciones que brotan en la piel de los sentidos. La imaginación sucede como indeterminación encantada de roces entre superficies susceptibles de conmoción, fricción entre texturas que se dan al estremecimiento.
Bachelard discute con el psicoanálisis su preferencia por la sumisión al principio de realidad como signo de salud. Tensa esa tentación adaptacionista contraponiéndole la vitalidad de disponer de lo que llama una "función de irrealidad". Piensa que “una vida privada de la función de lo irreal padece tanto como una vida privada de la función de lo real.”
La ensoñación poética moviliza partículas de potencias agitadas por eróticas de la materia para contranarrar la fatalidad de un realismo enfermante. Principio de irrealidad que relumbra como contra-ofensiva sensible a la extenuación e impasibilidad perceptiva inducida por el realismo capitalista.
La hipótesis de Fisher supone una dimensión literaria, al pensar el realismo capitalista como género narrativo en el que se subsume el presente. Una poética de la ensoñación precipita imaginaciones que disputan los sustratos anímicos de la eficacia narrativa de este estado de desimaginación.
Clínicas ensoñadas tantean formas de reencantar y re-erotizar los cuerpos, las palabras, los ánimos, las imaginaciones, los espacios, las penumbras, el aire, las pieles, las lenguas, el tiempo.
Rondan insomnes una pregunta: ¿cómo dar vida, en una vida, al principio poético que anima lo vivo?
Estremecer, conmover, tremular inscriben en los cuerpos trazas eróticas de la ensoñación poética.
III. psicotropismos de la ensoñación
Ensoñaciones poéticas acontecen como una alteración perceptiva, un desarreglo de los sentidos, que redistribuye el reparto sensible en el que se recortan las zonas de (in)senbilidad que llamamos “cuerpos”, reencantando mundos en el mundo. Bachelard propone que “en las horas de los grandes hallazgos, una imagen poética puede ser el germen de un mundo.”
Ensoñaciones clínicas obran como resquebrajaduras por las que se entreven aperturas a imágenes e hipótesis de vidas capaces de ampliar las estrechuras de sentido en las que vivimos, y llamamos vida. Fisuras, hendiduras, intersticios, incisuras por donde lo vivo se precipite en súbitas zonas de asombro.
Bachelard intuye que las imaginaciones precipitadas por la fuerza imaginante de la ensoñación poética, conllevan una potencia curativa para quien asiste a la voluptuosidad de esas imágenes. Alude a ello como una "medicina imaginaria, tan oníricamente verdadera, tan fuertemente soñada, que guarda una considerable influencia sobre nuestra vida inconsciente". [iii]
Conjetura que, así como hay sustancias psicotrópicas que inciden sobre la perceptibilidad y los estados de ánimo, e inducen a un cuerpo en ciertos estados psíquicos, de la misma manera existen imágenes que contienen potencias psicotrópicas capaces de aliviar, consolar, serenar, mitigar, atemperar estados de dolor y pesadumbre en el vivir.
En la misma línea recrimina a la psiquiatría su colaboración en el exterminio de las visiones, fantasmas e imaginerías, en aras de instaurar el régimen perceptivo de la normatividad. La ensoñación recompone fantasmas como potencias capaces de reanimar los sentidos y ampliar la percepción sensible: “Una fuerza poética conduce a esos fantasmas de la ensoñación. Esta fuerza poética anima todos los sentidos; la ensoñación se vuelve polisensorial. De la página poética recibimos una renovación de la alegría de percibir, una sutileza de todos los sentidos, sutileza que traslada el privilegio de la percepción de un sentido a otro, en una especie de correspondencia baudelaireana alertadora, de una correspondencia que despierta y que no adormece.” [iv]
María Negroni escribe: “La poesía es siempre un saber alucinatorio”. Ensoñación poética como principio de ruina del reparto capitalista de lo sensible.
Clínicas en estado de ensoñación, ofician como territorios de indagación poético-clínicos donde explorar, ensoñar y crear imaginarios sensibles mediante el ejercicio de la escucha, la lectura y la escritura como umbrales poéticos de la lengua.
Espacios de incandescencia del lenguaje donde agitar poéticas para imaginaciones clínicas. Pasan despacio por escuchas, lecturas, escrituras. Frotan texturas para encender sentidos insabidos, así como se frotan piedras para encender la noche o se frotan lámparas para invocar favores de divinidades misteriosas.
Lentitudes que ahondan el tiempo prestan atención a lo que sutilezas y delicadezas mínimas de la escucha, la lectura, la escritura, como dimensiones poéticas de la palabra, pueden inaugurar en un cuerpo, cuando se vuelve susceptible a otros modos de existencia de las palabras.
Tentado por el entusiasmo de la travesura, e inspirado por unos versos Louis Émié, que dicen 'una palabra circula en la sombra / e infla las colgaduras', Bachelard juega con la ocurrencia de proponerlos como prueba de sensibilidad onírica.
Se imagina dándolos a leer en la intimidad de una conversación clínica para luego precipitar esta pregunta: "¿no cree usted que ciertas palabras tienen tal sonoridad que ocupan un lugar y un volumen entre las criaturas del cuarto?"
IV. ensoñaciones y encantamientos
Ensoñatorios clínicos se interrogan ¿de qué manera hacen vivir a lo nombrado las palabras con que nombramos? Los nombres con que designamos lo vivo y lo vivido ¿Qué permiten sentir de ello? ¿Qué le hacen las palabras al mundo? ¿Cómo lo tocan? ¿Qué les hace el mundo a las palabras? ¿Cómo las toca?
¿Cómo se entraman lenguaje y sensibilidad?
¿Qué son capaces de sentir los lenguajes con los que escuchamos, pensamos, leemos y escribimos en espacios clínicos?
Esos lenguajes, ¿admiten ser heridos, conmovidos, estremecidos?
Una lengua desencantada, ¿puede crear otra cosa que vidas desencantadas?
¿En qué consiste una palabra encantada? ¿Cómo se encantan las palabras?
¿Qué metáforas delinean el límite de lo decible y lo audible? ¿Cómo concebimos metáforas susceptibles de movilizar fuerzas sensibles que amplíen la percepción del mundo?
¿Cómo hablar y escribir con palabras que se mantengan abiertas a la escucha de la vida? Palabras que puedan escuchar al tiempo que dicen. Palabras en cuyo decir haya un escuchar. Palabras cuyo modo de decir sea un modo de escuchar.
V. ensoñaciones: lenguas de lo vivo, vidas de la lengua
Clínicas ensoñadas se piensan orientadas por una pregunta con que Emily Dickinson, en 1862, inicia su correspondencia epistolar con Thomas Higginson, un escritor y pastor antiesclavista a quien jamás había visto o tratado.
En una carta, en la que por primera vez ven la luz algunos poemas que adjunta para que sean leídos, le pregunta a un desconocido Higginson: “¿Está usted demasiado ocupado como para decirme si mi verso está vivo? Si usted piensa que respira, y tiene tiempo libre para decírmelo, yo sentiría una inmediata gratitud.”
Ensoñaciones clínicas asisten a cada textualidad atravesadas por la incandescencia de esa pregunta: ¿se encuentra viva esta textualidad? ¿dónde se perciben signos vitales? ¿dónde se encuentra viva? ¿dónde se encuentra mortificada? ¿qué tonalidades afectivas transmite? ¿cómo respira esta textualidad? ¿con qué ritmos, con qué dificultades? ¿con qué juega esta textualidad? ¿en qué zonas no se permite jugar?
Auscultar si en una textualidad palpita lo vivo, supone otra pregunta ¿qué lugar hace al dolor? ¿dónde se abre al estremecimiento? ¿en qué zonas tiembla de conmoción?
Una textualidad no se reduce al relato articulable y enunciable que hace de sí una vida, sino a la vastedad indecible de marcas, incisiones, huellas, muescas, tajos, hendiduras, rajaduras, signos, grafías, que la incesante caligrafía de lo vivo deja como estela legible en una vida.
Textualidades admiten lecturas con todos los sentidos: olfativas, auditivas, gustativas, visuales, táctiles.
En un poema de Dickinson se insinúa una pista para pensar en la vida de un verso, cómo se entraman lengua y vida:
Entre la apariencia de vida y la vida
es tan grande la diferencia
como entre el licor que está en los labios
y el licor que está en la botella.
El último es excelente para guardar
pero el vino a granel es superior
para la necesidad de éxtasis; lo sé
porque lo he probado
Lo vivo se siente como licor derramado en los labios, ofrendado para advenimiento del éxtasis. Una voluptuosidad que se derrama sobre el contorneo de una lengua deleitada en divagaciones ensoñadas.
VI. infinitivos clínicos para ensoñar
Clínicas ensoñadas intuyen que infinitivos clínicos como escuchar, leer y escribir atestiguan formas en las que el mundo ha tocado una vida, y formas en que una vida admite ser tocada. Componen la extensión de una epidermis, la extensión de un tejido expuesto al tacto del mundo, eso que llamaríamos sensibilidad.
Escuchar, leer y escribir delinean los contornos de una cierta apertura a la composición con las materias del mundo: trazos, huellas y memorias de cómo nos hiere lo vivo.
VII. belleza en soñar las palabras
Ensoñaciones clínicas procuran sumirse en la espesura de la ensoñación poética, ir tras la estela de esplendores, iridiscencias, deslumbramientos que conmueven la relación entre lenguaje y vida. Voluptuosidades, Exasperaciones, Enardecimientos, Deslumbramientos, Maravillas, Esplendores, Fulgores, Iridiscencias, Incandescencias, Radiancias, Rutilancias, Exuberancias de la lengua.
Estados de ensoñación clínica preguntan ¿cómo devenir susceptibles a la herida del deslumbramiento?
“En verdad, las palabras sueñan. Las palabras sueñan que se las nombra. Quieren que se sueñe al nombrarlas”, apunta Bachelard. [v]
Labrar, frotar, paladear, tentar las texturas poéticas que duermen en las palabras, texturas que desencadenen potencias susceptibles de restituir en una vida la capacidad de soñar. ¿Qué palabras disponen a un cuerpo a ensoñar?
Ensoñar las palabras, dar con palabras donde la vida pueda encontrar querencia en asombros, incantaciones, voluptuosidades, figuraciones de la dicha.
Marie Gouiric escribe “Nadie sabe el poder de un nudo bien hecho. Un moño es un nudo, solo que hecho con belleza”. [vi] El psicoanálisis ha dicho mucho sobre nudos y anudamientos, quizá convenga intercalar allí la desatendida, discreta y misteriosa potencia de esos ribetes de belleza sin pretensiones que llamamos moños.
¿Qué ocurre en esa diferencialidad introducida por la incidencia transfiguradora de una belleza, que aquello que ha tocado, ya no se nombra del mismo modo?
Bachelard conjetura que una de las maravillas del efecto poético radica en que restituye en la lengua la alegría de hablar [vii], como una erótica de la enunciación. Anota: “la belleza trabaja activamente lo sensible. Y en otro lado: “la expresión incide decisivamente sobre un sentimiento expresado”.
VIII. clínicas ensoñadas
Ensoñaciones clínicas conjeturan sentidos clínicos del obrar poético y sentidos poéticos del obrar clínico.
Orbitan el misterio infinito de una pregunta ¿Qué incidencia tiene una imagen poética sobre lo doloroso? ¿Qué hace la belleza cuando toca un sufrimiento?
[i] También reconoce un campo extenso, aún a recorrer, de resonancias y herencias con el materialismo ensoñado de León Rozitchner, donde, aún sin ser consignadas, se escucha el eco cercano de las indagaciones de Bachelard en torno a la imaginación de la materia.
[ii] Bachelard, G. (1960) La poética de la ensoñación. FCE.
[iii] Íbid.
[iv] Íbid.
[v] Íbid.
[vi] Gouiric, Marie (2023) “Ese tiempo que tuvimos por corazón”
[vii] Íbid.
*Una primera versión breve de este texto fue publicada en el fanzine "Terapias Híbridas" (2025) , compilado por Sofía Guggiari. Disponible en: https://drive.google.com/file/d/1Z8GusrXQcHTMzhzp6KKfwAGhm9nsJA7p/view?usp=drive_link
Bibliografía que acompaña:
-Bachelard, Gastón (1960) La poética de la ensoñación. FCE.
-Buck-Morss, Susan (2005) "Estética y anestésica: una reconsideración del ensayo sobre la obra de arte". En Walter Benjamin, Escritor revolucionario. Interzona. Bs. As.
-Gouiric, Marie (2023) Ese tiempo que tuvimos por corazón. Random house.
-Negroni, María (2021) El corazón del daño. Random house.




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