Polvo / Marie Depussé
- Revista Adynata
- 3 ago
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Las personas odiosas a veces dicen: «Pero aquí está sucio».
¿Sabrán ellos que el cuerpo de los enfermos, que sus gestos, desmoronan el espacio en lugar de habitarlo, en una descamación monótona que llena los ceniceros, que hace desbordar los cagaderos, que ensucia, que borra la gracia de los objetos y los pulveriza? ¿Sabrán que a menudo ellos tienen necesidad del polvo, que los protege de la violencia del día, de la de los otros, y que es necesario ser muy suaves cuando se barre?
¿Con qué mirada emocionada, incluso compasiva, los locos miran a los cuidadores juntar sus cenizas dispersas, sus medias duras, y luchar contra sus sábanas húmedas e ir a buscar unas toallas limpias?
Es que mientras una gira alrededor de sus camas, mientras una junta sus migajas, una toca sus toallas, su cuerpo, se tienen los diálogos más dulces, la conversación infinita de aquellos que le temen a la luz con aquellos que toman sobre ellos la miseria de la noche, y pueden decir entonces que en la lavandería esperan camisas limpias, que el café todavía está caliente, que se apuren, que es un nuevo día, pero no es tan grave, que vamos a intentar poner un poco de orden ahí dentro. Me acuerdo de uno que permanecía en la cama mientras que yo juntaba sus cenizas, que él hacía caer a propósito. Él me llamaba Francoise. Y desde su cama, real, exasperante, me miraba barrer mientras me pedía que le resuma una parte de un diálogo de Platón, que él había olvidado. No siempre estaba contento.
«-Relee al Sofista, Francoise, te hará bien.
-Lo leeré mañana, si te cambias las medias»
El reía mientras iba a la lavandería. Responder. Enroscamiento de palabras revoloteando por encima de la mugre.
Proximidad irremplazable. Sí se le quita la palabra a la limpieza, no se está muy lejos de los campos de concentración.
La cuestión dolorosa es decidir en qué momento de la mañana se va a afrontar el problema de los cagaderos. Taponados. La base de la obstrucción es invariable: interminables rollos de papel rosa. En La Borde es rosa. Se agregan, siguiendo los días, decenas de ruleros, calzones, y a veces un oso de peluche. Ni siquiera vale la pena esperar. Taponados. No hay, según mi conocimiento, una herramienta perfeccionada para ese trabajo. La especie de sopapa de caucho que todo el mundo conoce, es todo. Y baldes.
Tenemos los guantes de goma y el largo delantal azul. Cada vez tenemos menos coraje, pero ni una sombra de resentimiento. En cada piso conocemos muy bien al culpable. Pero el sentimiento que experimentamos es más bien el de una real confraternidad. A cada uno, su trabajo en la casa, su ocupación de los lugares. Luego de haber destrabado los cagaderos, se tiene vértigo, náuseas, debilidades. Pero no se siente ninguna ira.
El trapo de piso pasado al final de la mañana, sobre las baldosas del pasillo. El pasillo reluciente. Rápido. Colgar el delantal, desviar la mirada, cerrar los ojos. Un cuarto de hora más tarde, en el suelo, un desmigajamiento fulminante habrá formado una capa de mugre gruesa, indudablemente antigua. Siempre me pregunté a qué precio se obtenía esta limpieza perfecta con la cual sueñan algunos visitantes.
Es verdad, las familias se portan mejor cuando abandonan a sus locos en clínicas relucientes con un cubrecama fucsia y pisos de madera brillantes sobre los cuales se puede derrapar. Algunos directores de clínica tienen un agudo sentido de hotelería. Eso supone una elección.
Una tropa de mujeres de limpieza, un Puñado de enfermeros, un sistema de Vigilancia carcelario y flores en la mesa de luz.
La batalla consiste en no abandonar, durante todo el día, la habitación de un Pensionario a los desechos, a la decadencia. «¿Cómo estás Pierre? Vamos a ver tu pieza». Tantas cosas yacen, grises, abiertas, sin intimidad, en la vecindad destruida de los cuerpos. Moverlas; decir con tono enfadado, como saben hacerlo aquí en la casa, frente a este apocalipsis gris: «¡No, pero qué desastre!».
Los días de verano, cuando la luz acaricia los grandes prados, es muy difícil llevar con suavidad al ser de manos inertes hacia la sombra de su habitación devastada. No todos lo hacen. La clínica de La Borde no dispone de un personal totalmente angelical. No obstante, todos tienen su momento de santidad. El paciente trabajo del lugar vuelve inevitables esos momentos.
Fuente: Dios habita en los detalles. La Borde, un asilo. Ediciones Té de Boldo. Córdoba. 2025

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