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Foto del escritorRevista Adynata

Post Guardia X / Débora Chevnik

Hay vidas dolidas que de tan dolidas, ni se enferman; saben que no hay quién las cuide. Vidas arrasadas, expulsadas. Viven al ras, con poco, con nada, con sobreabundancias deshabitadas; con fuerzas desconocidas. Saben vivir yéndose. Saben cobijarse cerca de la muerte. También saben cuándo las instituciones son la muerte. Saben de vagabundeos; y de lo inaceptable. Vidas en situación de deserción (¿de los fracasos de la civilización?). Vidas lastimadas que no aceptan amparos a cualquier precio.

Sin quererlo, llegan a un hospital que, con sus leyes, con sus gramáticas, no sabe qué hacer. Entonces, se hacen protocolos. El orden ampara (a ese no saber qué hacer). Pero fracasa. Entonces, advienen palabras técnicas. Otro amparo inútil para desafectaciones que hablan y dicen aquello que, de otro modo, de tan políticamente incorrecto, sería impronunciable. Desamparos profesionales, a veces incluso en coros interdisciplinarios, dicen “acá no”, escriben “caso social”, “pibe en situación de calle”, “no tiene criterio para esta institución”, “derivémoslx a una institución acorde a sus necesidades”. Acaban diciendo “la idea es llenar la planilla”.

Lxs devotxs del “acá no”, digamos, lxs “acanoistas”, acogen una lengua tan añeja como entrenada. Máximas que se posan en bocas acanoistas, dicen “esto no depende de mí”, “esto es algo que me excede”, “lo hice porque me lo pidió el jefe, pero ni idea”. Axiomas que arman cuerpos y gestos. Acanoismos sostienen resplandecientes tramas de reconocimientos institucionales. Lxs acanoistas tienen la burocracia musculosa.

Así, vidas guarecidas en desamparos callejeros, una vez más dan con LA repetición de las instituciones, tan civilizadas todas ellas. Ahora, el turno del acanoismo en los hospitales, con su especificidad, con sus brillos y engranajes. Sigue girando la calesita, y esas vidas amparadas en orfandades nómades, que nunca acceden, tampoco acceden a la hospitalidad que los hospitales, virtualmente, atesoran. Indolentologías, se encargan.

Pero…

Pero, ¿qué pasa? Esas vidas estranguladas y amarronadas, que cuando cruzan la puerta del hospital se llaman “pacientes”, y que si se zafan de las abreviaturas diagnósticas, se llaman “caso social”, se obstinan en volver. Qué curioso. Se obstinan en volver. En respirar, se obstinan.

Acanoismos y expulsionismos saben su-misión, y lxs lanzan con fuerza. Lxs derivamos ¡¿y vuelven?! ¿Qué pasa que no entienden? ¿Están deterioradxs por el consumo, son manipuladorxs? ¿Estaremos ante una nueva presentación clínica? ¿Creerán que son un boomerang? ¿Una alteración identitaria? ¿Estaremos descubriendo un nuevo trastorno? ¿Seremos Cristobal Colón? ¿Deberíamos responder al llamado de la ciencia científica y hacer una nueva clasificación?

Demasiado opaca esa vitalidad para tanto monumento diagnóstico.

La gran mole vetusta deviene tembladeral.

Demasiado sufrimiento para la ideología especializacionista.

¿Nos comimos un hostis sin darnos cuenta?

Una y otra vez “acá no” y una y otra vez vuelven. Violencias actuales traen memorias de violencias pasadas. ¿Qué parte de la historia no estamos leyendo, suturando, ficcionando? ¿Qué tinieblas del presente nos hace falta escribir?

Precisamos urgente diseñar anamnesis que alojen esas fuerzas vagabundas que, volviendo, se obstinan en respirar.


“Not Afraid of love” (2000) Maurizio Cattelan

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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