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Guardiana y cazadora. Notas sobre un libro de Débora Chevnik* / Marcelo Percia

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 2 días
  • 8 Min. de lectura

Post Guardia, ¿Qué le hace un hospital a la noche?

Un libro esperado, sólo eso. Un libro necesitado, nada más que eso. Un libro querido, qué más que eso.

La clínica se siente reconfortada con los relatos de Débora.

 

1.

Dedicatorias componen formas de cobijo. Este libro tiene más de una.

Se lee: “A la hospitalidad que todos los hospitales atesoran / con uñas, con dientes y con todo el amor del mundo / para cuidar lo que nos cuida”.

Hubo en nuestro siglo diecinueve un poeta que practicaba una medicina de la tristeza y el juguete.

Ricardo Gutiérrez escribe este verso:

Todo / lo vemos a través del llanto / cuando se pierde la esperanza”.

Florencio Escardó contaba que Gutiérrez curó a un niño que vivía en un conventillo llevándole juguetes. Le dijo a la madre: “Su hijo está enfermo de tristeza”.

 

2.

La frase con la que comienza relatos post guardia dice de entrada de qué se trata este libro:

“Un bebé de seis días va a morir dentro de poco”.

 

3.

Enseguida una ironía que duele:

“…la siempre bien intencionada aplicación de los protocolos…”.

Protocolos anestesian y automatizan sensibilidades. Ironías reponen furias y disidencias filosas.

 

4.

No entienden. Nunca entienden. ¿Por qué no entienden?

“La mamá y el papá, se estremecen ante la inminencia del final: quieren irse del hospital con el hijo recién nacido. ‘No pueden irse, ya les explicamos y no entienden’…”.

¿Por qué no entienden? A veces, entender significa no entender.


O más adelante se lee:

“Vidas expulsadas vuelven. Las derivan y vuelven. ¿Qué pasa…no entienden? (…) Una y otra vez les decimos acá no y, una y otra vez, vuelven”.

Débora denuncia la crueldad pasamanos.

No se trata de un lugar de agarre, sostén, apoyo, para subir o bajar de una escalera.

Ni de la magia del cuidado, ni de un hechizo para escuchar, ni del encantamiento de las palabras. Tampoco de un truco con las manos que se hace con rapidez y destreza para sorprender.

Pasamanos quiere decir pasar de una mano a otra sin que nadie agarre ni sostenga ni suavice. Se trata de un automatismo de la crueldad en las instituciones: “pase y no vuelva”.

 

5.

Sin embargo, vuelven. Se obstinan en volver. Una y otra vez vuelven. No tienen a dónde ir.

Se trata de una clínica entre quienes no saben qué hacer ni qué decir y quienes no tienen a dónde ir.

 

6.

Se lee, en un mail que Débora escribe para dar la bienvenida a residentes. Se refiere a cómo y para qué estar allí:

“También para esperar y bienvenir a las vidas que vienen a los hospitales a atenderse, a curarse, a buscar alivio, a socializar dolores. Esperar incluso a quienes esperamos que no lleguen ni nos llaguen”.


Macedonio Fernández (1922) presenta un personaje al que llama Recienvenido.

Una figura que vive en estado de pasmo, asombro, curiosidad. Una existencia recién llegada que desentona con la monotonía del lugar. Como si vinera desde otro país o se hubiera puesto los pantalones al revés o portara más de una cabeza o anduviera concentrada en la invisibilidad de los átomos.

¿Cómo, haber llegado muchas veces y, sin embargo, recién llegar cada vez?

La clínica acontece, siempre, recién venida.

 

7.

Se lee: “Ceci n'est pas un hospital”


Una serie de René Magritte (1929) se conoce con el nombre de La traición de las imágenes.

En una de esas pinturas se ve una gran pipa sostenida en el aire con esta inscripción debajo: “Ceci n'est pas une pipe”.


Dice Magritte: “La famosa pipa. ¡La gente me reprochó por ello! Y sin embargo, ¿se podría rellenar con tabaco o se podría fumar esa pipa? No, sólo es una representación. Si hubiera escrito en el cuadro ‘Esto es una pipa’, ¡habría mentido!”.


Se lee: “Ceci n'est pas un hospital”.


Débora afirma: esto no es un hospital, siendo un hospital.


No se trata de una proposición de arte conceptual en tiempos de la preguerra europea. Ni de una crítica política de las teorías de la representación.


Se trata de otra cosa que no sabría nombrar.


¿Se trata de sostener una relación posible entre las palabras? ¿Acaso el día en que esa conexión se corte definitivamente ya no tendrán razón de existir ni las palabras ni las cosas? O, ¿ese corte habilitará otras palabras o ruidos o sonidos para nombrar otras cosas u otros gestos u otros silencios?

 

8.

Débora dice lo urgente:

“En los hospitales sabemos perfectamente bien lo que es una emergencia: es cualquier condición que pone la vida o lo vivo en riesgo de perderse”.

En un momento escribe: “vidas en pausa”.

Tal vez en la emergencia, se trata de pausar la vida, pero ¿cómo se hace algo así?

 

9.

Preguntas


El libro de Débora, por momentos, desespera en las preguntas “cómo se dice” y “si no acá, ¿dónde?”.

Se escucha: “Esto no es un hotel”. “Usan este lugar como parador”.


Débora inventa la palabra acanoistas.


Un relato post guardia cuenta que le recomiendan que vaya a un hospital porque allí lo van a ayudar. Va a un hospital. Explica que está mal, que necesita internarse. Evalúan. Concluyen en que no tiene criterio de internación. Le recetan pastillas. Se sube al tren. Regresa a ningún lado. Se toma todas las píldoras. Llega a otra guardia. No consideran que esté tan mal, pero se asustan cuando no puede respirar. Lo internan en terapia intensiva. Lo trasladan a otro lugar. Llega al mismo hospital en el que le dijeron que no tenía criterio de internación.


Una trabajadora de salud voluntariosa, dice tras la crisis: “Bueno, bueno, a vivir contento y feliz y basta de tantos hospitales”.

 

10.

Débora se pregunta: ¿cómo practicar la hospitalidad con lo que no se entiende, con lo que abruma, con lo mucho, con lo que angustia? O como gusta decir: ¿cómo practicar la hospitalidad con las llegadas que llagan?

 

11.

Se lee: “Hay vidas dolidas que de tan dolidas, ni se enferman; saben que no hay quien las cuide”.

 

12.

Débora duda sobre cómo nombrar infancias que llegan al hospital: ¿pacientes?, ¿existencias rotas?, ¿congojas intraducibles?, ¿tormentos de la civilización?

 

13.

Relatos post guardia cuentan historias de vidas deshabitadas.


En Los deshabitados, la novela de Marcelo Quiroga Santa Cruz (1959), existencias que sólo viven por el hábito de hacerlo, se levantan para pasar el día hasta que la noche las devuelve a una cama o a un agujero en la calle.


Sobreviven.


¿Habrá que inventar el nombre de deshabitantes?


Vidas deshabitadas de los infinitivos: jugar, cantar, dibujar, conversar, escuchar, desear. Deshabitadas de la posibilidad de dar y recibir calma, sosiego, ternura, suavidad.


Vidas yermas, desiertas, sólo pobladas por violencias y crueldades.


Deshabitadas incluso de los pliegues de las conciencias que llamamos inconsciente.

 

14.

Los relatos de Débora nacen de conversaciones.


Se lee: “Los relatos post guardia fueron escritos al día siguiente a una guardia, o a veces, incluso, durante la misma guardia (una urgencia dentro de otra urgencia). Ocurrencias de las tripas entre marzo 2020 y mayo 2022”.

Llamamos clínica a un estado de conversación que sigue conversando aun cuando se cree terminada la conversación. Una conversación iniciada antes de nuestra llegada y que continua más allá de nuestras efímeras presencias.

 

15.

La palabra clínica no se pretende como palabra poética. Puede tener belleza, sensibilidad, musicalidad, pero la urgen otras cosas: darse al estar ahí, ofrecer refugio, abrazarse al silencio, practicar un nombrar herido sin jergas ni lenguajes especiales.


Se lee:

“Hablas técnicas buscan decir algo, nombran,

enruidan, ¿no pasan por lo que pasa?

Hacer un minuto de silencio, estar en la tormenta. ¿Cómo?

Angustias escriben, tecnicismo avanzan.


¿Qué quiso hacer Débora con esas líneas sobre los vocablos? ¿Tachar palabras dejándolas visibles? ¿Provocar una lectura que vacile? ¿Introducir un obstáculo? ¿Poner a la vista una clínica que tartamudea?

 

16.

Como alguna vez dijo David Viñas cuando alguien se está hundiendo necesita palabras que floten.

 

17.

El tema de la clínica reside en la clínica.

Pensamos porque nos interesa la clínica, conversamos porque nos interesa la clínica, volamos bajito porque nos interesa una clínica no detectada por los radares.

Nos interesa todo lo que pasa en el mundo porque nos interesa la clínica.

 

18.

Leemos, estudiamos, conversamos, escribimos (a veces con belleza, como lo hace Débora) para saber cómo estar ahí haciendo algo que llamamos clínica.

 

19.

Tardé en comprender la cuestión de la traducción.


Durante un tiempo creí que El cazador oculto y El guardián entre el centeno componían dos novelas diferentes de J. D. Salinger (1951).


El título en inglés The catcher in the rye se traduce en forma literal como El guardián en el centeno.


El guardián en el centeno se corresponde con las cinco palabras del título en inglés, pero esa literalidad afea la idea.


Veamos. El guardián alude al arquero -como lo llamamos en el fútbol- o al jugador que en el béisbol corre para atrapar la pelota; si ese jugador se encuentra, de manera figurada, en un campo casi idéntico a un trigal, estará oculto y fuera del alcance del bateador. Entonces, cazaría la pelota desde una guarida y se comportaría como un cazador oculto.


Se lee: “… me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría hacer. Reconozco que es una locura”.


Débora Chevnik está ahí entre el centeno.

 

20.

Querían escribir. Decidimos encontrarnos los martes temprano en el hospital. Pero ninguna escribía. Propuse consignas: El día más difícil que tuve desde que trabajo en la sala. Lo que nunca le conté a nadie. Volví a casa llorando. Tenía los ojos tristes. Nos quedamos calladas. Nos dábamos un tiempo para escribir. Pero en el momento de leer, no leían: contaban. Les gustaba contar. No paraban de contar. Me propusieron que tomara notas o grabara. Y que lo trajera escrito para la próxima vez. Acepté. Así leíamos y corregíamos. Un día me dijeron que estuvieron pensando. No querían en el texto la palabra serenas. Con ese nombre llamaba en el hospital a las enfermeras que hacían el turno de la noche. Me excusé diciendo que esa palabra la habían dicho ellas. Hay que sacarla, dijo una decidida. ¿Qué ponemos? Pongamos: guardianas. , dijo otra: ¡Guardianas de la noche! Y continuaron: Guardianas de los sueños. Guardianas de memorias y olvidos. Guardianas de caricias ilícitas”.

 

21.

Escribe Alejandra Pizarnik en su diario en septiembre de 1954.

“¡Qué falta haría un nuevo diluvio! ¡Un torrente que arrebatase las eternas cantinelas domésticas!”.

¡Qué falta hace que guardianas y cazadoras inicien otra lluvia!



*Palabras labradas para acompañar la bienvenida de "Post Guardia ¿qué le hace un hospital a la noche?" de Débora Chevnik, el 17 de Noviembre de 2025


Martha Cooper Sin título (Niños jugando con una escoba) 2022 Impresión pigmentada de archivo 50,8 × 76,2 cm
Martha Cooper Sin título (Niños jugando con una escoba) 2022 Impresión pigmentada de archivo 50,8 × 76,2 cm



Comentarios


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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