Alta. Lánguida. Parada en la mitad del pasillo de la sala de internación. Inmóvil. La mano derecha apoyada en el pie de suero del que cuelga una bolsita con el alimento que llega hasta su estómago a través de una sonda que entra por la nariz.
Son las tres A.M.
De camino a la sala se respira frío. Y se oyen los ecos de las llamadas evaluaciones. Están en el aire. Dicen que la vida insomne se internó por un trastorno de la conducta alimentaria con ideación suicida. Sostienen que se quiso escapar, y que por eso se le puso haloperidol. Afirman que está con una crisis con mucho síntoma físico. Comentan que ha puteado a profesionales y al hospital entero. Escucho angustia, escucho que aún espera algo. Dicen insomnio. Escucho: soledad entre fantasmas.
Intento (no) extraviarme en la espesura de la maleza; confiando en lo por brotar.
Me acerco. Voy hasta donde está. Casi susurrando le digo que le hablo así porque hay muchxs chicxs durmiendo en la sala, así lxs ayudamos a seguir descansando. Pero que nos podemos escuchar igual. Asiente. ¿Cuál es tu habitación, esa? ¿Qué te parece si seguimos charlando ahí? Acepta enseguida. Se recuesta. Cierra los ojos. ¿Me seguís hablando bajito así me duermo? Dale.
Comentarios