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  • Foto del escritorRevista Adynata

Presentación de Sesiones en el naufragio / Liliana Lukin

Dedico a Marcelo Percia estas líneas sobre la Ética, que él mismo glosa en una nota:


“Spinoza llama fortaleza a los afectos que concurren en el deseo de obrar. Distingue, en la fortaleza, la firmeza y la generosidad. Considera la firmeza como constancia del deseo que resiste tristezas y desánimos y entiende la generosidad no como dar a otro lo que no tiene o le falta, sino como deseo de darse a lo común: de darse en cercanía y en amistad. Se podría pensar en una secreta fortaleza (que no se llama fortaleza sino insistencia) de las debilidades que practican firmezas modestas y generosidades”.


Al estilo Percia, diré que pensamientos ponen en escena la comunidad de lo ya pensado, no sólo en las palabras, por un nosotros de éticas compartidas, de confianzas probadas en el vivir, eso que podemos nombrar como “ hermandad”.


Encuentro en mis archivos estas líneas de Elías Canetti que podrían definir el trabajo de Marcelo, la forma de esa “insistencia”, lo que se puede leer en su obra:


“A medida que crece, el saber cambia de forma: no hay uniformidad en el verdadero saber.

Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los saltos del caballo en el ajedrez, y ese es el trabajo del maestro: garantizar que el desarrollo del discípulo no sea en línea recta.”


En un diálogo que no cesa, entre mutuas presentaciones de libros, lo que significa una historia de lecturas de nuestras escrituras y en segunda instancia un reconocimiento y circulación de textos y citas, un dar la palabra al otro, a la otra, en cada oportunidad de  compartir espacios y prácticas, en un diálogo que no cesa, decía, esta cita de Osip Mandelstam, en sus Conversaciones sobre Dante, también dice lo que Marcelo Percia busca, hace, propicia:


“Queremos describir lo indescriptible…Hemos perdido el arte de describir la única realidad cuya estructura se presta a la representación poética: impulsos, propósitos, oscilaciones”


Como dije en la presentación de Alejandra Pizarnik, maestra de psicoanálisis, ese libro de Marcelo de 2009, también porto una doble incomodidad: la de no haber escrito todo lo que hubiera querido, y la del exceso de equipaje:

El exceso: haber leído no sólo Sesiones en el naufragio, sino muchos textos anteriores que atesoro  entre sus libros, en fotocopias y revistas, y haber releído textos impresos de sus publicaciones en Adynata de los últimos años.  Una biblioteca ha caído sobre mí.

Así que sin más demora, empezaré este diálogo, esperando recepción.


Sesiones en el naufragio / una clínica de las debilidades nos ofrece, como en la cita que leo de Lispector, la posibilidad de “jugar a pensar”, yo diría nos regala “el entredós” de las lecturas que se disponen como en un escenario:


Y en estas playas donde se escucha la música del tiempo y su melancolía, podemos jugar a armar el discurso de la lista de posibles nombres para este objeto-que es un libro, pero además más, y otra cosa:


Un Diccionario: de palabras y sinónimos, frases, interpretaciones, usos.

      Enciclopedia: de experiencias situadas.

      Manual: de diferencias, analogías, oposiciones productivas-generadoras

      Atlas / Acervo

      Cartografía

      Antología

      Colección: de ideas, propuestas, sugerencias

      Instrucciones de uso / La vida. Instrucciones de uso.

      Diario de Sesiones

      Cuaderno de bitácora

     Atlas de memorias: cine, literaturas

     Tratado

     Mapa: de puentes / túneles /caminos

     Cuadros de situación: modos de actuar

     Galería: fabulario

     Faro: modos de ver

     Catálogo: modos de estar

     Correspondencias

     Protocolos: modos del ser


Y como final de juego, me atrevo a decir algo que Marcelo habilita cuando define cada palabra del título: se trata aquí de “una docencia de las emociones”, y tal vez, de una “guía de cómo sentir”.

 

“La atención es la más rara y pura forma de la generosidad,” dice Simone Weil,

y pienso en el concepto de ternura que alguna vez escuché en una charla de Fernando Ulloa: la ternura provoca el miramiento. Esta frase aparece porque la mirada de Marcelo Percia sobre el psicoanálisis, sobre la posibilidad de pensar al otro, la otra, están teñidas, veladas, atravesadas por la ternura. Por la conciencia dolorida de saber que en el dolor hay un secreto y que hay un cuidado que se debe a ese secreto. Y alrededor de todo eso él escribe esta serie de problemas sobre el lugar de los que piensan el psicoanálisis y de los que estudian y trabajan con personas que están en estado de sufrimiento. 


Así como con Spinoza se puede pensar que “no se sabe lo que puede un cuerpo”, con Henri Meschonnic, en su libro La Poética como crítica del sentido, se puede pensar lo siguiente: “se podría decir que un texto, en el sentido de una invención de pensamiento ( y sea lo que sea eso que uno califica como género, poema o novela, texto llamado filosófico) es eso que un cuerpo hace al lenguaje.(…), la poética es ella misma una ética en acto del lenguaje (...) ella es en un mismo movimiento, política. Una política del sujeto. De los sujetos.”


De alguna manera entre esas dos frases está trabajando todo el libro: pienso en qué le hace la lectura a un cuerpo, qué le puede hacer la lectura de este libro, o la lectura de poesía, al psicoanálisis, qué le hace a Marcelo Percia la lectura continua de textos literarios, de textos poéticos que lo instalan, como dice él, a hacer una residencia (clínica), en el poema.


El libro nos invita a leer sobre algo ya trabajado por él, aunque nunca tan exhaustiva y delicadamente: desde un ahora que se piensa, por fin, como la hora del fin de los encierros, reflexiones sobre la cuestión de la insumisión y de la discrepancia, al hablar de formas de “dar testimonio de un desacuerdo en uno mismo”. “en uno mismo”, no con uno mismo. Relatos, esquirlas de un hacer con otros.


No se trata sólo de cuáles son las ideas, que en todo el libro se desgranan y dan a leer como un desafío a la comprensión, como una noticia necesaria, de antemano esperadas en un acuerdo previo de esa confianza en una ética compartida. 


Como sabemos, se trata del modo en que esas ideas son pensadas para ser escritas:

una convicción, el deseo de dar testimonio, un método de transmisión, un estilo entre la ficción narrativa y el ensayo, un cruce de fragmentos de otros autores que crea deseos de lectura, hilvana, borda en punto cruz (el que no se desarma), zurce ejemplos que provienen del cine, la literatura, la filosofía, el psicoanálisis, enhebrando palabras de otros: interpretaciones conocidas y dispersas en las lenguas de la tribu se enlazan para sugerir líneas de acción, compartir eso que llamamos experiencias, tentativas, acercamientos a cierta eficacia de acciones ya probadas por quienes trazaron sus huellas en la piel del tiempo y el cuerpo de los otros.


Marcelo Percia sabe lo que falta en el psicoanálisis, se propone él como aprendiz de la palabra poética para mostrar un método de lectura que sea un método de escucha: una creencia en la palabra que se cree a sí misma es necesaria para a-tender.

Yo creo que este libro sus-cita, y lo que suscita es una discusión, porque Marcelo plantea que él es llamado a hospedarse en la conflictividad del otro.


Leeremos una política de la palabra que se ocupa de casi todos los “pensables”, que ejerce la donación de sus saberes, que actúa en un mundo poco hospitalario, al que conoce y donde eligió mirar con hospitalidad zonas que conocemos poco o des-conocemos, y donde, como escribió Alejandra, “dice lo que dice y además más y otra cosa”.


En el final de la Presentación con la que el libro abre a sí mismo, anuncia, como si fuera poco: “Solo se trata de inventar una lengua clínica que nos guste.”


Me sumerjo en él, y ya en el primer texto, Vivir entre metáforas, me propone un naufragio: allí se explora minuciosamente esa metáfora, se propone la idea de “darse a un naufragio”, como “darse a un análisis”, por ejemplo, y tal vez por ser  el primer texto, me convoca especialmente para este momento: pienso ¿quiénes entre los seres deseantes naufragaría por su propio deseo?


Vivir, para Percia, es, también, como conjetura, navegar en aguas profundas, sin amarre cercano, sin garantías, sin seguridades, y en ese enunciado, se da un lugar: propone saber estar disponible…”en el momento límite, en el borde resbaladizo” en el que una existencia desamparada sólo pide ayuda. ´


Acude, en este libro, a escribir formas de ese pedir, a formas de ese poder darse, dándonos la fuente primera o la confirmación a posteriori de sus ideas: así es como a veces procede el pensamiento generoso: piensa lo ya escrito sin haberlo conocido, y cuando encuentra ese antecedente, lo da a leer.


Transcribo las notas (que he tomado incesantemente de todo el libro) de estas primeras partes, y comparto la cita de Pascal de ese capítulo: “Remamos sobre un medio vasto, siempre inciertos y flotantes, empujados de una punta a la otra. Si aparece algún término en el que pensábamos fijarnos y asegurarnos, oscila y nos abandona; si lo seguimos, escapa a nuestras manos (…) para nosotros, nada se detiene. Tal es nuestro estado natural y, sin embargo, es el más contrario a nuestra inclinación; ardemos por el deseo de hallar un asiento firme (…) pero todo nuestro fundamento cruje y la tierra se abre hasta los abismos.”

Estamos ante el comienzo de un “manifiesto”, donde Marcelo dirá que Pascal propone una apuesta sin fin: “como el naufragio resulta inevitable, sólo queda tratar de encontrar una y otra vez una salida”. Pienso, claro, en Kafka, otra de nuestras lecturas esenciales.

Y sigue: “Casi 400 años después, se podría volver a decir: un común estar no necesita suprimir la inestabilidad del vivir. Pero sí urge poner fin a la desigualdad. Su sin fondo de crueldad”.

Ya no señala cómo pensar, dice “basta”, dice “ya”, sumerge a este libro en aguas de indignación.


Con el movimiento del texto, me aferro, como a una balsa, a la frase: “Acaso se pueda pensar también en darse a la orilla, a esa húmeda franja de aguas que suben y bajan.”

Eso hago: un “Darse a la orilla”: mareas que en su inestable movimiento aseguran la repetición de un mínimo riesgo: leo el texto como marea que viene y va de concepto en concepto, de imagen en imagen, para retroceder a la orilla de su mismo umbral, esta propuesta es la negación de la anterior.

Así, desarmar certezas es el ejercicio necesario de un pensar en el que confiamos.

El pensamiento sobre el habla, el darse a la soledad ajena, dejar el equipaje, como un pensamiento que sube y baja, marea regida por una luna omnipotente en un mundo de impotencias, o de potencias encapsuladas que no saben o no pueden “actuar”.

La escitura del pensamiento, como algo que debe mostrar su movimiento: construir-deconstruir, para dejar una huella en el borde de las aguas que se retiran.

Esa huella es la señal para volver a pensar, para abrir otra vez el juego de imágenes: “me siento en un mar de incertidumbres”, después “Nunca se sabe cuánto duele un dolor”, que, aunque pareciera provenir de otro paradigma, se entiende como anuncio de la frase que vendrá: “Alguien dice en estos días: ‘cada noche ilumino con una pequeña luz la oscuridad de las aguas. Busco sobrevivientes, pero no encuentro a nadie. Me despierto llorando a mares’.”

Y sabemos qué tragedias pasan ante nosotros en cada playa del planeta.


Taxonomías, registros, compilaciones de una escucha en diversos uni-versos con un común decir que ahonda en aguas contenidas o incontenibles, siempre en riesgo de tapar, callar, dejar sin aire.


Citar, dice Derrida, es dar el tono:

Lucrecio, leído por el ya citado Spinoza, Blumenberg, Defoe, Clínicas como posible suspensión de las catástrofes (deseo optimista del texto!), y en un par de páginas se desmantela la cubierta del barco en el que estamos, y finalmente Nietzsche ofrece un respiro: “tal vez desamarrarse de una moral sin asirse de ninguna otra…”, y su síntesis: “Solo sentir, actuar, pensar, desamarrando, zarpando, partiendo.”


Estamos en el comienzo del libro, tiempos de pandemia en los que estos textos se empiezan a escribir. Sigue “El hundimiento del Titanic, en 1912…Como si el indolente mar, más de un siglo atrás, hubiera avisado lo que, desde entonces, la tierra no deja de decir: arrogancias del progreso están destruyendo la vida.”

Y seguirá leyéndose, en este manifiesto, a Benjamín, y a Pizarnik.

Las olas del deseo golpeando contra los acantilados de la ceguera, de la sordera, de la honda miseria del mundo.


Disciplinadamente continúo con el segundo texto, Aprender a naufragar, relato de una experiencia de trabajo grupal donde se proponía un naufragio como juego teatral: nos enfrentamos a “existencias” en situaciones límites.

Es aterrador leer la descripción, y es un descanso el enunciado con el que termina el experimento que este texto hace conmigo, dice Marcelo:  “Un común naufragio necesita imaginaciones insumisas ante las crueldades derivadas de todos los pánicos. Necesita debilidades amorosas que agiten dulzuras animosas.”


Hay, en este libro un análisis de las ideas de “la fuerza” en la cultura, y hay, como conclusión, una defensa de la idea de “debilidades”,  ejemplos del desplazamiento entre nociones que creíamos conocidas: el movimiento es ir empujando conceptos hacia el borde del sentido común, que es, como es sabido, el peor de todos los sentidos.


Como escribe Marcelo: desmontar las “hablas del Capital” que habitan en cómo pensamos, para poder actuar como pensamos: es interesante señalar el uso de la expresión “conviene” usada en lugar de “corresponde”, “hay que”, “se debe”… esa delicada palabra, “conviene”, es en sí dubitativa, pero porta un saber, nunca se pronuncia sin argumentación, y en este libro, se destaca como parte de la enseñanza de cómo hacer una pedagogía sin hacer más que sugerencias.


En Ensayo sobre la piel, libro de poemas que Marcelo presentó en 2019, escribo sobre mi amoroso cuidado a una debilidad, una fragilidad, un sufrimiento en la piel de mi hermano, entre otros textos vinculados con el agua, el hundirse, el irse hacia el fondo:


Él preguntó, en su tono monocorde:

“Y si nos vamos de viaje, vos y yo”,

de viaje, de viaje para no volver, a lo abierto,

dije que sí, vamos a dónde y ya no supo,

porque a dónde no es un destino.


Momentos de luminosidad, cuando dijo

a su acompañante “mi hermana es un capitán”,

y nos embarcamos los tres

en el mismo naufragio”.


En esas líneas conviviven la idea de embarcarse y la de naufragio: en espejo con la modalidad discursiva de este libro, pienso que se dice “embarcarse” como sinónimo de unirse, apoyar, compartir un proyecto, (pensar en el Arca de Noé ), un lenguaje común,

para pensar en común.

Pienso que se suele usar “naufragio” como sinónimo de situación irremediable, donde “eso” sería una ilusión que mejoraría el “estar ahí”, sólo porque hay un “juntos”.


El viaje como salvación, Rilke y “lo abierto”, puntos de contacto, coincidencias, pregnancias de un discurso en otro.


Recordé así la película “Los niños del hombre”, de Alfonso Cuarón, (2006). Considerada de “ciencia ficción”, fue difundida entre nosotros en  2020. Sobre el final, se trata de llegar a un barco nombrado “El mañana”, perteneciente a un movimiento clandestino llamado “Proyecto Humano”. Podemos decir sin más interesantes detalles del argumento: embarcar en el mañana del proyecto humano, llevando una única esperanza, sobrevivir y alcanzar la salvación.


Embarcarse en pensar nuevos modos de pensar.


El tercer capítulo se titula Un común vivir, y conforta un poco, aunque comience con una advertencia, le seguirán Un común silencio, Desolaciones, Vidas apartadas, y aún no estaríamos más que en la página 50…


Cómo escribir para este encuentro sobre el universo poderoso, inacabable, de referencias y citas, relatos y reflexiones sin hacer una lectura/escritura de cómo cada capítulo trabaja, cómo  se relacionan entre sí, como “hablan”, cómo comparten una historia del psicoanálisis y sus problemas,  comunicando admirables experiencias de formación e interacción,  y sobre todo, cómo “nos hablan”.


El capítulo nombrado La clínica que hacemos me parece un buen final para esta oportunidad. Allí, en un tono diferente, sin recursos literarios ni filosóficos, Marcelo escribe como diciéndonos, lo veo:  

“La clínica que hacemos recala en el silencio de los saberes. Habita un no saber qué hacer que, sin embargo, da cuenta de sus decisiones, de sus actos, de sus palabras.

(…)

La clínica que hacemos practica interrogaciones abiertas a lo común. Si atiende a una insistencia que asusta a una nena, indaga también qué otras fijezas aterrorizan a las infancias en los barrios; pregunta, asimismo, qué otras amenazas acechan en las sombras de las hipocresías comunitarias; recuerda, incluso, pedagogías de la crueldad extendidas en todas las instituciones.

(…)

La clínica que hacemos transita cruces, mudanzas, migraciones.

(…)

Parte de las arrogancias de las disciplinas que defienden, cada una por su lado, sus distintivos, a citas gestantes de momentos de un común saber.

Se mueve desde un pensar cuidado que acompaña afectividades externadas en pequeñas casas, a disponibilidades que acompañan a un barrio que necesita conversar sobre lo enmudecido.

(…)

Hay una lengua que ultraja, sin ella no habría crueldad. Tampoco se conocerían las voces clasificatorias ni las capturas diagnósticas.

La clínica que hacemos nombra vidas que sufren sin necrosar las designaciones: existencias maltrechas, hervideros de sensibilidad, somnolencias insomnes, emobotamientos excitados, efusividades desreguladas, rarezas que miran fijo, indigencias amorosas, confusiones que asedian, inadvertencias que presionan, vulnerabilidades que persiguen, desamparos que intimidan, impulsividades que asustan. Y, así, cada vez.

La clínica que hacemos procura no ahogar potencias disidentes de las demasías.”


Leo nuevamente fragmentos del texto que nos mandó Nico Koralsky, tan amado, su saludo al comenzar  este año, que dice así: “en este naufragio conocido como humanidad….en este mar de migraciones forzadas….en este piélago, muchas veces cruel y hostil, espero que puedas celebrar que todavía seguimos siendo la madera después del naufragio…esa madera noble que, a pesar de su humedad, se enciende y da fuego, y se siente celebrada al volverse ceniza…”


El libro durmió junto a mí, entre sus páginas leídas se ven los amarillos adhesivos, anotaciones con número de página ocupan dos cuadernos, voy con todo de acá para allá, frente a la computadora, por mi casa, de mi casa al bar, del bar al escritorio, releo, anoto la vida en papelitos, pienso mientras tanto, títulos de libros que leí, que leeré, los que releí para citar y que no entraron en este texto, tanto para dar, acompañada por ideas contagiadas en este tiempo compartido: la lectura me ha vuelto participante conmovida de estas sesiones.



*Presentación del libro sesiones en el naufragio, una clínica de las debilidades de Marcelo Percia 2 de setiembre de 2023













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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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