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Foto del escritorRevista Adynata

Surrealismo, Estado y Revolución en Vallejo y Benjamin / Ezequiel Buyatti

Uno no conoce un lugar hasta no haberlo vivido desde el mayor número posible de dimensiones. Para sentir un sitio como propio hay que haber entrado en él desde los cuatro puntos cardinales, e incluso haberlo abandonado en esas mismas direcciones

Walter Benjamin, Diario de Moscú


Para tener una mayor comprensión de las nociones de surrealismo, Estado y Revolución en César Vallejo y Walter Benjamin es necesario leer contiguamente sus viajes revolucionarios. Las concepciones suscitadas en la obra de Vallejo, Rusia en 1931 y en la de Benjamin, Diario de Moscú, resultan de un carácter interesante si, precisamente, la lectura se realiza en serie. De esta manera, se logrará una mayor aproximación a sus posturas divergentes. Por otra parte, para lograr el mismo fin, también es necesario contraponer los artículos “Autopsia del Superrealismo” de Vallejo y “El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea” de Benjamin.

Vallejo rechaza el postulado de la vanguardia artística surrealista como transformadora de la vida. Sostiene que no hay más que una sola revolución: la proletaria. Y esta revolución la harán los obreros con la acción y no los intelectuales anarquistas incurables con sus “crisis de conciencia”. Caracteriza al surrealismo como una forma abstracta, mística y cerebral de la política. Niega despectivamente la posición anarquista y nihilista del surrealismo:


El surrealismo se hizo entonces anarquista, forma más abstracta, mística y cerebral de la política y la que mayor se avenía con el carácter ontológico por excelencia y hasta ocultista del cenáculo. Dentro del anarquismo, los surrealistas podían seguir reconociéndose, pues con él podía convivir y hasta consustanciarse el orgánico nihilismo de la escuela. (Vallejo, 1930, p. 1)


En sus viajes a Rusia en 1928-1929 no deja de rechazar al surrealismo como sistema decadente incapaz de crear el espíritu revolucionario del hombre nuevo:


La inteligencia trabaja y debe trabajar siempre bajo el control de la razón. Nada de surrealismo, sistema decadente y abiertamente opuesto a la vanguardia intelectual soviética […]. Los temas literarios son la producción, el trabajo, la nueva organización de la familia y de la sociedad, las peripecias y luchas ineluctables, para crear el espíritu del hombre nuevo […]. (Vallejo, 1959, p. 82)


Esa vanguardia intelectual soviética que nombra Vallejo luego estará contenida en la estética oficial de la URSS: el realismo socialista. En este sentido, Boris Groys en su texto Obra de arte total Stalin sostiene que esa estética logró materializar el sueño de la vanguardia y organizar toda la vida de la sociedad en formas artísticas únicas:


Lo que distingue al realismo socialista está, ante todo, en los métodos radicales con los que se implantaba […]. En la época de Stalin se hizo realidad la exigencia fundamental de la vanguardia de que el arte pasara de la representación de la vida a la transformación de esta con los métodos del proyecto estético-político total. (Groys, 2008, p. 37)


Según Groys, el método del realismo socialista se refiere a un realismo del sueño, que oculta tras su forma popular, nacional, un contenido nuevo, socialista. La visión del mundo es construida por el Partido, la obra de arte total es creada por la voluntad de su verdadero creador: Stalin.


Frente al rechazo por parte de Vallejo del surrealismo, se puede situar en las antípodas a la concepción que Benjamin tiene de esta experiencia estética y revolucionaria. El interés por el surrealismo excede largamente la consideración estética. Tiene que ver con su relación con la inteligencia y la libertad como concepto. Por eso, se sitúa con el anarquismo y la revolución: “Solo la revuelta extrae por completo su rostro surrealista” (Benjamin, 1980, p. 4). El nihilismo de Benjamin no es el del “arte por el arte” sino que está cargado de potencia de destrucción, de negatividad y, por lo tanto, de radical libertad:


Un concepto radical de libertad no lo ha habido en Europa desde Bakunin. Los surrealistas lo tienen. Ellos son los primeros en liquidar el esclerótico ideal moralista, humanista y liberal de libertad, ya que les consta que la libertad en esta tierra solo se compra con miles de durísimos sacrificios y que por tanto ha de disfrutarse, mientras dure, ilimitadamente, en su plenitud y sin ningún cálculo pragmático. Lo cual les prueba que la lucha por la liberación de la humanidad en su más simple figura revolucionaria (que es la liberación en todos los aspectos) es la única cosa que queda a la que merezca la pena vivir. (Benjamin, 1980, p. 7)

Un concepto a destacar en el que los autores disienten es el pesimismo. Vallejo sostiene que del pesimismo y desesperación surrealista se hizo un sistema permanente y estático, un módulo académico. Para Vallejo el pesimismo y la desesperación deben ser transitorios, no fines. Deben desenvolverse hasta convertirse en afirmaciones consecutivas. Por lo tanto, según esta teoría los surrealistas no pudieron superar su crisis moral e intelectual y no alcanzaron un programa revolucionario. El único y verdadero espíritu revolucionario de las primeras décadas del siglo XX para Vallejo es el marxismo.


Por su parte, Benjamin apuesta a ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolución y organizar el pesimismo. Rechaza tanto el programa de los partidos burgueses como ese “futuro más bello de nuestros hijos y nietos” del programa socialista. En ambos programas todo son imágenes, de libertad, ni rastro:


Organizar el pesimismo no es otra cosa que transportar fuera de la política a la metáfora moral y descubrir en el ámbito de la acción política el ámbito de las imágenes de pura cepa. Ámbito de imágenes que no se puede ya medir contemplativamente. (Benjamin, 1980, p. 9)


La construcción que realiza Vallejo sobre el Estado socialista ruso en su obra Rusia en 1931, a pesar de aportar datos estadísticos y conversaciones cara a cara con profesionales y dirigentes soviéticos y con el proletariado ruso, tanto adepto como disidente del régimen, es profundamente idealizante y panegírica. Si bien su crítica constante a los países capitalistas que le sirve para contraponer con el régimen socialista pareciera ser aguda, sus observaciones sobre el Estado soviético no dejan de contener generalmente un tono laudatorio. Observa a Moscú como la capital del Estado proletario, como la ciudad del porvenir, la urbe futura, la ciudad socialista en la cual el hombre nuevo se está construyendo. El hombre nuevo proletario bajo la directriz del Soviet:


Los obreros rusos ponen en su trabajo una abnegación que conmueve y una esperanza exultante. La mayoría de ellos están enterados de que no todas las formas de trabajo de los Soviets son las más avanzadas del mundo, y que, lejos de eso, el obrero ruso penará por algún tiempo, hasta igualar, en materia de confort en el trabajo, al obrero capitalista […]. De aquí que ellos soporten esas dificultades alegremente, con la confianza y la fe en que ellas no son sino momentáneas. (Vallejo, 1959, pp. 67-68)


Los proletarios con los que dialoga Vallejo asienten que quieren crear y afianzar una situación económica seria y sólida dirigida por el Estado para el porvenir. Es el Estado el que crea y dosifica las necesidades salariales, el que organiza la vida y el que dictamina la organización del proseguir de la Revolución. A pesar de esta organización de la Revolución plenamente dirigida por el aparato estatal y por el Partido, Vallejo encuentra un clima de placer y orgullo en el proletariado soviético:


El obrero vive embriagado del placer y del esfuerzo que despliega a toda hora en las tareas sociales. Su entusiasmo y su embriaguez cívica provienen de la convicción que tiene de que él, como individuo, es algo viviente e importante en la colectividad […]. (Vallejo, 1959, p. 97)


Benjamin, por el contrario, habla de una reticencia por parte de su amigo Bernhard Reich sobre la adhesión al Partido por considerarlo reaccionario en materia cultural:


Esto [la situación de los intelectuales] nos lleva a hablar de la reticencia de Reich a la hora de unirse al Partido. Reich hizo hincapié en las inclinaciones reaccionarias del Partido en materia cultural. Los movimientos de izquierda, que tan útiles habían resultado a lo largo del comunismo en tiempos de guerra, pasaron a ser absolutamente dejados de lado. (Benjamin, 2015, pp. 12-13)

A Vallejo no le preocupa la negación de la libertad, ya que, según sus palabras, el Estado niega la libertad; ni le preocupa la dictadura proletaria dirigida por el Partido. Sostendrá que en el régimen bolchevique la mejor manera de ser libre es obedeciendo —“la libertad es la esclavitud” leemos en 1984—. Denomina al anarcosindicalismo como ideología reaccionaria y apuesta por la transitoria fase socialista del Estado soviético como instrumento organizador y regulador de la vida. Frente a esta concepción del “comunismo” de Estado —anticomunista— y frente a este repudio del anarquismo, Benjamin apuesta por un presente como momento de constante posibilidad revolucionaria. Se interesa por las fuerzas anárquicas y, por lo tanto, por una potencia nihilista revolucionaria destructora de toda coacción. Todo acto revolucionario tiene un componente de ebriedad que se identifica con el anarquismo.

En la entrada del 30 de diciembre del Diario de Moscú, en fin, nos encontramos con una afirmación que critica a la supresión de la dinámica del proceso revolucionario del Estado bolchevique. Este es un punto fundamental que concentra las diferentes posiciones de Vallejo y Benjamin sobre el proceso revolucionario y la transformación de la vida:


[…] he insistido sobre lo contradictoria que es la situación actual. En cuanto a política exterior, el gobierno busca la paz para firmar tratados comerciales con los Estados imperialistas, mientras que fronteras adentro sus principales esfuerzos apuntan a la suspensión de comunismo militante, buscando un devenir libre de conflictos de clases, empeñándose en despolitizar la vida de sus ciudadanos en la medida de lo posible. Por otra parte […] se da a la juventud una educación “revolucionaria”, lo cual significa que lo revolucionario no les llega como experiencia, sino como un discurso. Se intenta suprimir la dinámica del proceso revolucionario dentro de la vida estatal: con o sin intención, se ha iniciado un período de restauración, y sin embargo tratan de almacenar la energía revolucionaria de la juventud como si se tratara de la energía eléctrica de una pila. Y eso no funciona. (Benjamin, 2015, pp. 90-91)

La energía revolucionaria no llega como experiencia, se elige el camino de la mercantilización de los cuerpos, el tiempo histórico del Partido del orden, el cronometraje de lo vital gestionado por el principio de gobierno, la supervivencia dentro del marco estatal: negaciones de lo vivo, ratificaciones de lo mismo. Contra esto, embriagarse de la potencia lúdica del surrealismo y de la fuerza anárquica negadora de lo existente. Esa es la apuesta artística/revolucionaria de Benjamin. No hay contemplación, sino imágenes de pura cepa que se construyen en el ámbito de la experiencia revolucionaria.


Referencias bibliográficas

Benjamin, W. (1980). “El surrealismo. La última instantánea de la inteligencia europea”. Imaginación y sociedad. Iluminaciones I. Madrid: Taurus.

Benjamin, W. (2015). Diario de Moscú. Buenos Aires: Godot.

Groys, B. (2008). Obra de arte total Stalin. España: Pre-Textos.

Vallejo, C. (1959). Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin. Perú: Perú Nuevo.

Vallejo, C. “Autopsia del Superrealismo”. Disponible en: http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/libros/literatura/la_polem_vang/aut_super.htm


Pi Chon. Abajo los partidos. Concentración por la libertad de lxs detenidxs durante la primera marcha por Santiago Maldonado. C.A.B.A. 2017.

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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