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Foto del escritorRevista Adynata

Urdimbre / Vanesa Neila


Lecturas de borde para tiempos feroces

Anne Dufourmantelle


I

Cuando una palabra aparece, un mundo nace con ella.

De lo clandestino a lo íntimo, de lo inaccesible a lo revelado, del complot al desvelamiento público, el secreto se ha convertido en una clave individual de identidad. La idea de una verdad sagrada y ocultada cuyo acceso sólo les era permitido a los dioses no permite percibir que es un proceso vivo. Lo que está oculto está sujeto a una atemporalidad congelada, escondido para toda la eternidad. En el secreto en cambio, existe un devenir. Evoluciona como el sujeto que lo guarda. Por eso mismo se lo quiere poseer, captarlo porque es justamente aquello que escapará para siempre. En su etimología latina secreto significa “poner aparte”. Junto con el sermón y la dimensión de lo sagrado están ligados a lo inefable, vinculados en la memoria de la lengua. El secreto suprime las fronteras que separa a los vivos de los muertos, lo divino y lo profano, lo solar de lo nocturno, el silencio de la palabra. Respetando el espacio íntimo del otro, haciendo alianza con la noche sin querer ponerle fin.


¿Qué es lo inconfesable?


El origen está en la infancia, ese territorio estriado de cosas escondidas: momentos de vergüenza y placer, miedos, descubrimientos e iluminaciones, fantasmas. Es una intensidad múltiple, iniciación ininterrumpida. El secreto comienza con el cuerpo. Nuestros cuerpos son el archivo de otros cuerpos, otras memorias. Está compuesto por células preexistentes, incluso el secreto del último aliento está allí, la muerte agazapada en la condición tisular bajo la farsa del envoltorio carnal. Cuerpo que va a transmutar en singularidad. Al secreto primero del momento de nuestra muerte le responde otro secreto, el de Eros. Tánatos y Eros conviven sabiendo que somos los hijos de una habitación obscena. ¿Cuál es la parte colectiva de los fantasmas que cobijan a un individuo?

Defender el secreto del cuerpo es resistirse a hacer de el un bien perfecto, una producción capital. Es verlo como un templo.

Pasar a estar del lado del secreto es convertirse en psicoanalista. Es elegir la penumbra y ciertos silencios, no cesar de ser migrante. Apuesta arriesgada de imaginarse deshaciendo los guiones prefabricados de pasados dolorosos para inventar otros más abiertos y vivos. Siendo como instrumentos que se ponen de acuerdo en la orquesta para descifrar la partitura desconocida.

La gracia está en el acontecimiento. El misterio es un horizonte, devenir secreto del mundo.


II

¿Cedemos a la dulzura o la provocamos? Puede llevarnos hacia aquello que en tiempos de guerra se llama “el frente”.

La dulzura pertenece ante todo al paladar, a la memoria de la succión del recién nacido. El gusto de lo azucarado es su universal metáfora. Lo azucarado y la miel. Es un olor a leche, a higo y a rosas. A todos los olores amados que nos hacen volver a nuestro cuerpo primero, un cuerpo antes del cuerpo, tanto espiritual como sensorial.

La dulzura hace pacto con la verdad por eso es una ética temible. No puede traicionarse.

La dulzura es política.

No se pliega, no otorga ningún plazo. Ninguna excusa.

Es un verbo: se hace acto de dulzura.

Concuerda con el presente e inquieta a todas las posibilidades de lo humano. De la animalidad guarda el instinto; de la infancia, el enigma; de la plegaria, el sosiego; de la naturaleza, lo imprevisible; de la luz, la luz.


III

Correr el riesgo de la infancia es no olvidar que fuimos niños.

¿En qué consisten su peligrosidad, su poder de contagio?

La infancia es la única experiencia metafísica que todos hemos tenido con la sensación de que hemos visto el revés del mundo.

Más tarde vendrá el olvido. La infancia presente en la edad adulta no tiene nada que ver con aquella en pretérito, la que hemos arrullado dentro de nosotros, de la que hemos vuelto a dibujar cuidadosamente el contorno, falsificado el ambiente, reescrito la cronología con álbumes de recuerdos. Hasta hablar de ella es difícil, ya que es a partir de un exilio irremediable que las palabras nos son dadas para hacerles señas.

Haber esperado con todas las fuerzas que algo sobrevenga es haber sido un niño maravilloso, inconsciente, cambiante, que se aferra a un sueño con animales de peluche. Su secreto es compartido. El mundo le habla y él dialoga con el mundo familiar, inclusive con los fantasmas.

Lo desconocido es domesticable, todo niño lo sabe. Esta íntima seguridad le permite pensar mientras libera sus sueños. Pero luego sobreviene algo, como un rayo. Puede ser un “no” pronunciado casi inadvertidamente que haya generado otro rostro posible para lo real. Podrá ser una caída en bicicleta o una promesa no cumplida. Una falla revelando en ese paisaje desconocido, una línea de horizonte puesta al desnudo. Y es ahí, es ese lugar impensable que el niño será dejado solo con el desvanecimiento del amparo. Tal experiencia que puede durar minutos u horas, si es verdadera, es decir si no es desmentida ni disfrazada, será fundadora. Es otro mundo que aparece en el reverso del mundo, que estaba escondido allí en su espesor mismo como envoltura protectora. La realidad nunca volverá a ser la misma. ¿Quién habría podido creer que el genio saldría de la botella en el lugar donde uno llora?

El rayo en este cielo nos hace entrar en un mundo donde el asombro se vuelve posible puesto que algo se posó justo allí, a la orilla de la página, de tus ojos, en la incompletud del mundo y de todo deseo. Que dice que perderse no es definitivo, que el equívoco está en el corazón del lenguaje pero que uno puede hablar de todas formas, puede estar abandonado todo el tiempo y no obstante, respirar. Amar también.

Eso de arriesgarse a la infancia no existe, ella es quien se arriesga en nosotros.

La pregunta es: ¿se podrá darle la bienvenida?


Chiharu Shiota 2019 In Silence

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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