Lxs viejis y usuarixs de sillas de ruedas fueron las primeras personas en entrar a la Plaza de Mayo el 1 de febrero de 2025, en la Marcha Antifascista y Antiracista LGBTNBQ+, gracias a la comisión de seguridad de la marcha
Recién hoy lunes, 3 de febrero, encuentro algunas palabras para contar lo especial que fue la marcha del sábado para mí. Me tocó la suerte de estar al lado de la tía lesbiana de una amiga y así pude vivir la marcha desde el espacio de cuidados organizado para les viejis por la comisión de seguridad. La tía se llama Elena, tiene algo de setenta años, es de Estados Unidos. Es la esposa de la tía de Pao, una amiga que esos días vino de Rosario especialmente para buscarlas. La esposa de Elena se había ido a Catamarca a estudiar los flamencos, y Elena se había quedado en Buenos Aires, acompañada por mi amiga y muy emocionada por la suerte de poder estar en la marcha. En Nueva York ella acompaña a migrantes, en medio de una situación crítica por la cacería de Trump contra ellxs, y por eso, (y no solo por ser lesbiana), la movilización le arrancó muchas lágrimas de emoción. Pao, su sobrina política, también estaba emocionada por poder compartir la marcha con su tía. Ser lesbiana y tener dos viejas tías lesbianas no es muy común.
Les viejis adelante
Nos encontramos unos minutos más tarde del arranque de la marcha y marchamos atrás del camión de la columna Mostri. Íbamos registrando cuántas personas de sesenta, de setenta, se manifestaban contra el odio de Milei. Veíamos muchas tías lesbianas. Al rato, como nos íbamos quedando atrás, nos desviamos unas cuadras para alcanzar el primer bloque. Al retomar Av de Mayo por la calle Chacabuco, de pronto nos encontramos pegadxs a la bandera de arrastre. Adelante, en medio del asfalto caliente, vi varios amigos ocupados en la organización. El avance se había detenido y debatían cómo seguir. No los quise interrumpir, pero al rato saludé a Rubi y le conté que estaba con la tía vieja. “Que pase por acá, entonces, esta es la parte para les viejis”, me dijo, y me señaló un área adelante de la bandera de arrastre, que yo sabía que existía, pero no me había dado cuenta de que era real, que de verdad podíamos usarla. Muchas veces hay sectores de cuidado para niñxs en las marchas, pero suelen ser fijos, no móviles, y suelen estar en el inicio, y no adelante. Así fue que de la nada cruzamos el cordón de seguridad y nos encontramos por delante de la bandera de arrastre, cuidados por un cordón de rescatistas. Vi cuatro usuarixs de sillas de ruedas, y una amiga me dijo que había estado María Moreno, que pudo vivir su primera marcha después de varios años. Vi viejis con bastón, con dificultad para caminar, y lxs jubiladxs que pasaban con sus carteles eran invitades a quedarse ahí. Pao, Elena y yo habíamos empezado la marcha sin saber cómo terminaríamos, si llegaríamos a la plaza o no, porque no es fácil para una persona mayor caminar tantas cuadras en medio del calor y una gran multitud, buscando la sombra, deteniéndose para descansar.

Para nosotrxs era suficiente con estar, y de pronto, gracias al cerco de cuidados, nos estábamos acercando a la Plaza de Mayo. Pao dudaba un poco de si seguir o no, pero faltaba tan solo una cuadra. “Ya falta poco”, le dije a Elena. Estar adelante de la propia bandera de arrastre era surrealista. Parecía como si nos estuviéramos cruzando adelante de la foto. Y era verdad. Estábamos fuera de lugar en una sociedad que a los viejxs y a las personas con discapacidad les da la espalda, con un presidente que los trata de viejos meados y que amenaza con sacarles el cupo de discapacidad. Nunca viví algo igual, y dudo que haya habido una marcha en la historia con tanto nivel de justicia social, donde lxs últimos sean lxs primerxs. Otro de los aspectos históricos de esta marcha, aunque algo escondido por las emociones que nos embargaron y por la humildad de lxs organizadorxs. Pero yo lo vi. Y aunque parezca romántico… no lo es. Es tan solo emocionante, porque la justicia no es tan común.
La lógica del cuidado
De pronto una amiga vino corriendo y me entregó una cinta fucsia: “Esta es la cinta distintiva para lxs que están en la organización”, me dijo. “Así no te dicen nada por estar acá adelante”. “Pero yo no estoy en la organización”, le respondí. “Estoy acompañando a una vieja lesbiana”. Al decir esto me sentí el malo de Titanic que se abraza a una niña para subirse al bote. Pero era absurdo sentir que estaba mal estar ahí. Yo estaba acompañando a la tía y a mi amiga, y no las iba a dejar solas. Guardé la cinta fucsia y reflexionando sobre esto recordé algo que sé muy bien cómo es porque tengo una hermana con discapacidad, y es que incluso cuando en alguna situación se trata de ser “inclusivo” con las personas con discapacidad, muchas veces se olvida que puede haber alguien que acompaña a esa persona y que el “beneficio” que se le da a la persona con discapacidad también lo precisa la persona que va con ella. Esa vieja, o esa persona usuaria de silla de ruedas está con alguien que posiblemente no sea vieja, o que no sea usuaria pero que también forma parte de su vida. Entonces se entiende mejor que no existe una “individualidad” sino que en nuestra vida no podemos estar solxs, que en realidad siempre hay alguien que nos acompaña, o por lo menos, así lo entendemos nosotrxs. Siempre estamos unidxs por un cordón. Y por eso el cordón cuidaba no solo a les viejis, también cuidaba a les que cuidan y acompañan.
¿Quién cuida? Es la cuestión que está en juego. Nosotrxs decimos que el Estado nos debe cuidar. Milei y Bullrich piensan que el Estado solo sirve para pegarnos un palo en la cabeza por ser pobres, por ser marrones, por ser lesbianas, travestis, trans, marikas, no binaries, trabajadoras sexuales, vendedorxs callejerxs… y el cuidado… arreglate como puedas. Por eso es importante subrayar, aunque para nosotrxs es claro: la marcha no se trata del derecho a tener un “novio gay”. Se trata de nuestra vida, de nuestro aire, de la comida, de nuestra salud, de nuestra vejez, de nuestra infancia, de nuestra integridad corporal y que el Estado la garantice en lugar de romperla en pedazos.
Una foto de mil palabras
Incluso la lógica de la imagen fue modificada por la dinámica de cuidados. El cordón de rescatistas que nos protegía por delante literalmente tapaba la foto principal de la cabecera y eso empezaba a ser un problema. Al acercarnos a la plaza, lxs fotógrafos y la prensa se empezaron a agolpar en gran cantidad por delante del cordón de rescatistas para tomar la foto del ingreso. El cordón que nos cuidaba impedía que ellxs entraran, hasta que algunas personas de la organización hicieron pasar a un grupito de fotógrafxs al cerco para poder captar el momento de entrada a la plaza y allí nosotrxs nos movimos un poco al costado. Ahora entiendo mejor que lxs fotógrafos no vieron lo que yo veía. Ellxs nunca pudieron sacar la foto de les viejis y usuarixs de sillas de rueda por delante de la bandera de arrastre, porque, primero, el cordón de cuidados lxs tapaba, y, luego, cuando entraron, fueron directamente a la bandera dejando de lado al grupo de les viejis, que, por lo que sé, no salieron en la foto. Sinceramente, no sé si existe una foto que represente lo que estoy contando; aún no la vi. Por suerte este texto tiene más de mil palabras.
Desde el cordón de seguridad, con la perspectiva de la foto, un par de personas gritaron “Alcen la bandera”, “Alcen la bandera”; lo cierto es que si las personas alzaban la bandera de arrastre sus caras no se veían. “Alcen la bandera”, volvían a gritar quienes demandaban la foto “perfecta”. Pero la bandera la llevan las personas, y no hay bandera que aguante si no hay personas que la pintan, que la llevan, que la arrastran, y no se puede arrastrar una bandera si la bandera te está tapando la visión para que salga la foto, así que no sé si la foto de la bandera salió tan perfecta como lxs profesionales de la foto lo pedían, si sé por cierto que quienes pedían la foto perfecta nunca se enteraron de que la foto más histórica ni siquiera la habían registrado.
Abran paso que llegaron las marikas
Pero lo más emocionante aún no lo conté. Aún faltaba entrar a la plaza en medio de un tapón de miles de personas que ya se agolpaban ahí. Eran miles por delante, y yo no tenía idea de cómo haríamos para entrar. El cordón mostri empezó a presionar muy fuerte. Gritos, tironeos. Nos miramos con preocupación con mi amiga, estaba bravo, pero ya era tarde para salir de la columna. La tensión fue grande. Mi querido amigo Negro Montenegro iba como un perro pastor de un lado a otro ordenando el avance de la bandera de arrastre. También las compañeras de YoNoFui. Por los costados, marikas y lesbianas presionaban con fuerza. De pronto se escuchó un canto poderoso “A-bran paso - llegaron las marikas!”, “A-bran paso - llegaron las marikas!” Todxs empezamos a cantarlo y la multitud se empezó a abrir. Fuimos río, y en el extremo, cuatro sillas de rueda tocaron el cordón amarillo de la Plaza de Mayo. Ese cordón sagrado que cruzaron las madres de Plaza de Mayo miles de veces, ese cordón donde estaban las rejas que Macri le puso a la Plaza pero las bajamos, ese cordón que, apenas cruzarlo, ya vimos como se remojaba la mostriada en la fuente, la felicidad del agua, la felicidad total de estar cruzándolo. Ese cordón que no tenía rampa, y que debería tenerla. Fue muy rápido, varias personas subieron las sillas de lxs mostris y viejis a la plaza y empezamos a circular por Nuestra plaza.
Se hacía tarde para mi amiga y la tía, que debían emprender la vuelta a Rosario. Cruzamos en diagonal respirando el aire de la vida política que más amamos, en un pedazo de suelo que se conmovió y vibró muy alto, como en otras partes de Argentina y el mundo. Más tarde vi fotos de la bandera llegando a la puerta misma de la Casa Rosada. El cordón que nos cuidaba estaba ya fundido con la multitud que se abrazaba.
Esa tarde la historia cambió, subvertimos un orden, lxs últimos fueron lxs primerxs, y esto no lo vamos a olvidar nunca ni nos lo pueden robar. Un dron puede trastabillar, una foto pueda fallar, pero si nosotrxs lo vivimos, existe. Se la dimos vuelta.
Fuente @idiagonal (instagram) Imágenes: Elaine Chapnik

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