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  • Foto del escritorRevista Adynata

A un silencio de página / Arnaldo Calveyra

Desde el comienzo necesité escribir en la calma de una pieza, una pieza a la que nada parecía destinar a las tareas literarias, esa necesidad pronto se convirtió en costumbre. Poco a poco me fui dando cuenta de que se trataba de un aprendizaje más entre los aprendizajes que me aguardaban. Aprendizaje, anhelo, búsqueda de la página escrita, tan arduo, a no dudarlo, como buscar un alfabeto, o encontrar la posición de una palabra en la frase. Si bien yo trabajaba en aquella paz del cuarto, sin darme cuenta trabajaba en mi propio silencio, poco a poco lo iba dando vuelta del revés. Al ponerme a su servicio me ponía al servicio de la página por escribirse. De vez en cuando a mí me parecía que se trataba de una visita a la que era preciso atender y no algo que de más en más llegaba del fondo de mi experiencia. Porque en verdad, desde hacía tiempo mi tema era el silencio. Eso que entra en la composición de una palabra, fábula difusa que llega con cada una de ellas, palabras en conversaciones con un verso. A tratar de que impregnara lo escrito y lo por escribirse. Que algún día llegara a convertirse en la trama y razón de ser de mi tarea. Es así como fui descubriendo que desde hacía años, hablara de lo que hablara, escribiera lo que escribiera, mi tema no era otro que el silencio. Como si se tratara de un deslizamiento en el subsuelo de un terreno, o como si esa costumbre de escribir hubiera terminado por provocarlo, deslizamiento entre el silencio que nos llega a los oídos y el que uno trae como una marca de origen y nos sigue por donde vayamos. De otra manera, lo que va de trabajar en silencio a trabajar con el silencio, esa posibilidad que vamos incorporando a la trama del texto. Trama, texto, acaso sinónimos. Extraña trama, en todo caso, que es escribir una página. Empecé, decía, por trabajar en silencio, acaso por sorprenderlo o, simplemente, para ir en su búsqueda. Un buen día caí en la cuenta de que había empezado a utilizarlo en mi trabajo, a servirme de él como si se tratara de una palabra más entre las palabras en juego. Que desde hacía tiempo no buscaba sino eso: desgranar, mazorca de maíz, aquel silencio de mi primera pieza de trabajo llegado con la primera resma de papel comprada en la librería del pueblo. Ni tampoco parecía tratarse de una dádiva, sino del silencio que me acompaña desde que nací, que es mío y será mío, molerlo como un pintor muele los pigmentos que irán a impregnar la tela. En todo caso, varios indicios me indicaban que un silencio así sólo podía provenir de los lugares donde se lo fabrica y de ninguna otra parte. Ahora puedo decirlo: se trata (se trataba) de afinarlo siempre más, de envolverlo con las palabras en juego, de afinar en cada una de ellas esa como ausencia a que se destinan al entrar en el azar de la página. Unas capas calladísimas empiezan por rodearlas como una órbita rodea, como la ribera izquierda del río Uruguay al abrazar unos lugares amados, terminan por penetrar los intersticios que crean ya abandonan– son mi tarea inocente. Mi búsqueda de una palabra es ahora función de ese silencio. Palabras que podrían caber en ellos, silencios que de niño me buscaban por las piezas de la casa, que al ser mi trama eran ya mi tarea. Y ahora que ese deslizamiento se ha producido, ahora que cada palabra que escribo es mitad palabra y la otra mitad silencio, se me da por pensar que algunas personas, hombres, mujeres, llevados por una misma gana de silencio, podrán interrogar esas páginas, acaso por la única razón de que en ellas puedan encontrarlo, silencio que nos funda como el agua, que es como inscribir dedicatorias en una frente, y que tanto me fascina hasta cuando no trabajo. ¿Pero cuándo no trabajo?



Fuente: Calveyra, Arnaldo (1985). A un silencio de página. En El caballo blanco de Mozart. Editorial La bestia equilátera, Buenos Aires, 2010.


Jean Dubuffet Campos de Silencio de Phenomena 1959 Portfolio de 10 litografías Composición. Dimensiones variables. 63,5 x 45 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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